Rescata

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martes, 28 de abril de 2020

La niñez de antaño de los alemanes del Volga

En la niñez mamá cocinaba rico,
se las arreglaba con lo que había,
a veces poco, otras casi nada,
pero nunca nos faltó qué comer.

En ocasiones carne al horno,
y otras, solamente té con leche.
La gente era más solidaria
y papá nunca estaba sin trabajo.

La colonia era un lugar humilde,
de familias sacrificadas,
honestas y trabajadoras,
que los domingos asistían misa.
Autor: Julio César Melchior

sábado, 25 de abril de 2020

Un típico hogar alemán del Volga

Cuando era niño en la colonia,
vivía en una casa de adobe,
con las paredes pintadas a la cal,
y paja seca sobre el techo.

Había una cocina a leña antigua,
una mesa larga de madera,
mi madre amasaba Kreppel
y mi padre trabajaba en el campo.

Mi hermana y yo jugábamos
en el fondo de un patio inmenso,
dónde el abuelo tenía una quinta
y la abuela un pequeño gallinero.

También había árboles frutales,
un galponcito de chapa,
un chiquero con un cerdo,
y una letrina, allá lejos.

Nada nos faltaba para comer,
tampoco nada nos sobraba,
éramos una familia feliz
con lo que Dios nos había dado.
(Autor: Julio César Melchior).

miércoles, 22 de abril de 2020

¿Por qué emigraron nuestros ancestros al Volga?

Catalina II la Grande, zarina de Rusia, les prometió a los colonos que invitó a colonizar las tierras a ambas márgenes del río Volga, mediante un Manifiesto, que público en el año 1763, una serie de privilegios que no solamente les facilitaría el movimiento migratorio sino su posterior asentamiento en las nuevas tierras. A saber: práctica libre de la religión, uso del idioma natal, organización escolar propia y dirección administrativa de sus colonias y aldeas por estatutos propios, entre otros varios puntos no menos importantes, como la exención del servicio militar y vivir en una tierra sin guerras. En suma, lo que lo que la zarina Catalina les prometía era continuar siendo étnica y jurídicamente alemanes, dentro del imperio ruso y una existencia libre y sin miedos a conflictos y una enorme posibilidad de un futuro lleno de prosperidad.
Una promesa sumamente tentadora, si tenemos presente que durante el siglo XVII tuvo lugar la guerra de los Treinta Años (1618 a 1648), y en el siglo XVIII, la guerra de los Siete Años (1755 a 1763), que devastó no solamente a Alemania, por aquel entonces el Sacro Imperio Romano Germánico, sino también a todo el centro de Europa y sus alrededores.
La pobreza era profunda, las hambrunas se repetían de manera regular, y las muertes trágicas eran una cosa corriente, a causa de las sucesivas guerras e invasiones de los ejércitos que no sólo mataban a su paso sino que nacían imposible que los labradores llevaran una vida normal. Sin siembras no había cosechas. Y sin cosechas no había alimentos. Asimismo, las constantes guerras consumían a la mayoría de los hombres en los campos de batallas.
Por lo que, para la mayoría, era casi imposible no aceptar la generosa oferta que les ofrecía la zarina Catalina II La Grande en su Manifiesto.
(Investigación histórica y redacción: Julio César Melchior, autor del libro "Historia de los alemanes del Volga").
La fotografía que acompaña el texto es de una aldea alemana fundada en uno de los márgenes del río Volga.

Recuerdo de mi niñez en un pueblo alemán del Volga

Una cocina leña, una pava grande, una cacerola, bosta de vaca alimentando el fuego, el amor de madre y su voz arrullando las horas con su Tros-Tros-Trillie.
Una ventana pequeña. Una cortina blanca. Un cielo azul como los ojos de papá. Un sol de amanecer iluminando las almas. Y el amor de mi padre ordeñando las vacas.
Recuerdos de mi niñez que surgen en esta hora postrera, anciano ya, en que miro atrás, buscando el cariño y las vivencias que el tiempo dejó en el pasado.
Nada volvió a ser igual, ni lo será. Mis nietos no hablan el idioma. Tampoco saben nada de aquello. ¡Qué triste futuro espera a quienes olvidan sus raíces!
(Autor: Julio César Melchior)

La abuela Rosa le enseña a su nieta a elaborar el tradicional budín de pan de los alemanes del Volga

-Abuela, me hacés Füllsen? -pregunta Marisa, de veintitrés años. A vos siempre te sale tan rico! Te acordás cuando era chiquita y me quedaba a dormir con vos y me cocinabas todo lo que te pedía? Me hacías Wickel Nudel, Kreppel y Füllsen. Cómo nos peleábamos con mis hermanos para quedarnos con el último Wickel Nudel! Te acordás, abuela? Vos feliz y el abuelo mirando serio, porque no le gustaba que hiciéramos lío en la mesa, cuando comíamos. A veces, nos decía: 'chicos, chicos, estamos en la mesa. Pórtense bien. Así los educa su madre?’. Y mis hermanos y yo, nos quedábamos quietitos, porque sabíamos que con el abuelo no se jugaba.
-Pero era muy bueno con ustedes -lo disculpó la abuela. Los quería mucho. Los llevaba a la huerta para que lo ayuden a regar y…
-Y le sacábamos canas verdes -rió la nieta.
-Es que ustedes también eran muy schlim -interrumpió la abuela para decir que eran muy traviesos en su idioma cotidiano, el dialecto heredado de sus ancestros. Le pisaban los canteros de repollo, arrancaban los tomates cuando todavía estaban verdes y tu hermano Alberto, agarraba la azada y empezaba a carpir todo lo que encontraba en su camino, sin discriminar entre lo que eran plantas de yuyos y verduras.
-Pobre abuelo -suspiró la nieta, mirando la fotografía que había sobre el aparador, seguramente rememorando el día de su muerte, ocurrida un atardecer de hace cinco años.
-Bueno… basta de recuerdos! -exclamó la abuela. Preparamos el Füllsen?
-Sí! Dale! Yo te ayudo. Voy a la despensa a buscar el pan seco y empiezo a cortarlo.
La abuela fue al gallinero a buscar huevos frescos con un balde. Al regresar puso varios sobre la mesa. También buscó los ingredientes: leche, azúcar, manteca, crema y pasas de uva.
-Abuela, quién te enseñó a hacer Füllsen?
-Mi mamá -respondió la abuela. Y ella aprendió de su madre. Es una receta muy antigua que nuestra familia trajo del Volga. Te voy a mostrar algo. Enseguida vuelvo.
La abuela fue a su pieza y volvió con un libro.
-Mirá -murmuró emocionada, mientras le extendía la obra. En este libro está la receta de la familia -reveló.
-”La gastronomía de los alemanes del Volga” -leyó la nieta. Y esto? -preguntó sorprendida.
-Es un libro con todas las recetas tradicionales de nuestra gente. Lo escribió Julio César Melchior.
-Qué lindo! -suspiró la nieta. Y está tu receta?
-Sí, querida. Julio me entrevistó. Vino acá a casa con una balanza -sonrió. Sí, Marisa, con una balanza. Y sabés por qué? Porque yo le contaba la receta como la aprendí, a ojo. Un puñado de pan, unas pasas de uva y así es difícil que la gente aprenda a hacer una receta. Por eso, tuve que preparar un Füllsen para que Julio pudiera pesar todo. Después lo invité a almorzar. Me salió riquísimo!
La nieta acercó el libro a su pecho emocionada. Entre sus páginas latía un pedacito de historia familiar. Después abrazó a la abuela.
-Bueno! Bueno! Seguimos con el Füllsen? Ya son más de las diez. No vamos almorzar solamente Füllsen? Hay que preparar algo más. Ya veremos! De hambre no nos vamos a morir.
La abuela comenzó a unir, uno a uno, todos los ingredientes, mientras su nieta miraba maravillada.
-Parece tan simple -pensó Marisa. Y sin embargo, no es tan fácil como parece. (Autor: Julio César Melchior).

domingo, 19 de abril de 2020

Cuándo y dónde comienza la historia de los alemanes del Volga?

Nuestra rica y ancestral historia comienza cuando nuestros antepasados empiezan a emigrar de la hoy Alemania, y en aquel entonces el Sacro Imperio Romano Germánico, principalmente de las regiones de Hesse, Renania-Palatinado, Baden-Wurtemberg y Baviera para reunirse en la ciudad de Büdingen, en Oberhessen, y emprender todos juntos el viaje hacia Rusia, aceptando una invitación lanzada mediante un Manifiesto, por la emperatriz Catalina II de Rusia, de afincarse en las tierras del bajo Volga, el 22 de julio de 1763. El grupo mayor embarcó en el puerto de Lübeck, y otro menor, por el de Danzig. Navegando por el Mar Báltico, hasta llegar a las puertas de las inmensas tierras del imperio ruso.
A partir de allí, todo fue sinsabores y decepciones. Sentimientos y sensaciones que continuaron experimentando durante meses, hasta, por fin, lograr llegar a orillas del bajo Volga, casi un año después de haber emprendido el viaje, y habiendo sufrido grandes penurias, fríos y muertes.
El 29 de junio de 1764, casi un año después de haber partido de sus antiguos hogares, fundaron Dobrinka, la primera aldea alemana del Volga.
(Recopilación histórica y redacción: Julio César Melchior, de su libro “Historia de los alemanes del Volga”).

El cantar del abuelo

Las calles eran de tierra:
polvo en verano
y barro en invierno.
Las casas de adobe:
frescas en el estío
y cálidas durante las noches frías.
Las gentes eran buenas:
honestas en el trabajo
y solidarias en el pan.
Las manos vacías de riquezas
pero llenas de generosidad.

Los campos eran amarillos:
mar de trigales en la vastedad pampeana.
Daban granos por doquiera:
semillas que se trocaban en harina.
Harina que se hacía pan.
Pan que se volvía hostia.
Hostia que se transformaba
en el cuerpo de Cristo.
(Autor: Julio César Melchior)

lunes, 13 de abril de 2020

El amor eterno de mis padres

Mis padres siempre labraron las tierras de otros dueños. Mi padre era peón rural, capataz en una estancia, y mi madre, cocinera para infinidad de peones, que rotaban, de acuerdo a la época del año, dependiendo si era tiempo de arada, siembra o trilla. Los dos trabajaron durante toda su vida. Mi padre, desde los nueve años. Mi padre desde los quince. Mi padre pudo cursar la escuela hasta cuarto grado y mi madre, solamente hasta segundo.
Trabajaron jornada tras jornada, de sol a sol, de lunes a sábado, en ocasiones, también los domingos, en primavera, verano, otoño e invierno. A veces hacía tanto calor que rajaba la tierra. Otras tanto frío, que la escarcha cubría todo hasta las doce del mediodía.
Jamás se quejaron de su destino. Jamás se lamentaron. Jamás tomaron la vida cotidiana como una tragedia. Para ellos, la vida siempre fue una celebración, una alegría. El amor y la conformación de una familia, tener una casa, un hogar, hijos, era la felicidad suprema. Y en pos de esa felicidad suprema, la máxima bendición de Dios, lo dieron todo de sí mismos. Lo entregaron absolutamente todo. Y fueron dichosos haciéndolo. Inmensamente dichosos. Tener hijos, acompañarlos en su crecimiento, velar por su educación, tanto familiar como escolar, apoyarlos en sus emprendimientos, contenerlos cuando algún fracaso hacía tambalear sus sueños, estar siempre presentes, siempre, desde el día que nacían hasta el último momento de sus propias existencias.
Mis padres fueron profundamente felices. Se amaron durante cincuenta y seis años. En la alegría y en la tristeza. En la salud y en la enfermedad. En la abundancia y en la carencia. Su amor jamás se extinguió. Lo alimentaron y lo hicieron crecer y más fuerte con los años. Y mi madre lloró mares de lágrimas el día que sepultaron a mi padre. Aún hoy, casi dos años después, aún lo llora como el primer día. Ambos se amaron y se aman. Su amor lo trasciende y lo supera todo, hasta la muerte. Porque se seguirán amando más allá de esta vida. Porque se amarán durante toda la eternidad de los tiempos. (Autor: Julio César Melchior).

13 de abril: aniversario de Pueblo San José

Pueblo San José, ubicado en el Partido de Coronel Suárez, en la Provincia de Buenos Aires, es fundado el 13 de abril de 1887 por 15 familias inmigrantes alemanas del Volga oriundas de las aldeas Dehler y Volmer. Las familias de Martín Sieben, Jacob Schwab, Stephan Heit, Jacob Schell y Konrad Schwab fueron las primeras en llegar y comenzar a limpiar la zona de malezas para edificar sus primeras y precarias viviendas. En los días sucesivos llegaron al lugar las familias de Johann Förster, Johann Butbilopky, Johann Opholz, Nicolás Seib, Michael Schuck, Matthias Schönfeld, Johann Peter Philip, Adam Dannderfer, Gottlieb Diel y Heinrich Heim.
Las 5 familias citadas en primer término se instalaron definitivamente en la nueva localidad,mientras que las diez restantes, con el transcurrir de los años, fueron emigrando hacia otras regiones, no solo del país sino del exterior.
El nombre que se le da a la localidad es Dehler. Posteriormente se le asignaría el definitivo de Pueblo San José pero, popularmente, hasta la actualidad, se la llama Colonia Dos (en dialecto zweit Konie).
Los primeros años fueron difíciles y muy duros porque fracasaron una tras otra las cosechas por heladas y por el desconocimiento que tenían los colonos del clima y la mala elección en la variedad apropiada de la semilla al momento de la siembra.
Sin embargo, con tesón, mucho sacrificio y fuerza de voluntad, lograron salir adelante y convertir a Pueblo San José en una comunidad progresista y en permanente desarrollo. (Autor: Julio César Melchior)

domingo, 12 de abril de 2020

Los almuerzos del domingo de Pascua eran una fiesta para los alemanes del Volga

Los almuerzos de Pascua eran motivo de celebración y reencuentro familiar, ya que para esa fecha llegaban hijos y familiares no solamente desde distintos puntos de la región sino del país. Pascua y Kerb, eran las dos únicas épocas del año en que toda la familia se reencontraba y se reunía en torno a la mesa paterna. Era común que se compartieran camas, que se durmiera en el piso, incluso en la cocina, debajo de la mesa. Hay que tener presente que todas las familias tenían más de media docena de hijos y que los ancianos padres vivían al cuidado de sus hijos hasta el último instante de sus días. También podían compartir techo, alguna tía o tío soltero o viudo. Nadie quedaba sin protección. Era considerado una herejía recluir a un anciano, padre o abuelo, en un geriátrico.
Los almuerzos de Pascua, tras haber asistido todos a misa para celebrar la resurrección de Jesús y la bendición del agua bendita, eran un momento de fiesta, de mesas largas y de alegría.
El plato típico, que se cocinaba en el horno de barro o en la cocina a leña, era el lechón al horno con papas y el tradicional Fülsen. Los que no podían acceder al lechón, lo reemplazaban por carne de cordero. Y los que tampoco tenían posibilidades para este manjar, horneaban la habitual carne roja vacuna. Y los más humildes, que siempre los hubo, cocinaban abundantes y sabrosas comidas tradicionales, elaboradas a base de harina, como los Maultasche, Wickelnudel, etc. Pero en ninguna casa dejaba de haber fiesta. La comida no era un problema. Las comodidades y las camas, tampoco. Se dormía dónde se podía y se comía lo que había. Además todos colaboraban. Todas las visitas traían algo. Nadie llegaba con las manos vacías. Absolutamente nadie. Aun la persona más humilde aportaba algún alimento. Lo importante era estar en familia, juntos, reunidos y unidos bajo el mismo techo. Porque nadie sabía con certeza cuándo volverían a reencontrarse todos otra vez.
Después del almuerzo, a la hora de la sobremesa, surgía algún acordeón, y era momento de cantar las inmemoriales canciones traídas del Volga, y entonces, se reía, se lloraba, muchas veces se bailaba. Todos querían hablar y contar lo que habían vivido desde la última vez que se habían visto. Generalmente pasaban seis meses, un año o más, entre un encuentro y otro. Porque en aquellos tiempos no era sencillo viajar y desplazarse de una localidad a otra. Buenas Aires quedaba muy pero muy lejos, y viajar era casi un lujo inaccesible para la economía de la mayoría. Muchos ahorraban durante meses, y en algunas ocasiones, durante más de un año, para poder retornar a la colonia y volver a ver a sus padres.
Por eso el almuerzo de Pascua tenía tanta relevancia en el universo cotidiano de los alemanes del Volga. Era la fiesta del reencuentro familiar. Y para muchos de nosotros, todavía lo sigue siendo en la actualidad. Porque forma parte insoslayable de nuestra identidad. (Recopilación histórica y redacción: Julio César Melchior).

viernes, 10 de abril de 2020

Recuerdos de nuestros abuelos de cómo se vivía el Viernes Santo en tiempos idos

El Viernes Santo (Karfreitag, en la lengua de nuestros padres) era un día de lamentación para los alemanes del Volga, un día en el que no se escuchaba música ni se cantaba ni se tocaban las campanas en las iglesias porque el viernes es el día en el que se recuerda la crucifixión de Cristo. Durante esta jornada, en la que en otras culturas tradicionalmente sólo se comía pescado, entre los alemanes de las colonias, "era costumbre almorzar los típicos Kleis o la tradicional Schnitsupp mit Derkreppel y, de cena, lo que hubiera en la casa, en algunos hogares solamente un té con leche con pan", recuerda María Gottfriedt. "Sobre todo en las casas de las familias más humildes de la colonia".
"El Viernes Santa era un día de profundo ayuno y abstinencia", agrega Rosa Schmidt. "Todos comían lo justo y necesario. Y nada, absolutamente nada de carne".
"El silencio reinaba en la colonia. Casi un silencio total. Hasta los niños lo debían respetar. No se escuchaban risas. Ni juegos bulliciosos. Las conversaciones se reducían. Las ropas que las gentes vestían durante ese día eran oscuras. Nada de color. Todo era luto y dolor, por la muerte de nuestro Señor Jesucristo", agrega Pedro Lambrecht.
"Y había que asistir a la iglesia, a participar de encuentros litúrgicos, a la mañana a las nueve, a la tarde a las tres y a la noche. La iglesia siempre estaba llena, tan llena que muchas personas participaban desde la vereda. Nadie se retiraba a sus casas", concluye Agustín Denk. (Recopilación histórica realizada por Julio César Melchior).

jueves, 9 de abril de 2020

Así celebraban la Pascua los alemanes del Volga

“La Semana Santa comenzaba con el Domingo de Ramos, cuando se bendecían las palmas y ramos de olivo. Portando esas palmas y ramos se organiza una procesión, en recuerdo de la entrada triunfal de Cristo en Jerusalén. En tanto que durante la Semana Santa propiamente dicha, se celebraban tres ritos solemnes para evocar la pasión, muerte y Resurrección de Jesucristo. El Jueves Santo: la institución de la eucaristía; el Viernes Santo: las lecturas de las Sagradas Escrituras, oraciones solemnes, y la veneración de la cruz rememoraban la crucifixión de Cristo; y el Sábado Santo: conmemoraban el entierro de Cristo; los oficios de vigilia de medianoche inauguran la celebración de la Pascua de Resurrección”. (Memorias de August Brost).

Semana Santa

Durante la Semana Santa, las colonias cambiaban totalmente su aspecto. No se oían los suaves acordes de los “Schnerorgellier” y los colonienses que andaban por las calles lo hacían en profundo silencio.
El Jueves Santo, durante la Misa, en que se celebraba la Ultima Cena de Cristo y la ceremonia de lavar los pies para rememorar el lavado de pies de los discípulos de Cristo, el templo quedaba de pronto en silencio y a oscuras: súbitamente los fieles comenzaban a entonar el himno sagrado Gloria in excelsis al tiempo que comenzaban a repicar todas las campanas (que se “volaban” y permanecerían mudas hasta el sábado a la noche, cuando “regresarían”, haciendo el mismo estruendo que ensordecía a toda la colonia). Desde ese momento, solamente las matracas (Klapperer) de los campaneros anunciaban el inicio de la misa, durante los dos días subsiguientes.
El Viernes Santo, los fieles concurrían a misa vestidos de colores oscuros o de negro. Se conmemoraba la muerte de Jesucristo. Era un día dedicado a la penitencia, el ayuno y la oración. La liturgia se componía de cuatro partes diferenciadas: lecturas bíblicas y oraciones solemnes, incluyendo la lectura de la Pasión según san Juan, la adoración de la cruz, la comunión de los fieles y las devociones populares. También se realizaban procesiones por las calles, en las que los niños iluminaban su camino llevando en las manos farolitos (Fackellier), adornados con papel crepé, entonando cánticos religiosos y orando devotamente. En muchas esquinas se instalaban pequeños altares preparados por los vecinos.
El Sábado Santo por la noche, se hacía el remedo de quemar a Judas, el traidor de Jesús. Y el Domingo de Pascua se asistía a misa con los corazones alborozados para celebrar la resurrección del Señor.
Al atardecer se organizaban animadas tertulias y bailes. Hecho que se reiteraba los lunes y martes. Siempre con una masiva participación popular.

¿Conocen la tradición de los Klapperer que eran una parte fundamental en la Semana Santa?

Varias semanas previas a la celebración de Pascua los niños que cumplían funciones de monaguillos, a los que se le sumaban a veces una veintena más, importunaban hasta el agobio a sus padres para que les concedan el permiso, primero, de actuar como Klapperer durante la Semana Santa, y segundo los ayuden a fabricar una Raschpel, tarea nada sencilla para los pequeños, pues requería poseer conocimientos de carpintería, aunque más no fueran rudimentarios, y saber cómo armar una Raschpel no solo de diseño decoroso sino que emitiera un sonido potente al hacerla girar. 
La mayoría de los padres accedían complacidos felices de que sus hijos manifestaran tanto alborozo en mantener viva esta ancestral tradición aunque tuvieran que dejar de lado actividades más apremiantes de su cotidiano quehacer, generalmente relacionado a las labores rurales; pero los había también, unos pocos, es cierto, que se negaban a perder el tiempo fabricando una Raschpel para que sus hijos anduvieran por la colonia alborotando a los perros y las gallinas, y por qué no, a algún anciano desprevenido. Los vástagos de estos padres desaprensivos, birlaban un serrucho, martillo y clavos de la herrería y unas maderas de la carpintería, y en secreto comenzaban a fabricarla ellos. Qué tan difícil puede ser fabricar una Raschpel se preguntaban unos a otros mientras ponían manos a la obra, sin distinguir, en cada martillazo, entre dedos y maderas.
Cuando faltaban dos o tres días para que entrara en funciones este original batallón, el sacerdote los convocaba a la casa parroquial para instruirlos en sus tareas. Ahí los niños que participaban por primera vez tomaban conocimiento de la actividad que se esperaba tenían que llevar a cabo durante Semana Santa y los que ya venían con experiencia de años anteriores, escuchaban sin oír, pergeñando travesuras. 
La labor de los Klapperer o die Klapperer, así se llamaba a este batallón de niños, consistía en suplir el mutismo de las campanas durante Semana Santa, cuando se “volaban” en la noche del Jueves Santo, regresando recién en la noche del Sábado Santo, con el sonido de sus Raschpel o matracas. 
Los Klapperer recorrían tres veces las calles de la colonia previo al comienzo de cada misa, reemplazando el repicar de las campanas con el estruendoso sonido de sus Raschpel, que rompía el pacífico silencio de la localidad asustando a los perros que les ladraban furiosos y a los gatos, gallinas, pavos, vacas lecheras, que disparaban despavoridos hacia campo abierto.
Cuando llegaba el momento en que debía escucharse el primer repicar de las campanas de la torre de la iglesia llamando a misa, los Klapperer salían a suplir su silencio, al grito de Zum ersten mal o la primera vez, acompañando su pregón con el atronador ruido de sus Raschpel. 
Ceremonia que se repetía cuando tenían que sonar por segunda y tercera vez las campanas de la iglesia. En estos casos los Klapperer vociferaban a los cuatro vientos zum zweiden mal o la segunda vez y zum dritten mal o la tercera vez, respectivamente.
Acto seguido, el sacerdote daba inicio a la ceremonia.
Los niños que cumplían la función de Klapperer, se la pasaban en la calle, Raschpel en mano, recorriendo la colonia en Semana Santa, volviendo locos no solamente a los animales sino, a veces, generando alguna pequeña diablura, porque, entre tan numeroso grupo de infantes, nunca faltaba uno al que se le ocurriera una brillante idea.
Las campanas enmudecían el Jueves Santo por la noche cuando se decía que die Klocken fliegen fort o se vuelan las campanas, y regresaban el Sábado Santo, también por la noche, pero esto no significaba que no hubiera misas, todo lo contrario, las ceremonias religiosas que se desarrollaban por aquellos años en Semana Santa eran muchas, a la mañana, a la tarde y a la noche, y el anuncio de todas estaba en manos de los Klapperer, que, a toda esta tarea de tener que hacer tres recorridos previos a cada misa, reemplazando el repicar de las campanas de la iglesia con el sonido de sus Raschpel, también debían levantarse de madrugada para recorrer las calles de la colonia cantando el Ave María Gracia plena, repitiendo el mismo canto a las doce del mediodía y al atardecer, porque las colonias de los alemanes del Volga, a lo largo del año, desarrollaban sus tareas al ritmo del toque de las campanas, momento en que hacían una pausa en sus labores y rezaban el Ángelus. Y como si todo esto no fuera suficiente, el Klapperer asimismo recorría las calles de las colonias anunciando el programa completo de ceremonias religiosas que se iban a llevar a cabo durante la Semana Santa.
Semejante trabajo religioso tenía su recompensa el domingo de Pascua, cuando este batallón de más de veinte niños se congregaba en la casa parroquial, para desde allí empezar a recorrer la colonia, ingresando a todos los hogares solicitando su recompensa al ritmo de sus matracas y entonando un poema ancestral afín para esa circunstancia.
Mientras tanto las familias los esperaban con alegría recompensándolos con Huevos de Pascua, elaborados por las madres, en realidad huevos de gallina bellamente decorados, algunas masitas, porciones de Dünne Kuchen o Strudel, y, muy de vez cuando, alguna familia pudiente, les obsequiaba una monedita de un centavo, todo un dineral para un niño de aquella época. (Autor: Julio César Melchior).

¿Se acuerdan cuando las campanas se “volaban” durante la misa del Jueves Santo en las colonias de antaño?

El Jueves Santo, como todos los otros días de la semana previos al Domingo de Pascua, era una jornada de introspección, de profundo silencio, las conversaciones se desarrollaban sin estridencias ni risas, hasta los niños estaban obligados a mantener recato en sus juegos: el pueblo entero estaba de luto.
Era día no laborable, para que todos pudieran vivir como corresponde la Semana Santa y no tener inconvenientes para asistir a misa.
La noche del Jueves Santo se conmemora la Institución de la Eucaristía en la Última Cena y el lavatorio de los pies realizado por Jesús y se rememora la agonía y oración en el Huerto de los Olivos, la traición de Judas y el prendimiento de Jesús.
En las colonias, además, tenía lugar un hecho tradicional para los alemanes del Volga: mientras se cantaba el "Gloria" todas las campanas de la iglesia empezaban a sonar al unísono, sonido que se esparcía no solamente por los cielos de la localidad sino hasta una amplia zona de influencia, dado el estruendoso clamor que generaban las tres campanas echadas a volar a la vez. Se decía que “las campanas se volaban”. Sí, se “volaban” todas. Porque desde ese instante quedaban mudas hasta la noche de la Vigilia Pascual, que se desarrolla el Sábado Santo.
Esta tradición de echar a volar las campanas, todavía continúa viva en muchas colonias de alemanes del Volga.
Para llamar a misa en los días subsiguientes se recurría a los Klapperer (matraqueros -traducción literal- o campaneros) que con sus Raschpel (matracas) anunciaban el llamado a misa reemplazando el sonido de las tres campanadas habituales. Pero eso ya es otra historia, que contaremos mañana. (Autor: Julio César Melchior).

sábado, 4 de abril de 2020

La vida cotidiana de la abuela durante la cuarentena

La abuela recorre la casa desde temprano, corriendo cortinas, abriendo ventanas, ventilando las habitaciones, despertando a todo el mundo a desayunar, haciendo las camas inmediatamente, recogiendo ropa para lavar, llevándola afuera para arrojarla dentro de su enorme fuentón antiguo, de chapa, fabricado hace decenas de años por un vecino de la colonia que se daba maña para esos menesteres.
Luego regresa con un balde de agua, llenado en la bomba, un trapo de piso, y se dispone a lavar cada rincón de la vivienda, mientras sus hijos y los nietos, se sientan semidormidos, refunfuñando en secreto, a desayunar.
El reloj marca las siete de la mañana. Tardísimo para levantarse, según el criterio de la abuela, y tempranísimo, aún de madrugada, según opinión de sus hijos y nietos. Que no pueden comprender de dónde saca la abuela tanta energía y voluntad para levantarse, desayunar unos mates con pan, manteca y miel, y ponerse a trabajar enseguida en sus quehaceres domésticos. Que también incluyen preparar sabrosos platos tradicionales que heredó de su madre y esta, a su vez, de la suya, pasando por infinidad de generaciones, para el almuerzo y la cena. Sin olvidar los típicos Kreppel para la hora del mate.
Nada la saca de su rutina. Ni siquiera la cuarentena. Ella ama su hogar. Ella ama su vida. Ella es feliz con lo que es y con lo que tiene. Y aún en este momento que, pese a estar atravesando una situación de angustia, como le sucede a cada vecino de la colonia y a cada ser humano del mundo, ella es feliz porque puede disfrutar de todos sus seres queridos en casa, junto a ella, viviendo bajo el mismo techo, compartiendo la vida cotidiana en familia, como antes, cuando sus hijos eran niños. Porque para la abuela su hogar y su familia, es lo más importante. Porque la abuela es pura ternura, puro amor. (Autor: Julio César Melchior).

miércoles, 1 de abril de 2020

Honor y gloria a los héroes de Malvinas

Honor y gloria a los hombres
que inmolaron su destino
en pos de la grandeza de la patria.

Honor y gloria a los hombres
que entregaron su vida
en pos de la recuperación de la tierra irredenta.

Honor y gloria a los ex combatientes:
héroes en la eternidad
y en la vida cotidiana.

Honor y gloria y eterno homenaje
a los que están
y a los que no pudieron regresar.

Honor y gloria a los combatientes de Malvinas
que nacieron de padres y madres alemanes del Volga
y dieron ejemplo de valor y coraje.

¡Sean eternos su honor y su gloria!