Rescata

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miércoles, 30 de junio de 2021

El escritor Julio César Melchior lanzó la décimo quinta edición de "La gastronomía de los alemanes del Volga"

El libro está dividido en diez capítulos y rescata más de ciento cincuenta recetas tradicionales de los Pueblos Alemanes, recopiladas por el escritor a lo largo de varios años de investigación. En esta nota todos los detalles en la voz del propio Julio César Melchior.

Habiéndose agotado la décimo cuarta edición, alcanzando la obra mayor repercusión y llegada a nivel nacional e internacional, el escritor oriundo de los Pueblos Alemanes lanzó la décimo quinta edición de su libro ‘La gastronomía de los alemanes del Volga’, una obra que contiene las recetas y el secreto para elaborar menús tradicionales, comidas típicas, conservas, cervezas, vinos y licores que componen la gastronomía de los alemanes del Volga. Un universo de sabores, aromas y colores que ya es un clásico.
“Me da mucho placer que cada vez más lo están adquiriendo y elaborando las recetas gente más joven” afirmó, en principio, el escritor, quien agregó que “eso significa que se están interesando por la cultura de sus ancestros y la están revalorizando, volviendo a sus raíces”.
Al respecto, aseguró que es un libro que ha trascendido la cultura de alemanes del Volga “y llega a lugares de muchísimos puntos del país”. Agregó que, además, han enviado ejemplares al exterior: “Hay que tener en cuenta que la primera edición salió a la calle el 14 de noviembre de 2009. Estamos hablando a más de una edición por año” relató, y expresó que no sólo le alegra el éxito de ese libro, sino que “se utilice y esté manchado de salsas y con las hojas dobladas, por haberlo usado mucho”. 
El libro que tiene más de 150 recetas “abarca un amplio abanico de todo lo que es la gastronomía de los alemanes del Volga” describió Melchior, y recordó cómo se gestó este libro: “Me ha pasado más de una vez que las abuelas prepararan el plato con balanza y que no les saliera porque estaban acostumbradas al puñadito. Hubo que volver a preparar la comida para que coincidiera el puchito con los gramos” contó.
Aseguró que “fue un libro donde comí mucho porque me llevó casi cinco años” y amplió que, a la par, iba haciendo otros trabajos literarios. 
“He saboreado platos muy ricos y me ha llevado a recorrer un camino de conocer mucha gente y estar en contacto con muchas abuelas” expresó, asegurando que se ha convertido “en un homenaje, un tributo a las abuelas que me abrieron las puertas y brindaron recetas que habían heredado de generación en generación”. 
Consecuencia de ello es que el escritor confirmó que “el libro se convierte en un legado cultural, en un homenaje, en un tributo hacia todas ellas. El libro contiene mucho: recetas, emoción, historias y bellos recuerdos. Es mucho más que un libro de gastronomía”.
Recordó que el proceso de elaboración fue “una experiencia increíble e imborrable” y contó que buscó que las recetas fueran “lo más simples y originales, como ellas las elaboraban en su tiempo, cuando llegaron del Volga”. 
En esa línea, indicó que “hay que tener en cuenta que ellas no tenían la variedad de productos y especias que hay hoy en día”, por lo que él buscó que este sea un legado cultural “lo más fiel y original a lo que eran las recetas de los alemanes del Volga, sin ningún agregado moderno”. 
Por otro lado, Julio César Melchior contó que ha recibido múltiples mensajes de personas que compraron el libro y elaboraron recetas que hacía mucho tiempo no preparaban. Personas desde España y otros puntos del mundo que, “al preparar esas comidas, sentir esos aromas, volvieron a su infancia”.
Vale destacar que el libro puede conseguirse, en Coronel Suárez, en Librería Lázaro, y en Pueblo Santa María en Bartolomé 1462. Además, vía redes sociales, tanto en Instagram como en Facebook, a través de un mensaje privado.

martes, 29 de junio de 2021

Cada 29 de junio se conmemora un nuevo aniversario de la fundación de la primera aldea alemana a orillas del río Volga

El 29 de junio pero de 1764 se produce uno de los acontecimientos más trascendentes en la epopeya migratoria desarrollada por nuestros ancestros: se funda Dobrinka, la primera aldea erigida a orillas del río Volga por los colonizadores alemanes que dejaron su tierra natal para seguir las promesas escritas en el Manifiesto lanzado un año antes por la zarina Catalina II “La grande”. Fue el inicio de una colonización que marcó y modificó el destino de varias generaciones de familias. Una historia que se redactó teniendo como premisas la resistencia y la fuerza de voluntad de un pueblo, su vocación de trabajo, sus convicciones, su fe en Dios y en sí mismo y su tesón de salir adelante enfrentando todas las dificultades y todos los contratiempos. Fundando aldeas, construyendo iglesias, levantando escuelas, forjando una sociedad y una cultura y sembrando trigo y haciendo surgir un vergel donde solamente había estepa y desolación.
Una historia que luego, más de cien años después, continuaron nuestros abuelos en la Argentina.

El escritor Julio César Melchior lanzará mañana la décima quinta edición de su libro "La gastronomía de los alemanes del Volga"

Habiéndose agotado la décima cuarta edición, alcanzando la obra cada vez mayor repercusión y llegada a nivel nacional e internacional, el escritor Julio César Melchior lanzará mañana la décima quinta edición de su libro "La gastronomía de los alemanes del Volga". Una obra que no para de cosechar éxitos y de agotarse edición tras edición.

El libro está dividido en diez capítulos y rescata más de ciento cincuenta recetas tradicionales de los pueblos alemanes, recopiladas por el escritor a lo largo de varios años de investigación.
Contiene las recetas y el secreto para elaborar menús tradicionales, comidas típicas, sopas, tortas, panes, dulces, quesos, conservas, cervezas, vinos, licores y decenas y decenas de recetas más, para elaborar cualquiera de los platos tradicionales que componen la gastronomía de los alemanes del Volga.
Un universo de sabores, aromas y colores que ya es un clásico.
Un libro para regalar y regalarse, para guardar y atesorar, que no debe faltar en ninguna cocina. Que contiene imágenes a color de las comidas más populares y esta vez llega a los lectores con un diseño interior renovado.
Un libro que revaloriza, rescata, difunde y conserva viva la identidad culinaria de los alemanes del Volga.
Para más información comunicarse con el correo electrónico juliomelchior@hotmail.com.

sábado, 26 de junio de 2021

La sorpresa de papá

Eran las ocho de la mañana cuando el padre se levantó de la cama, luego de haber estado trabajando en la computadora hasta la medianoche. La pandemia había trastocado todos sus horarios y sus costumbres cotidianas. Grande fue su sorpresa cuando, con el mate ya en la mano, salió al patio. La luz amarillenta y tenue del amanecer iluminaba una escena que lo transportó inmediatamente a su infancia. Lo que vio fue increíble para él. Tan increíble como increíble e ilógica era la pandemia. Que sus tres hijos, dos varones y una niña, de entre siete y diez años, estuvieran levantados a esa hora de la madrugada, era algo insólito. Y aún más insólito le resultó descubrir lo que estaban haciendo. La niña había dibujado sobre el cemento una rayuela, medio desprolija, desalineada y difícil de entender, es cierto, para el que quisiera saltar sobre ella, yendo de recuadro en recuadro, hasta llegar al cielo. Uno de los varones, muy serio y profundamente concentrado, jugaba a la payana. Lanzando, de vez en cuando, algún grito desaforado y casi fuera de contexto, porque, a raíz de su falta de destreza para lanzar las piedras al aire, alguna que otra le caía en la cabeza o sobre los deditos. Por último, el otro varón, bien alejado de sus hermanos, estaba, o mejor dicho, intentaba, con suma paciencia, construir un carrito. ¿De dónde habrá sacado las maderas -se preguntó el padre? ¿Y los clavos, el martillo y las demás cosas que tiene ahí? Y aunque no tenía forma de saber sabía si su hijo iba a lograr o no darle forma al carro que estaba en vías de realización, de lo que sí estaba convencido era que los martillazos que pegaba se debían estar escuchando en toda la cuadra y que seguramente iban a dejar alguna marca sobre la vereda de mosaicos, donde estaba trabajando el niño. Estupefacto, dio media vuelta, sin decir una sola palabra, pensando en su propia niñez en la colonia, en sus padres y en sus amigos que quedaron allá. Se dirigió a la cocina, meditabundo, hundido en sus propios pensamientos, y se cebó otro mate para llevárselo a su esposa que continuaba en la cama. Al ingresar a la habitación, su esposa se incorporó para recibir el primer mate de la mañana.
-Qué te pasa, querido?
-Porque tenés esa cara?
-¿Pasó algo?
-¿Está todo bien?
-Es que no puedo creer lo que vi. Salir al patio y encontrarme con nuestros hijos no solamente sin discutir ni pelear entre ellos, sino que cada uno esté inmerso en sus respectivas actividades, ¡y no vas a creer que actividades!, es algo inaudito. Tendrías que ver en lo que andan. Ni siquiera el abuelo lo creería. Una jugando a la rayuela, el otro jugando a la payana y el otro haciendo de carpintero, fabricando lo que parece un carro. No entiendo nada.
-Ahhhh!!! Era eso -exclamó la mujer.
-¿Cómo era eso? ¿Y te parece poco? -preguntó el hombre todavía más sorprendido, intuyendo que su propia esposa y sus hijos andaban en algún secreto que él ignoraba por completo.
-¡Claro, querido! ¿Te acordás que ayer les compré un libro?
- Sí -respondió el hombre. ¿Y eso que tiene que ver?
-¿Cómo que tiene que ver? Todo tiene que ver. ¿ Qué pasa si yo te digo que el libro se llama La infancia de los alemanes del Volga, el que escribió Julio César Melchior? ¿A qué te remite ese título?
-Ahora entiendo -murmuró el hombre.
-Es evidente –dijo la mujer-, que a nuestros hijos les fascinó el contenido del libro. ¿No te parece?

La inolvidable cocina a leña de mi infancia

 
La cocina a leña de mi hogar materno tenía aromas de todos los sabores y colores, palpitaba sobre su corazón de bosta de vaca a modo de leña produciendo llamas, el freír de Kreppel, y comidas tales como Kleis, Wickelnudel, Maultasche y Varenick, entras otras muchas variedades, mientras que en su interior, en el horno de hierro, se horneaban el Füllsen, los Dünne Kuchen… y otras recetas culinarias que mamá heredó de la abuela y esta de la suya y así de generación en generación, iniciando la secuencia histórica en Alemania, continuándola a orillas del Río Volga, hasta llegar a la Argentina.
La cocina a leña de mi hogar materno me abrigó el alma en mis primeros juegos infantiles, jugando a los caballitos y vaquitas con los Koser, cerca de su calor, de su espíritu alimentado con Blatter (bosta) que mamá y papá juntaban en el campo y ponían a secar durante el verano. También me acompañó en las noches de invierno en que mamá me enseñaba las primeras letras que nos daban como tarea las maestras: todavía parece que la oigo leer “mi mamá me ama”, una de las clásicas lecturas de primer grado que todos aprendimos al iniciar la escuela primaria.
La cocina a leña de mi hogar materno me acompañó en mis sueños de adolescente, enfrascado a duelo con los problemas de matemáticas, en las dudas lingüísticas del inglés, y la constante rebeldía de las hojas de doce columnas de contabilidad. También, junto a ella, y a solas, lloré las primeras lágrimas de amor, acongojado y triste porque la niña que amaba parecía no querer darse cuenta de que me moría de amor por ella, un amor platónico que se apagó con los años, como el fuego de la cocina.
La cocina a leña de mi hogar materno un día desapareció bajo las sacrílegas manos del progreso, que la cambió por una cocina a gas moderna, reluciente y más práctica. “Es más limpia, no genera ceniza; ni ensucia las paredes con hollín...”, justificaron las mujeres y aceptaron los hombres. Y un día la cocina “desapareció”. Y con ella un conjunto enorme de mis recuerdos personales, que nunca volveré a vivir, ni a recordar mirando con nostalgia la antigua cocina a leña de mi hogar materno, que fue vendida y, seguramente, está tirada vaya a saber en qué rincón de alguna chacarita donde se tiran los trastos viejos que no le sirven a nadie.

Homenaje a la bomba de agua

Bomba que calmaste mi sed en la infancia y le diste agua a mi madre para cocinar en la cocina a leña los ricos manjares tradicionales, hoy te ves solitaria, rodeada de yuyos, en el centro de un baldío, llorando la ausencia de mis padres y hermanos.
Bomba que le diste agua a mi padre para lavar sus manos luego de haber labrado la tierra, sembrado la quinta de verduras, hoy te ves solitaria, seca tu garganta, vacía tu alma, de tanta ausencia y tanto olvido.
A ti te dedico estas humildes pero sentidas palabras para manifestarte no solamente mi gratitud sino la de toda mi gente.

Comidas que marcaron nuestra infancia

Nuestra infancia en las colonias y en las aldeas está marcada por sabores y aromas que definen no solamente nuestros recuerdos sino también nuestra identidad. Son sabores y aromas de comidas elaboradas al amparo del calor y el amor de mamá junto a la cocina a leña. Platos preparados con ingredientes caseros, de sus propias huertas, donde cosechaban desde papas, hasta una variedad interminable de verduras y hortalizas, o productos de las carneadas, que realizaban una o dos veces al año, en ocasiones hasta tres, con sus chorizos y demás embutidos, cortes de carne y fiambres, y decenas de otros alimentos que nuestros padres producían, como quesos, ricota, manteca, crema y decenas y decenas de cosas más… Como licores, cervezas, etc. etc.
Todos esos aromas y sabores de esos inolvidables platos, con sus ingredientes y maneras de prepararlos, están en el libro "La gastronomía de los alemanes del Volga" y los recuerdos imborrables de la niñez, en el libro "La infancia de los alemanes del Volga".

miércoles, 23 de junio de 2021

Autografiando mi libro “La vida privada de la mujer alemana del Volga” para mis lectores

Crecí entre mujeres alemanas del Volga. Mi madre, mis abuelas y tías, mi hermana. A todas ellas las caracterizan la entrega a su familia, la sencillez, la importancia de compartir, la entrega a sus afectos y a la comunidad. El amor al prójimo. No desear y correr tras lo material sino disfrutar de lo cotidiano. Todo esto lo heredaron de sus antepasados. Para ellas escribí este libro. Para que las conozcan, entiendan y sepan que a pesar de no demostrar con palabras o abrazos el amor, nos lo brindaron de mil maneras diferentes. Su incondicional vida puesta al servicio de la familia y de quien necesite. No es fácil de comprender hoy día donde los códigos dictan otras formas de convivencia. En este libro cuento los distintos aspectos que regían la vida femenina y que ellas, en silencio y por su profundo amor acataron por siglos. NO SE LO PIERDAN.
Para más información comunicarse con el correo electrónico juliomelchior@hotmail.com.

martes, 22 de junio de 2021

Receta de KeisKreppel

Conocen los KeisKreppel? Tienen la receta? Aquí la compartimos para que puedan elaborar esta delicia y compartirla en familia o con amigos. No se la pierdan.

KEISKREPPEL

Ingredientes:
1 kilo de harina
1 huevo
1 cucharada de bicarbonato o levadura
Leche cantidad necesaria
Aceite

Relleno:
1/2 kilo de ricota
1 huevo
Crema
Azúcar

Preparación:
Mezclar la harina con el bicarbonato (o la levadura), el huevo y la leche. Una vez realizada la masa estirar con el palote hasta que quede de unos tres centímetros aproximadamente. Ahora corte pequeñas empanadas que debe completar con el relleno elaborado a partir de los productos arriba citados.
Mas recetas como estas, las encuentran en el libro "La gastronomía de los alemanes del Volga". Comunicarse con el correo electrónico juliomelchior@hotmail.com.

Nunca olvidé mi tierra, mi colonia, mi aldea

 
De tanto merodear la estación y escuchar relatos de sueños que se cumplían si uno juntaba coraje, hacía las valijas y partía rumbo al progreso, yo también junté valor, armé mis maletas, me subí a un vagón, me senté junto a la ventanilla y partí rumbo a Buenos Aires. De tanto pasar cerca de la colonia, el tren un día me llevó a la ciudad de Buenos Aires. La ciudad que mis ancestros señalaban como el antro de la perdición para los jóvenes y la misma ciudad de la que en todos los lugares huían, yéndose a vivir a sus propias comunidades, las que fundaban, empezando siempre de nuevo, en el medio de la nada.
Y me fui. Sin saber que al partir, no solo dejaba a mi madre en la estación agitando su pañuelo húmedo de llanto y a mi padre mirando el horizonte, serio, adusto y preocupado hasta el final de sus días, sino que también dejaba atrás, en la colonia, mis raíces, sin saber ni comprender que cada día que pasara, iba a olvidar un poco más mi lengua, mis costumbres y mis tradiciones. No por propia decisión, por supuesto que no, sino por la simple razón de que cada jornada que pasara iba a asimilar más y más los hábitos de los habitantes de la ciudad, hasta terminar integrándome plenamente a su estilo de vida. Y de tanto compartir esta nueva cotidianidad iba a terminar asimilándola como propia.
La colonia y su gente se iría diluyendo en el pasado, en un ayer lejano, cada vez más difuso, que sólo la nostalgia, muy de vez en cuando y muy de tarde en tarde, acompañada de cierta dosis de melancolía, mantendría latente en la memoria. Para recordarme, al escuchar el eco de alguna voz, sentir el aroma de alguna comida, que mi identidad no estaba allí, sino en otro lugar.
La vida pasaría. Los años se sucederían, unos tras otros, vertiginosos. Sin días libres. Corriendo detrás del trabajo y las responsabilidades cotidianas. Primero tras el deseo de tener un casa. Luego una esposa. Después hijos. Luego la familia. Después los nietos. Siempre surgía un objetivo nuevo. Siempre un paso más. Primero un deseo, luego otro y otro y otro. Hasta que llegó la vejez.
Ahora, en mi casa, anciano ya, con mi esposa fallecida, mis hijos casados, me descubro solo. Solo en medio de la ciudad inmensa. Profundamente solo. Solo y a la vez, rodeado de millones de personas. Y se me da por pensar en el pasado, en recordar a mi gente, a mi colonia, a añorar mi terruño. A tratar de recordar las antiguas canciones que cantaba mi padre y a rememorar los antiguos sabores de las comidas que cocinaba mi madre en la cocina a leña. Se me da por sentir una profunda nostalgia. Tan profunda que duele.
Tanto duele que, muchas veces, me surge el hondo deseo de volver a mi pasado, a ese lugar del que nunca debí partir.
(Para los que deseen leer más historias, consultar mi libro "Lo que el tiempo se llevó de los alemanes del Volga". Comunicarse con el correo electrónico juliomelchior@hotmail.com).

sábado, 19 de junio de 2021

El ritual de las carneadas entre los alemanes del Volga

 
El ritual de las carneadas para consumo familiar empezaba casi de madrugada, cuando se encendía un gran fuego para calentar el agua que se iba a usar para limpiar el cerdo y todos se aprestaban para la faena preparando, cada uno, sus utensilios, herramientas y elementos de trabajo. La actividad era ocasión propicia para reunir a familiares, amigos y vecinos, que se acercaban a la casa a colaborar, transformando la carneada, que duraba dos o tres días, en un gran encuentro social, con música incluida, y suculentas comilonas. Nadie se negaba a aportar su granito de arena, porque el trabajo era mucho y debía llevarse a cabo durante un fin de semana, para no interferir en las labores rurales. Además, era una costumbre establecida, que todos los que ayudaban, se llevarán como obsequio carne y morcillas y chorizos para probar.

El proceso de la carneada comenzaba varios meses antes, cuando la familia adquiría un lechón, que era criado en el chiquero, que el padre construía en el fondo del patio con maderas y alambre tejido, generalmente en desuso, y era alimentado con las sobras y desperdicios de los alimentos que se consumían en el hogar y, ocasionalmente, se le agregaban cereales o forrajes que se obtenían de algún chacarero conocido.
Cuando el animal alcanzaba la mayoría de edad y el peso deseado, entre los doscientos kilos, un poco más, un poco menos, se tomaba la decisión de sacrificarlo, junto con un vacuno que se compraba para ese menester, para abastecer los sótanos de chorizos y jamones para pasar los crudos y fríos inviernos.
Generalmente la carneada se llevaba a cabo durante un fin de semana, para evitar que la misma interrumpiera el normal desarrollo de las actividades rurales, y participaban no solamente todos los integrantes de la familia sino parientes y vecinos.
El cerdo se degollaba con precisión, insertando el cuchillo en medio de la unión de la cabeza y el cuello, para lograr el desangrado. La sangre se recogía en un recipiente, que se colocaba debajo de la incisión, sin dejar de removerla para evitar que se cuaje. La misma se utilizaba elaborar la morcilla negra o blutwurst.
Una vez muerto el animal, se procedía a colocar el cerdo sobre una mesa para escaldarlo o pelarlo, es decir, quitar con abundante agua hirviendo, raspando con cuchillos y, a veces, la ayuda de otros utensilios, los pelos que recubren la piel hasta dejarla totalmente lisa y limpia.
El paso que seguía es el desposte, que no es otra cosa que descuartizar el cerdo clasificando y separando los diferentes cortes de carne de acuerdo al uso que se le iba a dar, por ejemplo, entre muchos otros, las patas para elaborar el jamón, y buena parte de las vísceras, el hígado, los riñones y diversos elementos de la cabeza del cerdo (como la lengua), que se cocinaban para formar parte de las morcillas, blanca y negra, y el queso de chancho. Porque todo se aprovechaba. Nada se tiraba.
Finalizado el proceso de fragmentación comenzaba el deshuesado (minucioso trabajo de limpieza de los huesos), cortando la carne en trozos pequeños para luego pasarlos por la picadora, condimentarlos en base a una receta que cada familia mantenía en riguroso secreto, y amasarlos con las manos en una enorme batea construía de madera, y empezar a elaborar los chorizos, sin olvidar que también se le agregaba carne de vaca a la preparación con la que se hacían los chorizos para secar, porque conjuntamente con el cerdo, también se carneaba un vacuno.
El armado de los chorizos se llevaba a cabo con tripas (generalmente de vaca) y una máquina que se llama embutidora. Las tripas son de varios metros, estas se cortan para dar el tamaño de rosca o chorizo.
Terminada la faena, los chorizos para secar, la morcilla negra, la morcilla blanca y los jamones, se colgaban del techo de los sótanos o en galponcitos especialmente acondicionados para este menester.
Además de todos estos clásicos embutidos, también se elaboraba Kalra y se derretía grasa, que luego era guardada para preparar la comida a lo largo del año, y los chicharrones obtenidos de su derretido, se incorporaban en el amasado de pan que se horneaba en la cocina a leña o en el horno de barro. Con la grasa, asimismo, se cocinaba jabón para lavar y que, en definitiva, se usaba para todos los quehaceres domésticos.
Lo habitual era que las familias carnearan dos veces al año pero, también había, pocas, es cierto, que lo hacían tres veces al año.
Si bien es cierto que esta costumbre se ha ido perdiendo, también es cierto, que en muchas colonias y aldeas, como en muchos campos, todavía se conserva y de desarrolla tal cual como en los viejos tiempos.
El proceso de la carneada comenzaba varios meses antes, cuando la familia adquiría un lechón, que era criado en el chiquero, que el padre construía en el fondo del patio con maderas y alambre tejido, generalmente en desuso, y era alimentado con las sobras y desperdicios de los alimentos que se consumían en el hogar y, ocasionalmente, se le agregaban cereales o forrajes que se obtenían de algún chacarero conocido.
Cuando el animal alcanzaba la mayoría de edad y el peso deseado, entre los doscientos kilos, un poco más, un poco menos, se tomaba la decisión de sacrificarlo, junto con un vacuno que se compraba para ese menester, para abastecer los sótanos de chorizos y jamones para pasar los crudos y fríos inviernos.
Generalmente la carneada se llevaba a cabo durante un fin de semana, para evitar que la misma interrumpiera el normal desarrollo de las actividades rurales, y participaban no solamente todos los integrantes de la familia sino parientes y vecinos.
El cerdo se degollaba con precisión, insertando el cuchillo en medio de la unión de la cabeza y el cuello, para lograr el desangrado. La sangre se recogía en un recipiente, que se colocaba debajo de la incisión, sin dejar de removerla para evitar que se cuaje. La misma se utilizaba elaborar la morcilla negra o Blutwurst.
Una vez muerto el animal, se procedía a colocar el cerdo sobre una mesa para escaldarlo o pelarlo, es decir, quitar con abundante agua hirviendo, raspando con cuchillos y, a veces, la ayuda de otros utensilios, los pelos que recubren la piel hasta dejarla totalmente lisa y limpia.
El paso que seguía es el desposte, que no es otra cosa que descuartizar el cerdo clasificando y separando los diferentes cortes de carne de acuerdo al uso que se le iba a dar, por ejemplo, entre muchos otros, las patas para elaborar el jamón, y buena parte de las vísceras, el hígado, los riñones y diversos elementos de la cabeza del cerdo (como la lengua), que se cocinaban para formar parte de las morcillas, blanca y negra, y el queso de chancho. Porque todo se aprovechaba. Nada se tiraba.
Finalizado el proceso de fragmentación comenzaba el deshuesado (minucioso trabajo de limpieza de los huesos), cortando la carne en trozos pequeños para luego pasarlos por la picadora, condimentarlos en base a una receta que cada familia mantenía en riguroso secreto, y amasarlos con las manos en una enorme batea construía de madera, y empezar a elaborar los chorizos, sin olvidar que también se le agregaba carne de vaca a la preparación con la que se hacían los chorizos para secar, porque conjuntamente con el cerdo, también se carneaba un vacuno.
El armado de los chorizos se llevaba a cabo con tripas (generalmente de vaca) y una máquina que se llama embutidora. Las tripas son de varios metros, estas se cortan para dar el tamaño de rosca o chorizo.
Terminada la faena, los chorizos para secar, la morcilla negra, la morcilla blanca y los jamones, se colgaban del techo de los sótanos o en galponcitos especialmente acondicionados para este menester.
Además de todos estos clásicos embutidos, también se elaboraba Kalra y se derretía grasa, que luego era guardada para preparar la comida a lo largo del año, y los chicharrones obtenidos de su derretido, se incorporaban en el amasado de pan que se horneaba en la cocina a leña o en el horno de barro. Con la grasa, asimismo, se cocinaba jabón para lavar y que, en definitiva, se usaba para todos los quehaceres domésticos.
Lo habitual era que las familias carnearan dos veces al año pero, también había, pocas, es cierto, que lo hacían tres veces al año.
Si bien es cierto que esta costumbre se ha ido perdiendo, también es cierto, que en muchas colonias y aldeas, como en muchos campos, todavía se conserva y de desarrolla tal cual como en los viejos tiempos.

jueves, 17 de junio de 2021

El amor inconmensurable de nuestras madres

Recuerdo a mi madre, sentada junto a la ventana, con su rodete blanco, su vestido negro, sus dedos sobre el regazo, entrelazadas por el rosario, crucifijo en mano, murmurando interminables oraciones, en las no menos interminables horas de verano. Viejecita y arrugada. Tierna y dulce. La mirada perdida. Los ojos vueltos hacia el alma. La mente en el recuerdo. Viendo pasar los minutos eternos subida a un lento tren rumbo a la estación terminal de la muerte.
Hablaba poco. Lo necesario. Siempre estaba triste. Los ojos llorosos. El alma melancólica. El cuerpo sufrido. Muy anciana. Rezaba y rezaba. Por los hijos, los nietos, los bisnietos… por los que habían nacido, por los que todavía no habían venido al mundo. Por el pasado, por el presente, por el futuro. Pedía por todos. Generaciones enteras fueron bendecidas por sus oraciones. ¿Será por eso que fuimos tan felices con tan poco? Teníamos lo indispensable para vivir pero nunca nos faltaron la risa ni los momentos felices.
Sus murmullos eran el cantar del tiempo que transcurría. Las horas que pasaban. La voz que adormecía. La canción que apaciguaba los ánimos. La comunicación con alguien superior. Alguien que nos cuidaba porque ella se lo pedía.
Para quienes deseen conocer en profundidad los pensamientos, creencias, normas sociales, familiares y morales de nuestras abuelas y madres, no dejen de consultar mi libro "La vida privada de la mujer alemana del Volga". Comunicarse con el correo electrónico juliomelchior@hotmail.com.

Nuestros abuelos, los inmigrantes alemanes del Volga

 

Libro "La gastronomía de los alemanes del Volga", con más de 150 recetas tradicionales

Con el libro "La gastronomía de los alemanes del Volga", del escritor Julio César Melchior, pueden volver a cocinar los Maultasche (Varenick), Wickelnudel (Wickels Klees), Wickelnudel mit Sauerkraut, Füllsen, Kleis, Kraut und Brei, Krautnudellier, Truckenudel, Kraut Pirok, Milch Supp mit Nudel, Brotsuppe, Schnitzsupp, Dünne Kuche (Riwwel Kuche), Der Kreppel, Kreppel, Keiskreppel, Hefkreppel, Boudeschkreppel, Brotschnitze, Strudel, Apfelstrudel, Kalach, Pan alemán, Stollen, Dulces de varias frutas, Quesos, Pepinos en conserva, Chucrut, Kwast, Vinos y licores… y 150 recetas tradicionales más. Comunicarse con el correo electrónico juliomelchior@hotmail.com.




martes, 15 de junio de 2021

Día del Escritor: “Ser escritor fue encontrarle el verdadero sentido y valor a la vida” (Entrevista realizada por La Nueva Radio Suárez)

 
En el marco del Día del Escritor, que se celebró el 13 de junio, Julio César Melchior ahondó en el sentido que recae sobre esta fecha que se conmemora en homenaje al nacimiento del escritor argentino Leopoldo Lugones, en 1874. Además, refirió -en un repaso por su trayectoria- a proyectos personales.

“Fue un día especial, para celebrar y para hacer un balance, mirar hacia atrás y al futuro” comenzó diciendo el galardonado Escritor local que, particularmente sobre el balance que hace, Melchior afirmó que “es altamente positivo” y profundizó: “No sólo en cuanto a lo que he ido publicando a lo largo de los años, sino las cosas buenas que he ido cosechando en el aspecto social, humano, de personas”. 
A eso agregó que “ser escritor fue encontrarle el verdadero sentido y valor a la vida. Fue hacer un recorrido de introspección para encontrarme a mí mismo e ir conociéndome a medida que iba desarrollándome profesionalmente”. 
Destacó que “esta vocación encierra todo un camino de crecimiento y desarrollo personal e interior de integración, tiene un significado muy amplio”.
En una mirada hacia el pasado, hacia sus orígenes, Melchior reflexionó: “La primera poesía que publiqué, empezando la carrera como escritor, fue en septiembre del ’93. Son muchos años que vengo recorriendo este camino y uno, a medida que va transcurriendo el tiempo, no sólo crece biológicamente, sino que, como profesional, como humano, como persona, y va cambiando la visión de la vida y de todo”. 
Sobre eso agregó que “ser escritor no es sólo escribir una obra, sino descubrir cómo es una persona o cómo fue, qué pensamientos tuvo, cuáles fueron sus sufrimientos, cuáles fueron sus actitudes frente a distintos aspectos de la existencia y muchas veces, en ese camino que recorre en la investigación, también se va interpelando a sí mismo”. En consecuencia, opinó que su comienzo le dejó mucho “en cuanto a crecimiento y desarrollo personal”. 
El Escritor continuó su análisis pensando en el futuro, previo repasar parte de su obra: “Yo llevo diez obras publicadas de manera personal. Alrededor de cuatro en coautoría y algunos más integrando antologías, sin hablar de revistas ni periódicos” enlistó, al tiempo que dijo: “Se me hace difícil pensar en qué me puede llegar a tener reservado el futuro porque mis deseos, anhelos y ambiciones siempre son amplias. No me cierro a una sola posibilidad”. 
Profundizando en ese aspecto, Julio César Melchior detalló que, últimamente, se abrió al camino de la poesía y anticipó: “Está la posibilidad de publicar varios libros a lo largo de este año sobre mi trabajo con los alemanes del Volga”. Caracterizó entonces que su futuro “se presenta muy promisorio”. 
Por otro lado, sobre sus obras y la actualidad, Melchior contó que reeditará algunas de sus libros: “Por ejemplo, el de los alemanes del Volga hace unos dos años que está agotado” anunció y aseguró que está trabajando en eso para “sumarle más material. Será una nueva edición, pero se va a modificar mucho”.
A ese escrito, agregó que se reeditará el libro de gastronomía, cuya nueva edición será la 14°: “Hay otros libros que llevan seis ediciones, cuatro o cinco, y hay otros que están agotados y hoy la gente vuelve a pedir, por ejemplo, ‘Historias para leer con el corazón’ e ‘Historias para el olvido’” marcó el Escritor, que apuntó al contexto social que vivimos, “más que nada por el tema de la pandemia que nos termina afectando a todos y hace que se retrasen los proyectos”. 
Por otro lado, Melchior habló de ‘La vida íntima de la mujer alemana del Volga’ -libro de su autoría- sobre el que aseguró que “sigue comercializando muy bien”. Además, contó que “tiene la particularidad de encontrar lectores de otro nivel o contexto social. Quizás porque es un poco más complejo que los otros y se utiliza mucho en Historia, Psicología y lo que tiene que ver con Humanidades y Sociales”. 
Vale destacar que esta obra ya lleva una tercera edición y abrió las puertas del autor a múltiples conferencias: “Nació de una forma y en su tercera edición casi que lo modifiqué totalmente. Le sumé muchísimo material y cuando publiqué la primera edición no pensé que iba a tener tan buena repercusión y acogida porque es un tema muy complejo” contó Melchior, que recordó: “No pensé que las mujeres me iban a abrir de tal manera las puertas de su casa, sino sus almas y sus mentes, porque el libro es, de alguna manera, un libro de confesiones, de contar una verdad que no habían contado jamás, que tenían oculta y eso me sorprendió muchísimo”. 
Explicó así que, “para la mayoría de las mujeres, fue como una reivindicación y tuvo, quizás desde los inicios, muchísima repercusión en las personas mayores”. 
“Me llena de satisfacción haber sido parte de la reivindicación de la mujer” afirmó Julio César Melchior sobre el cierre de la entrevista.

Un típico hogar alemán del Volga

 Cuando era niño en la colonia,
vivía en una casa de adobe,
con las paredes pintadas a la cal,
y paja seca sobre el techo.

Había una cocina a leña antigua,
una mesa larga de madera,
mi madre amasaba Kreppel
y mi padre trabajaba en el campo.

Mi hermana y yo jugábamos
en el fondo de un patio inmenso,
dónde el abuelo tenía una quinta
y la abuela un pequeño gallinero.

También había árboles frutales,
un galponcito de chapa,
un chiquero con un cerdo,
y una letrina, allá lejos.

Nada nos faltaba para comer,
tampoco nada nos sobraba,
éramos una familia feliz
con lo que Dios nos había dado.

Para recordar, rescatar y revalorizar nuestras memorias no dejen de consultar los libros "Lo que el tiempo se llevó de los alemanes del Volga", "La infancia de los alemanes del Volga" y "La vida privada de la mujer alemana del Volga". Comunicarse con el correo electrónico juliomelchior@hotmail.com.

Los más ricos Maultasche

 
Los más ricos Maultasche elaborados a partir de la receta del libro "La gastronomía de los alemanes del Volga". La obra que rescata más de 150 recetas tradicionales de nuestras abuelas y abuelos. Con los sabores y aromas de nuestra infancia. Comunicarse con el correo electrónico juliomelchior@hotmail.com.

jueves, 10 de junio de 2021

El abuelo recuerda a su madre

Mamá ya era muy viejecita y todavía se preocupaba por el bienestar de sus hijos. Lástima que nosotros pensábamos tan poco en ella. Vivía sola, en una vivienda que le quedó grande, muy grande, cuando papá murió y uno a uno los hijos nos fuimos casando y la fuimos dejando sola en la casa inmensa, donde pasaba los días añorando los años felices y lamentando el tiempo ido.
Sus ojos dulces y tiernos se le llenaban de lágrimas cada vez que recordaba el ayer. Extrañaba a su marido, fallecido hacía unos años, y a sus hijos que veía muy de vez en cuando. Comer sentada en soledad en la mesa enorme de la cocina, en las largas noches de invierno, debieron haber sido un suplicio para ella, acostumbrada a tener la casa llena de hijos.
Pero, sin embargo, nunca se lamentó de su destino. Sabía y comprendía que los hijos habían formado sus propias familias. No quería molestar ni ser un estorbo en la vida de nadie. Por eso, y pese a la soledad y al profundo dolor que sentía, prefería vivir sola, rodeada de sus recuerdos.
Mamá era bien alemana. De espíritu fuerte y alma noble, envejeció y enfermó calladamente, sin incomodar a nadie. La internamos en el hospital y enseguida entregó su alma a Dios. Se quedó dormida soñando el sueño de los justos, dejando que los vivos continuaran con su vida diaria sin problemas. Hasta último momento preguntó por sus hijos y deseaba saber qué hacían. Se sentía orgullosa de ellos. Sus hijos eran el fruto que dejaba sobre la tierra, la descendencia que iba a perpetuar su recuerdo.
Y nosotros nos quedamos solos, sintiéndonos desprotegidos. Recién en ese instante doloroso tomamos conciencia de que mamá podía irse para siempre de nuestro lado. Y nos dimos cuenta tarde, muy tarde, que apenas conocíamos algunos hechos aislados de su pasado. Ella muy pocas veces había contado cosas de su niñez y nosotros muy pocas veces nos habíamos tomado el tiempo necesario para preguntarle. Claro, mamá parecía eterna. Nunca se nos cruzó por la cabeza que mamá podía faltarnos un día. Estábamos tan acostumbrados a sus consejos, a su comprensión, a sus brazos abiertos en los que cobijaba nuestro dolor y disfrutaba nuestra dicha, que se nos fue la vida sin apenas pensar en ella y llenarla de besos y gratitud mientras la tuvimos cerca y viva.
Le contó Don Pedro a su nieta Isabel cuando descubrió que estaba leyendo los libros “La vida privada de la mujer alemana del Volga” y “La infancia de los alemanes del Volga” del escritor Julio César Melchior, para una investigación que está realizando para la escuela.
Su nieta lo visitó con la idea de preguntarle cosas sobre su infancia y sobre su madre. Preguntas que el abuelo respondió con los ojos llenos de lágrimas. Se sentía feliz porque su nieta quisiera conocer detalles sobre su vida.
Son tan pocas las ocasiones en las que puedo recordar aquellos tiempos - pensó el abuelo, secándose una lágrima.

Grandes y tradicionales almuerzos familiares en la casa de la abuela

Era domingo y en la casa de la abuela olía muy rico en la cocina, un aroma a condimentos inundaba el ambiente. Aromas que, seguramente, tenían su origen en las enormes fuentes de carne y papa adobada que estaban sobre la mesa, esperando ser introducidas en la cocina a leña y, transformarse, junto con el Füllsen, en el almuerzo de ese día.
Las nietas, Florencia y Ana, ingresaron a la casa saludando a sus tíos, con sus respectivas esposas y sus hijos. Los hombres las recibieron sentados alrededor de la mesa, saboreando una picada de chorizo casero, jamón, maníes y queso, mientras las mujeres ayudaban a la abuela, en los quehaceres domésticos, que eran muchos, ya que había que terminar de preparar los últimos detalles para un almuerzo para casi treinta personas.
Todos conversaban con todos. En voz alta. Casi gritándose de una punta a la otra de la mesa. El abuelo enseguida les acercó una silla y les cortó un pedazo de chorizo casero a cada una. Les sirvió un vasito de guindado, para que lo probaran. Era de su última cosecha. Estaba orgulloso de ella. No dejaba de repetir que "jamás me salió tan rico como este año".
Abuela les acercó unas masitas de vainilla, que había horneado el día anterior, porque sabía que les gustaban mucho a las dos. Florencia y Ana, no supieron que probar primero. La abuela y el abuelo, las observaban expectantes, esperando su veredicto.
Florencia probó el chorizo, en tanto que Ana las vainillas. No querían que los abuelos se pusieran celosos.
La conversación continuó. El abuelo comenzó a recordar tiempos de su juventud. Los hijos a rememorar travesuras que habían enojado mucho al abuelo. Como el día en que le robaron un atado de cigarrillos y lo fumaron, escondidos en el galpón, que estaba lleno de fardos de alfalfa.
-Cómo no me voy a enojar si Juanito recién tenía siete años y además podían haber desencadenado un incendio -argumentó el abuelo.
-La paliza que nos diste, viejo. Me acuerdo que te sacaste el cinto y nos diste de lo lindo a los cuatro -reprochó riendo Ernesto.
-Imaginate si esos fardos se prendían fuego. Había más de cien fardos para el invierno ahí. Qué le decía al patrón si todo eso se quemaba por culpa de una travesura de mis hijos?" -preguntó el abuelo.
Las nietas escuchaban con atención. Florencia sacó su anotador y comenzó a registrar todo.
-Qué hacés, Florencia? No vale anotar. No queremos aparecer en Crónica TV -bromeó uno de los tíos.
-Es para un trabajo de la escuela -explicó Ana.
El abuelo se quedó en silencio. Era muy desconfiado. No le gustaba andar ventilando su pasado por ahí. En eso se parecía a su padre, que se murió sin contar nada de su infancia. Y eso que le preguntó varias veces si se acordaba algo de su aldea, que dejó allá en el Volga. Pero nunca contó nada. Siempre se quedaba en silencio.
-Las tristezas hay que dejarlas atrás -repetía si uno insistía mucho. Y se iba a caminar.
-Contale la que se mandó el papá de Florencia con el vecino de al lado? Lindo lío armó tu viejo! -río Luis.
-Noooo! Qué va a pensar mi hija de mí! -clamó el padre de Florencia.
-Pobre don Ignacio -suspiró el abuelo.
-Qué pobre don Ignacio ni que ocho cuartos -se quejó Luis. Un viejo hincha que nunca nos dejaba en paz.
-Es verdad! -agregó la abuela. Se quejaba por todo. Mis hijos no podían hacer nada. Vivía quejándose.
-Es que tus hijos eran unos diablillos bárbaros -le espetó a la abuela el abuelo.
-Qué diablillos ni que ocho cuartos. Se quejaba porque gritábamos mucho. Porque jugábamos a las bolitas en su veredas y encima nunca nos devolvía las pelotas que sin querer, pateábamos a su patio.
-Hasta que un día, tu papá se cansó, Florencia.
-Una noche de invierno le desapareció la bomba de agua al vecino. Se levantó y la bomba ya no estaba. Llamó a la policía. Armó un lío bárbaro. Tanto que un montón de gente se juntó en su casa. Dijo que iba a meter preso al ladrón que había osado entrar a su casa y robarle. Gritaba furioso. Dijo que iba a denunciar a todos los vecinos. Que todos teníamos que ir al destacamento a declarar. Que todos íbamos a saber quién era él. Papá tenía un susto bárbaro.
-Y qué pasó? Descubrieron quién la había robado? -preguntó Florencia.
-No pasó nada -siguió contando Luis. El viejo era puro grito. Nada más. Qué poder iba a tener. Después de lo que pasó y se supo quién había robado la bomba, se le cayó la cara de vergüenza. Se sintió burlado. Terminó siendo el comentario de la colonia. Después me dio pena, pobre viejo.
-Pero qué es lo que había pasado? -insistió Florencia.
-¿Querés saber eh? ¿Te intriga no? Ahora te cuento. El robo fue un martes. El sábado a la mañana, día en que mamá lavaba las habitaciones de la casa, encontró la bomba debajo de la cama de tu papá. Sí, Florencia! Tu papá había desarmado la bomba del vecino y se la llevó a casa, para darle un escarmiento. Sólo que después no supo dónde meterla. Y no tuvo mejor idea que esconderla debajo de la cama. Te podés imaginar la que se armó cuando se enteró tu abuelo. Casi lo mata de tantos cintazos que le dio. Y encima tuvieron que ir a devolver la bomba y pedir disculpas. Al abuelo se le caía la cara de vergüenza y tu papá se moría de miedo. Tenía terror de que lo llevaran preso. Se armó un lío bárbaro. Pero todo se calmó enseguida. Porque ni bien se enteró la gente de la colonia, nadie lo pudo creer. Un niño se había burlado del vecino y de la policía de una manera increíble. Justo de él, de don Ignacio, que siempre decía tener tanto poder y ser tan inteligente. Nunca más nos molestó.
-Pobre Ignacio -repitió el abuelo.
Florencia anotaba. Registraba todo.
-Hablando de recuerdos de infancia y del pasado de la colonia, yo traje algo para mostrar -comentó Ana mientras sacaba cuatro libros de su mochila. Los títulos eran: "La gastronomía de los alemanes del Volga", "La infancia de los alemanes del Volga", "Lo que el tiempo se llevó de los alemanes del Volga" y "La vida privada de la mujer alemana del Volga", del escritor Julio César Melchior. Y los comenzó a pasar a sus abuelos y tíos.
-Mirá! El Tros, Tros, Trillie! -gritó una de las nueras, hojeando uno de los libros. También está el Pelznickel! Si le habré tenido miedo al Pelznickel. Una Navidad se quiso llevar a mi hermano porque dijo que me había portado mal durante el año.
-Mirá, la vida de las mujeres -comentó otra de las nueras, pasando las hojas de otro libro. Todo lo que dice acá, me hace acordar a mi abuela, que se casó a los dieciséis y tuvo nueve hijos. Hacía todos los trabajos de la casa y el campo. También me recuerda a mi mamá. Acá cuenta cómo eran educadas las mujeres. Y cómo vivían.
-Cuántos recuerdos -suspiró Luis mirando el libro de recetas. Los Wickel Nudel, los Maultasche, los Kleis… cuántas recetas de comidas que comíamos cuando éramos chicos y estábamos todos juntos. Qué linda época!
El abuelo, emocionado, se retiró a la habitación y regresó con su acordeón.
Mientras todos conversaban con todos, comenzó a tocar una polka.

El recuerdo imborrable de la abuela presente en el aroma de unos ricos Kreppel recién elaborados

Andrea está feliz. Casi que salta de alegría. Logró encontrar la misma receta de Kreppel que elaboraba su abuela cuando ella era niña. Cuando tenía diez años e iba a la escuela en la colonia. Ahora tenía treinta y seis, estaba casada, tenía dos hijos, y vivía en Capital Federal. Ya abuela falleció hace ya más de años. Sus padres también habían muerto, hacía cuatro años, en un accidente de autos, en la ruta. Sólo le quedaba un hermano, que vivía en la colonia. Un hermano, una nuera y tres sobrinos.
La receta la encontró en un libro, un libro de gastronomía, que le recomendó una amiga, hace dos o tres meses.
Lo compró porque en la obra se publican más de ciento cincuenta recetas tradicionales de los alemanes del Volga.
Cuando lo empezó a mirar, se fue emocionando, por los recuerdos de su niñez vivida en la colonia y compartida con su abuela y sus padres, y por ver allí, publicada, la misma receta que su abuela tantas veces había elaborado en la mesa de madera de la cocina y freído en grasa, sobre la cocina a leña, solamente para ella y sus primos.
El libro se llama "La gastronomía de los alemanes del Volga", del escritor Julio César Melchior.
Y lo tenía abierto, de par en par, sobre la mesada de su cocina, en la Capital Federal, en la página donde se detallan los ingredientes de la receta de Kreppel.
Y puso manos a la obra.
Tomó un bol y comenzó a preparar la masa. La alisó con un palo de amasar y cortó los rectangulitos, haciendo dos cortes en su centro. Para luego freírlos en aceite. Hubiera preferido grasa, como su abuela, pero no era tan fácil conseguirla en la ciudad de Buenos Aires.
A medida que los iba haciendo, los espolvoreaba con abundante azúcar y los colocaba dentro de una fuente.
Probó uno. Lo saboreó con sumo placer. No estaban tan mal, por ser la primera vez.
Sus ojos se llenaron de lágrimas. Pensaba que su abuela estaría orgullosa de ella, si pudiera verla seguir la tradición familiar.

Las carneadas forman parte de la identidad cultural de los alemanes del Volga

Las carneadas forman parte de la identidad gastronómica y cultural del pueblo de los alemanes del Volga desde tiempos inmemoriales. Investigando sus orígenes podemos encontrar vestigios de las primitivas carneadas en el hombre prehistórico, cuando su única finalidad todavía era la de cazar y alimentarse sin mayores apetencias higiénicas ni remilgos culinarios, y se reunía de manera tribal para comer lo que había cazado. Una variante cruel si se quiere de la actual carneada pero no menos cierto que ese es su origen y nadie puede soslayarlo.
Transcurriendo la historia de la humanidad, el hombre se volvió un ser sedentario. Comenzaron los asentamientos en grupo, luego en colonias, pueblos, ciudades… y paulatinamente el hombre fue perfeccionando sus maneras de producir alimentos.
Así pasamos por diferentes etapas hasta llegar a la Edad Media, dónde toman cohesión definitiva muchas de las costumbres y tradiciones que hoy conforman el legado cultural que nos dejaron nuestros queridos abuelos, que llegaron de allá lejos, allende el mar.
Es en la Edad Media donde las familias comienzan a aglutinarse alrededor del rito de la matanza de animales para la producción de alimentos que sean susceptibles de conservar durante el largo y frío invierno en Alemania, donde la producción agrícola, por aquellos años, se volvía casi nula. Una experiencia que luego también se repitió en las aldeas fundadas a orillas del río Volga, en Rusia. Donde la soledad de la estepa, la lejanía de la madre patria, un sentido amplio de familia y de comunidad, hizo que este modo de producción de alimentos se transformara en una tradición altamente afectiva y ligada a la cultura e identidad de los alemanes del Volga. Que luego trajeron consigo a la República Argentina.
La carneada es una fiesta, la fiesta de la familia grande, en la que se reúnen para trabajar abuelos, padres, hijos, nietos, hermanos, tíos, vecinos… todos aportando no solamente mano de obra sino alegría. Una alegría que se acompaña con música y el sonido de un acordeón. Y que se prolonga por varios días.

miércoles, 9 de junio de 2021

Receta de Kleis, una comida tradicional de los alemanes del Volga

¿Una receta rendidora, simple pero muy muy sabrosa, que no tiene nada que envidiarle a los ñoquis. ¿Se animan a prepararla? Acá les dejo la receta:

Receta de Kleis

Ingredientes:
1/2 kilo de harina común
1 cucharadita de sal
Agua hirviendo para formar la masa
Una cebolla
Aceite dos chorritos
Crema a gusto

Elaboración:
Unir la harina, la sal y el agua hirviendo hasta formar una masa. Estirar la masa y cortarla como cuando se hacen ñoquis. Hervirlos en una olla grande con abundante agua.
Aparte: En una sartén poner unas gotitas de aceite y rehogar una cebolla picada.
Una vez que los Kleis estén listos, colarlos y colocar en una fuente con crema y la cebolla doradita.
Esta receta y mas de 150 la encuentran en el libro "La gastronomía de los alemanes del Volga". Información: juliomelchior@hotmail.com.

Los duros comienzos de los inmigrantes alemanes del Volga

 
La tierra estaba dura. Durísima. Imposible clavar un arado. Hacía meses que no caía una lluvia generosa. Los potreros estaban pelados. Ni un mísero yuyo. Resquebrajada y seca. Viento y polvo. Todo moría. La quinta ya no existía. Por más que se la regara y regara, todo era al pedo si no llovía -pensaba don Luis.
Los animales hacía rato que los había malvendido, gastados los últimos pesos en forraje. Los cosignatarios y rematadores de la ciudad recorrían ávidos la zona, para aprovecharse y sacar rédito de la ocasión. Como lo hicieron con él, que no sólo tuvo que vender los animales sino implementos de labranzas y otros enseres. La cuestión era sobrevivir y pasar esta mala época. Aunque aún no tenía claro cómo iba a hacer para recuperarse el día que cayera una buena lluvia. Su establecimiento se estaba desangrando. Años y años de trabajo. No solamente suyos sino de su padre.
Sus hijos, hasta los más pequeños, ya habían salido a trabajar a otras regiones, algunos muy lejos de allí. Esos quizá jamás regresarían, aunque la situación mejorara. Y era entendible: estaban abriendo su propio camino.
En cuanto a los peones, hacía rato que se habían marchado. Los retuvo todo lo que pudo. Sobre todo a Fermín, que nació en la chacra. Pero llegó un momento que ya no tuvo ni lo suficiente para darle de comer.
Quedaban su esposa y él solos en la casa, viendo pasar el tiempo. Llorando la miseria. Viendo como la sequía les quitaba todo, absolutamente todo.
Sólo era cuestión de meses, tal vez semanas, en que el banco vendría por sus tierras y su hogar.
Para conocer sobre nuestras raíces, rememorar vivencias, costumbres y tradiciones, y profundizar en nuestra historia y cultura, no dejen de leer “Lo que el tiempo se llevó de los alemanes del Volga”, “La vida privada de la mujer alemana del Volga” y “La infancia de los alemanes del Volga”. Los duros comienzos de los colonos alemanes del Volga. Información: juliomelchior@hotmail.com.