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jueves, 29 de julio de 2021

Historia de vida de la abuela Zulema Jacob, de 87 años

“Nací en una casita de adobe, con piso de tierra” –cuenta doña Zulema Jacob. “Los muebles eran de madera gastada, legado de la abuela” –agrega. “Éramos muy pobres” –afirma.

“En la cocina teníamos una mesa vieja, varias sillas, un banco largo, un estante de madera, donde poníamos los platos y los vasos, las ollas colgadas de la pared” -revela.
“Mi niñez no fue fácil pero sí muy feliz. Las tardes de verano las pasábamos en la quinta de verduras, regando, comiendo tomates frescos, y a la noche, andábamos por las calles atrapando bichitos de luz para poner en los frascos y usarlos como faroles” –se emociona- “mientras mis padres se sentaban en la vereda a conversar con los vecinos”.
“Éramos muy chicos. Yo tenía ocho hermanos y los vecinos de al lado tenían once hijos y los del otro lado, nueve o diez, ya no me acuerdo muy bien, pasó tanto tiempo” – se disculpa Zulema, que acaba de cumplir ochenta y siete años.
“Nuestros juegos eran sencillos y simples. Jugábamos a la escondida, a la mancha, a la rayuela, a la muñeca, todos juntos en la calle. Nadie tenía televisión ni radio. Los ricos sí tenían radio pero nosotros, la mayoría en la colonia, no. Los pobres apenas teníamos para comer” –remarca.
“Pero nunca nos faltó nada” aclara. “Nuestros padres nos dieron todo lo que pudieron. Eso sí, las verdaderas golosinas recién las probé cuando cumplí catorce años. Todavía recuerdo el sabor de los caramelos con relleno” –suspira.
“Tanta pobreza hizo que la familia se deshiciera muy pronto. Es una lástima. Porque todos nos casamos demasiado jóvenes” –reflexiona. “Yo me casé a los quince y a los veinte ya tenía tres hijos y uno más en camino. En total tuve trece hijos. Once vivos y dos fallecidos” –evoca.
Doña Zulema cuenta su vida con alegría. Es una mujer jovial. Siempre sonriente. Siempre atenta a su familia. Aunque vestida de negra, jamás muestra un rostro serio o un semblante triste. Sus ojos y su rostro siempre irradian felicidad.
“Sufrí pero también fui muy feliz” –sentencia.
Contar su historia de vida le hace bien. Se le nota.

¿Por qué nuestros ancestros deciden marcharse de Alemania?

 A finales del siglo XVIII Alemania (por entonces el Sacro Imperio Romano Germánico) era una organización imperial apenas sostenida por la enorme cantidad de principados menores saqueados y arruinados por las sucesivas guerras que tuvieron como escenario su territorio. Las aldeas se erigían humeantes y desoladas, las campiñas, otrora florecientes y productivas, despojadas de toda su riqueza de tanto soportar sobre sus fértiles innumerables batallas y un sinnúmero de muertes: las tierras yacían yermas y vacías como desiertos. Las ciudades se encontraban arruinadas. La población había disminuido de manera considerable. El pueblo estaba sumido en la más absoluta miseria. En resumen: Alemania era un conjunto de principados destrozados por la guerra, los conflictos religiosos, la desigualdad social, las hambrunas y las pestes. Un territorio arruinado y un pueblo hambriento.
Los habitantes de las aldeas apenas conseguían sobrevivir llevando una existencia miserable e indigna, sobreviviendo a costa de tremendos sacrificios mientras la aristocracia residía en enormes y lujosas mansiones, disfrutaba de la fastuosidad y de los adelantos técnicos y científicos que podía dispensar el siglo XVIII, Siglo de las Luces o de la Ilustración, una edad iluminada por la razón, la ciencia y el respeto por la humanidad.
En circunstancias tan tristes y nefastas un anuncio a modo de pregón recorre Europa: un Manifiesto emitido por Catalina II La Grande de Rusia, fechado el 22 de julio de 1763 en San Petersburgo, ofrece a través de leyes extraordinarias la salvación a los desheredados y menesterosos aldeanos. El Edicto prometía a los colonos que desearan emprender la aventura colonizadora de transformar tierras incultas en un territorio civilizado, prerrogativas demasiado atractivas como para ser rechazadas, como la libertad y la tan ansiada paz para construir un presente sin guerras y sin hambre. Por eso no es de extrañar que el 80% de los alrededor de 30.000 europeos que emigraron a Rusia, entre los años 1763 y 1767, fueran de origen alemán.
Es en ese momento crucial de su historia cuando se inicia la epopeya de un numeroso grupo de familias alemanas que dos emigraciones y varias generaciones después serán conocidos mundialmente como descendientes de alemanes del Volga, radicándose, algunos de ellos, en la República Argentina.

Las calles de las colonias y las aldeas que se fueron para no volver

En la memoria quedan para siempre grabadas las calles de tierra, que se regaban en verano y en invierno aparecían salpicadas de charcos con una costra de escarcha, que pisábamos rumbo a la escuela. Esas calles, hoy lejanas, donde vivía nuestro mejor amigo, Don José el carpintero, Don Fermín el lechero o Don Agustín, el zapatero. Personajes entrañables que formaron parte de nuestra infancia. Infancia que transcurrimos por esas calles de tierra de las colonias y aldeas jugando al fútbol en los atardeceres, cuando nuestros padres se sentaban en las veredas a tomar fresco durante el verano. Esas mismas calles en las que hoy, de tanto en tanto asoma una casita de adobe antigua y abandonada, un baldío y una bomba oxidada y vieja, solitaria, en medio de un patio inmenso, recordando a la familia que alguna vez vivó allí.

La felicidad de una casa humilde

Una cocina a leña, bosta de vaca para quemar y calentar el ambiente, una mesa larga de madera, un banco contra la pared, una alacena antigua, unos cucharones, sartenes y cacerolas colgadas en la pared, una carpeta tejida a croché y sobre ella un adorno, una pava siempre hirviendo, a punto para cualquier menester: desde tomar mate hasta desplumar una gallina.
Mi madre yendo y viniendo. Lavando ropa. Cocinando. Siempre trabajando. Cantando en alemán. Feliz. Y en las noches rezando su rosario de perlas negras. Murmurando plegarias. Mirando el mañana. Seguramente soñando un futuro mejor para sus hijos. Para sus hijos que, a los diez años, ya trabajaban a la par de sus padres.
Esos son los recuerdos más entrañables de mi infancia.
Jugando con mis hermanos juegos tradicionales, más otros que inventábamos nosotros imitando las tareas rurales. Trepar árboles. Husmear los nidos de los pájaros. Cazar peludos para comer. O perdices. Y hasta palomas cuando la malaria era grande. Libres. Felices a pesar de la escasez de todo. Siempre corriendo. Por la colonia, por las calles de tierra, detrás de los carros, metiéndonos, sin permiso, en las quintas de los vecinos para probar alguna sandía. O corriendo por el campo, cazando mariposas, atrapando bichitos de luz. Jugando siempre jugando. Pobres pero felices.

Así eran las colonias de nuestros abuelos

Los pájaros trinan en el amanecer, surcando el cielo de la colonia rubia. Se escucha el pregón del lechero, carnicero, panadero… Las voces de las amas de casa que salen a la vereda a realizar su compra diaria. La algarabía de los niños conversando en alemán. Los ruidos melodiosos que salen de la herrería, carpintería… El silencioso parlotear de la tijera del sastre y el habla cansino del martillo del zapatero. El sacristán echa a volar las campanas de la torre de la iglesia llamando a misa. El sacerdote se apresta en la sacristía. Los monaguillos preparan sus enseres. Las velas del altar arden. Doña Agueda reza el rosario sentada en el primer banco, junto a Doña Ana, ataviadas de negro, las cabezas cubiertas con un pañuelo del mismo color, y las miradas fijas en Jesucristo. En el campo, los hombres labran la tierra bajo un cielo estrellado de gaviotas. Abren surcos en la tierra virgen para sembrar trigo. El trigo que florecerá en espigas de harina, pan y hostias. Y en la inmensidad, los ojos de Dios velando a su pueblo: inmigrantes peregrinos que llegaron de allende el Volga para hacer fructificar el suelo argentino.

martes, 27 de julio de 2021

Doña María Berta Stadelmann, una abuela alemana del Volga, nos revela su niñez

“Nos levantábamos a las cuatro de la mañana para ordeñar las vacas, mi padre, mi madre, mi hermano, mis tres hermanas y yo. Los pies hundidos en el fango hasta las rodillas, chapoteando en el barro, el excremento y el pis de los animales. En invierno soportando una helada tremenda: las vacas tenían el lomo blanco de escarcha. Bajo la lluvia, titiritando de frío. Terminábamos a las ocho y media. La mayor parte de la leche se vendía y un resto se utilizaba para elaborar crema, manteca y queso. Todo con artefactos que funcionaban de manera manual, con manivelas que había que hacer girar y girar y girar. Allí también colaboraban todos los hijos, sin importar la edad" -cuenta la abuela María Berta Stadelmann.
“Después, a los niños menores de la casa, nos mandaban a limpiar el chiquero y el gallinero. Teníamos que dejarlos bien limpios, para que los animales no se enfermaran de ninguna peste. Utilizábamos mucha agua, que obteníamos llevándola desde el tanque del molino con grandes baldes, y barríamos con escobas confeccionadas con ramas de árboles. Por supuesto, que también teníamos que recoger los huevos. Y a veces, cuando era época de sequía y la pastura escaseaba, hasta teníamos que sacar a pastorear los cerdos para que no se murieran de hambre. Un trabajo que no nos gustaba porque era muy difícil mantenerlos juntos. Siempre alguno se nos escapaba. Sobre todo cuando eran pequeños" -agrega.
“A la tarde nos tocaba la quinta. Trabajar con la pala, puntear la tierra, darla vuelta para sembrar verduras y hortalizas. Carpir con la azada para que estuviera limpia y ordenada. Rastrillar sacando las malezas secas. Regar llevando agua con los baldes" -relata.
“Aparte de todo eso, mi hermano tenía que ayudar a mi padre en el campo: arando, sembrando, cuidando los animales. Y mis hermanas y yo, teníamos que ayudar a mi madre en todos los quehaceres de la casa: preparar la comida, lavar la ropa de todos en la fuente con la tabla de lavar, coser y remendar las prendas que estaban rotas" -recuerda.
“No nos quedaba tiempo libre ni siquiera para jugar. Y ni que hablar para ir a la escuela. Mi hermano mayor fue hasta segundo grado. Mis hermanas hasta primero. Y yo apenas asistí medio año.
¡Así era la vida de antes!” -concluye.

Imágenes típicas de la cocina alemana del Volga

Quién puede resistirse a los Der Kreppel y a unos suculentos Wickelnudel? En el libro estas recetas y más de 150. Se los van a perder?
Para más información comunicarse al correo electrónico juliomelchior@hotmail.com o WhatsApp: 011-22977044

Las manos de mamá en invierno

Las manos de mamá
refregaban la ropa,
sobre la tabla de lavar,
hundida en el agua helada.

En la mañana fría
del largo invierno,
cerca de la bomba,
con jabón casero.

Lavaba y lavaba,
inclinada sobre el fuentón,
llenando el tendal
con ropa de toda la familia.

Que después seca,
bajo la lámpara a kerosén,
en las noches de sobremesa,
planchaba con la plancha a carbón.

sábado, 24 de julio de 2021

Volver al lugar donde nacimos

Las mujeres alemanas del Volga: Símbolos de sacrifico y entrega

Las mujeres alemanas del Volga son el símbolo perfecto de un espíritu inquebrantable, que jamás se doblega frente a nada, que lucha frente a cualquier tipo de adversidad para superarla y continuar el camino. Ellas son el reflejo tangible de las mujeres pioneras que junto al colono abrieron el surco del arado en la tierra para sembrar la semilla del trigo que transformó a la Argentina en el granero del mundo. Ellas acompañaron al hombre, codo a codo, que transformó la pampa argentina en una tierra productiva. Ellas levantaron su hogar no solamente en las colonias o aldeas sino también a la intemperie del campo, donde guarecidas bajo una humilde casita de adobe criaron a sus hijos horneando pan en el horno de barro, sacando agua de una bomba o de un molino, lavando la ropa con o sin heladas, con agua fría, las manos y el rostro curtidos por soportar estoicas la tierra y el viento, el sol y la lluvia, el tórrido sol del verano y la helada escarcha del invierno. Firmes en sus creencias y convicciones, devotas de Dios, seguras de sí mismas, dependían del hombre sin embargo porque la sociedad en la que nacían, se criaban y desarrollaban sus vidas estaba regida por una fuerte cultura patriarcal, que les impedía tomar sus propias decisiones pese a su enorme inteligencia y capacidad para salir adelante siempre, para educar a sus hijos, para hacer de este mundo un mundo mejor del que ellas encontraron cuando nacieron.
Para mantener viva la memoria de estas pioneras, de estas mujeres de las cuales descendemos he escrito el libro "La vida privada de la mujer alemana del Volga" para que se conozca el mundo en que nacieron, crecieron y vivieron, tan distinto al de hoy.

martes, 20 de julio de 2021

Se acuerdan cuando al atardecer mamá nos mandaba a juntar los huevos?

Al atardecer mamá nos daba un balde y nos mandaba al gallinero a juntar los huevos del día que, generalmente, superaban las dos docenas. Una tarea que había que realizar con sumo respeto y cuidado. Porque no solamente teníamos terminantemente prohibido romper un huevo, aunque, a veces, accidentes no faltaban, sino que, también, debíamos evitar los picotazos de alguna gallina o clueca a la que no le gustaba para nada que le metiéramos mano al nido para hurtarle el huevo que había puesto con mucho esfuerzo y pretendía conservar a toda costa, aun sabiendo que tenía que mantener una reyerta con dos porfiados, tan porfiados, como mi hermano y yo, que podíamos llegar a hacer uso de estrategias bastante salvajes para alejarla del nido. En defensa de la pobre clueca, debo confesar que, más de una vez, la que nos sacó corriendo a picotazo limpio fue ella. Recogíamos los huevos un poco como un trabajo que era obligatorio realizar todos los atardeceres y, otro poco, jugando y llevando a cabo travesuras que nunca le contamos a nadie, ni siquiera a nuestros amigos. Nadie en su sano juicio se hubiera arriesgado a que algún alcahuete le fuera con el chisme a papá. Entonces sí que nos hubiéramos enfrentado a un juez severo, que siempre condenaba y aplicaba una buena tunda con la alpargata o el cinturón, según la gravedad del asunto en cuestión. Papá no perdonaba las travesuras y menos perdonaba que maltratáramos las aves domésticas proveedores del tan ansiado sustento diario. Porque no solo nos proveían de huevos sino también de carne. Pero nuestro compromiso y obligación con las gallinas y el bendito gallinero, era mucho más amplio. No solo teníamos que recoger los huevos sino que, una vez a la semana, era menester barrer todo el excremento que las aves depositaban durante sus largos encierros nocturnos al que eran confinadas para protegerlas de los zorros y otras alimañas que, con mucho gusto y placer, se las hubieran devorado. Sumado a esto, que ya era mucho para nosotros, una vez al mes teníamos que cambiar la paja sucia de los nidos por limpia, que había que recoger de los campos aledaños, guadaña en mano. Cómo verán, no éramos muy amigos de las gallinas y ellas tampoco de nosotros, pues, las ingratas, todavía tenían el orgullo y el tupé de considerarnos intrusos en su hogar, cuando nosotros todo lo que hacíamos era cumplir órdenes superiores y, al final de cuentas, éramos los únicos que manteníamos no solo su hogar limpio sino que también las protegíamos de las alimañas, que las acosaban hambrientas y deseosas de comérselas.

lunes, 19 de julio de 2021

Un video grabado en la lengua de nuestros ancestros, la lengua de los alemanes del Volga que hablamos en las colonias y aldeas

 

Un libro escrito en el idioma de nuestros antepasados y en español, que rescata la niñez de antes, con sus tradiciones y costumbres, juegos, canciones, adivinanzas y muchos más. Para más información comunicarse al correo electrónico juliomelchior@hotmail.com o WhatsApp: 011-22977044

Difundiendo mi trabajo literario y de investigación dedicado a los alemanes del Volga

El día sábado 17 el periodista Pablo José Barizone me realizó una entrevista para Canal 2 Tv Cooperativa. Una entrevista muy dinámica, amena y extensa donde hice un recorrido por mi camino literario y de la vida. Siempre es un alegría recibirlo y mantener latente una amistad de 27 años en los que ambos hemos recorrido un extenso camino lleno de permanentes desafíos y crecimiento profesional.

viernes, 16 de julio de 2021

Así vivían los alemanes del Volga las tradicionales carneadas

El ritual de las carneadas para consumo familiar empezaba casi de madrugada, cuando se encendía un gran fuego para calentar el agua que se iba a usar para limpiar el cerdo y todos se aprestaban para la faena preparando, cada uno, sus utensilios, herramientas y elementos de trabajo. La actividad era ocasión propicia para reunir a familiares, amigos y vecinos, que se acercaban a la casa a colaborar, transformando la carneada, que duraba dos o tres días, en un gran encuentro social, con música incluida, y suculentas comilonas. Nadie se negaba a aportar su granito de arena, porque el trabajo era mucho y debía llevarse a cabo durante un fin de semana, para no interferir en las labores rurales. Además, era una costumbre establecida, que todos los que ayudaban, se llevarán como obsequio carne y morcillas y chorizos para probar.
El proceso de la carneada comenzaba varios meses antes, cuando la familia adquiría un lechón, que era criado en el chiquero, que el padre construía en el fondo del patio con maderas y alambre tejido, generalmente en desuso, y era alimentado con las sobras y desperdicios de los alimentos que se consumían en el hogar y, ocasionalmente, se le agregaban cereales o forrajes que se obtenían de algún chacarero conocido.
Cuando el animal alcanzaba la mayoría de edad y el peso deseado, entre los doscientos kilos, un poco más, un poco menos, se tomaba la decisión de sacrificarlo, junto con un vacuno que se compraba para ese menester, para abastecer los sótanos de chorizos y jamones para pasar los crudos y fríos inviernos.
Generalmente la carneada se llevaba a cabo durante un fin de semana, para evitar que la misma interrumpiera el normal desarrollo de las actividades rurales, y participaban no solamente todos los integrantes de la familia sino parientes y vecinos.
El cerdo se degollaba con precisión, insertando el cuchillo en medio de la unión de la cabeza y el cuello, para lograr el desangrado. La sangre se recogía en un recipiente, que se colocaba debajo de la incisión, sin dejar de removerla para evitar que se cuaje. La misma se utilizaba elaborar la morcilla negra o blutwurst.
Una vez muerto el animal, se procedía a colocar el cerdo sobre una mesa para escaldarlo o pelarlo, es decir, quitar con abundante agua hirviendo, raspando con cuchillos y, a veces, la ayuda de otros utensilios, los pelos que recubren la piel hasta dejarla totalmente lisa y limpia.
El paso que seguía es el desposte, que no es otra cosa que descuartizar el cerdo clasificando y separando los diferentes cortes de carne de acuerdo al uso que se le iba a dar, por ejemplo, entre muchos otros, las patas para elaborar el jamón, y buena parte de las vísceras, el hígado, los riñones y diversos elementos de la cabeza del cerdo (como la lengua), que se cocinaban para formar parte de las morcillas, blanca y negra, y el queso de chancho. Porque todo se aprovechaba. Nada se tiraba.
Finalizado el proceso de fragmentación comenzaba el deshuesado (minucioso trabajo de limpieza de los huesos), cortando la carne en trozos pequeños para luego pasarlos por la picadora, condimentarlos en base a una receta que cada familia mantenía en riguroso secreto, y amasarlos con las manos en una enorme batea construía de madera, y empezar a elaborar los chorizos, sin olvidar que también se le agregaba carne de vaca a la preparación con la que se hacían los chorizos para secar, porque conjuntamente con el cerdo, también se carneaba un vacuno.
El armado de los chorizos se llevaba a cabo con tripas (generalmente de vaca) y una máquina que se llama embutidora. Las tripas son de varios metros, estas se cortan para dar el tamaño de rosca o chorizo.
Terminada la faena, los chorizos para secar, la morcilla negra, la morcilla blanca y los jamones, se colgaban del techo de los sótanos o en galponcitos especialmente acondicionados para este menester.
Además de todos estos clásicos embutidos, también se elaboraba Kalra y se derretía grasa, que luego era guardada para preparar la comida a lo largo del año, y los chicharrones obtenidos de su derretido, se incorporaban en el amasado de pan que se horneaba en la cocina a leña o en el horno de barro. Con la grasa, asimismo, se cocinaba jabón para lavar y que, en definitiva, se usaba para todos los quehaceres domésticos.
Lo habitual era que las familias carnearan dos veces al año pero, también había, pocas, es cierto, que lo hacían tres veces al año.
Si bien es cierto que esta costumbre se ha ido perdiendo, también es cierto, que en muchas colonias y aldeas, como en muchos campos, todavía se conserva y de desarrolla tal cual como en los viejos tiempos.




Carta para mi padre, un padre alemán del Volga

 Caminas a mi lado en las noches oscuras, cuando mi alma se extravía en tribulaciones, sosteniendo mi mano, para no salirme del camino. Me proteges para que no tropiece y caiga y, si por no escucharte a tiempo, porque sé que a veces soy muy cabeza dura para oír consejos, trastabillo de todos modos, estás ahí para ayudarme y decirme: arriba, tu puedes! Como cuando era niño y estabas ahí para enseñarme a caminar solo, apartando los objetos de mi camino para que no me lastimara. Como lo estuviste siempre, papá. En los días de risas, cuando estaban todos, y era sencillo estar, y en los otros, en los tristes, cuando era difícil permanecer y hasta los mejores amigos abandonaban el barco. Vos nunca lo hiciste. Por más dura que fuera la tormenta, nunca me dejaste solo. Jamás!
Y hoy que ya no estás, que te has ido a descansar junto a Dios, luego de una larga y fructífera existencia, en la que sembraste vastos campos de trigales, trabajando en el campo, y construiste tu casa con tus manos, formaste una familia, tuviste hijos, los educaste con tu ejemplo y los formaste para la vida, me seguís acompañando desde el cielo. Estas presente en mi mirada, en mis actitudes, en mis gestos y en mis pensamientos.
Porque pienso en vos todos los días, no solamente en jornadas especiales como estas. Tu vida, tu obra y tu figura son demasiado inmensas como para reducirlas a una mera fecha festiva marcada en el almanaque. Sos mucho más que un domingo. Mucho más que una misa, mucho más que una visita al cementerio, mucho pero mucho más que todo eso junto, porque fuiste, sos y siempre serás, MI papá. Y por eso vivirás eternamente en mi.

Las colonias y aldeas de nuestra niñez

Los pueblos alemanes, en otros tiempos, otros días, otras horas, allá lejos en la historia, eran localidades totalmente diferentes. Con otras tradiciones. Otras costumbres. Las personas vestían y vivían de otra manera. La existencia se desarrollaba apacible y tranquila. Por las calles de tierra trajinaban su pregón el vendedor de pan, carne, verduras, frutas y otros productos domésticos, cada uno con su carro característico: el carro lechero, carnicero, verdulero, etc. Se conversaba en alemán a toda hora y en todo momento. En los hogares, en la escuela, en la iglesia, en las calles... Para comprar; para vender; para celebrar; para reír contando un chiste; para llorar relatando un recuerdo; siempre se recurría a la lengua alemana. No había otra; no se precisaba ni era necesario.
Sí, eran pueblos diferentes. Pueblos en los que la familia se reunía en torno a la mesa después de la cena a compartir relatos de trabajos que habían realizado durante la jornada, para después rezar en comunión y unidad; o cantar canciones tradicionales al ritmo del acordeón; saborear Kreppel; en fin, vivir la vida con sencillez y profundidad, disfrutando de cada momento. Sin tanto lujo, tanto consumismo, sin pretender tener más que el vecino, sin tantos utensilios innecesarios que sólo llenan el hogar de artefactos eléctricos y lujo material pero lo vacían de lo esencial: la solidaridad.

Las inolvidables meriendas de nuestra niñez

Mamá siempre preparaba cosas ricas para la merienda, que generalmente acompañaba con mate cocido o té con leche o cascarilla. Nos esperaba, al regreso de la escuela, con Brotschnitze, Kreppel u otros manjares recién elaborados.
Mamá era puro amor. Mamá y las series de televisión de las cinco de la tarde, llenan nuestra memoria de recuerdos felices de la infancia.
Una infancia que sobrevive en dos libros: "La infancia de los alemanes del Volga" y "La gastronomía de los alemanes del Volga". Dos obras que todos debemos leer y atesorar en nuestras bibliotecas con amor.

miércoles, 14 de julio de 2021

Si vas de visita a mi pueblo

Si vas de visita a mi pueblo y recorres sus calles al atardecer, verás familias enteras sentadas en las veredas tomando mate, a la sombra de los árboles, conversando en alemán. Verás a los niños jugar en libertad, sin miedo, corriendo detrás de la pelota. Verás un cielo de estrellas surgir lentamente en el horizonte, con la noche que llega y el día que se va con el sol, cobijada en los brazos de la luna. Verás lugares hermosos, en los que se conjuga el ayer con el hoy. Verás viviendas que se construyeron con el pueblo, en los lejanos años de la fundación. Con techos a dos aguas, corredores largos y amplios, cenefas, bombas de agua, jardines con todo tipo de flores, patios grandes, verdes, huertas, molinos. Una iglesia majestuosa. Una avenida ancha. Ramblas con árboles centenarios.
Si vas de visita a mi pueblo, saluda a mi gente, esa bella gente de alma generosa, manos extendidas, temerosa de Dios, trabajadora, honesta, sacrificada, que nunca baja los brazos. Que jamás deja de creer. Esa gente rubia de ojos claros que descienden de colonos que un día llegaron a esos lares desde las lejanas tierras del Volga, a forjar su ideal en este suelo argentino.
Si vas de visita a mi pueblo, diles que los extraño y que jamás los olvidé. Diles que sueño con volver y descansar junto a ellos. Diles que estoy regresando. Diles que ya reservé mi lugar, junto a mis padres y a mis abuelos, al lado de mis hermanos.
No te olvides de darles mi mensaje. Ellos sabrán comprender. Y echarán a volar las campanas para esperarme y acompañarme en mi último viaje.


Del libro "Lo que el tiempo se llevó de los alemanes del Volga", del escritor Julio César Melchior. No se lo pierdan!!! Para más información comunicarse al correo electrónico juliomelchior@hotmail.com.

Vida cotidiana de una abuela alemana del Volga

Abuela desayunó. Rezó su rosario, murmurando las plegarias en susurros suaves y dulces. Con paso lento y cansino –tenía noventa años- caminó hacia la ventana. Corrió la cortina y miró hacia la calle. Estaba desierta. El sol apenas asomaba en el horizonte. La luz era un crisol de colores eclosionando en la lejanía del campo.
Volvió a su silla. Abrió la Biblia, escrita en letra gótica, y leyó, concentrada y con profunda fe. Transcurrieron los segundos, los minutos… Conversaba con Dios, solía decir cuando leía la Biblia. Estaba tan concentrada en ese menester que no veía ni oía nada de lo que ocurría a su alrededor.
A las diez levantó la vista de las Sagradas Escrituras. Miró el reloj. “Hora de tomar mate”, pensó fiel a su costumbre de todas las mañanas. Tenía sus ritos que mantenía desde años tan remotos que ni ella recordaba cuando los puso en vigencia.
Preparó el mate sin apenas hacer ruido. Ella y la casa eran silencio. Un silencio opresivo e indescifrable. La gente –que habla y se mete a opinar donde no debe- decía que vivía en el pasado. Poco le importaba a abuela lo que pensaran los demás. Ella vivía como le enseñaron sus ancestros. Vestida de negro; rezando; conservando costumbres y tradiciones milenarias… Mientras afuera los tiempos cambiaron y la modernidad trajo nuevas vestimentas, costumbres y modas y nuevos inventos de los cuales desconocía la mayoría, un poco por pereza y otro poco por desinterés.
Se sentó a tomar mate, cavilando recuerdos. Reflexionando. Sí, pensó, reflexionar y pensar y recordar era todo lo que hacía desde hacía muchos pero muchos años. Desde que su esposo murió, desde que sus hijos se casaron y se fueron de casa, desde que la vida y la sociedad cambió, desde que, lentamente, fue envejeciendo sin darse cuenta de que ya no tenía sueños ni tampoco anhelos por cumplir. Se sentía satisfecha. Deseó ser esposa y madre. Como manda Dios. Y cumplió.
Con el compás de las horas preparó el almuerzo. Durmió una siesta. Repitió el ritual de todos los días.
Llegó la noche. Cenó. Rezó. Y se fue a dormir. Como todos los días, como siempre.
Más historias de la vida de las abuelas en el libro "La vida privada de la mujer alemana del Volga". Para más información comunicarse al correo electrónico juliomelchior@hotmail.com.

¿Qué le dio y qué le quitó la llegada de la tele a nuestra infancia en las colonias?

 La llegada de la televisión a las colonias terminó por borrar definitivamente nuestra manera de vivir la niñez y pasamos, sin darnos cuenta apenas, de jugar en la vereda durante los atardeceres de verano, a sentarnos frente a la pantalla de un televisor a compartir nuestro tiempo, aventuras y sueños, con personajes que protagonizaban series como El Zorro, Tarzan, El gran chaparral, Bonanza, Combate, Batman, entre muchas otras más. Nombres extranjeros y totalmente ajenos a nuestra cotidianidad e idiosincrasia, ocuparon el espacio de nuestros juegos tradicionales, que súbitamente empezamos a olvidar y a considerar arcaicos y pasados de moda.
A partir de allí, cambio completamente nuestro estilo de vida. El de los niños y el de los mayores también, por supuesto. Porque mientras los niños nos sentimos atraídos frente al televisor por las aventuras y la magia de las series, nuestros padres eran seducidos por la seriedad de los noticieros y el glamur de las telenovelas.
Ya no hubo tiempo para que nuestros padres se sentaran a la noche en la vereda a conversar con los vecinos mientras comían girasoles o tomaban mate en tanto nosotros jugábamos nuestros clásicos juegos infantiles heredados de los ancestros o para enfrascarnos en la paciente aventura de cazar bichitos de luz para meterlos dentro de un frasco y utilizarlos como velador, algo que la mayoría de los niños no teníamos.
La tele, con sus series y personajes, renovó nuestra imaginación, el deseo de vivir nuevas aventura y nuevos juegos, padres más informados sobre lo que sucedía en el país y en el mundo, merced al noticiero, y madres con conocimientos sobre la vida de los artistas protagonistas de las telenovelas; pero el precio que pagamos es muy alto: la tele nos dio, es cierto, pero también nos quitó, nos quitó nuestro estilo de vida, nuestra idiosincrasia y parte de nuestra identidad.

lunes, 12 de julio de 2021

Julio César Melchior y una nueva edición del libro "La gastronomía de los alemanes del Volga" (Entrevista realizada por Suárez al Día)

Ya por la décima quinta edición, el autor de Pueblo Santa María recorre en 10 capítulos recetas legendarias de los Pueblos Alemanes. Leer el libro es introducirse en el relato de abuelas y bisabuelas que con sus manos prodigiosas cocinaban gastronomía alemana, pudiendo sentir esos aromas y sabores únicos. El libro puede conseguirse en Coronel Suárez, en Librería Lázaro, y en Pueblo Santa María en Bartolomé Meier 1462. Además, a través de redes sociales, tanto en Instagram como en Facebook, y por correo electrónico a juliomelchior@hotmail.com.

“Hace 27 años que empecé a escribir y con constancia diaria, he logrado grandes objetivos, estoy sorprendido por la gran repercusión que alcanzó el libro, no sólo a nivel nacional sino internacional”, afirmó con orgullo el escritor Julio César Melchior en contacto con Suárez al Día.
Con alegría aseguró que los más jóvenes se vieron atraídos por las recetas e historias culinarias que se presentan en el libro, reflejando el interés por la cultura de “aquellos primeros colonos descendientes de Alemanes del Volga, sus ancestros; valoran sus raíces y eso es muy importante”, subrayó.
Destacó y agradeció el “trabajo en equipo y en familia” para hacer de sus publicaciones un éxito.
“Mis libros han llegado a muchísimos puntos del país, como así también, gracias a la tecnología se han enviado ejemplares al exterior”, expresó.
Indicó que la primera edición de “La Gastronomía de los Pueblos Alemanes” salió a la calle el 14 de noviembre de 2009, por lo que el éxito del libro hizo que se reeditara a razón de una por año.
“Me llena de orgullo que las recetas se multipliquen de generación en generación, que el libro tome esos aromas, se manche con salsas y que tenga las hojas dobladas y amarillas, por haberlo usado mucho”, afirmó y agregó “mi éxito es de todos; primero de los tres Pueblos Alemanes y de todo Coronel Suárez”.
Con más de 150 recetas de la gastronomía alemana del Volga, el libro tiene una lectura clara, con explicaciones sencillas para toda la familia.
“Jamás imagine que iba a tener tanto éxito, busque, en los cinco años de producción literaria, rescatar las recetas originales de aquellos primeros colonos que llegaron de Rusia, todas muy simples, aquellas que nuestras abuelas cocinaban en sus hornos de barro o en sus cocinas a leña”, afirmó.
Además de hablar de los platos típicos, Melchior hace un recorrido por el sabor de las cervezas, los licores, los embutidos y conservas que acompañan la gastronomía alemana.
“Además en cada reedición voy sumando más recetas, porque el libro se convirtió en un verdadero legado cultural, en un homenaje, un tributo hacia todos nuestros ancestros; porque es mucho más que un libro de recetas, en cada capítulo hay emoción, historias y bellos recuerdos que se mezclan con exquisitos aromas”, expresó emocionado.
En cuanto a nuevos proyectos adelantó que está escribiendo poesía y algo más sobre Alemanes del Volga.
“La realidad es que soy un escritor que se autogestiona sus obras, por lo que todo cuesta más, aunque no puedo quejarme”.
Por último, agradeció a todos aquellos abuelos y abuelas que le han abierto sus puertas para “contarles historias y compartir sus vivencias”.
“Hace 27 años que empecé a escribir y con constancia diaria, he logrado grandes objetivos, estoy sorprendido por la gran repercusión que alcanzó el libro, no sólo a nivel nacional sino internacional”, afirmó con orgullo el escritor Julio César Melchior en contacto con Suárez al Día.
Con alegría aseguró que los más jóvenes se vieron atraídos por las recetas e historias culinarias que se presentan en el libro, reflejando el interés por la cultura de “aquellos primeros colonos descendientes de Alemanes del Volga, sus ancestros; valoran sus raíces y eso es muy importante”, subrayó.
Destacó y agradeció el “trabajo en equipo y en familia” para hacer de sus publicaciones un éxito.
“Mis libros han llegado a muchísimos puntos del país, como así también, gracias a la tecnología se han enviado ejemplares al exterior”, expresó.
Indicó que la primera edición de “La Gastronomía de los Pueblos Alemanes” salió a la calle el 14 de noviembre de 2009, por lo que el éxito del libro hizo que se reeditara a razón de una por año.
“Me llena de orgullo que las recetas se multipliquen de generación en generación, que el libro tome esos aromas, se manche con salsas y que tenga las hojas dobladas y amarillas, por haberlo usado mucho”, afirmó y agregó “mi éxito es de todos; primero de los tres Pueblos Alemanes y de todo Coronel Suárez”.
Con más de 150 recetas de la gastronomía alemana del Volga, el libro tiene una lectura clara, con explicaciones sencillas para toda la familia.
“Jamás imagine que iba a tener tanto éxito, busque, en los cinco años de producción literaria, rescatar las recetas originales de aquellos primeros colonos que llegaron de Rusia, todas muy simples, aquellas que nuestras abuelas cocinaban en sus hornos de barro o en sus cocinas a leña”, afirmó.
Además de hablar de los platos típicos, Melchior hace un recorrido por el sabor de las cervezas, los licores, los embutidos y conservas que acompañan la gastronomía alemana.
“Además en cada reedición voy sumando más recetas, porque el libro se convirtió en un verdadero legado cultural, en un homenaje, un tributo hacia todos nuestros ancestros; porque es mucho más que un libro de recetas, en cada capítulo hay emoción, historias y bellos recuerdos que se mezclan con exquisitos aromas”, expresó emocionado.
En cuanto a nuevos proyectos adelantó que está escribiendo poesía y algo más sobre Alemanes del Volga.
“La realidad es que soy un escritor que se autogestiona sus obras, por lo que todo cuesta más, aunque no puedo quejarme”.
Por último, agradeció a todos aquellos abuelos y abuelas que le han abierto sus puertas para “contarles historias y compartir sus vivencias”.

Nuestra historia es antigua y nuestra cultura inmemorial

La historia de nuestra identidad, como personas individuales y como pueblo, se remonta allá lejos, en el espacio y en el tiempo, desde donde un día un grupo de familias comenzaron un largo camino de desarraigos y de sufrimientos, marchando detrás de la promesa de una tierra y un cielo donde vivir y trabajar, donde amar y tener hijos en libertad.
La historia de nuestra identidad tiene en sus orígenes palabras alemanas, a la que se le sumaron unas pocas palabras rusas, y finalmente palabras en castellano, idioma que hablan nuestros hijos y nuestros nietos, sin olvidar, la mayoría de ellos, la lengua de sus antepasados,
La historia de nuestra identidad, así como su cultura, tradiciones y costumbres, sobrevive en su gente, en las familias y personas que viven en las colonias y aldeas en las que todavía se habla el dialecto, se cocinan las comidas tradicionales y se conservan las tradiciones y costumbres, y, también, sobrevive en la memoria escrita, en los libros que rescatan ese legado para nuestros propios descendientes y para la eternidad de los tiempos.
Libros que fui plasmando a medida que recorría las calles de las colonias, naciendo y viviendo entre su gente, compartiendo su universo social, cultural y tradicional, entrevistando a las personas mayores, que en su sabiduría rememoraron tiempos idos, tiempos fundacionales, tiempos de sacrificio, esfuerzo, coraje y superación, hablé con los hombres, dialogué con las mujeres, escribí sus memorias, inmortalicé sus vidas, sus enseñanzas, sus costumbres, sus canciones, sus dichos, todo, todo.
Esos libros, que se pueden adquirir por correo, desde cualquier lugar del país, llevan por título: "La gastronomía de los alemanes del Volga", "La infancia de los alemanes del Volga", "Lo que el tiempo se llevó de los alemanes del Volga" y "La vida privada de la mujer alemana del Volga".

sábado, 10 de julio de 2021

Impensada travesura por culpa de una pelota de cuero número cinco

Luis era hijo de don Pedro Enrique Streitenberger, el hombre que poseía la casa más grande y más bella de la colonia. Construida en la calle principal, cerca de la iglesia, la vivienda se destacaba no solamente por su grandeza y su belleza, sino también por la calidad y la ornamentación de sus puertas y ventanas y por poseer un baño con inodoro, lavatorio con canillas y una ducha con una tina enorme, en vez de un rústico Nuschnick, levantado a treinta metros de la casa.
Luis tenía diez años y acceso a todos los juguetes que eran posibles comprar en la ciudad, cada vez que don Pedro Enrique Streitenberger viajaba para realizar algún tipo de transacción comercial, como vender el trigo de la cosecha, comercializar los vacunos o comprar algún tipo de herramienta moderna.
Fue así que un día, Luis deslumbró a sus amigos con una pelota de fútbol de cuero, para más datos una número cinco, y un par de botines, también de cuero.
La novedad recorrió la colonia y en segundos una multitud de niños curiosos llenó el baldío donde habitualmente jugaban al fútbol.
Luis se convirtió rápidamente en el niño más popular y en el niño cuya amistad todos deseaban. Pero, en todas las relaciones humanas siempre hay un pero, Luis no quería ser amigo de todos los niños sino de los que él juzgaba merecedores de poder acceder al privilegio de jugar con su balón y acceder a su casa. Algo de lo que muy pocos podían presumir. Ya que en la colonia no todos estaban en su nivel social. Ni siquiera cerca.
Así que esto originó un conflicto entre los niños, que desembocó en varias grescas que se resolvieron a golpes de puño durante los recreos, y en un problema mayúsculo para los otros padres, la mayoría humildes peones de campo, que no encontraban la forma de explicarles a sus hijos que, para ellos, era económicamente imposible comprar semejante regalo para sus hijos. Comprarlo hubiese significado no comer durante semanas o, quizá, hasta meses.
El revuelo infantil se prolongó durante casi un año, hasta que otro niño, de once años, el gordo Scheffer, como lo conocían sus camaradas, se cansó de pedirle, primero prestado el balón, y después rogarle que lo deje participar en los partidos que se armaban en el baldío, aunque más no sea como arquero, le robó un cuchillo a su madre y le destrozó a Luis su amada pelota de cuero número cinco metiéndole seis tajos.

En el día del amigo regalemos libros que rescatan la memoria de nuestros ancestros

En una fecha tan especial y tan cara a los sentimos de confraternidad entre los hombres de la humanidad, no nos olvidemos de nuestros abuelos y padres que le rendían un culto a la amistad, que la celebraban a diario, sin grandes ostentaciones, pero siendo fieles a la palabra que empeñaban y a la amistad que sellaban en la niñez y mantenían para toda la vida.
Los libros, que rescatan la memoria, historia y cultura de nuestros ancestros, se pueden adquirir desde cualquier lugar del país, por correo, y son los siguientes: "La gastronomía de los alemanes del Volga", "La infancia de los alemanes del Volga", "Lo que el tiempo se llevó de los alemanes del Volga" y "La vida privada de la mujer alemana". Para más información comunicarse al correo electrónico juliomelchior@hotmail.com.

jueves, 8 de julio de 2021

La nostalgia del abuelo

Cuando el abuelo envejeció, la memoria se le llenó de recuerdos y la nostalgia anidó en su alma como un pájaro herido. Los ojos profundamente celestes se colmaron de melancolía y el rostro se le pobló de finísimas arrugas. El cuerpo cedió y se encorvó como un árbol centenario inclina su tronco al paso de los años. Sus manos temblaban y sus movimientos eran inseguros. De tan frágil que era, siempre había que velar por su salud. Demasiado frío, le hacía mal. Demasiado calor, también. De la comida, ni que hablar... nada de sal, poca carne, mucha verdura... y sin embargo, jamás se quejó. Aceptaba la realidad tal como era. Poseía una enorme fortaleza y un arraigado orgullo bien entendido. "Muss mer alles nehme wis kommt", decía. "Der Herr Gott wos wasser macht". (“Se debe tomar todo como viene” – “Dios sabe lo que hace”)
El abuelo era comprensivo y noble y nos llenaba el alma de historias. Sentado sobre su falda aprendimos que existe un río lejano y misterioso llamado Volga y una aldea de ensueño donde él nació. Nos enteramos que un día se hizo a la mar para venir a la Argentina. Supimos de su secreta tristeza y de su hondo dolor, porque allá, allende el mar, quedaron sus parientes, que nunca volvió a ver. Y nos emocionamos escuchándolo cantar melancólicas canciones que hablaban de amores imposibles, de despedidas y adioses permanentes.
El abuelo era dulce y tierno. Sabía comprendernos y era nuestro compinche cuando había que guardar un secreto, sobre todo si cometíamos alguna diablura de la que no tenían que enterarse mamá ni papá. Compartía nuestros juegos, nos enseñaba juegos nuevos, y nos miraba hacer la tarea, satisfecho de que sus nietos pudiéramos estudiar y ser alguien en la vida. Ya que el pobre abuelo solamente había podido estudiar hasta segundo grado y por eso, apenas si sabía leer y escribir. Pero eso no nos importaba, sabíamos que él era un hombre bueno y que era el mejor abuelo del mundo. Con el tiempo aprendimos que el poseía el más sabio de los conocimientos, que es la sabiduría que da la vida.
Estábamos tan unidos al abuelo que nunca pensamos que un día tendríamos que separamos: aún éramos muy niños para saber que hay una ley de la vida que dice que toda existencia humana tiene un límite y que ese límite es la muerte.
Y un día nos despertamos con la noticia de que el abuelo había fallecido. El mundo mágico, ese universo de cristal y cuento de hadas, se deshizo de golpe, se rompió para siempre. Sentimos un gran vacío y una tristeza que parecía no tener consuelo. Ni siquiera en los brazos de mamá pudimos comprender por qué Dios se llevaba a nuestro abuelo.
Enojados con el destino, junto a la familia velamos su cuerpo y acompañamos sus restos al cementerio, llorando desconsoladamente.
Frente a su tumba, y antes de marchamos, prometimos ser todo lo que el abuelo esperaba de nosotros, para que pudiera sentirse orgulloso de sus nietos. También prometimos que nunca lo íbamos a olvidar. Promesa que cumplimos, al escribir este relato.

La infancia en las aldeas. La niñez de antaño en las colonias

La niñez de antaño y nuestra propia niñez fue diferente, muy diferente a la actual. Jugamos con el martillo y el serrucho de papá, fabricando juguetes, abrimos caminos en la tierra, construimos chozas entre los árboles y los pajonales, amasamos barro para hornear, destrozamos pelotas de trapo en los enormes baldíos que había en el fondo de nuestros hogares, hablamos en alemán, cantamos canciones en alemán, nuestros juegos eran en alemán. Sólo conversamos en español en la escuela. Donde también convivía la lengua alemana o, mejor expresado, nuestro dialecto.
La niñez de antaño y nuestra propia niñez fue diferente, muy diferente a la actual. Fue inmensamente feliz.
Una felicidad que sobrevive en mi libro "La infancia de los alemanes del Volga". Para más información comunicarse al correo electrónico juliomelchior@hotmail.com.

Con los baúles llenos de ilusiones

Llegaron al país con los baúles llenos de ilusiones entremezcladas entre la ropa y los enseres de cocina. Traían en el alma la voluntad de trabajo y el deseo de superación. Bajaron del barco con la idea de fundar una colonia y una aldea, formar una familia, trabajar el campo, sembrar y cosechar el trigo para moler la harina para amasar el pan de la mesa diaria.
Y así lo hicieron: no solamente cumplieron todos sus sueños sino que forjaron una patria grande para sus hijos y sus nietos. Una patria que gracias al trabajo de nuestros abuelos, los inmigrantes, llegó a ser el granero del mundo.
Memorias que sobreviven en mi libro "Lo que el tiempo se llevó de los alemanes del Volga". Para más información comunicarse al correo electrónico juliomelchior@hotmail.com.

Mi madre me cantaba el Tros, tros, Trillie

Mi madre está presente en mi memoria de niño feliz. Su rostro surcado de arrugas son pliegues de ternura; sus ojos celestes: cielo de afecto y estrellas de besos; sus manos callosas: cuna de afecto en las que me arrullaba cantando “Tros-Tros-Trillie”. Su regazo: consuelo de mis primeras lágrimas, amparo de mis primeros desencantos. Su alma de amor infinito lo comprendía todo y lo sabía todo.
Mi madre está presente en mi memoria de niño feliz. Su casa con cocina a leña, una mesa de madera grande, un banco contra la pared, con aromas a Krepel, Dünne Kuche, Sauerkraut: aromas que perduran en mi mente. Los Wicknudel, los Klees, el Kalach, y mil delicias más que preparaba para los almuerzos y las cenas, para esas comidas de domingo en las que mimaba a sus nietos mientras reía y cantaba: “Wen ich komm,wen ich wider wider komm”, radiante de poseer una familia grande y orgullosa de que todos sus descendientes la amaran.
Mi madre está presente en mi memoria de niño feliz. Es un ángel que me cuida; un hada madrina que me concede todos los deseos; una estrella que me guía y protege en la vida. Es, fue y será, la persona que me enseñó a ser quién soy y a saber a dónde voy. Es quién me inculcó el valor de ser descendiente de alemán del Volga y sentirme orgulloso de serlo.

No sigamos olvidando nuestra historia ancestral

El transcurrir del tiempo se fue llevando la mayoría de las cosas que nos legaron nuestros abuelos: costumbres, tradiciones, historias, vivencias, anécdotas, un estilo de vida. También se fue llevando seres queridos. No permitamos que ese mismo transcurrir del tiempo se siga llevando lo que aún perdura en nuestra memoria y en nuestros recuerdos. Depende de nosotros y nadie mas que nosotros mantener viva esa memoria y esos recuerdos. En mi libro Lo que el tiempo se llevó de los alemanes del Volga encontrarán la historia y las costumbres que todavía sobreviven entre nosotros pero también las que fuimos olvidando con el tiempo. No dejen de tenerlo en sus bibliotecas para rescatar, conservar y mantener viva nuestra herencia ancestral.

Nuestras madres eran las mejores cocineras del mundo

Mamá se levantaba muy temprano a la mañana para amasar y hornear el pan en el horno de barro. Allí también preparaba Dünne Kuche, Füllsen, lechón al horno con papas y muchas delicias tradicionales más. En la cocina a leña freía Kreppel, y una variedad infinita de manjares. También elaboraba fideos caseros, Kleis, Maultasche, Wickel Nudel, Kraut und Prei, Nudelsupp, Sauersupp y la inolvidable Schnitzsupp que junto con los infaltables Der Kreppel se llevaban como ofrenda a las parturientas de la colonia. Mi mamá, al igual que todas las madres, era la mejor cocinera del mundo. Por eso recopilé más de 150 recetas típicas tradicionales de la cocina de los alemanes del Volga con fotografías ilustrativas en mi libro La gastronomía de los alemanes del Volga que va por la 15 edición. No se lo pierdan antes que se agote. Para más información comunicarse al correo electrónico juliomelchior@hotmail.com.

martes, 6 de julio de 2021

La mañana que le dije adiós a mi aldea

Aquella mañana que me marché de la aldea, abracé a mi madre, que lloraba desolada, le dije adiós, sabiendo que jamás volvería a verla. Intuí que la Argentina, esa tierra llena de promesas, quedaba demasiado lejos para prometer un regreso.
Le extendí la mano a mi padre, que la tendió temblorosa, mientras una lágrima rodaba, furtiva, por su mejilla.
Mis hermanitos observaban sin entender. Eran demasiado niños todavía para comprender palabras tales como adiós, exilio y desarraigo. Lloraban porque veían llorar y porque sus padres lloraban desconsolados como nunca los habían visto llorar jamás. Percibían la angustia que flotaba en el aire y que se ahondó aún más cuando puse en marcha el carro cargado con mis baúles y los caballos comenzaron a caminar, lentamente, rumbo al Volga, camino del adiós.
Volví la cabeza y mi mirada, por última vez, vio la figura de mi padre y las manos de mi madre agitando su pañuelo mojado de llanto; y a mis hermanitos corriendo detrás de mí, despidiéndome. Los vi parados, sumidos en el dolor, empequeñecidos, derrotados por el destino, hasta que el carro se perdió en la distancia y su imagen se trocó en horizonte vacío, en ayer, un ayer a cada trote más lejano, melancólico y añorado.

Nuestros abuelos, los alemanes del Voga

 

Para celebrar el "Día del amigo" con un obsequio especial

Para ese amigo que es descendiente de alemanes del Volga sin saberlo, para ese amigo que busca sus raíces, para ese amigo que desea conocer las costumbres y tradiciones de sus ancestros, para ese amigo que comparte el amor por nuestra historia y cultura, para ese amigo que nos acompaña a diario y nos contiene y comprende, que está en la buenas y en las malas, para ese amigo que nos brinda su afecto incondicional, nada mejor que obsequiarle libros en el "Día del amigo", pero libros especiales, entrañables, libros que rescatan la epopeya emigratoria de nuestros abuelos y que definen nuestra identidad, nuestro presente e inmortalizan su obra y su ejemplo de vida.
Libros tales como: "La gastronomía de los alemanes del Volga", "La infancia de los alemanes del Volga", "Lo que el tiempo se llevó de los alemanes del Volga" y "La vida privada de la mujer alemana del Volga".
Para más información comunicarse al correo electrónico juliomelchior@hotmail.com.