Rescata

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jueves, 26 de septiembre de 2013

La dura vida de abuelo Anselmo

Por momentos divaga. Entonces se extravía en laberintos sin retorno aparente, en los que su mente cae presa de un caos inverosímil, como un esclavo sin conciencia que es llevado de las narices a un olvido caótico. Balbucea nombres de personas, lugares, fechas… Inicia anécdotas que nunca concluye. Como un sastre que pretende hacer un traje de lujo con trozos de tela vieja o un hombre que desea armar un rompecabezas sin ningún sentido de orientación. Por eso hay que armarse de paciencia, de comprensión, y esperar. Esperar a que regrese. Para que cuando esté nuevamente en el presente, nos cuente su vida. Y nosotros esperamos. Y cuando nos mira y nos reconoce, sus ojos brillan de alegría y entusiasmo y parece un hecho mágico que su lucidez sea plena. Un acontecimiento tan increíble que nos parece un mal chiste que lo tengan confinado en un geriátrico y que hace unos días haya cumplido 91 años.

Con voz clara y segura habla de sus padres. De su infancia humilde en las afueras de la colonia. De sus hermanos. De las largas noches de invierno alumbradas por la precaria luz de una lámpara a kerosén. De la poca comida que tenían. De lo felices que eran a pesar de todo. De lo dura que fue su niñez. De los retos de las hermanas religiosas. De cómo le pegaban sobre los dedos con el puntero.
Nos relata tantas pero tantas cosas de su hogar, que se emociona y llora. Las lágrimas caen de sus mejillas y él continúa contando sus vivencias. Una vez que comenzó a hablar coherentemente, nada lo detiene. Su mente y su memoria funcionan a pleno, hacen catarsis.
Se casó a los 19. Tuvo 13 hijos. 2 murieron siendo bebés.
“Siempre trabajé en el campo –afirma-. Fui muy feliz en el campo. Me gustaba mucho arar, sembrar y cosechar. Las cosechas de antes eran fabulosas, trabajaba mucha gente y lo hacía con alegría, cantando. ¡Eran otros tiempos! –suspira.
No deja de llorar. Habla y llora a la vez. Las lágrimas y las palabras alivian su alma. Es feliz contando su vida. Nos agradece que pueda hacerlo. Nos agradece millones de veces que lo hayamos visitado. Llora. Sonríe. Habla. Cuenta. Recuerda. Y de pronto se va nuevamente. Su mente se pierde. Y ya no regresa. Se queda en ese lugar ignoto al que nadie tiene acceso, donde viven su pasado y sus muertos.
La hija que nos acompañó también llora. Y nos mira dando por concluida la entrevista.
Y nos marchamos. Y Anselmo queda solo. Allá en su mundo, allá en su realidad, allá en el geriátrico, junto a otros abuelos igual de abandonados por sus seres queridos y la sociedad, que él.

domingo, 22 de septiembre de 2013

Historia de vida de un abuelo alemán del Volga: Luis Agustín Lambrecht.

Trabajar desde niños. Obedecer a los padres sin contradecirlos. Casarse. Tener hijos. Criarlos y educarlos. Jamás pensar en sí mismos. Mandatos ancestrales que el hombre debía cumplir desde el momento que nacía y hacer cumplir desde el instante que se casaba. Una historia que desnuda una vida y nos acerca al pasado, para comprender el presente.

-Tenía diez años. Me acuerdo muy bien. Mi papá me mandaba a pastar las vacas por las calles rurales porque había sequía. Yo solito, con la única colaboración de un perro, cuidaba de cuarenta vacas lecheras. Era todo el capital que poseía mi padre. Papá era dueño de un tambo. Ordeñábamos bien temprano, de madrugada, porque las nueve había que llevar la leche a la quesería, una fábrica que existía cerca de la colonia tres. Tomaba el desayuno y a la calle. Me llevaba un poco de carne, pan y yerba. Encendía fuego en algún reparo que encontraba. A veces hacía tanto frío que titiritaba. Pero había que estar igual. Las vacas tenían que comer, no solamente para no morir de hambre, sino para dar más leche. Las heladas eran tremendas. Se me congelaban las manos y los pies. Los guantes y las medias de lana hilada que tejía mi madre no alcanzaban para mitigar el frío. Llega a casa al atardecer, encerraba las vacas en el corral, y me iba corriendo a sentarme al lado de la cocina a leña para calentar el cuerpo. Mamá me esperaba con mate cocido y Kreppel, chorizo casero y jamón. ¡Qué rico era comer aquellos manjares y ver a mi madre sonreír satisfecha! –cuenta don Luis.
 -Ese trabajo lo hice casi todos los años de mi niñez porque mi padre tenía poco campo y la cantidad de cabezas de ganado aumentaba con cada parición. Me conocía todos los secretos de los caminos… Dónde podía refugiarme si hacía mucho frío, si llovía, si soplaba viento… Donde había un nido con pichones… También conocía a todos los chacareros de la zona que pasaban saludándome y haciéndome bromas, cuando iban a la colonia. Era una época difícil pero yo era feliz.  Llevaba mi honda, cazaba pajaritos para comer. Me acuerdo de una vez en que, por correr detrás de una liebre con el perro, me descuidé y las vacas salieron corriendo en estampida, en una carrera loca que las llevó lejos, bien lejos. Me costó laburo y mucho llanto volver a juntar todas. Tenía mucho miedo a que mi padre se enterara y me castigara. Nunca más volví a cometer ese error. Uno aprende de las macanas que se manda –afirma.
-Cuando no tenía que estar en la calle con las vacas, tenía que ayudar a mi madre y a mi padre en las tareas domésticas y en el campo. Me gustaba más trabajar con mi mamá, ella no me gritaba y tampoco me pegaba. Papá se enojaba mucho y cuando se enojaba, era bravo. Me acuerdo de una vez en que me dijo que enlazara un carnero y yo enlacé una oveja. Me equivoqué feo y me dio miedo. Comencé a llorar. Cuando mi padre vio mi error y mis lágrimas, me retó furioso no solamente por la macana que había hecho sino porque lloraba como una mujer. Sacó su alpargata y me pegó. Me retaba y me pegaba una y otra vez –rememora.
-Trabajé con mis padres hasta que cumplí los quince años. Entonces le pedí permiso para buscar otro trabajo. Me dijo que sí; pero si me iba no podía regresar a trabajar nunca más con él. Acepté. Era duro. No se le movió un solo pelo cuando me lo dijo. Me dolió mucho. Pero nada podía ser peor que trabajar con él. Así que junte las pocas cosas que tenía y me fui para siempre –evoca en un quiebre emocional.
-Me fui del campo sin un peso. Mi papá no me dio nada. Tampoco me dio la mano para despedirme. Mamá lloraba mirando cómo sucedían las cosas. Cuando me ensillé el caballo y empecé a marcharme, papá estaba arando el campo, indiferente a lo que hacía yo. Seguramente estaba ofendido conmigo porque lo dejaba solo en la chacra con tres hijos pequeños. ¡Pero así es la vida! Uno no piensa cuando es joven. Quiere ser libre. Quiere tener su propia plata. Y a los meses la tuve. Porque enseguida empecé a trabajar en una estancia, a cincuenta kilómetros de casa. Los fijes de semana tenía dinero para ir a los bailes de la colonia. Paraba en la casa de los padres de un amigo. Íbamos a los bares- ¡Qué tiempos aquellos! –sonríe.
-Me agarraba unas curdas tremendas. Pero en aquellos años era algo normal.se tomaba mucho. Me acuerdo que más de una vez me llevaron a la estancia en carro porque ni siquiera podía subir al caballo de la curda que tenía encima. ¡Eso sí! –recalca- Los lunes a la mañana estaba en el trabajo. Jamás falté. Era muy cumplidor. Nunca le fallé al patrón –asegura.
-Veníamos a la colonia con mucha plata. Eran años en que se ganaba muy bien en el campo. Nos divertíamos a lo grande. Me acuerdo de las grandes fiestas Kerb. ¡La gente que había en la colonia en esos días! Asado, bailes y farra por todos lados. Todos contentos. En la Escuela Parroquial las religiosas preparaban kermeses. Había tantos juegos y tanta gente en el patio que era imposible caminar sin llevarse a alguien por delante. Me acuerdo del juego de las latas apiladas unas sobre otras que había que voltear con tres pelotas fabricadas con medias de hombre rellenas de telas o papel. Nos matábamos de risa. A veces también se proyectaba alguna película en el Salón Parroquial. ¡Era todo un acontecimiento y un lujo!  Las películas que recuerdo son las de Chaplin, El gordo y el flaco… ¡Qué divertidos que eran! Las películas de cowboy. El inolvidable John Wayne y sus duelos con los vaqueros malos y los indios apaches. ¡Qué linda época! –exclama satisfecho consigo mismo y sus recuerdos.
-Una de aquellas noches, en un baile, conocí a María, mi esposa. Estaba con su hermana y sus padres. Me gustó enseguida. Así que junté coraje y a los quinces días fui a ver a su padre para decirle que me quería casar con ella. Me dijo que sí; pero que tenía que esperar tres meses y que podía visitarla todos los domingos a la tarde, de cuatro a seis. Siempre que la visitaba estaba presente la mamá. En ningún momento pudimos mantener una conversación en privado. Transcurridos los tres meses, nos casamos y me la llevé al campo a trabajar de matrimonio. ¡Era brava la María! No le gustaba el campo. Me costó mucho domarla y hacerle entender que yo ahora era su marido y ella tenía que hacer lo que le decía. No hizo falta pegarle para que entendiera. Ella era mía. Unos pocos gritos bastaron para que entrara en razón. Nunca tuve quejas de ella. Fue una buena mujer. Me dio ocho hijos: tres mujeres y cinco varones. Todos sanos –revela orgulloso.
-A los doce años de casados pudimos juntar la plata para comprarnos una casa en la colonia. Era chica pero suficiente para nosotros. Los chicos empezaron a ir a la escuela. Los menores terminaron. Los mayores tuvieron que dejar para salir a trabajar. Todos tenían que aportar para poner la olla. Nadie comía de arriba. Había que ganarse la comida. Los más chicos ayudaban a mi esposa en la quinta de verduras: a regar, a carpir y a hacer chucrut, pepinos en conversa –acota con cierta displicencia, como dando a entender que esas eran tareas de mujeres.
-Yo seguí en el campo, laburando como una bestia durante toda mi vida. Si no trabajás no tenés plata y si no tenés plata no podés vivir ni mantener a tu familia.  Eso lo sabe cualquiera –sentencia.
-Trabajé hasta que me jubilé. Mis hijos, como todos los hijos, se casaron, se fueron de casa y se te he visto no me acuerdo.  Todos hicieron su vida. Uno vive en Buenos Aires, otro en Bolívar, y así –describe.
-Yo quedé viudo hace ocho años. Vivo solo y me las arreglo solo. No necesito de nadie. Nunca necesité de nadie. Siempre pude solo y también puedo ahora. Viví mi vida y no me quejo. Ahora solamente me queda esperar que Dios me llame” –concluye Luis Agustín Lambrecht.

La historia de la abuela Verónica

Doña Verónica dice que le dijeron que tenía que casarse, que esa era su misión en la vida. También dice que sus padres le dijeron que así lo ordenaba Dios y que había que obedecerle. Y agrega que les hizo caso porque los hijos deben obedecer a los padres siempre.

La casaron a los catorce años. Por civil e iglesia. Hubo fiesta durante tres días. La noche de bodas fue frustrante. Lloró las dos semanas siguientes hasta que se resignó o acostumbró, lo misma da. Tuvo dieciséis hijos. Uno detrás de otro. Todavía estaba amantando al último que ya estaba embaraza nuevamente. “José, mi sexto hijo, recién había cumplido los cuatro meses cuando me di cuenta que estaba embarazada otra vez”.
Los hijos eran recibidos como un regalo de Dios aunque el acto de engendrarlos le provocaba disgusto. “Una esposa debe complacer a su marido por más que no le guste ni medio –afirma-. Es la ley de Dios. El hombre manda y la mujer obedece” –sentencia.
De su noche de bodas revela que no estaba preparada. “No sabía lo que me esperaba. Cuando vi que mi marido cerraba la puerta de la pieza con llave me largué a llorar. Tuve miedo que nunca me dejara salir. Tenía miedo que me pegara. Tenía miedo de todo. El era un hombre grande, fuerte, de veintiocho años –cuenta.
 “Casi no me acuerdo de nada de esa noche  –concluye-. Solamente que no quería hacerlo, que tenía miedo y que a mi marido no le importó”.

jueves, 19 de septiembre de 2013

Séptimo aniversario de Periódico Cultural “Hilando Recuerdos”

Tapa de Hilando Recuerdos, edición aniversario
Siete años manteniéndose fiel a un estilo: darle voz a los que jamás la tuvieron. Siete años definiendo la identidad de un pueblo: la de los descendientes de alemanes del Volga.

“Hilando Recuerdos”, el primer periódico cultural de los Pueblos Alemanes, que investiga y escribe Julio César Melchior, cumple siete años de vida. 
Más de un lustro rescatando y revalorizando la historia y la cultura de los descendientes de alemanes del Volga. Con sus tradiciones, costumbres, vivencias, anécdotas y fotografías antiguas; con investigaciones especiales sobre temas inéditos jamás tratados sobre esta etnia. 
A lo largo de su historia, Periódico Cultural Hilando Recuerdos fue galardonado por la Asociación Argentina de Descendientes de Alemanes del Volga, declarado de Interés Legislativo Cultural por la Honorable Cámara de Diputados de la Provincia de Buenos Aires, declarado de Interés Distrital por el Honorable Concejo Deliberante de Coronel Suárez, declarado de Interés Municipal por la Municipalidad de Coronel Suárez; y Julio César Melchior, autor del mismo, distinguido por el Instituto Cultural de la Provincia de Buenos Aires por su aporte a la literatura bonaerense.
Son siete años de trabajo mancomunado entre el escritor Julio César Melchior y su hermana María Claudia Melchior, que tiene a su cargo la producción y distribución. Siete años manteniéndose fiel a un estilo: darle voz a los que jamás la tuvieron. Siete años definiendo la identidad de un pueblo: la de los descendientes de alemanes del Volga.


María Claudia Melchior, productora -tiene a cargo la distribución y venta- y 
Julio César Melchior, escritor y director de Periódico Cultural Hilando Recuerdos.

miércoles, 18 de septiembre de 2013

Ir a América fue un hermoso y bello sueño

Nunca olvidó la mañana aquella, en que apesadumbrado y triste, besó a su madre en la frente, estrechó a su padre en un fuerte abrazo, y uno a uno les dijo adiós a sus hermanos, un adiós eterno como los días y como las horas que pasan y no vuelven, como el olvido que sepulta en el pasado hasta el recuerdo más querido y añorado.
Nunca olvidó la mañana aquella en que junto a otros emigrantes trepó al carro y al trote lento de los caballos abandonó la aldea. Mientras en el aire flotaba el ahogado silencio del llanto contenido de las madres, novias, hermanas... y de algunos que, mirando el suelo, no querían despedirse, porque sabían, porque intuían, porque comprendían, que nunca regresarían. Jamás lo lograrían. Nunca volverían a pisar el amado suelo, ni abrazar a los seres queridos que permanecían en el portal de la casa despidiéndolos.
Nunca olvidó la mañana aquella en que se alejó del Volga para siempre. Nunca. A pesar de que los años en la Argentina fueron dulces y prósperos. A pesar de levantar cosecha tras cosecha, de sembrar sueño tras sueño, ideal tras ideal, de construir un hogar, de tener hijos argentinos, nietos... Nada cambió. ¿O sí? Claro que cambió. Cambió su hogar, su terruño, su patria, que ahora se llama Argentina, la tierra de sus hijos, el país de sus descendientes... Todo cambió. Pero no cambiaron sus recuerdos ni su antigua angustia, esa angustia lejana que en madrugadas de insomnio le hace rememorar a sus padres y hermanos, que permanecieron allá lejos, allende el mar, en el Volga, esperando su regreso. Un regreso que esperaron en vano como en vano él esperó poder retornar un día para contarles que su sacrificio valió la pena, que “ir a América” no fue una locura, sino un hermoso y bello sueño.

martes, 17 de septiembre de 2013

Mi madre ya era muy viejecita...

Autor: José Ángel Buesa
Ya era muy viejecita... Y un año y otro año
se fue quedando sola con su tiempo sin fin,
sola con su sonrisa de que nada hace daño,
sola como una hermana mayor de su jardín.

Se fue quedando sola con los brazos abiertos,
que es como crucifican los hijos que se van,
con su suave manera de cruzar los cubiertos
y aquel olor a limpio de sus batas de holán.

Déjenme recordarla con su vals en el piano,
como yéndose un poco con lo que se le fue;
y con qué pesadumbre se miraba la mano
cuando le tintineaba su taza de café...

Se fue quedando sola, sola... Sola en su mesa,
en su casita blanca y en su lento sillón;
y si alguien no conoce qué soledad es ésa,
no sabe cuánta muerte cabe en un corazón.

Y diré que en la tarde de aquel viernes con rosas,
en aquel “hasta pronto” que fue un adiós final,
aprendí que unas manos pueden ser mariposas
-dos mariposas tristes volando en su portal.

Sé que murió de noche. No quiero saber cuándo.
Nadie estaba con ella, nadie, cuando murió:
ni su hijo Guillermo, ni su hijo Fernando,
ni el otro, el vagabundo sin patria, que soy yo.

Actos de Kerb 2013 de Pueblo Santa Trinidad

4, 5 y 6 de octubre
Cronograma de actividades: 

Viernes 4 de octubre:
16:30 Misa Acción de Gracias por el “50º Aniversario” del Jardín Nº 902 “Juana Manso”.
17:45 Acto protocolar. Presencia de la comunidad educativa y autoridades escolares.
20:30 Inauguración del frente del Club San Martín.

Sábado 5 de octubre:
10:00 Programa de La Nueva Radio Suárez desde la Delegación Municipal.
11:00 Inauguración del playón de la Capilla Espíritu Santo. Inauguración de las mejoras en la cancha de bochas del “Club San Martín”.
13:30 Torneo de Kosser “Kerb 2013”. Cantina a cargo de la Comisión de Festejos - Venta de Plantas. Organiza: Subcomisión de Hockey del Club San Martín.
16:00 Misa en honor a los difuntos en el Cementerio local. Comisión Parroquial. 
20:00 Festival Folclórico con grupos locales. Elección de la Reina de Santa Trinidad. Organiza: Subcomisión de la Escuelita de Fútbol del Club San Martín. 

Domingo 6 de octubre:
8:00 Salva de bombas y toque de sirena a cargo de los Bomberos Voluntarios de Coronel Suárez. Desayuno con los Bomberos.
10:30 Misa en Acción de Gracias.
11:30 Acto Protocolar en el SUM de la Escuela Nº 5. Habilitación del SUM. Entrega de distinciones y reconocimientos. Palabras centrales a cargo del Intendente Municipal Ricardo Moccero.
12:15 Inauguración de pavimento de las calles Pasaje Balbín, Pasaje Evita y Pasaje Islas Malvinas. Inauguración de Cordón Cuneta en el Barrio Solidaridad.
13:00 Almuerzo con Autoridades.
14:30 Desfile institucional.
16:00 Muestra Fotográfica en el Jardín Nº 902 “Juana Manso”. Venta de Tortas y Filsen en la Escuela Nº 5.
17:00 Muestra de pinturas del Taller de Adultos Mayores en la Delegación Municipal. 
17:00 Anfiteatro Municipal “Andrés Schwab”. Música Típica Alemana en vivo con “Los herederos del ritmo”, con servicio de cantina a cargo del Club San Martín. Rifa peso del cordero vivo. Organiza: Subcomisión de Bochas del Club San Martín. Juegos tradicionales de kermesse y ventas de plantas. Organiza: Subcomisión de Hockey del Club San Martín. Juegos inflables para chicos. Organiza: Subcomisión de la Escuela de Fútbol del Club San Martín. Exposición de Artesanos. Venta de Kreppel y empanadas. Organiza: Peña Tradicionalista.

sábado, 14 de septiembre de 2013

Historia y significado de la fiesta Kerb: fiestas patronales de los alemanes del Volga

“Las celebraciones de Kerb eran grandiosas y se dividían en dos partes: la jornada en que se conmemoraba la consagración de la iglesia al santo patrono de la localidad y el fin de semana siguiente en que se realizaban las festividades sociales. Las colonias multiplicaban su cantidad de habitantes porque llegaban familiares de todos los rincones del país. Kerb y Pascua eran las dos únicas dos fechas del año en que toda la familia se reunía alrededor de la mesa paterna. Dábamos gracias a Dios mediante solemnes misas por todo lo que recibíamos en la vida diaria y también nos divertíamos organizando grandes eventos sociales. Era una celebración en la que reinaba la religiosidad más devota y la alegría más espontánea, con música y bailes”.

Memorias de Hans Rigelhof

Preludio de Kerb

A medida que la fecha de Kerb se acerca, las acti­vidades dentro de las viviendas se multiplican por doquier. Porque las amas de casa, herederas de costumbres que sus abuelas les legaron, llevan a cabo diferentes tareas para acondicionarlas mejor y darles un matiz más acogedor y bello.
Entre estas dife­rentes labores so­bresalen algunas que en sí mismas representan una curiosidad. Como el blanquear las paredes de las viviendas para embellecerlas e imprimirles un matiz más en­trañable y acogedor mediante la utilización de co­lores y texturas que sugieren la obediencia a un canon preestablecido por la tradición: antiguamente, la superficie de muros de las casas de adobe eran blanqueadas con cal viva apa­gada o, mejor aún, con el residuo del carburo cálci­co de los equipos de soldadura autógena. En las paredes interiores se ponía de manifiesto la gran creatividad de las abuelas alemanas del Volga, por­que para hacer más decorativo y alegre el ambien­te se tomaban ovillitos de lana destejida y se las mojaba en agua azul teñida con tintura para la ropa, y se las estam­paba sobre las paredes.
También se limpiaban y acondicionaban las vivien­das que poseían sus ladrillos exteriores a la vista, que pertenecían a familias más acomodadas: los techos de chapa se pintaban de co­lor rojo y las puertas, ventanas y pos­tigos de color verde, por lo que la imagen que ofrecían las colonias desde lejos eran las de unas pequeñas aldeas campesinas, de casitas muy blancas y techos rojos, agrupados como un rebaño a la sombra de la torre de la igle­sia en la ondulante sinfonía de verdes, azules y amarillos de la campiña pampeana en primavera, que hacía recordar a una vieja estampa europea.

Kerb

Las fiestas de Kerb eran grandiosas y se dividían en dos partes: la jornada en que se conmemoraba la consagración de la iglesia al santo patrono de la localidad y el fin de semana siguiente en que se realizaban las festividades sociales. El día en que la comunidad conmemoraba la consagración de la parroquia al santo patrono se formalizaba una procesión con el santo por las calles de la colonia y posteriormente una misa. Y en el fin de semana siguiente se efectuaba la celebración social, con grandes bailes que organizaban los clubes; partidos de fútbol; extraordinarios espectáculos  que distintas comisiones traían de diferentes lugares del país: como festivales de patín artístico con estrellas de relieve, show de todo tipo, con artistas de renombre,  y mil y una cosas más; multitudinarias quermeses que preparaban las escuelas parroquiales a cargo de las hermanas religiosas; todo era música; banderitas y lamparitas de colores cruzaban el patio de la escuela ornamentándola. Las calles bullían de gente. La familia se congregaba alrededor de la mesa para compartir una suculenta comida, consistente en asado al horno con papas, Fülsen, Strudel, entre otras delicias alemanas que cocinaban nuestras madres. La sobremesa se prolongaba con bulliciosas conversaciones, porque la mayoría de los integrantes de la familia solamente se reencontraban en esa fecha en particular; luego había música, baile, canto; y a la hora de la merienda llegaba el riquísimo Dinne Kuchen acompañado con mate o cerveza. Los lunes eran considerados feriados: por la mañana se iba al cementerio en procesión a rendirle homenaje a los colonos fallecidos, y por la tarde continuaban desarrollándose la quermese y los demás acontecimientos. En resumen, la fiesta de Kerb, en su faz social, se iniciaba el viernes y concluía el lunes a la noche con un multitudinario baile familiar.

Etimología de la palabra Kerb: Según el lingüista Prof. Arnd Schmidt, el vocablo Kerb deriva de la palabra Kircheweih, que significa bendición de la iglesia: Kirche: iglesia y weih: bendición.

martes, 10 de septiembre de 2013

Fotografías del almuerzo de Kerb 2013 en Pueblo Santa María

Gentileza Luján Streitenberger
Directora Escuela Parroquial Santa María

Como cada año la Unión Padres de Familia de la Escuela Parroquial Santa María, realizó el almuerzo de Kerb con un éxito total.
Por lo que los directivos de la institución deseamos hacer público nuestro agradecimiento. En primer lugar al grupo de Unión Padres y a los que ayudaron  de manera desinteresada a pesar de no ser integrante de la comisión, demostrando como siempre su amor por el colegio, a nuestro Cura Párroco, Padre Antonio Vedelini que siempre nos acompaña con sus palabras al inicio del almuerzo dejándonos su especial bendición; a Ángel Graff, nuestro Representante Legal que se ocupa incansablemente por ver crecer a nuestra escuela.
Agradecemos también a todas las docentes que colaboraron, a los que hicieron donaciones y sobre todo a las personas que participaron del almuerzo, en donde se vivió un clima realmente familiar y ameno, logrando con este evento no sólo recaudar fondos para seguir manteniendo en pie a nuestra escuela sino también en esta ocasión para agasajar en el día de su Natividad a María Santísima, nuestra Madre y Patrona quien nos cobija y protege de manera especial día a día.




Fotografías de la 7º edición de la Fiesta del Acordeón

Fotografías gentileza de María José Bohn

Imágenes captadas durante el desarrollo de la 7º edición de la gran Fiesta del Acordeón, llevada a cabo el sábado en el polideportivo de Club El Progreso, organizada por Rotary Club Las Colonias. Un éxito rotundo. Una brillante idea para rescatar y conservar una noble tradición de nuestros ancestros. ¡Felicitaciones a los organizadores y todos los que participaron imprimiéndole brillo e identidad!