
Los cosecheros vivían a la
intemperie, guarecidos bajo los carros y “carpas” construidas con chapas,
bolsas, cañas de las plantas de maíz o lo que se tuviera a mano. Soportando las
largas noches. Los eternos días de lluvia. El frío. Las interminables jornadas
laborales que se extendían de sol a sol, desde el mes de abril hasta agosto. Las
heladas congelaban todo durante la madrugada. Las manos de los juntadores
terminaban tan lastimadas que muchas veces sangraban. Pero el trabajo debía
hacerse. Cuánto más se juntaba más se ganaba. Y no se iba tan lejos para perder
el tiempo.
¡Honor y gloria a nuestros antepasados! ¡Homenaje eterno a su memoria!
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