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domingo, 29 de agosto de 2021

Los agricultores alemanes del Volga

Fotografía de www.infoagro.com
Los alemanes del Volga, tu padre, mi padre, tu abuelo, mi abuelo, nuestros bisabuelos, nuestros antepasados, fueron agricultores. Araron, sembraron y cosecharon la tierra. Abrieron surcos con herramientas arcaicas, regando cada semilla que sembraban con el sudor de su frente. Costaba trabajo y días y días de esfuerzo arar la tierra con arados mancera tirados por un solo caballo, mientras se caminaba detrás soportando los tremendos fríos del invierno. Después llevaba días y días de caminar para esparcir la semilla de trigo. Y finalmente, también, llevaba días y días de labor levantar el trigo segándolo con la guadaña y levantando montones y montones de gavillas, bajo el tórrido sol de verano. Gavillas que luego eran reunidas en parvas para ser trilladas.
Y un día llegó el tractor. El tractor desplazó a los caballos. También trajo mayor comodidad. Sin embargo nuestros padres tuvieron que seguir poniendo mucho esfuerzo .físico para continuar cumpliendo con la tarea de agricultores. No hay tecnología que reemplace su conocimiento ancestral de los ciclos agrícolas y del clima. Como tampoco hay tecnología que reemplace su capacidad y su sabiduría de salir adelante frente a cualquier dificultad.
Tradiciones y costumbres de nuestros ancestros en el libro "Lo que el tiempo se llevó de los alemanes del Volga". Para más información comunicarse al correo electrónico: bloghilandorecuerdos@gmail.com.

El caldero de la abuela

Fotografía de www.cocinasrusticas.org
El caldero no era un utensilio que la abuela sacara del Schepie habitualmente. Por eso para nosotros, los niños, era toda una curiosidad cuando la abuela lo descolgaba del techo del Schepie y lo traía al patio. No podíamos creer que abuela guardara una cosa tan negra de hollín y tan quemada por el uso. Era negro, literalmente hablando. Teníamos que tener cuidado de no tocarlo porque terminábamos con los dedos manchados. Así y todo, tenemos que confesar secretamente, que muchas veces pasábamos los dedos para escribir algunas palabras sobre las paredes blancas de la casa de abuela. Que ella, por supuesto, recién descubría al día siguiente, cuando nosotros ya estábamos lejos.
Este caldero abuela lo descolgaba y lo traía al patio para ponerlo sobre una especie de parrilla fabricada con hierro por el herrero de la colonia, pues debía ser una parrilla fuerte y segura, porque el caldero era grande y profundo, capaz de contener una abundante cantidad de agua o el producto que la abuela quisiera elaborar en el. Y si se trataba de una abuela muy humilde, era el abuelo quien fabricaba con ramas gruesas o postes un triángulo para colgar el caldero sobre el fuego.
Este caldero tan particular era utilizado para teñir ropa, hervir la morcilla, hervir el agua para escaldar el lechón para una fiesta o un cerdo para la carneada y derretir la grasa para elaborar el jabón. Además era usado para cocinar grandes pucheros al aire libre cuando la familia se reunía en ocasiones especiales.
Más recuerdos, costumbres y tradiciones en el libro "Lo que el tiempo se llevó de los alemanes del Volga". Para más información comunicarse al correo electrónico: bloghilandorecuerdos@gmail.com.

El jabón casero de la abuela

Fotografía de myadventureswithsoapmaking.blogspot.com
Durante las carneadas además de realizar los chorizo y los clásico embutidos que todos conocemos, las abuelas realizaban otro tipo de producto cuya receta también se conservaba en la familia, pasando de generación en generación. Este producto se realizaba con grasa animal que se descartaba de la carneada, podía ser de cerdo o de vaca.
Las abuelas derretían la grasa, la colaban, le agregaban soda caustica y otros ingredientes secretos, revolviendo prolijamente sobre el fuego para luego volcarlo dentro de moldes especialmente fabricados por el zinguero de la colonia o aldea. Estos moldes podían llegar a tener una altura de 10 cm más o menos y su forma rectangular era bastante amplia y generosa, tanto que, muchas veces, al ser trasladados para desmoldar debían ser llevados por dos mujeres.
Finalmente una vez fría la preparación, los panes de jabón eran cortados con un cuchillo sumamente filoso dándoles forma rectangular.
Estos panes de jabón eran utilizados para lavar la ropa, la vajilla y para el aseo personal de todos los integrantes de la familia.
Tradiciones y costumbres de nuestros ancestros recopiladas en el libro “Lo que el tiempo se llevó de los alemanes del Volga”. Para más información comunicarse al correo electrónico: bloghilandorecuerdos@gmail.com.

El budín de pan tradicional de los alemanes del Volga

Elaborado con pan seco, generalmente sobras de varios días, huevos, manteca, crema, leche, pasas de uva, el budín de pan de los alemanes del Volga llamado en el dialecto Füllsen, era y es el gran protagonista de los encuentros familiares en fechas clave. Por ejemplo la fiesta de Kerb o para decirlo en español, las fiestas patronales del pueblo. También se lo preparaba para las fiestas de pascua de Resurrección. Siempre acompañado del clásico asado al horno con papas. El asado al horno también era algo particular, porque para ser tradicional la fuente debía contener un lechón y estar horneado en el horno de barro o en la cocina a leña.
Este plato compuesto de tres comidas, el budín de pan, las papas y el lechón al horno, también podía ser cordero, eran y son la base central de toda celebración o conmemoración de los descendientes de alemanes del Volga. Después de saborear esta suculenta comida, las familias mantenían una larga sobremesa en la que las conversaciones giraban alrededor de una infinidad de temas, desde muy personales hasta generales, pasando por novedades y continuando con chistes. Tampoco podía faltar la música interpretada por algún abuelo en un acordeón y todos cantando en alemán antiguas canciones traídas en los baúles y en el corazón desde las lejanas aldeas del Volga. Esto era así porque las familias y los familiares se reencontraban muy poco a lo largo del año, a causa de las actividades rurales en las que todos trabajaban, generalmente a varios cientos de kilómetros del hogar materno. Sobre todo teniendo en cuenta que aquella era una época en que no existía ningún tipo de comunicación que no fuera la carta escrita y que muchos de los peones rurales y sus familias no sabían ni leer ni escribir, porque a muy temprana edad tenían que dejar la escuela para empezar a trabajar y colaborar en la economía hogareña.
Por eso, el budín de pan de los alemanes del Volga significa mucho más que eso, un simple budín de pan o clásico Füllsen. El budín de pan o Füllsen representa la unión familiar, la confraternidad social de grupos enormes de parientes, de eventos tan típicos como la Kerb, cuando alrededor de la enorme mesa familiar se congregaban a todos los hijos, tíos, abuelos y demás familiares y amigos a saborear este riquísimo plato que nuestros ancestros trajeron consigo del Volga.
Para volver a saborear la receta original y siguiendo el paso a paso con que nuestras abuelas y las generaciones anteriores elaboraban el clásico budín de pan o Füllsen, consultar mi libro “La gastronomía de los alemanes del Volga, que además rescata y conserva más de 150 recetas típicas. Para más información comunicarse al correo electrónico: bloghilandorecuerdos@gmail.com.


Te espero en mis libros, para juntos, recorrer la historia, la cultura, las tradiciones y la gastronomía de los alemanes del Volga

Te espero en mis libros, para juntos, de la mano, recorrer la historia, la cultura, las tradiciones y la gastronomía que nos legaron nuestros abuelos. Para enterarnos porqué emigraron de Alemania a orillas del río Volga y porqué después se marcharon de allí para venir a la Argentina. Para saber cuándo, dónde, cómo y para que fundaron aldeas en Rusia y colonias y aldeas en la Argentina. Para entender cómo eran las viviendas que edificaban y cómo eran sus costumbres. Para conocer y comprender su idiosincrasia y su manera de vivir la vida. Para aprender sus juegos infantiles, sus canciones de cuna, sus adivinanzas y descubrir juntos sus tradiciones de Navidad y de Año Nuevo.
Por eso te invito a leer mis libros, que llevan estos títulos: "Lo que el tiempo se llevó de los alemanes del Volga", "La infancia de los alemanes del Volga", "La gastronomía de los alemanes del Volga" y "La vida privada de la mujer alemana del Volga".
Para más información comunicarse al correo electrónico: bloghilandorecuerdos@gmail.com.

¿Se acuerdan de las canciones infantiles que cantábamos en nuestra infancia?

¿Se acuerdan de las canciones infantiles que cantábamos en nuestra infancia o las que le oíamos cantar a nuestras madres y abuelas? A la mayoría de ellas las pueden encontrar en mi libro "La infancia de los alemanes del Volga". Para más información comunicarse al correo electrónico: bloghilandorecuerdos@gmail.com.

La obstinada esperanza de los alemanes del Volga

Paredes de adobe. Paja en el techo. Casa humilde. Habitantes dignos. Un hombre, una mujer, nueve niños labrando la tierra. Se despiertan con el sol y se van a dormir cuando cae en el horizonte despertando a la luna y las estrellas. Siembran, cosechan, prosperan, crecen. Año tras año. Mientras los días pasan y con ellos la vida.
El arado va abriendo surcos en la tierra y el tiempo va trazando arrugas en las manos y las frentes de las personas. Las moldea, cincela su carácter, forja su voluntad, los vuelve tercos a la adversidad, y seguros frente a la fatalidad. Ni las tormentas furiosas, ni las heladas que todo lo marchitan llevándose cosechas enteras, doblegan sus espaldas. No hay nada que los venza. Nada pueda con ellos. Son obstinados.
Sin más arma que la esperanza, más fe que en Dios, y más sueño que transformar la tierra en prosperidad, continúan trabajando, trabajando, siempre trabajando.

sábado, 28 de agosto de 2021

Se conmemora el 80 aniversario del genocidio de los alemanes del Volga

 El 28 de agosto de 1941 el Soviet Supremo de Rusia promulgó un decreto condenando a la población alemana a ser deportada a la inhóspita, desolada y fría Siberia y les quitó a sus habitantes todos los derechos civiles y políticos. La medida fue tomada sobre la base de una acusación no solamente injusta sino arbitraria, la de ser espías y agentes nazis.

De esta manera se iniciaron terribles represiones; "miles de personas fueron capturadas y fusiladas; toda la población, familias completas, fueron arrancados de sus hogares; los cargaron como animales en vagones de carga, incluyendo todo habitante de ascendencia alemana aún los oficiales y soldados del ejército ruso de etnia alemana, todos fueron condenados a trabajos forzados, muchos murieron de hambre y de frío. Fueron literalmente borrados del mapa. Ni siquiera se reconocía que existían. Ellos habían sido formalmente abolidos. Todos deportados a Siberia" -recuerdan los historiadores que investigan y reconstruyen aquella nefasta época, en la que los alemanes del Volga fueron condenados a sufrir los mayores castigos y humillaciones y arrastrados a realizar trabajos forzados e inhumanos hasta morir. Siberia quedó regada de cuerpos y sangre vertida por los alemanes del Volga. Desde hombres, mujeres y niños. No había contemplación para nadie. Así fue como centenares de miles de víctimas inocentes murieron de una muerte indigna, llevando a cabo trabajos forzados y soportando un clima inhóspito y la furia despiadada de los soldados rusos, que no dudaban en asesinar a los prisioneros, sin importar si eran niños, mujeres o ancianos.
Los deportados a campos de concentración fueron transportados lentamente en vagones para el ganado hacia Siberia, Asia Central y el alto Norte, pasando el Círculo Polar Ártico.
La alimentación era casi nula. Los que morían se enterraban a la vera de las vías del tren, cuando se detenía en algún alto en el medio de la nada o simplemente eran arrojados fuera de los vagones. Había trayectos en que el tren no se detenía durante varias jornadas.
El final del larguísimo viaje fue un descampado, una tierra desolada, vacía y yerma. Donde los desterrados tuvieron que construir sus precarias chozas con lo que encontraban. Bajo un clima terrible y de muy bajas temperaturas. Siempre bajo vigilancia militar. Guardias crueles con órdenes de matar si lo consideraban conveniente.
Habían sido desplazados de sus hogares y debían trabajar como esclavos hasta morir, sin ningún tipo de derechos. Fueron tratados peor que las bestias. Diariamente morían de hambre decenas de personas, tanto niños como mujeres y hombres. No había contemplación para nadie. Todos debían trabajar. Y por supuesto, las tareas asignadas eran inhumanas y la comida escasísima. Fueron años horribles y terribles.
Las aldeas del Volga quedaron destruidas y abandonadas para siempre. Los alemanes del Volga que lograron sobrevivir jamás tuvieron permiso para regresar a sus antiguos hogares.
Sin embargo, nada pudo doblegar su temple, su espíritu ni su fe en Dios, que siempre los mantuvo en pie. Como tampoco nada pudo doblegar su fe en sí mismos y en la esperanza en un mañana mejor.

jueves, 26 de agosto de 2021

Las mujeres alemanas del Volga sabían hacer de todo

Fotografía de: jalutuskaikajas.blogspot.com
Las mujeres alemanas del Volga poseían una amplia sabiduría de la vida, adquirida mediante la experiencia cotidiana y la enseñanza transmitida dentro del seno familiar, donde las madres ocupaban un rol central en la educación de los hijos, sobre todo, las hijas mujeres. Que aprendían a cocinar, desde muy pequeñas, siendo ellas quienes recibían de manera oral y práctica, el numero bagaje cultural de recetas y conocimientos ancestrales de cocina. También les transmitían conocimientos elementales de cómo curar heridas físicas, teniendo en cuenta que los alemanes del Volga generalmente vivían en aldeas o colonias sin médicos y alejados de los grandes centros urbanos. Asimismo les enseñaban a coser y realizar todas las prendas que vestían cada uno de los integrantes de la familia. Nada se compraba, todo sr hacía en casa.
Otras de las enseñanzas que las madres transmitían de generación en generación era efectuar hermosos tejidos a crochet, desde manteles cortinas, carpetas de mesa, alfombras y prendas para los bebés. Les enseñaban a tejer pulóveres, camperas y guantes con cinco agujas. También el arte de bordar obras realmente admirables. Y muchos otros conocimientos que serían extensos de enumerar.
Las madres también le inculcaban a los niños el hábito de rezar y realizar lecturas cotidianas de la Biblia. A asistir a misa frecuentemente y cumplir con los preceptos de la iglesia. Los hijos eran educados en la fe en Dios.
Otro valor importante que inculcaban a los hijos, sobre todo a las hijas, era a ahorrar y a gastar lo menos posible. Por eso, la mayoría de las mujeres eran no sólo economistas hogareñas, manejando todos los gastos de la casa, sino que los maridos confiaban a sus esposas el sueldo completo que ganaban, para que lo administraran a lo largo del mes.
Y en cuanto al trabajo, las mujeres alemanas sabían hacer de todo. Porque desarrollaban las actividades domésticas criando la mayoría de las veces más de diez hijos, hacían huerta, criaban gallinas y cerdos, ordeñaban y trabajaban a la par del hombre.
Conozcan y descubran el oculto mundo de las mujeres alemanas del Volga, que fue tabú por siglos en el libro “La vida privada de la mujer alemana del Volga”. Para más información comunicarse al correo electrónico: bloghilandorecuerdos@gmail.com.

jueves, 19 de agosto de 2021

El devenir cotidiano de varias generaciones de habitantes de las colonias y aldeas

Un relato estremecedor. El devenir cotidiano de varias generaciones de habitantes de las colonias, comenzando por los primeros inmigrantes que las fundaron. Sus miedos, angustias y decepciones. Su fuerza de voluntad, convicción y deseos de progresar en la vida, que les permitió salir adelante frente a todas las adversidades que el destino les fue colocando en el camino.

-Mi abuelo me contó que nació en Kamenka y que vino a la Argentina cuando tenía quince años. Junto a sus padres y seis hermanos. Llegaron en barco a Buenos Aires. Allí los esperaba un amigo que ya estaba afincado aquí hacía diez años. Él también había venido del Volga con su esposa y sus hijos. Todos tomaron el tren y se vinieron a las colonias. Era el año 1905 –evoca don Federico.
-Cuando llegaron a la colonia mi bisabuela comenzó a llorar desesperadamente. El lugar la decepcionó mucho. Aquí no había más que un montón de casitas pobres en el medio de la inmensidad de la pampa. Nunca se repuso de esa primera impresión y nunca se adaptó ni olvidó su aldea natal, donde quedaron para siempre sus padres y hermanos. Mi abuelo empezó a trabajar en el campo. No tuvo tiempo para pensar ni para ponerse triste. Hizo de todo. Me contó que aró, sembró, cosechó… Fue albañil… Ayudante de panadero, de carnicero y de cuanto patrón le pagara un sueldo. Con el correr de los años y la solidaridad de los colonos logró juntar cierta fortuna. Tuvo casa propia y un poco de campo. El suficiente para vivir bien. Eran años prósperos en los que con cuarenta hectáreas se podía mantener a una familia y llevar una vida de rico –asevera don Federico agregando enseguida que- pero había que trabajar duro, muy duro. Mi abuelo trabajaba desde las cuatro de la mañana hasta altas horas de la noche. Criaba vacas, ovejas, cerdos, gallinas, pavos y lo hacía todo él con la esposa y la ayuda de los hijos.
-Mi abuelo murió en 1955, a los 65 años. Tuvo dieciséis hijos: diez varones y seis mujeres. Ni bien murió mi abuelo, los mayores vendieron el campo y se repartieron la plata. Mi abuela se tuvo que ir a vivir a la casa del hijo más grande, que en aquel entonces tenía nueve hijos. Los demás se dispersaron. Algunos se fueron a buscar trabajo a Punta Alta, Bahía Blanca, Río Negro; otros, como mi padre, marcharon a Buenos Aires. Mi padre nunca se adaptó a la vida en la Capital. Yo fui el único de sus cinco hijos que nació en la colonia. A mí me gustaba la colonia. Acá tenía a mis amigos. Acá la vida era diferente. Había más libertad. La gente es más honesta, más solidaria. ¡Era otro mundo! –afirma con un dejo de nostalgia en la voz.
-En Buenos Aires mi padre trabajó en una fábrica. Pasó toda su vida metido ahí. Tuvo siete hijos: cuatro varones y tres mujeres. Al principio veníamos todos los años a la colonia, hasta que murieron mis abuelos. Después cada vez menos. Mis padres se hicieron grandes, algunos familiares de acá fallecieron. Y lentamente la unión se fue cortando. Y la distancia y el tiempo hicieron el resto –reconoce don Federico Schwab sin ocultar su mirada que es una mezcla de tristeza y resignación.
-Mi padre murió a los ochenta años y mi madre a los ochenta y cinco. Los sepultamos allá, en Buenos Aires. Mis hermanos que nacieron en la Capital se opusieron para que los traiga y los sepulte en la colonia. Los entiendo, porque para ellos, Buenos Aires es su hogar. Ellos nunca llegaron a amar a la colonia como yo, que vengo cada vez que puedo. Claro que cada vez es más difícil. Los años pasan para todos. Casi no me quedan amigos con vida de aquellos años de infancia. La mayoría murieron y otros, al igual que yo, partieron junto a sus padres a otros lugares. A muchos de mis primos ni los conozco. Así que, quizás, esta sea una de las últimas visitas que hago. Además la colonia está tan diferente. Está hermosa, más hermosa que nunca. ¡Ojalá mis padres pudieran verla! Se sentirían muy orgullosos de su pueblo y de su gente. Pero creció tanto que ya no la reconozco. Existen otras cosas, otras caras, otra gente, es otra la colonia. Es igual pero distinta. ¡Todo cambió tanto pero tanto!
-Mi abuelo me contó que nació en Kamenka y que vino a la Argentina cuando tenía quince años. Junto a sus padres y seis hermanos. Llegaron en barco a Buenos Aires. Allí los esperaba un amigo que ya estaba afincado aquí hacía diez años. Él también había venido del Volga con su esposa y sus hijos. Todos tomaron el tren y se vinieron a las colonias. Era el año 1905 –evoca don Federico.
-Cuando llegaron a la colonia mi bisabuela comenzó a llorar desesperadamente. El lugar la decepcionó mucho. Aquí no había más que un montón de casitas pobres en el medio de la inmensidad de la pampa. Nunca se repuso de esa primera impresión y nunca se adaptó ni olvidó su aldea natal, donde quedaron para siempre sus padres y hermanos. Mi abuelo empezó a trabajar en el campo. No tuvo tiempo para pensar ni para ponerse triste. Hizo de todo. Me contó que aró, sembró, cosechó… Fue albañil… Ayudante de panadero, de carnicero y de cuanto patrón le pagara un sueldo. Con el correr de los años y la solidaridad de los colonos logró juntar cierta fortuna. Tuvo casa propia y un poco de campo. El suficiente para vivir bien. Eran años prósperos en los que con cuarenta hectáreas se podía mantener a una familia y llevar una vida de rico –asevera don Federico agregando enseguida que- pero había que trabajar duro, muy duro. Mi abuelo trabajaba desde las cuatro de la mañana hasta altas horas de la noche. Criaba vacas, ovejas, cerdos, gallinas, pavos y lo hacía todo él con la esposa y la ayuda de los hijos.
-Mi abuelo murió en 1955, a los 65 años. Tuvo dieciséis hijos: diez varones y seis mujeres. Ni bien murió mi abuelo, los mayores vendieron el campo y se repartieron la plata. Mi abuela se tuvo que ir a vivir a la casa del hijo más grande, que en aquel entonces tenía nueve hijos. Los demás se dispersaron. Algunos se fueron a buscar trabajo a Punta Alta, Bahía Blanca, Río Negro; otros, como mi padre, marcharon a Buenos Aires. Mi padre nunca se adaptó a la vida en la Capital. Yo fui el único de sus cinco hijos que nació en la colonia. A mí me gustaba la colonia. Acá tenía a mis amigos. Acá la vida era diferente. Había más libertad. La gente es más honesta, más solidaria. ¡Era otro mundo! –afirma con un dejo de nostalgia en la voz.
-En Buenos Aires mi padre trabajó en una fábrica. Pasó toda su vida metido ahí. Tuvo siete hijos: cuatro varones y tres mujeres. Al principio veníamos todos los años a la colonia, hasta que murieron mis abuelos. Después cada vez menos. Mis padres se hicieron grandes, algunos familiares de acá fallecieron. Y lentamente la unión se fue cortando. Y la distancia y el tiempo hicieron el resto –reconoce don Federico Schwab sin ocultar su mirada que es una mezcla de tristeza y resignación.
-Mi padre murió a los ochenta años y mi madre a los ochenta y cinco. Los sepultamos allá, en Buenos Aires. Mis hermanos que nacieron en la Capital se opusieron para que los traiga y los sepulte en la colonia. Los entiendo, porque para ellos, Buenos Aires es su hogar. Ellos nunca llegaron a amar a la colonia como yo, que vengo cada vez que puedo. Claro que cada vez es más difícil. Los años pasan para todos. Casi no me quedan amigos con vida de aquellos años de infancia. La mayoría murieron y otros, al igual que yo, partieron junto a sus padres a otros lugares. A muchos de mis primos ni los conozco. Así que, quizás, esta sea una de las últimas visitas que hago. Además la colonia está tan diferente. Está hermosa, más hermosa que nunca. ¡Ojalá mis padres pudieran verla! Se sentirían muy orgullosos de su pueblo y de su gente. Pero creció tanto que ya no la reconozco. Existen otras cosas, otras caras, otra gente, es otra la colonia. Es igual pero distinta. ¡Todo cambió tanto pero tanto!

La rutina de las mujeres alemanas del Volga

 Al atardecer, mamá y sus hijas, luego de bajar la ropa de los tendales, comenzaban las largas horas de planchar la ropa con las planchas a carbón almidonar los cuellos de las camisas, zurcir las medias y remendar las prendas con parches de tela, sin importar el tamaño y cuánto se notara. Eran otros tiempos, en que las camisas y los pantalones remendados, se lucían con orgullo, porque eran símbolos de trabajo, muestras evidentes de que quien las vestía trabajaba de verdad.
Después mamá empezaba a preparar la cena a la par que amasaba y freía Kreppel en una sartén con abundante grasa, que comíamos espolvoreados con mucha azúcar, y acompañados de unos ricos mates.
Para quienes se encuentren en el camino de descubrir aspectos sociológicos y psicológicos de las mujeres alemanas del Volga, el mundo en el que crecieron y se desarrollaron, las creencias, dictámenes sociales, religiosos y culturales, no dejen de leer "La vida privada de la mujer alemana del Volga", un libro único en su género.

El escritor de Pueblo Santa María Julio César Melchior hizo un recorrido reflexivo por sus 27 años de carrera literaria cultural

Entrevista publicada en 
www.lanuevaradiosuarez.com.ar
Primeramente, retomó “La Gastronomía de los alemanes del Volga” que, en su edición decimoquinta, continúa siendo un éxito de ventas. Se trata de un libro que está dividido en diez capítulos que reúnen más de 150 recetas tradicionales de los Pueblos Alemanes, que fueron recopiladas por el escritor a lo largo de varios años de investigación.
“Si yo tuviese que definir, me quedaría sin palabras porque se me están yendo de las manos los ejemplares. Es impresionante la demanda que hay” aseguró el entrevistado, profundizando que no sólo se compra a nivel local o nacional, sino también desde el exterior.
“Es un libro que ya no está en las bibliotecas, sino en cocinas y lugares inimaginables. Le están dando muchísima actividad” confirmó Melchior, al tiempo que contó que muchas personas jóvenes le escriben a fin de contarle que se han encontrado con aromas y sabores que le remiten a parte de su historia.
Su autor describió a “La Gastronomía de los alemanes del Volga” como “una melange de cosas” y en relación a los sentires personales, agregó: “Es una alegría, una satisfacción y mucho orgullo porque, de alguna manera, nos representa a todos; primero, como los Pueblos Alemanes, luego como suarenses, y después, como descendientes de alemanes del Volga”. 
Vale recordar que éste es un libro que contiene recetas varias y el secreto para elaborar menús tradicionales, comidas típicas, sopas, tortas, panes, dulces, quesos, conservas, vinos, cervezas y licores: un universo de sabores, aromas y colores que ya es un clásico.  
En esa línea fue que Julio César Melchior agregó que “no es sólo un hecho gastronómico, sino cultural, que representa la identidad de los descendientes de alemanes del Volga. Define a una colectividad”.
Así, se tomó unos segundos para destacar el reconocimiento de la gente: “Es algo que tengo que agradecer muchísimo porque me han acompañado siempre y siento ese afecto que me demuestran permanentemente. Más allá de lo literario y cultural, el amor y el cariño de la gente es invalorable. Lo bonito es que me lo demuestran y me lo hacen llegar” reflexionó Melchior.
Consultado el escritor respecto a si tiene nuevos proyectos, confió a La Nueva Radio Suárez que siempre está trabajando en distintas cosas. Entre ellas, una serie de videos que comparte en sus redes sociales y han adquirido gran repercusión. 
Por otro lado, tiene una obra ya terminada cuyo título es “El Superviviente, crónica de una pandemia”. Se trata de un libro de treinta poemas que escribió para reflejar sus sentires a lo largo del último año. Pese a eso, anticipó que no sabe si esa obra verá la luz de las ventas. 
“Siempre estoy trabajando en alguna obra y reuniendo material para sumarle a las distintas obras a medida que se van agotando, porque la mayoría nacieron de una manera y luego les fui sumando material” agregó Melchior. 
De todos modos, si bien reconoció la cantidad de trabajo permanente, que describió como “de hormiga”, aseguró que se trata de algo que ama muchísimo. Con lo cual aseguró que, “si bien el cuerpo se cansa, la mente continuaría trabajando porque cuando uno hace algo que ama no hay tiempo, no hay horarios, no hay un límite, porque uno disfruta lo que hace”. 
A modo concluyente, Julio César Melchior hizo extensivo un reconocimiento y agradecimiento a todos quienes a lo largo de sus 27 años de trayectoria lo acompañaron: “Un abrazo gigante y un aprecio muy grande a todas las personas que me siguen, que adquieren mis libros, que me acompañan y participan. También a mi familia y, en especial, a mi hermana Claudia, que es un pilar fundamental en todo esto”.

lunes, 16 de agosto de 2021

Vida cotidiana de una familia alemana del Volga

El abuelo había encendido el horno de barro con plantas secas de girasol, maíz, cardo más marlos, chalas, cabezas de girasol, ramas que los niños traían de la vera del arroyo cuando iban a pescar, bosta de vaca, mientras la abuela tenía levando varios panes, dentro de latas de dulce de membrillo ennegrecidas por el uso, y otros tantos Dünnekuche en fuentes fabricadas por el abuelo con retazos de chapas, obtenidos aquí y allá, en los basurales o gracias a la generosidad de los vecinos.
La chimenea del horno de barro despedía humo negro en el amanecer del verano, con los niños alimentando el cerdo encerrado en el chiquero, esperando el tiempo de la carneada, para hacer chorizos y embutidos, en el invierno, ordeñaban la única vaca de la familia que prodigaba la leche que se utilizaba en la casa, regaba y carpían la quinta, donde producían abundante verdura y hortalizas, cuidaban los frutales y limpiaban el gallinero, de donde la familia se aprovisionaba de huevos y de carne de pollo, gansos, patos, pavos y otras variedades más, como algún avestruz, que daba carne y plumas para fabricar plumeros, lo mismo que las plumas de pato servían para hacer suaves y hermosas almohadas.
Otros barrían el patio con una escoba casera, fabricada con rama de los árboles, acacias, eucaliptos. Sobre todo las mujercitas que también se ocupaban de todos los quehaceres de la casa. Hacer las camas, ventilar las habitaciones, barrer prolijamente el piso de tierra de la vivienda de adobe, apisonándolo, afirmándolo, con un poco de agua y un trapo de piso hecho con bolsa de arpillera, lavar la ropa en los grandes fuentones de chapa acarreando agua con los baldes desde la bomba y tenderla, en el tendal que se levantaba al fondo del patio, para que le sol y el viento la secara. Mientras una niña baldeaba la letrina con un líquido popularmente conocido como “fluido” o con lejía. Las paredes se pintaban con carburo que se obtenía juntando los deshechos de las soldaduras que realizaba el herrero y se diluía en agua. Con esta misma preparación se coloreaban las paredes de la casa, afuera de blanco, y dentro se recurría a la fabricación de colores caseros utilizando no sólo la imaginación sino inteligentes estratagemas, como desteñir productos naturales para crear anilina, para después proceder a la decoración generando un símil empapelado.

sábado, 14 de agosto de 2021

Los espero esta noche en un reportaje que se emitirá por Canal 2 TV Cooperativa

Los invito a que me acompañen en un reportaje que se emitirá por la pantalla de Canal 2 TV Cooperativa, en el lanzamiento de un nuevo programa que se llama Historias y Protagonistas, conducido por el periodista Pablo Barizone. El mismo se emitirá a partir de las 20 horas.

Será un reportaje ameno, con hondo contenido humano, en el que haré referencia a mi vida personal, mi experiencia como escritor y mi larga trayectoria dedicada a rescatar, revalorizar y difundir la historia y cultura de los alemanes del Volga.
El programa se puede ver en directo por canal 2 TV Cooperativa y también por internet desde la página https://www.canal2sanjose.com.ar . Nos vemos esta noche a las 20 para compartir un momento especial y acompañar al periodista Pablo Barizone en este nuevo camino.

jueves, 12 de agosto de 2021

Oración para las madres

Mi madre me dio todo lo que ella no tuvo y más: me dio un universo de colores y un corazón lleno de amor. Me dio el habla alemana y tradiciones germanas. Me dio un cielo de ternura y costumbres cotidianas que heredó de sus padres. Me dio un legado cultural basado en el respeto, el trabajo, la familia y la fe en Dios. Me dio un pasado, me ayudó a construir mi presente y me entregó las herramientas para forjar mi futuro. Me dio todo, absolutamente todo. Por eso mi amor incondicional y mi eterno recuerdo.

El ritual de las carneadas

 Los invito a leer una tradición ancestral que fue el alma de las reuniones familiares. Todos abocados al trabajo donde no faltaba la música, las risas, la unión y el amor filial. Y este amor hacía que a pesar del duro trabajo, valiera la pena.

El ritual de las carneadas para consumo familiar empezaba casi de madrugada, cuando se encendía un gran fuego para calentar el agua que se iba a usar para limpiar el cerdo y todos se aprestaban para la faena preparando, cada uno, sus utensilios, herramientas y elementos de trabajo. La actividad era ocasión propicia para reunir a familiares, amigos y vecinos, que se acercaban a la casa a colaborar, transformando la carneada, que duraba dos o tres días, en un gran encuentro social, con música incluida, y suculentas comilonas. Nadie se negaba a aportar su granito de arena, porque el trabajo era mucho y debía llevarse a cabo durante un fin de semana, para no interferir en las labores rurales. Además, era una costumbre establecida, que todos los que ayudaban, se llevaran como obsequio carne, morcillas y chorizos para probar.
El proceso de la carneada comenzaba varios meses antes, cuando la familia adquiría un lechón, que era criado en el chiquero, que el padre construía en el fondo del patio con maderas y alambre tejido, generalmente en desuso, y era alimentado con las sobras y desperdicios de los alimentos que se consumían en el hogar y, ocasionalmente, se le agregaban cereales o forrajes que se obtenían de algún chacarero conocido.
Cuando el animal alcanzaba la mayoría de edad y el peso deseado, entre los doscientos kilos, un poco más, un poco menos, se tomaba la decisión de sacrificarlo, junto con un vacuno que se compraba para ese menester, para abastecer los sótanos de chorizos y jamones para pasar los crudos y fríos inviernos.
Generalmente la carneada se llevaba a cabo durante un fin de semana, para evitar que la misma interrumpiera el normal desarrollo de las actividades rurales, y participaban no solamente todos los integrantes de la familia sino parientes y vecinos.
El cerdo se degollaba con precisión, insertando el cuchillo en medio de la unión de la cabeza y el cuello, para lograr el desangrado. La sangre se recogía en un recipiente, que se colocaba debajo de la incisión, sin dejar de removerla para evitar que se cuaje. La misma se utilizaba para elaborar la morcilla negra o blutwurst.
Una vez muerto el animal, se procedía a colocar el cerdo sobre una mesa para escaldarlo o pelarlo, es decir, quitar con abundante agua hirviendo, raspando con cuchillos y, a veces, la ayuda de otros utensilios, los pelos que recubren la piel hasta dejarla totalmente lisa y limpia.
El paso que seguía es el desposte, que no es otra cosa que descuartizar el cerdo clasificando y separando los diferentes cortes de carne de acuerdo al uso que se le iba a dar, por ejemplo, entre muchos otros, las patas para elaborar el jamón, y buena parte de las vísceras, el hígado, los riñones y diversos elementos de la cabeza del cerdo (como la lengua), que se cocinaban para formar parte de las morcillas, blanca y negra, y el queso de chancho. Porque todo se aprovechaba. Nada se tiraba.
Finalizado el proceso de fragmentación comenzaba el deshuesado (minucioso trabajo de limpieza de los huesos), cortando la carne en trozos pequeños para luego pasarlos por la picadora, condimentarlos en base a una receta que cada familia mantenía en riguroso secreto, y amasarlos con las manos en una enorme batea construida de madera, y empezar a elaborar los chorizos, sin olvidar que también se le agregaba carne de vaca a la preparación con la que se hacían los chorizos para secar, porque conjuntamente con el cerdo, también se carneaba un vacuno.
El armado de los chorizos se llevaba a cabo con tripas (generalmente de vaca) y una máquina que se llama embutidora. Las tripas son de varios metros, estas se cortan para dar el tamaño de rosca o chorizo.
Terminada la faena, los chorizos para secar, la morcilla negra, la morcilla blanca y los jamones, se colgaban del techo de los sótanos o en galponcitos especialmente acondicionados para este menester.
Además de todos estos clásicos embutidos, también se elaboraba Kalra y se derretía grasa, que luego era guardada para preparar la comida a lo largo del año, y los chicharrones obtenidos de su derretido, se incorporaban en el amasado de pan que se horneaba en la cocina a leña o en el horno de barro. Con la grasa, asimismo, se cocinaba jabón para lavar y que, en definitiva, se usaba para todos los quehaceres domésticos.
Lo habitual era que las familias carnearan dos veces al año pero, también había, pocas, es cierto, que lo hacían tres veces al año.
Si bien es cierto que esta costumbre se ha ido perdiendo, también es cierto, que en muchas colonias y aldeas, como en muchos campos, todavía se conserva y se desarrolla tal cual como en los viejos tiempos.

Felicidad plena

Un rancho de adobe,
una bomba de agua,
una anciana lavando ropa
en un fuentón de chapa,
un hombre trabajando la madera
bajo la sombra de un árbol,
en una nube de aserrín,
fabricando una cuna,
una cuna para su nieto,
que ha de nacer a fin de mes,
en una habitación de la casa.

jueves, 5 de agosto de 2021

¿Se acuerdan del eterno amor de mamá?

En invierno mamá nos despertaba a las siete de la mañana. Lo hacía con ternura, murmurando nuestros nombres con acento dulce mientras suavemente nos golpeaba en el hombro. Nos levantábamos aún medio dormidos y lentamente comenzábamos a vestirnos. Mamá preparaba el desayuno, inundando la casa de aroma a café negro y leche hervida.
Nos sentábamos a la mesa y mamá cortaba una enorme rebanada de pan casero y la untaba con abundante manteca y miel. A veces, la rebanada venía acompañada definas rodajas de chorizo o jamón. Comíamos con deleite, saboreando cada bocado.
Al mismo tiempo que desayunábamos, y mamá y papá tomaban mate contándose las tareas que tenían previsto realizar durante el día, despertábamos a la vida comenzando a revivir las pequeñas rencillas comunes de todos los hermanos. Nos empujábamos, reíamos, hacíamos comentarios irónicos sobre algún partido de fútbol jugado en la víspera. Susurrábamos alguna travesura de la que no debían enterarse nuestros padres. Planeábamos las aventuras de la jornada. O empezábamos a pensar en el examen que iban a tomarnos en esa jornada en la escuela.
Hasta que mamá decidía que era el momento de concluir de vestirnos y traía el guardapolvo. Ese instante era toda una ceremonia. Mamá quería que saliéramos de casa perfectamente arreglados, con cada pliegue en su sitio, prolijamente peinado lo que era imposible. Por más cuidado que tuviéramos, siempre, siempre llegábamos a la escuela desaliñados. ¡Menos mal que mamá nunca llegó a vernos! Porque luego de despedirnos en la puerta con un beso e introducir en la cartera de útiles un alfajor o alguna otra golosina que pudiéramos degustar durante el recreo, se dedicaba a efectuar las labores diarias del hogar, que eran muchas y muy variadas. Tantas pero tantas que nunca pudimos dejar de sorprendernos que a las doce, cuando regresábamos de la escuela, estuviera esperándonos sonriente y con el almuerzo listo.
Mamá, como la mayoría de las madres descendientes de alemanes del Volga, nunca nos dijo “te quiero, hijo” con palabras; pero lo demostró cotidianamente a través de los hechos y sacrificios que realizaba sin siquiera citarlos. Ella, lo comprendimos de grandes, hubiera dado la vida por sus hijos sin siquiera mencionarlo. Entendía que el verdadero amor no se proclama a los cuatro vientos, sino que se entrega sin medida ni pedir nada a cambio.

Un libro que rescata el pasado de los alemanes del Volga es un tesoro

Un libro que contiene la historia de nuestros antepasados es la memoria viva de nuestra identidad como seres humanos individuales y como personas colectivas, es decir, es el baúl que conserva en el espacio y en el tiempo la herencia que nos legaron nuestros ancestros y es, a la vez, la evidencia clara del trabajo desarrollado por un investigador y escritor comprometido con la idea de rescatar y revalorizar nuestro pasado.
Un libro que contiene la historia de nuestros antepasados debe ser leído con atención y en profundidad, debe formar parte de nuestra biblioteca y nuestra vida cotidiana y debe ser permanente consultado. Su contenido debe integrarse a nuestra memoria, amalgamarse con nuestros propios recuerdos, para terminar de conformar nuestra identidad o terminar de tomar conciencia definitiva de que somos descendientes de alemanes del Volga.
Por eso es momento que entendamos el valor que tienen los libros de historia que rescatan y revalorizan nuestra cultura y también valoremos en su justa dimensión el trabajo que, desde hace años, los escritores e investigadores, venimos desarrollando para recuperar el material histórico cultural que está impresa en esas obras.
Aquí les presento varias de esas obras, que rescatan ampliamente, desde lo histórico, cultural y sociológico, la historia de nuestros antepasados, los alemanes del Volga: "Lo que el tiempo se llevó de los alemanes del Volga", "La vida privada de la mujer alemana del Volga", "La infancia de los alemanes del Volga" y "La gastronomía de los alemanes del Volga".

Lecciones de vida

“Caminante no hay camino, se hace camino al andar…” Y al andar se dejan estelas en la mar que, al mirar atrás, son nuestras huellas en el camino. Jirones de vida y destino que dejamos en el pasado para construir este futuro. Este ahora que en mis manos, ajadas y viejas, no logran contener en toda su inmensidad tanta angustia, devastación y desolación que me dejó el ayer. Cuando lleno de sueños embarqué hacia la Argentina, con mi esposa y mis hijos. Mis baúles y mis miserias. Mi adiós a la tierra volguense y mi esperanza desmedida en el futuro argentino.
Y no hubo tal futuro. No hubo nada. Solamente amargura tras amargura. Fracaso tras fracaso. Llorando muertos tras muertos. Llorando partidas y continuando a pesar de todo. Cada vez más solo, cada vez mas desesperado y cada vez mas decepcionado de la vida. Primero mi esposa. Muerta por la epidemia. Después mis hijos. Difteria y otros males. Todo me lo llevó Dios. Todo lo perdí. ¿Por qué? ¿Para qué? ¿Qué tenía que aprender? ¿A sufrir? ¿Qué culpa tenían mis hijos y mi esposa con mi aprendizaje? Es ilógico escuchar esa explicación del cura: Toda muerte nos enseña algo. ¿A quién? ¿Por qué alguien debe entregar su vida para enseñarle algo a una persona que continúa, supuestamente, disfrutando de la vida? No tiene lógica. Nada tiene lógica. Ni que mis tres hijos y mi esposa hayan muerto y yo, totalmente solo, desgarrado de dolor, hoy esté cumpliendo 98 años.

Abuela teje medias de lana

 Abuela teje medias de lana. Las teje en verano para usar en invierno. Con cinco agujas. Cinco agujas de ternura engarzando puntos de amor, el amor inconmensurable que guardó en el cofre de su corazón para sus adorados nietos. Esos nietos que mima con abrazos y palabras en alemán. Con comidas caseras y tortas tradicionales . Y un sinfín de canciones que tararea mientras los arrulla, los besa o los cobija en su pecho maternal.
Abuela es el cielo donde brillan mis sueños, florecen mis esperanzas y anidan mis ilusiones.

Los Maultasche de mamá

La mamá de Sofía agasajó a toda la familia con unos ricos y sabrosos Maultasche tradicionales, que aprendió a hacer a partir de la receta que obtuvo del libro "La gastronomía de los alemanes del Volga". Sofía, su hermano y su papá agradecidos. Reunidos en familia volvieron a repetir la ceremonia ancestral de estar todos juntos sentados a la mesa compartiendo una comida que nuestros ancestros fueron legando de generación en generación.