Rescata

WhatsApp: 011-2297 7044. Correo electrónico historiadorjuliomelchior@gmail.com

domingo, 31 de enero de 2021

En nuestra niñez no había chocolates ni caramelos pero siempre teníamos sobre la mesa fuentes llenas de Kreppel y Dünne Kuche que preparaba mamá

En nuestra niñez no había confites, ni chocolates ni alfajores ni caramelos ni chupetines ni turrones, pero siempre teníamos sobre la mesa fuentes llenas de Kreppel, de Dünne Kuche, de Strudel, que preparaba mamá, para mimarnos el alma y estómago. Cuánta delicia en esas tortas amasadas por las manos tiernas de nuestras madres en las madrugadas de verano, luego de ordeñar las vacas. Esas manos dulces llenas de callos de tanto trabajar en el campo, ayudando a papá en la huerta, en la cocina haciendo mil y una tareas. En nuestra niñez no sobraba la plata para ir a un kiosco y comprar golosinas, es cierto, pero eso no importaba porque mamá suplía todas esas carencias, que no eran tales, con exquisitas comidas, tortas, dulces, mucha ternura y mucho amor. ¿No es cierto?

Receta de Kartoffel und Klees

 Una receta que acompaña a nuestros ancestros generación tras generación. Investigando para mi libro “La gastronomía de los alemanes del Volga” doña Ana Schmidt me reveló que si bien esta es una comida típica de los alemanes del Volga, el plato era más frecuente entre las familias humildes y sin papa. Porque la receta base lleva harina, agua hirviendo y un poco de sal y otros ingredientes que detallamos a continuación y que estaban al alcance de todos:

Kartoffel und Klees

Ingredientes:
1 kg. de papas
½ kg. de harina
1 huevo
½ taza de agua
1 pizca de sal

Preparación:
Colocar en un bol ½ kilo de harina, agregar el huevo, el agua y pizca de sal; mezclar bien todos los ingredientes hasta obtener una masa liviana y dejar descansar ½ hora aproximadamente. Cortar las papas en dados y ponerlas a hervir. Luego tomar la masa con las manos y cortar pequeños trocitos, dejándolos caer directamente dentro del agua, que debe estar en plena ebullición. La cocción de los Klees es de 5 minutos aproximadamente. Pasar todo por colador para que escurra bien. Se puede servir con chucrut, con pedacitos de panceta dorados previamente en aceite, con crema o con huevo batido.

¿Recuerdan los veranos de aquella niñez hermosa que vivimos en las colonias y aldeas de antaño?

Cómo olvidar aquellos veranos de antaño jugando al fútbol, a las bolitas, a la rayuela, a la payana, a la escondida, a la mancha, saltando la soga o el elástico… las niñas jugando con humildes muñecas confeccionadas por mamá y los niños jugando a ser trabajadores rurales con juguetes que ellos mismos fabricaban imitando carros y máquinas rurales de uso cotidiano en la chacra.
Cómo olvidar los chapuzones en el tanque australiano, cerca del molino, en las calurosas tardes antes de que mamá nos llamara a dormir la siesta. Cómo olvidar las travesuras. Los Kreppel de la abuela. El pan casero untado con manteca y miel de mamá. Los árboles frutales y sus ciruelas y duraznos. Las conversaciones en alemán. Las canciones. Las peleas y enojos que a veces surgían y nos alejaban por media hora. Y otra vez todos juntos, riendo y jugando, pensando travesuras.
¿Cómo olvidar ese tiempo? Ese tiempo es el que fuimos tan felices. En que la vida era más simple y la dicha inmensa. En el que todavía estaban junto a nosotros mamá y papá. También nuestros hermanos y amigos.
Ese tiempo que se transformó en recuerdo y yo convertí en libro. Un libro en el que rescato todas esas vivencias, esos juegos y la felicidad que sentíamos. Una felicidad plena y única. Ese libro se llama "La infancia de los alemanes del Volga". El libro que, al leerlo, nos regresa a aquellos inolvidables años.

viernes, 29 de enero de 2021

Receta de dulce de zapallo casero de la abuela Bárbara Gertner

Cómo olvidar el sabor del dulce casero de zapallo de la abuela, que acompañaba las meriendas a lo largo del año junto al pan horneado a diario en el horno de barro. Para no olvidar sus enseñanzas y continuar su legado gastronómico y mantener vigente las recetas que los alemanes del Volga conservaron durante generaciones y generaciones, en su largo peregrinar iniciado en Alemania pasando por el Volga y su afincamiento definitivo en las aldeas o colonias en la Argentina, es que decidí rescatarlas y publicarlas en mi libro “La gastronomía de los alemanes del Volga”. Y es, precisamente de allí, de dónde extraigo la receta de la abuela Bárbara Gertner.

Dulce de zapallo

Ingredientes:
- 1 kilo de zapallo
- 500 gramos de azúcar
- Agua

Preparación:
Hervir el zapallo y hacer un puré. Agregar el azúcar y llevar a fuego bajo sin dejar de revolver. Si es necesario agregarle un poquito de agua. Cuando se obtenga el punto de mermelada, retirar del fuego y dejar enfriar. Una vez frío, envasar.

El regalo que hizo llorar a la abuela

La abuela sonrió cuando su nieta le entregó el regalo. Pero fue una sonrisa incómoda. No estaba acostumbrada a recibir obsequios. Nunca supo cómo reaccionar frente a este tipo de demostraciones de afecto. Algo lógico, teniendo en cuenta que ella era de una época en que las demostraciones de cariño eran escasas y nadie regalaba obsequios sofisticados, envueltos en envolturas bonitas, con moños de colores.
La abuela tomó el regalo tímidamente, casi temblando. Pequeñas lágrimas comenzaron a rodar por sus mejillas.
La nieta la abrazo fuerte, muy fuerte. La abuela primero no supo cómo reaccionar. Luego, paulatinamente, venciendo sus propios temores y vergüenza, respondió al gesto.
Acto seguido abrió el obsequio. Lo hizo con sumo cuidado, tratando de no dañar ni la bolsa ni el papel.
-Hay que romper, abuela. Trae suerte.
-Me da pena romper el papel. Es tan lindo -se excusó la abuela.
Nieta y abuela abrieron el regalo. Cada una siguiendo su criterio.
De entre la bolsita, el papel y el moño rojo asomaron dos libros, cuyos títulos sorprendieron a la abuela: "La gastronomía de los alemanes del Volga" y "Lo que el tiempo se llevó de los alemanes del Volga", del escritor Julio César Melchior.
Los tomó y los acercó a su pecho. Un cúmulo de recuerdos llenaron su memoria de imágenes. Del pasado llegaron escenas de su madre cocinando comidas tradicionales y de su padre trabajando el campo.
Esta vez fue la abuela quien abrazó a su nieta, emocionada y desbordada por la nostalgia e inmensamente feliz.

miércoles, 27 de enero de 2021

Receta de dulce de tomate de la abuela Amanda Desch

Compartimos la receta del dulce de tomate de la abuela Amanda, para degustar una elaboración casera como lo hacían ellas. Por ejemplo, recuerdo a mi madre cocinando dulce de tomate exclusivamente para mi padre a quien le encantaba comerlo. Era una tradición familiar que se repetía año a año y una profunda demostración de amor.
La receta de la abuela Amanda Desch que presentamos a continuación también la pueden encontrar en el libro "La gastronomía de los alemanes del Volga", junto a muchas recetas más de todos los dulces caseros que preparaban las abuelas en los veranos para guardar y atesorar en las despensas para los inviernos.

Ingredientes:
- 1 kilo de tomates enteros
- Azúcar

Preparación:
Poner en una olla el contenido de los tomates y medir igual cantidad de azúcar y de agua. Hervir por una hora a fuego suave, hasta que adquiera la consistencia deseada.

La abuela le enseña a su nieta a elaborar la receta de los Kreppel

-Y ahora vamos a preparar Kreppel -le dijo la abuela a su nieta Marilina comenzando a limpiar la mesa con el trapo rejilla. Mientras yo le introduzco más astillas a la cocina a leña para que vaya tomando temperatura -agregó-, vos andá a la despensa a buscar harina, azúcar, huevos, aceite, crema, leche cortada…
-Leche cuajada - la corrigió su nieta.
-Para mí siempre fue leche cortada y en alemán Dickimilch -sostuvo la abuela- y no le voy a cambiar el nombre a esta altura de mi vida. No te parece, mi amor?
Marilina no dijo nada. Se quedó en silencio, pensativa, yendo y viniendo de la despensa, trayendo los ingredientes que le iba solicitando la abuela.
-Sabés qué, abuela? -dijo Marilina poniendo los huevos y la harina sobre la larga mesa de madera, alrededor de la cual crecieron sus bisabuelos, abuelos y padres y tíos. Una mesa que fue pasando de generación en generación y durante años estuvo en la familia.
-¿Qué, querida? -preguntó la abuela empezando a elaborar la masa. Antes que me digas lo que querés decirme, no te olvides del palo de amasar.
Marilina regresó a la despensa para buscar el palote.
-Te quería contar, abuela -dijo Marilina, que ayer compré un libro que se llama "La gastronomía de los alemanes del Volga", que trae más de ciento cincuenta recetas…
-Sí -interrumpió la abuela. Lo conozco. Es de Julio César Melchior. Me vino a visitar cuando estaba reuniendo material.
-En serio, abuela?
-Sí! Es verdad, querida. Hay una receta que es de mis ancestros. Mis abuelos la trajeron del Volga.
-En serio? -volvió a repetir sorprendida la nieta. Y cuál es, abuela?
-Mirá el libro, leelo, y fijate si la encontrás -sonrió la abuela.
-Eso es imposible. No vale, abuela.
-Pone la sartén sobre la cocina a leña y echale abundante aceite. A mi me gusta freír los Kreppel con grasa pero esta semana no conseguí. Así que no me queda más remedio que hacerlos en aceite.
-No me vas a decir, abuela? -insistió Marilina.
-No sé, no sé! Lo voy a pensar -volvió sonreír la abuela. Primero terminemos de elaborar los Kreppel. Después nos sentamos a comerlos calentitos, mientras tomamos unos ricos mates, y te cuento lo que quieras. Sí? De acuerdo?
-Si no me queda más remedio -se resignó Marilina, aprestándose a tirar el primer Kreppel dentro del aceite caliente.

El niño busca leña para el invierno

El niño empuja el carrito que construyó su padre. Unas cuantas maderas prolijamente clavadas, un eje y dos ruedas de acero. Va rumbo al arroyo a buscar leña. Día tras día, durante todo el verano. Sin embargo, va sonriendo. Al regresar, cargado hasta más no poder, se engancha al carrito cual si fuera un caballo de tiro. Llega a casa cansado, trayendo ramas de eucalipto y sauce que juntó en la ribera del arroyo mientras, de vez en cuando, tiraba alguna piedra con la gomera.
Lo descarga. Descansa un rato. Y después toma el hacha y comienza a cortar las ramas acumulando astillas que van creciendo en un cúmulo de leña acomodada para el invierno. Para calentar el hogar, cocinar las comidas, y brindarle abrigo a su madre y hermanos.

martes, 26 de enero de 2021

Receta de los Brotschnitze: una delicia culinaria elaborada a base de pan duro

Nuestras abuelas debían ser excelentes administradoras del hogar cuando las épocas no ayudaban. Por eso sabían hacer, con elementos básicos y sencillos, delicias que todos recordamos. Como estos sabrosos...

BROTSCHNITZE

Ingredientes:
1 taza de harina
½ litro de leche
2 huevos
1 de pizca
2 cucharadas de azúcar
Pan de unos días de antigüedad

Preparación:
Mezclar todos los ingredientes hasta obtener una masa líquida y liviana. Cortar el pan en rodajas; remojarlo en la masa; y freírlo en la sartén con un poco de grasa.

La receta fue extraída de mi libro "La gastronomía de los alemanes del Volga", donde podrán encontrar mas de 150 recetas tradicionales de nuestros ancestros.

La abuela le enseña a su nieta a elaborar Maultasche (Varenick)

Sonia le había pedido a su abuela que le enseñara a elaborar y cocinar Maultastache. La abuela, como respuesta, le propuso:
-Vení mañana a casa y los preparamos juntas. Así va a ser más fácil para vos.
A Sonia le pareció una idea estupenda. Por dos razones. Primero y fundamental, aprendería a cocinar Maultasche, y segundo, almorzaría los Maultasche de la abuela.
-Que son riquísimos -pensó. No hay como los que prepara ella.
-Bueno… -dijo la abuela. Andá trayendo a la mesa harina, sal, huevos, crema, la ricota…
-Pará, pará, abuela, no vayas tan rápido.
-Cuántas veces en tu vida comiste Maultasche, querida? -preguntó la abuela.
-Muchísimas -respondió Sonia, que tenía 16 años.
-Y nunca le prestaste atención qué llevan los Maultasche y con qué se hacen?
Sonia se puso seria. Ese comentario no le gustó para nada. La hacía sentir juzgada y condenada. Como si su abuela le hubiera dicho la frase que permanente le repite a su madre "los jóvenes actuales no sirven para nada. Ni lavarse los calzones saben".
-Muy bien -continuó la abuela, como si nada hubiera sucedido. Vamos a comenzar. Tiramos los ingredientes en una fuente redonda: la harina, la sal y los cuatro huevos.
-Cuánto de harina? Cuánto de sal? -preguntó Sonia un poco decepcionada con la explicación que le estaba brindando su abuela.
-Eso es fácil, querida. Te vas a dar cuenta vos misma mientras los vayas amasando. No tienen mucho secreto, como verás. Todo es muy sencillo.
-Claro! Muy sencillo! Para vos es sencillo, abuela, que ya los sabés preparar pero no para mí, que los quiero hacer por primera vez -argumentó molesta Sonia.
-Me viste hacerlos desde bebé -insistió la abuela. Me vas a decir que no son fáciles de hacer?
Sonia no respondió. Solamente atinó a bajar la mirada.
La abuela continuó colocando y uniendo ingredientes.
-Mirá -explicó la abuela. Se mezcla bien todo hasta obtener una masa que se pueda trabajar con el palote.
-Y el relleno, abuela?
-Paciencia, querida, paciencia. Ya vamos a llegar al relleno. Primero termino de unir esto. Vos andá pelando dos o tres manzanas. No muchas -volvió a explicar de manera ambigua la abuela.
-Dos o tres manzanas -refunfuñó pensando Sonia. Así no voy a preparar nunca.
-Después, en otra fuente redonda, se unen la ricota, las manzanas cortadas en pequeñas rodajitas, la crema y el azúcar. Así! Mirá! Revolviendo para que todo se una. Con paciencia -repitió la abuela.
-Y las cantidades? Cuánto de ricota y de crema? Y de azúcar? -insistió Sonia.
-Eso te lo va a dar la experiencia. No seas tan ansiosa. Prestá atención en cómo los hago. Viste que no tienen ningún secreto? Es muy fácil.
Sonia no dijo nada. No quería herir a su abuela insistiendo en las cantidades y las proporciones. Sabía que eso le sacaría la sonrisa. Porque la abuela era de pocas pulgas.
-Y finalmente -continuó la abuela, se estira la masa sobre la mesa, se cortan cuadrados o rectángulos, como a vos más te guste, se rellenan y se cierran así: mirá! Con mucho cuidado, para que no se abran cuando los arrojamos dentro del agua hirviendo. Y eso es lo que vamos a hacer ahora, a hervirlos.
Sonia ya no decía nada. No opinaba. No preguntaba. Sólo miraba. Nada más.
-Una vez que los Maultasche están cocidos hervidos -prosiguió la abuela, se los escurre y se le puede poner encima trocitos de pan dorados previamente en aceite o una cebolla dorada también en aceite. Antes se usaba grasa. Viste que fácil de hacer que son? No hay nada más fácil para cocinar que los Maultasche -concluyó la abuela.
Sonia no opinó. Sólo pensó en que si deseaba aprender a cocinar los Maultasche iba a tener que conseguir el libro "La gastronomía de los alemanes del Volga", del escritor Julio César Melchior.
-No me queda otra -reflexionó almorzando los ricos Maultasche de la abuela.

¿Quién se acuerda de esta canción infantil: Backe, backe Kuchen?

 
A lo largo de mi investigación para reunir material para publicar mis libros “La infancia de los alemanes del Volga” y “La gastronomía de los alemanes de Volga” muchas abuelas recordaban y cantaban esta canción. Generalmente la sabían completa. Eso sí, como sucede con la mayoría de las canciones infantiles de los alemanes del Volga, que se transmiten de generación en generación, de manera oral, muchas veces sucede que cambia algún verso, alguna palabra, o alguna rima. Pero eso no quita ni la esencia, ni el mensaje ni la antigüedad de estas entrañables canciones infantiles. ¿Quién recuerda a su madre cantando “Backe, backe Kuchen” mientras horneaba algún Dünne Kuche en la cocina a leña?

Fotografías de cómo se elaboran los Wickelnudel o Wickelkleis

 Les presentamos el paso a paso de la elaboración de uno de los platos más tradicionales de los alemanes del Volga: los Wickelnudel o Wickelklees. La receta la encontrarán en mi libro “La gastronomía de los alemanes del Volga”. La preparación y la producción fotográfica son gentileza de Graciela Hernández.

lunes, 25 de enero de 2021

Receta del budín de pan de los alemanes del Volga (Füllsen)

El compañero de cada comida relevante. En las celebraciones, en las reuniones familiares, en las bodas, en la mesa de domingo, algo que hoy nos parece simple y sencillo fue, durante siglos, un manjar y un privilegio de tener sobre la mesa. El día de hoy seguimos considerando al Füllsen un manjar que acompaña la carne al horno con papas, y es, sin duda, un distintivo de la gastronomía de los alemanes del Volga.

Los Wickelnudel de la abuela

-Llegaste justito Camila para ayudarme a cocinar Wickelnudel. ¿Me vas a ayudar? -preguntó la abuela a su nieta, que acababa de llegar con la mochila con la que se movía habitualmente de acá para allá, arrastrando libros de estudio.
-Sí! -respondió la nieta entusiasmada. Así aprendo a cocinarlos. Mamá nunca me deja entrar a la cocina cuando está cocinando porque dice que mi función en la casa es estudiar y recibirme.
-¡Y tiene razón! -agrega la abuela. Tenés que estudiar para ser una buena médica.
-Pero las médicas también cocinan -opinó la nieta. ¿O caso las médicas no comen, abuela?
-Sí, Camila, comen; pero tienen empleadas que les preparan la comida.
-Pero yo quiero aprender las recetas alemanas. En las grandes ciudades nadie las sabe cocinar. Y en las colonias, a veces también pasa, porque nuestras madres no nos enseñan a cocinar desde chicas como hicieron ustedes, abuela, con ellas.
-Era otra época, Camila. Tenían que aprender obligadas porque tenían que salir a trabajar desde muy pequeñas. Tu mamá empezó a trabajar a los doce años. ¡Pobrecita! Con tu abuelo tuvimos trece hijos y dos fallecidos. Había que alimentar a tanta gente. Hoy las cosas cambiaron: todos tienen solamente uno o dos hijos, entonces todo se vuelve más sencillo. Los pueden mandar a estudiar. Algo imposible para tu madre. Ninguno de tus tíos pudo terminar la primaria. Todos tuvieron que salir a trabajar al campo. Tu abuelo murió muy joven y eso lo hizo todo aún más difícil. Pero dejemos eso, es historia pasada -se interrumpió abuela. ¿Vamos a cocinar Wickelnudel? ¿Sí? Bueno, vos andá preparando unos ricos mates, así no te aburrís mientras mirás.
La nieta obedeció. Fue a la alacena, sacó la yerba, el mate y todo lo necesario para prepararlo.
La abuela limpió la mesa de madera y sobre una tabla de madera empezó a cortar un pequeño corte de carne en trozos, después pico una cebolla, dos zanahorias y tres papas.
-Esto, y algunas cositas más, es para el estofado donde se van a cocinar los Wickelnudel. Ah! También hay que salar y condimentar bien para que la salsita salga rica. Todo esto lo ponemos a rehogar en una olla con unos chorros de aceite, sobre la cocina a leña. Y lo dejamos ahí, revolviendo de vez en cuando.
-Pero, abuela, no estás diciendo las proporciones. ¿Cuánto de carne?¿Cuántas zanahorias?
-Más o menos, medio kilo de carne. Si tenés menos no importa. Hay que saber arreglárselas como lo hacían nuestros antepasados, que siempre les faltaba de todo. Mi madre, a veces, cocinaba Wickelnudel sin carne. Le agregás dos o tres zanahorias. Una o dos cebollas, de acuerdo al tamaño. Eso lo vas a ver a medida que las vas cortando. Algunas papas. Unas pizcas de condimentos. De los que más te gusten, para que tome rico sabor.
-Uh! Pero así es muy difícil, abuela -se quejó la nieta. Cómo voy a saber cuál es la cantidad necesaria de cada cosa, si nunca preparé una salsa en mi vida.
-Ya vas a aprender -Camila. Ya vas a aprender. Paciencia.
Camila no estaba tan convencida. La abuela se desenvolvía con tanta seguridad.
-Ahora a preparar la masa -exclamó la abuela.
-Sí! -los Wickelnudel!
La abuela limpió bien la mesa, primero con un trapo húmedo y luego seco. Espolvoreó un poco de harina y mientras elaboraba la masa, explicaba:
-Arrojás un montoncito de harina bastante generoso. Le agregás levadura. Una pizca de sal. Uno o dos huevos. Un poco de leche. Unís todo y amasás. Una vez que tenés una masa homogénea la ponés sobre la mesa y la aplanás con el palo de amasar. La enrollás. La untás con aceite. Y la cortas en rollitos de unos cinco centímetros, más o menos. Y finalmente, la dejás reposar durante un rato.
-Me quedó reclara -comentó la nieta con una sonrisa de joven para nada conforme con la explicación. Es imposible que yo haga eso. Uno o dos huevos, tres o cuatro cebollas, más o menos un kilo de harina y no sé qué más!
-No! Un kilo no! -corrigió la abuela. Es demasiado.
-Y después? -preguntó la nieta.
-Paciencia, Camila. En la cocina todo se hace con mucha paciencia y tiempo, para que las cosas salgan ricas. Pero te cuento: después de que hayan pasado unos minutos, colocamos los Wickelnudel sobre la salsa de carne y verduras que preparamos en la olla, que no tiene que ser muy líquido porque la masa se tiene que cocinar al vapor. Si es muy líquido tenés que retirarle un poco de jugo. Colocás los Wickelnudel y los tapás. Se cocina sin quitar la tapa de la cacerola a fuego muy bajo.
-Parece tan fácil cuando te miro mientras los preparás y, sin embargo, es tan difícil. No a todo el mundo le salen los Wickelnudel tan ricos como a vos. Quedé mareada con todo lo que hiciste. Es un lío las cantidades y las proporciones.
-No te preocupes -la consoló la abuela y fue a la pieza a buscar un regalito envuelto en papel de librería.
Qué raro! -pensó la nieta. La abuela yendo a una librería. Justamente ella, que solamente leía la Biblia y, de vez en cuando, algún diario local que le prestaba la vecina. Ella prefería la radio como soporte informativo. Allí también se enteraba quién fallecía en el pueblo.
-Es para vos -dijo sonriente la abuela.
-Para mí? -preguntó desconcertada la nieta.
-Sí, Camila. Abrilo. Hay que romper el papel porque trae suerte. No te olvides.
Así lo hizo la nieta. Y descubrió el libro "La gastronomía de los alemanes del Volga", del escritor Julio César Melchior.
La nieta lo ojeó. Sus ojos se iluminaron. Abrazó a su abuela fuerte, muy fuerte, estampando un beso sonoro en la mejilla.
-Es para que aprendas a cocinar nuestras recetas. Hay más de ciento cincuenta. Explicadas paso a paso. Es un muy buen libro, que rescata nuestras comidas. Te va a encantar.
-Gracias! Gracias! Gracias! Sos un amor, abuela! Estás en todos los detalles.
La abuela emocionada empezó a limpiar la mesa, para que su nieta no se diera cuenta que estaba a punto de llorar de alegría. (Autor: Julio César Melchior).

Receta de dulce de higo de doña Imelda Strevensky

Durante la época estival las abuelas, como antaño, cuando aún éramos niños cocinan ricos dulces caseros. Algunas de ellas todavía lo hacen sobre las típicas cocinas a leña, también como antaño cuando éramos niños. Se pasan horas y horas, primero pelando la fruta, y luego revolviendo la olla mientras se cocinan. Así es como hacen dulce de higo, zapallo, tomate, ciruela, etc.
Hoy les presentamos la receta del dulce de higo de la abuela Imelda Strevensky que, junto con una extensa variedad de recetas de dulces de frutas, hortalizas y verduras, aparece publicada en mi libro "La gastronomía de los alemanes del Volga".
He aquí la receta de la abuela Imelda:

Ingredientes:
- 1 kg. de higos no muy maduros
- 3/4 kilo de azúcar

Preparación:
Pele los higos. Haga un almíbar medio y retire del fuego. Agregue la fruta entera y deje reposar durante 5 minutos. Ponga todo al fuego hasta que los higos tomen un color cristalino. Ponga la fruta en un colador y haga hervir el almíbar hasta que quede más espeso. Vuelva a verter la fruta y deje hervir por 5 a 10 minutos a fuego alto. Vierta la preparación en frascos.

sábado, 23 de enero de 2021

La sabiduría de nuestros ancestros

 La sabiduría empírica de nuestros ancestros nos permite reconocer en cada dicho y refrán la verdad irrefutable. Verdades que nos acompañan a través de los siglos y que nosotros, fruto de generaciones, debemos conservar y aplicar.
¿Conocen este dicho?

Doña María, de 86 años, cuenta cómo era ser niña en las colonias de antaño

La casa de mi niñez tenía solamente una habitación, dónde dormíamos mamá, papá, mis cuatro hermanos y yo, y en la cocina, donde estaba la cocina a leña, había una mesa larga, unas pocas sillas, un banco largo de madera, contra la pared. Era de adobe con chapa de techo cubierto con paja de trigo. Cada vez que soplaba un viento fuerte teníamos miedo que se nos volara todo. También estaba el infaltable Nuschnick, a unos cuantos metros de la vivienda y la bomba de agua, con su pileta de cemento” -revela.
“Comida había muy poca, la esencial para sobrevivir: mucha harina, leche y levadura, carne, verduras… y lo que nos traían los vecinos para completar el menú. Frutas casi no veíamos, salvo que los frutales de la colonia estuvieran en plena producción. Golosinas ni hablar. Eran un lujo que nadie podía darse” –afirma.
“La ropa escaseaba. Teníamos una muda para los días de semana y otra para los domingos, para ir a misa. Las prendas las cosía mamá, con moldes que ella misma diseñaba. Las hacía para el hijo más grande de la familia y de allí en adelante, un hermano se pasaba la ropa al otro. Al último siempre le tocaban prendas gastadas y remendadas” -confiesa.
“Lo mismo sucedía con los útiles escolares. Se compraban una sola vez y luego pasaban de hermano en hermano” -agrega.
“Para ayudar en la economía hogareña, salíamos a pescar mis hermanos y yo. No solamente pescábamos peces sino que también atrapábamos nutrias, peludos, mulitas y cuanto bicho podíamos agarrar: todo venía bien para la olla familiar” -evoca.
“Tiempo para jugar había poco, como asimismo había poco tiempo para asistir a la escuela. Ni jugar ni ir a la escuela. Primero estaba el trabajo y ayudar a criar a los hijos que nuestros padres traían al mundo” -sostiene.
“La vida era distinta. Empezamos a trabajar seriamente a los once años. A esa edad me mandaron a tomar empleo en un campo, como ayudante de cocinera en una cosecha de trigo. Y a partir de ese momento no paré nunca, hasta que me jubilé. Eso sí, el sueldo había que entregarlo en casa. A ningún hijo se le hubiese ocurrido no entregar el sueldo a sus padres” –finaliza.

¿Se acuerdan de esta canción/juego de nuestra infancia?

Recuerdan cuando cantábamos “Yo soy yo y tú eres tú…” Para después revelar “me llamo…”. Y concluir preguntando: “y ¿Cómo te llamas tú? Era una canción/juego muy popular sobre todo en los recreos. En muchas ocasiones el “Me llamo…” y el “cómo te llamas tú” terminaba en chanzas y bromas. Algo muy común entre los niños de aquella época. Que eran rápidos, ingeniosos y creativos no solamente para los juegos sino también para la invención de sobrenombres.

miércoles, 20 de enero de 2021

Para casarse, una mujer debía saber cocinar, coser, tejer, bordar y cumplir con todos los mandatos maritales, religiosos y sociales

En tiempos de nuestras madres y abuelas, la mujer para casarse tenía saber cocinar, coser, realizar todas las actividades del hogar y colaborar con el marido en los quehaceres rurales. También tenía que destacarse en sus virtudes personales, en el temor y la fe en Dios, el respeto y la sumisión al esposo y mantener vigentes las tradiciones ancestrales en el seno familiar.
La mujer cargaba sobre sus espaldas todo el peso de la familia. Por eso conversar con mujeres de edad avanzada significa rescatar y revalorizar y conocer distintas pinceladas de la historia cotidiana de los pueblos alemanes. Ellas nos pueden pintar un cuadro real de cómo se desarrollaba la vida femenina en los primeros tiempos de las colonias y cómo se desenvolvían sus existencias en una sociedad basada en férreas tradiciones religiosas y arraigadas costumbres machistas y para nada igualitarias.
“Los sábados mamá nos hacía levantar temprano –recuerda una abuela de noventa años- y había que realizar las tareas de la casa; nosotros teníamos un patio amplio, y como yo era la más pequeña tenía que barrerlo y limpiar los gallineros. Entre todas las hermanas mujeres teníamos que lavar la ropa de toda la familia. Coserla, remendarla, plancharla... porque el lunes los hermanos y papá volvían a sus tareas rurales, en las que también teníamos que colaborar, ayudando en lo que podíamos. En los atardeceres teníamos que regar la quinta con grandes baldes llenos de agua que eran pesadísimos. Además teníamos que carpirla y mantenerla limpia de yuyos. En una palabra: las mujeres, tanto hijas como mamá, hacíamos todas las tareas domésticas más todo el trabajo que nos exigía realizar papá en el campo, donde trabajábamos a la par de él”.
La mujer se pasaba la mayor parte de su juventud embarazada. Cada matrimonio tenía por regla general más de diez hijos. Pero el estar embarazada no la liberaba de realizar las labores que le exigía el marido. Porque él era el jefe de familia y se hacía lo que él decía. Su opinión era sagrada y no se discutía jamás. Esto era así porque en los pueblos alemanes la sociedad se regía por el sistema patriarcal, con códigos que en la actualidad se considerarían machistas y nada igualitarios para la mujer pero que en aquellos años eran aceptados y moneda corriente en la mayoría de las culturas inmigratorias.
“El papel de la mujer era servir a todos los que compartían la familia y su actividad se orientaba a cuidar, alimentar, educar, atender en las enfermedades y acompañar en la hora postrera. Era la ama de casa –reflexionan los historiadores Generoso Stang y Orlando Britos – pero al mismo tiempo estaba sujeta a la misión que se le asignaba. Estaba dotada de autoridad para llevar a cabo su misión de cuidar la economía familiar; dedicarse a la educación de los niños, especialmente a las hijas mujeres a quienes debía instruir en las tareas propias de una mujer; enseñándoles los caminos para administrar su hogar, los conocimientos de cocina, sin descuidar en lo más mínimo la educación religiosa”.
“La mujer se pasaba el día trabajando: elaborando los alimentos; la vestimenta para los integrantes del hogar; hilaba lana; tejía; bordaba” y, como ya dijimos, colaboraba en mil quehaceres más trabajando casi a la par del marido. No era una vida sencilla pero, a su manera, fue feliz. Al menos es lo que sostienen la mayoría de ellas al ser consultadas. Autor: Julio César Melchior (Para leer más sobre el tema consultar mi libro “La vida privada de la mujer alemana del Volga”, que se puede recibir en cualquier localidad del país, por correo).

La casa de mi abuelo

La casa de mi abuelo era de ladrillos y adobe. Puertas y ventanas pintadas de verde. Una galería pequeña donde solían jugar los niños. Dos cocinas: una de invierno y otra de verano. La de invierno tenía una cocina a leña, alimentada con bosta de vaca, una mesa de madera curtida, un banco largo contra la pared y varias sillas remendadas. La cocina de verano era más austera pero, en lo esencial, repetía el mismo decorado.
Al frente un jardín. Al fondo una huerta y un gallinero. Cerca de la vivienda una bomba de agua. Y allá lejos, casi al final del patio, un Nuschnick. Al lado una dependencia donde residía el cerdo que aguardaba la época de la carneada. Junto a él, pastando una vaca y su ternero, que daba la leche para el desayuno de los niños, y un caballo que utilizaba abuelo para ir y venir del campo.
Un galponcito de chapa con los enseres de trabajo y la bosta de vaca estivada durante el verano para pasar los crudos inviernos.
También había un horno de barro donde abuela horneaba el pan diario, bien temprano, en la madrugada.
La casa de mi abuelo fue también mi casa. El hogar donde viví mi infancia y mi adolescencia. El lugar y el ámbito donde mis padres forjaron mi identidad.

Nuestros abuelos sabían que los sueños siempre se concretan

De la lucha, a veces diaria, cotidiana y silenciosa, la mayoría de las veces llena de sacrificio, de esfuerzo y mucho trabajo, depende no sólo la satisfacción personal del deber cumplido sino la alegría y felicidad de todos aquellos que confían en nosotros. Por eso es importante saber, comprender y entender que no hay que defraudar a todos aquellos que confían en nosotros. Y lo más importante: jamás debemos defraudarnos a nosotros mismos.
Nuestros abuelos sabían que los sueños y proyectos siempre se concretan, que no existe obstáculo alguno que pueda impedir su realización, que el hombre junto a su familia y a sus hijos, es capaz de realizar cualquier sueño que sueña, solamente tiene que tomar la decisión de transformarlo en proyecto y luego tener la voluntad suficiente para trabajar sin pausa y denodadamente para concretarlo.
Por eso nuestros ancestros fueron capaces, en base a grandes y fundamentales decisiones, de llevar a cabo proyectos que hoy nos parecen casi imposibles de realizar. Partieron de Alemania rumbo a orillas del río Volga, para conquistar una estepa desolada y devastada donde sólo reinaba la tierra virgen, la nieve y la soledad. Allí fundaron decenas y decenas de aldeas. Lucharon no solamente contra el clima sino también contra la mezquindad del gobierno ruso que muchas veces les negaba cualquier tipo de colaboración. Y como si todo esto no fuera poco, durante los primeros años tuvieron que soportar el asedio de tribus nómades que atacaban por sorpresa, destruían, tomaban prisioneros y hasta asesinaban sin piedad.
Transcurridos los años y habiendo logrado transformar la desolada estepa rusa en un mar de trigales, un enorme espacio productivo y generoso, nuevamente tuvieron que lanzarse al camino para comenzar una nueva vida. Soñar otros sueños, proyectar otros proyectos y pensar en un futuro mejor para ellos y sus descendientes. Así es como comienzan su peregrinar rumbo a América, algunos de ellos a Estados Unidos, Canadá, Brasil, Argentina. Otra vez creyeron en sí mismos, levantaron pueblos, colonias y aldeas. Araron la tierra. La sembraron con el sudor de sus frentes. Y con los años estas tierras vírgenes también se transformaron en productivas, donde el trigo abastecía generosamente a amplias y grandes regiones y aportaba riqueza a las jóvenes naciones americanas.
Todos los detalles de esa epopeya gigante que acaeció a lo largo de muchos años y varias generaciones, merecía ser rescatada, revalorizada y difundida. Por eso durante largos años y largas jornadas y noches de trabajo fui reconstruyendo todo ese itinerario, abarcando no solamente lo visible, sino también la cotidianidad, lo que muchas veces no es tan elocuente a la mirada de las generaciones presentes. Me aboqué a darle nuevamente vida a la epopeya emigratoria, a la vida de nuestros abuelos, a las costumbres, a las tradiciones, rescatando y revalorizando el papel trascendente y fundamental que tuvieron las mujeres en toda esta historia, también rescaté y visibilicé la infancia, la forma de vida, la forma de ser, la identidad, la gastronomía, en suma la identidad toda del pueblo de los alemanes del Volga.
Los libros que visibilizan, rescatan, revalorizan la historia de nuestros ancestros son: “Lo que el tiempo se llevó de los alemanes del Volga”, “La vida privada de la mujer alemana del Volga”, “La infancia de los alemanes del Volga” y “La gastronomía de los alemanes del Volga”.

martes, 19 de enero de 2021

¿Quién se acuerda de esta canción de cuna que nos cantaba mamá Schlaf, Kindlein, Schlaf?

 
Schlaf, Kindlein, Schlaf es la canción de cuna por antonomasia de los alemanes del Volga. La cantaron las madres en Alemania, en las aldeas en el Volga y en las colonias y aldeas de la Argentina, mientras acunaban al bebé en brazos o dentro de la cuna. La llevaron consigo durante las dos emigraciones. Su origen se pierde en los tiempos, por eso existen varias versiones. También se podría afirmar que existen varias versiones porque antiguamente la transmisión era de manera oral y también porque muchas veces la creatividad de las madres le agregaba o cambiaba la letra.

Duerme, niñito, duerme

Duerme, niñito, duerme.
Tu padre cuida las ovejas,
tu madre sacude los arbolitos
y cae un sueñito.
Duerme, niñito, duerme.

Duerme, niñito, duerme.
Las ovejas cruzan por el cielo,
las estrellitas son los corderitos.
La luna es el pastorcito.
Duerme, niñito, duerme.

Duerme, niñito, duerme.
Y te ofreceré un corderito,
con una campanita de oro:
será tu compañero de juego.
Duerme, niñito, duerme.

¿Quién se acuerda del Schaukelstuhl (mecedora)?

En muchos hogares había un Schaukelstuhl en el que después de la cena, la abuela se sentaba a tejer o a realizar cualquier otro tipo de tarea doméstica, como por ejemplo zurcir la ropa, y finalizando la noche a leer la biblia o rezar su rosario mientras se mecía apaciblemente. En tanto el abuelo se sentaba a fumar su pipa. Siempre junto a la cocina a leña en las largas noches de invierno. Autor: Julio César Melchior.
Para mas recuerdos como este no dejen de consultar mi libro "Lo que el tiempo se llevó de los alemanes del Volga". Para mayor información comunicarse por mensaje privado o al 01122977044.

El regalo que hizo llorar a la abuela

Dos lágrimas rodaron por las mejillas de la abuela -mientras abrazaba el libro que su nieta le había obsequiado.
Lloraba en silencio un llanto contenido durante años. Uno de esos llantos que reparan y curan el alma. Esos llantos que redimen y reivindican toda una vida.
Porque ese libro era mucho más que eso, era la revalorización de su existencia y de la existencia de todas las mujeres de las colonias y aldeas de alemanes del Volga. Era una especie de diario íntimo contando sus secretos, para que todos comprendieran la angustia, el dolor y todo el sufrimiento reprimido que las mujeres tuvieron que soportar durante toda su existencia a causa del sistema patriarcal y los severos mandatos machistas y sociales, manteniéndola dentro del hogar y las obligaciones conyugales, sin espacios posibles para pensar un poco en sí mismas y en lo que verdaderamente querían hacer de sus vidas.
Tenían que trabajar desde niñas para colaborar en la economía familiar y en la crianza de la infinidad de hijos que sus padres concebían, casarse jóvenes, a veces, con un marido que el padre elegía, y volver a repetir el papel de sus madres: dedicarse al hogar, parir, criar y educar todos los hijos que Dios mandara, cocinar, lavar montones de ropa, coser, planchar, trabajar en la huerta, ayudar al marido en las tareas rurales y, como si todo eso no fuera poco, en ocasiones, también planchar o coser para afuera o trabajar de sirvienta para aportar un peso extra a la siempre exigua economía familiar.
Por eso la abuela lloraba y la nieta la dejaba llorar, para que desahogara tantos años de silencio y represión.
El libro que la nieta le había obsequiado y la abuela tenía abrazado junto a su pecho, se llamaba "La vida privada de la mujer alemana del Volga", del escritor Julio César Melchior.
La abuela recordó a su madre, que había parido y criado catorce hijos y fallecido a los 45 años. Recordó a todas las mujeres de su niñez que a los 50 años ya era consideradas ancianas y vestían de negro. Rememoró su propia vida. Sus años de trabajo en el campo. Las épocas de juntar bosta de vaca para la cocina a leña, ordeñar las vacas lecheras a las cuatro de la mañana, hornear el pan en el horno de barro, cocinar para ocho peones, además de su propia familia, compuesta por nueve niños, mantener un gallinero, un criadero de cerdos para la carneada, sembrar y regar la huerta, los frutales, ayudar al esposo en las tareas rurales, sobre todo en tiempo de cosecha, cuando la cantidad de peones se duplicaba o triplicaba, lo que significaba más hombres a los que cocinarles.
Recordó la primera noche que pasó con su marido, después de la fiesta de boda. El desconocimiento absoluto que tenía sobre el sexo, un tema tabú del que era pecado hablar. El pánico. El terror que sintió. Y el deseo de volver a casa, con su madre. En una sola noche, pasó de ser niña a mujer, sin punto intermedio. Y a los nueve meses nació su primer hijo. A los pocos meses, la abuela cumpliría 16 años.
-Sin embargo, no todo fue tan malo -se consoló. Amaba a mi marido y mis hijos me hicieron muy feliz. Además, la vida, en aquellos años, fue dura para todas las mujeres. Y no hay más remedio que aceptar el destino que Dios escribe para nosotros el día que nacemos.
Para obtener mayor información sobre el libro “La vida privada de la mujer alemana del Volga” comunicarse por privado o al 01122977044.

sábado, 16 de enero de 2021

La casa de adobe: historia de vida de don Alfredo Rigelhof

 La vivienda era precaria, estaba construida con adobes, revocada con barro, pintada a la cal, y con piso de tierra. Tenía solamente dos dependencias, una que cumplía las veces de cocina y otra, de habitación. La única puerta que daba al patio, lo mismo que la que daba al dormitorio, al igual que las dos ventanas, una para la cocina y otra para la pieza, estaban pintadas de verde.
El único lujo, y a la vez, el único confort, que sus moradores poseían, era una cocina a leña, en la que se cocinaban y horneaban todos los platos que ponían sobre la mesa, y con la que calentaban toda la casa en invierno.
También tenían una mesa larga de madera, varias sillas, un enclenque mueble para los enseres domésticos, una cama matrimonial y otra de una plaza y dos colchones, que yacían tirados en el piso.
En la vivienda vivían don Alfredo, su esposa y seis hijos. El mayor tenía trece y el menor dos años. Ninguno asistía a la escuela. Todos debían aportar, con su trabajo, en la manutención del hogar. De nada sirvió que la monja superiora tratara de convencer al hombre de que sus hijos merecían una educación. “Y quién me ayuda en el campo? Usted?” -fue la respuesta. “Somos muchos en la casa y todos quieren comer”.
La vivienda había sido levantada a unos cien metros del pueblo. Cerca de un arroyito. Los niños, en verano, junto a la madre, cultivaban una quinta, como para alimentar a toda la colonia. Cosa que intentaban, porque todos los días, bien temprano a la mañana, madre e hijos, recorrían el pueblo vendiendo verduras y hortalizas.
Tenían una vida sacrificada. Dura. Llena de privaciones. Que, con los años, se profundizó, porque fueron naciendo varios niños más. La pobreza no parecía un límite para concebir más niños. Más bien, parecía todo lo contrario.
Tampoco el poco espacio que había en la casa era un límite para traer más hijos al mundo. En vez de ampliarla, cosa difícil, ante una situación de humildad tan extrema, se solucionaba el inconveniente desparramando colchones en la cocina durante las noches, que generalmente eran compartidos por más de dos niños.
Todos crecieron sanos y de uno en uno fueron abandonando la casa para luego casarse.
Finalmente don Alfredo y su esposa quedaron solos, en la casa de adobe, junto al arroyito.
Primero murió don Alfredo, a los 83 años, y unos meses después, lo siguió su esposa.
La vivienda, de adobe, pintada a la cal, con puertas y ventanas verdes, quedó sola, a merced del tiempo.
Un día, transcurridos muchos años de soledad y olvido, un viento fuerte se llevó el techo. Y la casa empezó a morir.
Para conocer y recordar mas historias de vida de nuestros abuelos, consultar mi libro "Lo que el tiempo se llevó de los alemanes del Volga". Para más información comunicarse al 011 22977044.

¿Se acuerdan de esta canción infantil tan popular en los tiempos de antaño?

Esta pequeña cuarteta fue sumamente popular entre los niños de las colonias hasta no hace muchos años, la cantaban en la escuela, en la casa y durante los juegos. Publico la versión que más se repetía entre los infantes, porque si bien era más extensa, antiguamente se tenía la costumbre de utilizar el comienzo de una canción e ir modificando los versos siguientes, tanto para satirizar una circunstancia o a una persona como para ironizar o terminar creando una canción puramente jocosa, haciendo exhibición de ingenio y creatividad.
Por eso muchos de ustedes, seguramente recordarán el comienzo de la canción y a medida que se vayan sumando lectores irán surgiendo tantas versiones como descendientes de alemanes del Volga la recuerden. 
Para recordar más canciones de la niñez en español/ dialecto/ alemán, no dejen de leer mi libro “La infancia de los alemanes del Volga”. Para obtenerlo comunicarse al 01122977044.

jueves, 14 de enero de 2021

¿Quién, siendo niño no se llevó una bolsa de arpillera llena de choclos, regresando a casa, luego de una tarde de pesca?

Qué tiempos aquellos, en que un grupo de niños se confabulaba para ir a pescar. Una pandilla de chicos traviesos que a la mañana recorría los lugares húmedos del patio, una lata vieja y una pala de punta en ambas manos, buscando lombrices. Dejando el patio como si una flota de aviones lo hubiera bombardeado. Como evidencia quedaban sendos cráteres en los que, si no tenían cuidado, los abuelos podían tropezar y caer dentro del Matsch (barro) vociferando irreproducibles insultos en alemán.
Una vez realizada esa tarea y habiéndose lavado las manos en la bomba, cada niño se aprestaba a acondicionar su caña de pescar, que por supuesto, era Made In Casa. Un palo de sauce, acacia o alguna otra especie arbórea que les cediera una rama derecha, la cual limpiaban quitándole las ramitas pequeñas y las hojas, para armar la caña de pescar, generalmente, con hilo casero, un bulón como plomada y un corcho y por supuesto un anzuelo también fabricado con paciencia y una lima.
La aventura comenzaba después de almorzar. La pandilla iba rumbo al arroyo haciendo grandes planes de pescar bagres, pejerreyes o el pez que sea, cada niño imaginando pescar el pez más grande, para luego asarlo al lado del arroyo y lo que iban a pescar después llevarlo a casa para la cena. Obviamente, que muchas veces sucedía, que los niños se aburrían de tener la caña en la mano sin que el hilo se moviera, porque no había pique. Entonces comenzaba el juego de quién se zambullía en el arroyo haciendo la pirueta más original y peligrosa. Lo que generaba que el agua se revolviera y los peces huyeran. Lo que daba como resultado final la decepción. Que subsanaban preparando unos mates. Porque siempre había algún que otro niño travieso de la pandilla, que le sustraía a los padres un poquito de yerba, un puñadito de azúcar, y algo para comer. El mate, no era problema. Muchas veces se usaba simplemente una lata, lo mismo que para la pava. Es decir mate y pava eran latas. Una pequeña y otra grande. Y ahí estaban sentados alrededor de una fogata que alimentaban con leña seca, tomando mate imitando las conversaciones de las personas mayores, cada cual pretendiendo ser más sabio que el otro. Eso sí, la pandilla tenía que tener mucho cuidado que ningún agricultor o chacarero viera la fogata, porque si no las consecuencias podían ser graves. Era un riesgo enorme encender una fogata cerca del arroyo, estando todo el pasto seco, con el trigo o el maíz a punto de trillar, dependiendo la época del año. Los niños, en su inocencia, no eran conscientes del incendio que podían generar y de las consecuencias económicas que le podían provocar a los productores agropecuarios.
Transcurrida la tarde, y agotados, la pandilla emprendía el regreso a casa. Pero les resultaba humillante hacerlo con las bolsas de arpillera vacías de pescados porque, demás está decir, que cada integrante de la pandilla había llevado la bolsa de arpillera que había podido conseguir en su casa, para traer en ella todos los peces que imaginaba pescar.
Esta frustración generalmente encontraba un desahogo. Para regresar a casa había que cruzar varios potreros, a veces leguas y leguas de campo y ¿ qué encontraba la pandilla en alguno de esos potreros? Maíz produciendo a pleno. Los niños, al verlos, corrían rumbo al maizal arrancando y pelando choclos, buscando los que mejor grano tuvieran, porque tampoco era cuestión de llevarse un choclo con granos pequeños. Y ahí estaba la pandilla recorriendo el potrero llenando sus bolsas de arpillera con choclos, oteando de vez cuando el horizonte, para que no apareciera el dueño del campo y los denunciara como ladrones.
Llenadas las bolsas las cargaban al hombro y reiniciaban el camino. Descansando de trecho en trecho porque, obviamente, tanta cantidad de choclos pesaba. Si acontecía que la pandilla pasaba por un monte de árboles, a alguno de sus integrantes se le podía ocurrir la idea de cocinar algunos choclos en la lata que antes habían utilizado como pava, para saborearlos ahí no más. También podía acontecer que algún que otro niño los asara con gran maestría. Siempre mirando de reojo hacia la lejanía, porque el miedo a que, en cualquier momento, el propietario del campo apareciera, nunca desaparecía del todo. Al atardecer la pandilla se acercaba sigilosamente a la colonia, se separaba siguiendo un plan astutamente pergeñado y cada niño iba rumbo a su casa siguiendo un camino diferente y generalmente ingresando por la parte trasera del patio, tratando en lo posible que nadie los viera. El temor a ser atrapados y denunciados como ladrones no los abandonaba hasta estar tranquilamente sentados en la cocina de sus hogares. A los padres les contaban que los choclos se los había regalado el dueño del campo por haber realizado algún trabajo. Pongámosle limpiar un bebedero, ayudar a arriar las vacas, colaborar en el riego de una quinta o alguna otra mentirilla que se les ocurría en el momento. Autor: Julio César Melchior. Para continuar reviviendo momentos como éste, costumbres, tradiciones, y todo lo que fue la niñez de antaño no dejen de consultar mi libro “La infancia de los alemanes del Volga”. Para más información sobre cómo adquirir el libro comunicarse por mensaje privado o al 01122977044.

miércoles, 13 de enero de 2021

¿Se acuerdan del Tros, Tros, Trillie que nos cantaba la abuela?

¿Quién se acuerda de esas largas y frías noches de invierno, cuando la abuela nos sentaba sobre su falda y haciendo saltar sus rodillas, imitando el trotar de un potrillito nos cantaba “Tros Tros Trillie/ der Bauer hat ein Fihllien…”, cada vez con más velocidad mientras el potrillito brincaba más y más, y nuestras risas aumentaban y aumentaban hasta llegar a la carcajada… hasta que de pronto, sorpresivamente, y sin previo aviso el potrillito intentaba desmontarnos con un brinco aún más fuerte que los anteriores, asustando nuestra alma de niño y temiendo caer al piso de espaldas…pero eso nunca sucedía, porque ahí siempre estaban los brazos y las tiernas manos salvadoras de la abuela, que nos rescataban a último momento y nos abrazaba riendo?
Pensando e imaginando en qué remotos lugares de la historia, con potreros llenos de pasto de brotes tiernos y agua fresquita, trotarán todos aquellos potrillitos que llenaron nuestra infancia y nuestras largas noches de invierno sentados en la falda de la abuela, llenando la cocina de risas, mientras mamá tejía o bordaba, papá jugaba a las cartas con sus hijos varones y las hijas mujeres también realizaban tareas hogareñas igual que mamá, es que un día decidí comenzar a investigar y reunir material para escribir mi libro “La infancia de los alemanes del Volga”, en memoria de todos esos potrillitos que quedaron allá lejos en el tiempo, en algún lugar hermoso de nuestro recuerdo trotando sin fin, al compás de las piernas de la abuela, esa abuela dulce y tierna que hoy también extrañamos y que, como el potrillito, también rescato en mi libro, al igual que toda la idiosincrasia y vivencias que hacían a nuestra infancia de antaño. Esa infancia simple, clara y transparente, humilde pero honrada, con padres y abuelos trabajadores, con casitas de adobe y techos cubiertos de paja, una chimenea exhalando humo y una aldea o colonia que recién nacía.
Para mayor información sobre el libro comunicarse al 01122977044.