Rescata

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domingo, 29 de enero de 2023

Los regalos que hicieron llorar a la abuela

 La abuela sonrió cuando su nieta le entregó el regalo. Pero fue una sonrisa incómoda. No estaba acostumbrada a recibir obsequios. Nunca supo cómo reaccionar frente a este tipo de demostraciones de afecto. Algo lógico, teniendo en cuenta que ella era de una época en que las demostraciones de cariño eran escasas y nadie regalaba obsequios sofisticados, envueltos en envolturas bonitas, con moños de colores.
La abuela tomó el regalo tímidamente, casi temblando. Pequeñas lágrimas comenzaron a rodar por sus mejillas.
La nieta la abrazo fuerte, muy fuerte. La abuela primero no supo cómo reaccionar. Luego, paulatinamente, venciendo sus propios temores y vergüenza, respondió al gesto.
Acto seguido abrió el obsequio. Lo hizo con sumo cuidado, tratando de no dañar ni la bolsa ni el papel.
-Hay que romper, abuela. Trae suerte.
-Me da pena romper el papel. Es tan lindo -se excusó la abuela.
Nieta y abuela abrieron el regalo. Cada una siguiendo su criterio.
De entre la bolsita, el papel y el moño rojo asomaron dos libros, cuyos títulos sorprendieron a la abuela: "La gastronomía de los alemanes del Volga" y "Lo que el tiempo se llevó de los alemanes del Volga", del escritor Julio César Melchior.
Los tomó y los acercó a su pecho. Un cúmulo de recuerdos llenaron su memoria de imágenes. Del pasado llegaron escenas de su madre cocinando comidas tradicionales y de su padre trabajando el campo.
Esta vez fue la abuela quien abrazó a su nieta, emocionada y desbordada por la nostalgia e inmensamente feliz.

Un domingo en familia en la colonia

 Sobre la cocina a leña varias ollas exhalan vapores y aromas disímiles. El fuego, en su interior, crepita. Abuela abre la puerta del horno, observa la fuente en la que descansa un lechón rodeado de papas, da unos pinchazos aquí y allá con el tenedor, para finalmente decidir que todavía le falta un poco. Luego toma una cuchara de madera y revuelve el contenido de una cacerola. Se nota a primera vista que sabe lo que hace. No necesita ninguna receta escrita. Todo lo lleva grabado en su memoria. Tampoco necesita balanza para pesar los ingredientes, sus manos y sus cálculos siempre resultan perfectos.
Es domingo, día de reunión familiar. Primero asistir a misa, a las diez de la mañana, en la iglesia de la colonia, después todos a almorzar a casa de abuela. Los hijos, nueras, nietos. Un universo de personas que se sentarán en torno de la larga mesa familiar, con abuelo presidiendo la cabecera. Hablarán todos a la vez. Habrá recuerdos. Anécdotas. Risas. Alguna lágrima. Y después, si abuelo si tiene ganas y el cuerpo le da, aparecerá el acordeón y surgirán las canciones alemanas.
Abuela vuelve a revolver el contenido de la olla con la cuchara de madera. La coloca sobre la mesa y se acerca a la ventana para observar si ve gente en la calle, retornando de la iglesia. No ve a nadie. Eso le da tiempo para salir al patio, tomar la palangana e ir a la bomba a llenarla de agua, para lavar unas prendas y colgarlas en el tendal, allá en el fondo, cerca de la quinta, donde florecen las verduras y los frutales.
Al volver, ingresa al galponcito de chapa y sale con el brazo cargado de astillas de eucalipto, para alimentar el fuego de la cocina a leña.
Alguien pasa por la calle y la saluda. Ella responde con una sonrisa.
-Terminó la misa -piensa. Ahora vendrán mis hijos.
Y así es. Llegan los hijos y las nueras, pero también abuelo y los nietos, que ingresan corriendo al patio a abrazarla y llenarla de besos.

Recuerdos de una tradicional carneada

 Toda la familia participó, trabajó y colaboró en esta tradicional costumbre de los alemanes del Volga: Omar eberle, Marcela Ledesma, Natalia y Anabela Eberle, Sonia Eberle, Amanda Graff, José Luis Rincón, Juliana Rincón, Ernestina Eberle, Jorge Streitenberger, Daniel Distel, Silvana Rohwein, Fransico Distel, Santiago y Agustín Herr, Jaquelina Guarnieri y Sebastián Montenegro.

Los Wickelnudel de la abuela

 -Llegaste justito Camila para ayudarme a cocinar Wickelnudel. ¿Me vas a ayudar? -preguntó la abuela a su nieta, que acababa de llegar con la mochila con la que se movía habitualmente de acá para allá, arrastrando libros de estudio.
-Sí! -respondió la nieta entusiasmada. Así aprendo a cocinarlos. Mamá nunca me deja entrar a la cocina cuando está cocinando porque dice que mi función en la casa es estudiar y recibirme.
-¡Y tiene razón! -agrega la abuela. Tenés que estudiar para ser una buena médica.
-Pero las médicas también cocinan -opinó la nieta. ¿O caso las médicas no comen, abuela?
-Sí, Camila, comen; pero tienen empleadas que les preparan la comida.
-Pero yo quiero aprender las recetas alemanas. En las grandes ciudades nadie las sabe cocinar. Y en las colonias, a veces también pasa, porque nuestras madres no nos enseñan a cocinar desde chicas como hicieron ustedes, abuela, con ellas.
-Era otra época, Camila. Tenían que aprender obligadas porque tenían que salir a trabajar desde muy pequeñas. Tu mamá empezó a trabajar a los doce años. ¡Pobrecita! Con tu abuelo tuvimos trece hijos y dos fallecidos. Había que alimentar a tanta gente. Hoy las cosas cambiaron: todos tienen solamente uno o dos hijos, entonces todo se vuelve más sencillo. Los pueden mandar a estudiar. Algo imposible para tu madre. Ninguno de tus tíos pudo terminar la primaria. Todos tuvieron que salir a trabajar al campo. Tu abuelo murió muy joven y eso lo hizo todo aún más difícil. Pero dejemos eso, es historia pasada -se interrumpió abuela. ¿Vamos a cocinar Wickelnudel? ¿Sí? Bueno, vos andá preparando unos ricos mates, así no te aburrís mientras mirás.
La nieta obedeció. Fue a la alacena, sacó la yerba, el mate y todo lo necesario para prepararlo.
La abuela limpió la mesa de madera y sobre una tabla de madera empezó a cortar un pequeño corte de carne en trozos, después pico una cebolla, dos zanahorias y tres papas.
-Esto, y algunas cositas más, es para el estofado donde se van a cocinar los Wickelnudel. Ah! También hay que salar y condimentar bien para que la salsita salga rica. Todo esto lo ponemos a rehogar en una olla con unos chorros de aceite, sobre la cocina a leña. Y lo dejamos ahí, revolviendo de vez en cuando.
-Pero, abuela, no estás diciendo las proporciones. ¿Cuánto de carne?¿Cuántas zanahorias?
-Más o menos, medio kilo de carne. Si tenés menos no importa. Hay que saber arreglárselas como lo hacían nuestros antepasados, que siempre les faltaba de todo. Mi madre, a veces, cocinaba Wickelnudel sin carne. Le agregás dos o tres zanahorias. Una o dos cebollas, de acuerdo al tamaño. Eso lo vas a ver a medida que las vas cortando. Algunas papas. Unas pizcas de condimentos. De los que más te gusten, para que tome rico sabor.
-Uh! Pero así es muy difícil, abuela -se quejó la nieta. Cómo voy a saber cuál es la cantidad necesaria de cada cosa, si nunca preparé una salsa en mi vida.
-Ya vas a aprender -Camila. Ya vas a aprender. Paciencia.
Camila no estaba tan convencida. La abuela se desenvolvía con tanta seguridad.
-Ahora a preparar la masa -exclamó la abuela.
-Sí! -los Wickelnudel!
La abuela limpió bien la mesa, primero con un trapo húmedo y luego seco. Espolvoreó un poco de harina y mientras elaboraba la masa, explicaba:
-Arrojás un montoncito de harina bastante generoso. Le agregás levadura. Una pizca de sal. Uno o dos huevos. Un poco de leche. Unís todo y amasás. Una vez que tenés una masa homogénea la ponés sobre la mesa y la aplanás con el palo de amasar. La enrollás. La untás con aceite. Y la cortas en rollitos de unos cinco centímetros, más o menos. Y finalmente, la dejás reposar durante un rato.
-Me quedó reclara -comentó la nieta con una sonrisa de joven para nada conforme con la explicación. Es imposible que yo haga eso. Uno o dos huevos, tres o cuatro cebollas, más o menos un kilo de harina y no sé qué más!
-No! Un kilo no! -corrigió la abuela. Es demasiado.
-Y después? -preguntó la nieta.
-Paciencia, Camila. En la cocina todo se hace con mucha paciencia y tiempo, para que las cosas salgan ricas. Pero te cuento: después de que hayan pasado unos minutos, colocamos los Wickelnudel sobre la salsa de carne y verduras que preparamos en la olla, que no tiene que ser muy líquido porque la masa se tiene que cocinar al vapor. Si es muy líquido tenés que retirarle un poco de jugo. Colocás los Wickelnudel y los tapás. Se cocina sin quitar la tapa de la cacerola a fuego muy bajo.
-Parece tan fácil cuando te miro mientras los preparás y, sin embargo, es tan difícil. No a todo el mundo le salen los Wickelnudel tan ricos como a vos. Quedé mareada con todo lo que hiciste. Es un lío las cantidades y las proporciones.
-No te preocupes -la consoló la abuela y fue a la pieza a buscar un regalito envuelto en papel de librería.
Qué raro! -pensó la nieta. La abuela yendo a una librería. Justamente ella, que solamente leía la Biblia y, de vez en cuando, algún diario local que le prestaba la vecina. Ella prefería la radio como soporte informativo. Allí también se enteraba quién fallecía en el pueblo.
-Es para vos -dijo sonriente la abuela.
-Para mí? -preguntó desconcertada la nieta.
-Sí, Camila. Abrilo. Hay que romper el papel porque trae suerte. No te olvides.
Así lo hizo la nieta. Y descubrió el libro "La gastronomía de los alemanes del Volga", del escritor Julio César Melchior.
La nieta lo ojeó. Sus ojos se iluminaron. Abrazó a su abuela fuerte, muy fuerte, estampando un beso sonoro en la mejilla.
-Es para que aprendas a cocinar nuestras recetas. Hay más de ciento cincuenta. Explicadas paso a paso. Es un muy buen libro, que rescata nuestras comidas. Te va a encantar.
-Gracias! Gracias! Gracias! Sos un amor, abuela! Estás en todos los detalles.
La abuela emocionada empezó a limpiar la mesa, para que su nieta no se diera cuenta que estaba a punto de llorar de alegría.

Venimos de una aldea alemana del Volga

Fotografía de: descubrirturismo.com
 Nacimos y crecimos en una aldea fundada por alemanes del Volga incorporando hábitos, costumbres, tradiciones y los valores de nuestros mayores. Nuestra vida diaria era esa. La de ellos. Trabajar sin descanso de sol a sol. La vida sencilla en un hogar humilde pero construyendo lazos indestructibles pues la familia, la amistad, la palabra y el compartir, eran los pilares de la vida en comunidad.
La fe religiosa era otro lazo que se creaba para siempre y era la fuente donde recurrir cuando estas los abandonaban y de donde se aferraban en tiempos de desesperanza.
Crecimos viendo todo esto. Incorporándolo sin darnos cuenta. Siendo dignos retoños de aquellos aventureros que soñaron un futuro mejor para nosotros…
Y lo lograron! Nos legaron con el ejemplo, el sudor y las manos curtidas toda su historia.
Pero nosotros crecimos y, como ellos, nos fuimos en busca de un futuro mejor. Nos fuimos a estudiar, a trabajar, a hacer nuestra vida fuera de la aldea o colonia, pues el mundo cambia, avanza, crece y el trabajo rural ya no era suficiente.
Mamá y papá se quedaron solitos, en su casita de adobe. Sin la posibilidad de compartir sus vidas con sus nietos.
Los nietos nacieron en ciudades más grandes, con otro confort y comodidades. Con otras costumbres o sin ellas directamente. Sólo vieron a sus abuelos dos o tres veces. Sólo conocieron la historia de sus abuelos a través de nosotros.

lunes, 23 de enero de 2023

¿Quién se acuerda de los fideos caseros (Trucke Nudel)?

La abuela elaboraba, generalmente los domingos, unos Trucke Nudel riquísimos. Era una receta simple y sencilla de hacer. La había heredado de sus ancestros. Mi memoria de niño recuerda que solamente utilizaba harina, dos o tres huevos y algún que otro ingrediente más. Amasaba dos o tres bollos sobre la larga mesa de madera de la cocina, los estiraba con el palo de amasar espolvoreándolos con abundante harina hasta lograr una masa casi redonda de unos pocos milímetros de altura y después los colocaba sobre el respaldo de una silla, que sacaba al patio para que la masa se seque. Una vez transcurrido el tiempo que ella calculaba con exactitud, sin contar con reloj ni ningún asesoramiento tecnológico, introducía la silla, tomaba cada masa estirada, la enrollaba y cortaba los fideos para ponerlos a hervir en una olla.
Mientras tanto en una sartén colocaba uno poco de grasa para freír trocitos de pan o cebolla picada, que volcaba sobre los fideos una vez que estaban cocinados y servidos en una fuente, listos para llevar a la mesa.
Esta receta original, la pueden encontrar completa, junto con 150 más en mi libro “La gastronomía de los alemanes del Volga”. Para más información comunicarse al 011 22977044.

¿Se acuerdan del Tros Tros Trillie que nos cantaba la abuela?

 ¿Quién se acuerda de esas largas y frías noches de invierno, cuando la abuela nos sentaba sobre su falda y haciendo saltar sus rodillas, imitando el trotar de un potrillito nos cantaba “Tros Tros Trillie/ der Bauer hat ein Fihllien…”, cada vez con más velocidad mientras el potrillito brincaba más y más, y nuestras risas aumentaban y aumentaban hasta llegar a la carcajada… hasta que de pronto, sorpresivamente, y sin previo aviso el potrillito intentaba desmontarnos con un brinco aún más fuerte que los anteriores, asustando nuestra alma de niño y temiendo caer al piso de espaldas…pero eso nunca sucedía, porque ahí siempre estaban los brazos y las tiernas manos salvadoras de la abuela, que nos rescataban a último momento y nos abrazaba riendo?
Pensando e imaginando en qué remotos lugares de la historia, con potreros llenos de pasto de brotes tiernos y agua fresquita, trotarán todos aquellos potrillitos que llenaron nuestra infancia y nuestras largas noches de invierno sentados en la falda de la abuela, llenando la cocina de risas, mientras mamá tejía o bordaba, papá jugaba a las cartas con sus hijos varones y las hijas mujeres también realizaban tareas hogareñas igual que mamá, es que un día decidí comenzar a investigar y reunir material para escribir mi libro “La infancia de los alemanes del Volga”, en memoria de todos esos potrillitos que quedaron allá lejos en el tiempo, en algún lugar hermoso de nuestro recuerdo trotando sin fin, al compás de las piernas de la abuela, esa abuela dulce y tierna que hoy también extrañamos y que, como el potrillito, también rescato en mi libro, al igual que toda la idiosincrasia y vivencias que hacían a nuestra infancia de antaño. Esa infancia simple, clara y transparente, humilde pero honrada, con padres y abuelos trabajadores, con casitas de adobe y techos cubiertos de paja, una chimenea exhalando humo y una aldea o colonia que recién nacía. Autor: Julio César Melchior.
Para mayor información sobre el libro "La infancia de los alemanes del Volga" comunicarse por mensaje privado al correo electrónico juliomelchior@hotmail.com o al Whatsapp al 011 2297 7044.

miércoles, 18 de enero de 2023

Los días felices

 La felicidad en las aldeas y colonias de antaño era sencilla. Tan sencilla como el pan diario que nunca faltaba sobre la mesa familiar. Mamá amasando cosas ricas. Papá trabajando en el campo. Los hijos jugando en los baldíos. Libres. Totalmente libres. En un universo de inocencia imposible de imaginar hoy.
Los sueños eran otros. Las ilusiones también. Ni que hablar de los valores. Había educación, respeto. Se honraba la palabra. Se trabajaba para crecer para desarrollarse como personas. Había un sentido profundo de familia, de comunidad, de sociedad. El vecino estaba al nivel de un familiar, el amigo a la altura de un hermano. El amor era para siempre. El olvido no existía. Así pasaran diez, veinte años, la puerta permanecía abierta, los brazos extendidos, la mesa puesta, esperando el regreso.

jueves, 5 de enero de 2023

“La vida privada de la mujer alemana del Volga”, a punto de agotarse en su cuarta edición

 Una obra que mereció múltiples reconocimientos y continúa siendo el centro de varios estudios académicos. Cosechando lectores en todo el país y el extranjero. Un libro que trasciende las fronteras meramente históricas para abarcar aspectos filosóficos y sociológicos de la vida diaria de la mujer. Para conocer, entender y comprender no solamente la historia de las mujeres alemanas del Volga, sino para saber, entender y comprender por qué algunas cosas fueron y son todavía en la actualidad como son. 

El autor nos presenta en esta obra un profundo estudio del rol que le tocó desarrollar a la mujer en la historia y cultura del pueblo de los alemanes del Volga. La describe sin tabúes. Con valentía. Para mostrar cuánto sufrieron las mujeres a lo largo de la historia y cuánto pero cuánto tiempo nos hemos olvidado de ellas, precisamente ellas, que nos dieron la vida y nos lo entregaron todo, sin pedir nada a cambio jamás. Por suerte, esta obra repara ese olvido y lo repara con creces.
Coloca a la mujer alemana del Volga en el centro de la historia y reconstruye, mediante una exhaustiva investigación, los pasos que ha debido transitar para conformar la identidad personal y de género que la identifica, permitiendo comprender el porqué de sus comportamientos, actitudes y formas de ver y encarar la vida que tuvo no solamente en el pasado, sino también en la actualidad y, por qué no decirlo, nos permitirá comprender mejor la idiosincrasia de las sociedades alemanas del Volga.
Reconstruye su pasado haciendo una descripción de cómo se desarrolló y conformó su yo privado. Lo presenta en detalle. Indaga en los espacios, a veces muy restringidos, de su vida, y en la responsabilidad, o no, que tuvo, en sus actos, en un universo social basado en el poder del patriarca, en donde el hombre tiene el control de todo y es el centro alrededor de cuyo eje giran las premisas de la ética y la moral, las costumbres y las tradiciones, y las mujeres son consideradas meras actrices secundarias, sin ideas, sin sentimientos, y sin deseos propios. Permanentemente condenadas a interpretar el papel de hijas, esposas, madres y abuelas y, en cada caso, ser ejemplo de virtud. Siempre inmaculadas y puras. Siempre amenazadas con el escarnio familiar y público y a ser condenadas al aislamiento social.
Por todo esto, el libro “La vida privada de la mujer alemana del Volga” volvió a agotar una nueva edición, en este caso la cuarta.

domingo, 1 de enero de 2023

Wünsche gehen: una antigua tradición de Año Nuevo de los alemanes del Volga

 Cuando éramos niños, el día de Año Nuevo era para nosotros una jornada de fiesta. Salíamos a visitar a toda la parentela vor wünsche. Entrábamos en todas las casas para desear un feliz comienzo de año a todos los integrantes de cada familia, y ellos, a cambio, nos obsequiaban caramelos y masitas. Para los niños humildes de la colonia era, quizás, la única fecha del año en que recibían una golosina. Por eso no dejábamos de visitar ningún pariente ni amigo. Con cada regalo armábamos un paquetito que llamábamos Pindllie: poníamos las golosinas en el centro de un pañuelo y uníamos sus cuatro puntas mediante un nudo”.

Wünsche gehen und gross neusjahr


El primer día del año los niños se levantaban bien temprano a la mañana, casi con el amanecer, para saludar a sus padres deseándoles feliz año nuevo, recitando un poema varias veces centenario y de autor desconocido, que dice así: Vater und Mutter ich wünsche euch glückseeliges neusjahr, langes leben und Gesundkeit; frieden und einigkeit und nach eren Tod die ewige klückseeligkeit”. “Das wüsnsche mir dir auch”, respondían mama y papá mientras les obsequiaban golosinas.
Cumplido este ritual, los pequeños salían a visitar a parientes y amigos para también desearles la felicidad en el año nuevo que comenzaba. Pero esta ocasión el poema era otro: glück und segen / auf allen Wgen! / Frieden im Haus / jahrein, jahraus! / In gesunden und kranken Tagen / kraft genung, Freud und Leid tragen! / Stets im Kasten ein stücklein Brot, / das geb’ uns gott!
Al finalizar la jornada todos los niños de la colonia, sobre todo los más humildes, se sentían dichosos con la enorme cantidad de golosinas que lograban reunir tras una larga jornada de “trabajo”, visitando tíos, abuelos y demás parientes.
La tradición se completaba el Día de Reyes con el gross naeusjahr (Año Nuevo Grande), cuando los que salían a expresar sus augurios de felicidad en el año que se iniciaba eran las personas mayores. Pero estos, en lugar de ser recibidos con golosinas, eran agasajados con sendas copitas de licor. Por lo que a medida que avanzaba la jornada y la visita de las casas se repetía una tras otra, con parientes y amigos, y con ellas, una tras otra las copitas de licor, la borrachera comenzaba a surgir, y con ella los cánticos satíricos. (Julio César Melchior).
Wünsche gehen und gross neusjahr
El primer día del año los niños se levantaban bien temprano a la mañana, casi con el amanecer, para saludar a sus padres deseándoles feliz año nuevo, recitando un poema varias veces centenario y de autor desconocido, que dice así: Vater und Mutter ich wünsche euch glückseeliges neusjahr, langes leben und Gesundkeit; frieden und einigkeit und nach eren Tod die ewige klückseeligkeit”. “Das wüsnsche mir dir auch”, respondían mama y papá mientras les obsequiaban golosinas.
Cumplido este ritual, los pequeños salían a visitar a parientes y amigos para también desearles la felicidad en el año nuevo que comenzaba. Pero esta ocasión el poema era otro: glück und segen / auf allen Wgen! / Frieden im Haus / jahrein, jahraus! / In gesunden und kranken Tagen / kraft genung, Freud und Leid tragen! / Stets im Kasten ein stücklein Brot, / das geb’ uns gott!
Al finalizar la jornada todos los niños de la colonia, sobre todo los más humildes, se sentían dichosos con la enorme cantidad de golosinas que lograban reunir tras una larga jornada de “trabajo”, visitando tíos, abuelos y demás parientes.
La tradición se completaba el Día de Reyes con el gross naeusjahr (Año Nuevo Grande), cuando los que salían a expresar sus augurios de felicidad en el año que se iniciaba eran las personas mayores. Pero estos, en lugar de ser recibidos con golosinas, eran agasajados con sendas copitas de licor. Por lo que a medida que avanzaba la jornada y la visita de las casas se repetía una tras otra, con parientes y amigos, y con ellas, una tras otra las copitas de licor, la borrachera comenzaba a surgir, y con ella los cánticos satíricos. (Julio César Melchior).