Rescata

WhatsApp: 011-2297 7044. Correo electrónico historiadorjuliomelchior@gmail.com

miércoles, 22 de mayo de 2019

Receta de los Brotschnitze: una delicia culinaria elaborada a base de pan duro

Nuestras abuelas debían ser excelentes administradoras del hogar cuando las épocas no ayudaban. Por eso sabían hacer, con elementos básicos y sencillos, delicias que todos recordamos. Como estos sabrosos...

BROTSCHNITZE

Ingredientes:
1 taza de harina
½ litro de leche
2 huevos
1 de pizca
2 cucharadas de azúcar
Pan de unos días de antigüedad

Preparación:
Mezclar todos los ingredientes hasta obtener una masa líquida y liviana. Cortar el pan en rodajas; remojarlo en la masa; y freírlo en la sartén con un poco de grasa.

(Receta extraída del libro "La gastronomía de los alemanes del Volga", del escritor Julio César Melchior, que rescata más de 150 recetas tradicionales de nuestros ancestros y se puede adquirir desde cualquier lugar del país o el exterior por correo, comunicándose a: juliomelchior@hotmail.com).

La dura vida de un alemán del Volga

"La pobreza te enseña a valorar lo que tenés"- sentencia Ignacio Kloberdanz recordando su pasado. 
"Aprendí que todas las comidas son ricas, que no se debe tirar ni una miga de pan, que, a veces, un solo huevo es suficiente para mitigar el hambre después de haber estado dos días sin comer" sostiene.
Cenar a las cinco en invierno, porque ni siquiera teníamos una lámpara a kerosén, cuando era niño, fue habitual. Cenar e irse a dormir. Tiritar de frío porque no había leña para hacer fuego ni cobija suficiente para taparse.
"Desayunar té aguado y después ir a la escuela. Casi descalzo. La ropa remendada. Estar en penitencia todos los días. Vivir con hambre. Esa fue mi niñez" confiesa.
Nada de juguetes. Nada de tiempo para jugar. Trabajar y trabajar. Desde los siete años ayudando a mamá y a papá. Finalmente me mandaron a trabajar al campo de un amigo del patrón de mi padre. Tenía diez años y estuve seis meses sin ver a mi familia.
A los diecisiete mi padre me dijo que ya era tiempo de elegir una mujer y casarme y tener hijos. Así lo hice: me casé y tuve once hijos. Y otra vez la pobreza. Ni siquiera llegué a tener casa. Vivimos en un rancho de adobe con cocina y una habitación. La letrina estaba a treinta metros. Mis hijos crecieron y el hambre los fue echando.
Pasaron los años. Transcurrió la vida. Ignacio Kloberdanz casó a todos sus hijos. La mayoría se fue lejos. En el 2006 enviudó. En el 2009 uno de sus hijos lo llevó a la Capital. En el 2012 regresó por última vez a la colonia. Fue agosto cuando dejó grabadas estas palabras. Y en el mes de septiembre falleció.
"Trabajé toda mi vida. Para ayudar a la numerosa familia de mis padres. Y para criar a mis hijos"- concluyó a modo de síntesis. "Esa fue mi vida".

viernes, 17 de mayo de 2019

A la memoria de nuestros ancestros

Por medio de lo que escribo doy vida a la historia que identifica a mi pueblo. Esa historia en la que crecí y viví siendo parte y que hoy parece tan lejana, con sus costumbres, tradiciones, comidas… y esa forma de vida tan particular que le da identidad a los descendientes de alemanes del Volga. Una forma de vida que, sin embargo, existió y yo no solamente pude observar sino que la viví a diario. Con sus lámparas a kerosén, colchones confeccionados por abuela rellenos con yuyos que crecían a la vera del arroyo. La ropa de la familia diseñada y realizada por mamá con retazos de tela arpillera de las bolsas de harina que se compraban en el almacén de ramos generales. Una sola muda de prendas nuevas y un solo par de zapatos para asistir a la misa del domingo y que tenían que durar casi una vida. La lana de oveja recién esquilada para que abuela hile en la rueca los vellones y las madejas para tejer pulóveres, guantes, medias… Los pisos de barro de la casa de adobe. La bosta de vaca para alimentar la cocina a leña para cocinar y calentar la vivienda. Buscar la polenta que el sacerdote, en su misericordia, repartía a las familias humildes. Repartir lo que cosechábamos en la quinta de verduras con los ancianos de la localidad o las viudas y mujeres solas de la cuadra. Lavar los pisos de la iglesia y de la escuela y de los vecinos de edad avanzada porque mamá nos mandaba a colaborar con el prójimo y nos enseñaba a ser personas de bien.
En lo que escribo también doy vida a mi niñez, esa niñez en la que jugué durante muy poco tiempo, porque a los nueve años ya tuve que comenzar a ayudar a mamá, porque tenía muchos hermanos y la labor cotidiana era profusa y no terminaba nunca y porque a los doce me obligaron a dejar mi casa para salir a trabajar para aportar mi sueldo en la manutención de la familia. Por eso crecí lejos. Muy lejos. Lejos del afecto y del cariño familiar. Añorando, llorando, sintiéndome solo, soñando con regresar a mi terruño, a mi casa, con mi madre y mis hermanos.
Y pese a que todo eso se transformó, que el tiempo transcurrió, que la vida moderna modificó a la colonia, a sus viviendas, a sus calles, a su devenir cotidiano, hay un lugar en mí donde todo permanece intacto, un lugar dónde subsisten indelebles el amor de familia, la unión, el respeto, los sabores y los aromas, y los seres que ya no están pero un día formaron parte de mi esencia y forjaron mi identidad. Ese lugar está dentro de mí, en mi alma y en mi corazón. Es un lugar al cual me remonto para ser feliz y recordar aquellos lejanos años de mi infancia. Un sitio en que ni el tiempo ni la muerte, ni la ausencia ni la distancia, pueden destruir. Porque en ese lugar no solamente están mis recuerdos más hermosos e indelebles sino que está mi identidad. Una identidad que sobrevive en mis cinco libros, que llevan por título: "Historia de los alemanes del Volga", "Lo que el tiempo se llevó de los alemanes del Volga", "La gastronomía de los alemanes del Volga", "La vida privada de la mujer alemana del Volga" y "La infancia de los alemanes del Volga". (Autor: Julio César Melchior).

¿No todos los niños tuvieron la dicha de tener un triciclo en las colonias de antaño?

No todos los padres podían darse el lujo de comprarle un triciclo a su hijo. El dinero que ganaban trabajando en las tareas rurales como peón, incluso arrendando o como propietarios de unas pocas hectáreas, era escaso y la cantidad de hijos casi siempre superaba la media docena o, a muchas veces, la docena. Lo que solamente permitía satisfacer las necesidades básicas, apoyándose en huertas, carneadas, un sótano repleto de dulces, conservas y encurtidos, y una muda de ropa para los días de trabajo y otra para asistir a misa los domingos. No había manera de que sobrara un poco de dinero para utilizarlo en otros menesteres, por más planes de ahorro que se aplicaran. Ni que hablar de comprar algún artículo que no fuera absolutamente imprescindible como, por ejemplo, juguetes para los niños. Ellos tenían que conformarse con los que había o si no recurrir a su ingenio para fabricarlos.
No obstante esto, había padres, pocos, que sí podían darse el lujo de comprarle un triciclo a sus hijos. Eran los que poseían una posición económica más holgada, porque eran dueños de varias hectáreas de campo, lo que les permitía obtener un importante rédito económico con la cosecha de trigo y girasol, como asimismo con la venta de vacunos y lanares. Estos les regalaban a sus hijos triciclos nuevos, relucientes, para la fiesta de reyes o para el día de su santo. Desencadenando la admiración en los demás niños de las colonias, que veían a sus compañeritos de escuela montados en sus triciclos, recorriendo la galería de la amplia casa o el patio, bajo la sombra de los árboles frutales, disfrutando la bendición de ser los hijos de las familias más pudientes de la localidad.
Pero no todo concluía ahí. Porque también había padres muy humildes que, a costa de mucho trabajo, ahorro y sacrificio, lograban reunir dinero necesario para adquirir aunque más no sea un triciclo usado y obsequiárselo a sus hijos. Lo mismo que existían otros padres que, con mucho ingenio, fabricaban uno imitando al original. Y, si bien es cierto, que el resultado, a veces, distaba bastante de ser perfecto, el vehículo de tres ruedas terminaba siendo la felicidad de los niños, porque, por aquellos años, los pequeños se conformaban con lo que sus progenitores podían obsequiarles. La premisa básica no era tener el mejor triciclo sino ser un buen niño, un mejor hijo y una persona de bien. (Julio César Melchior).

sábado, 11 de mayo de 2019

Historia de la fundación de pueblo Santa María

Fue fundada el 11 de mayo de 1887 por un grupo de 24 familias y una persona soltera. Se conserva en la memoria colectiva que los colonos habían mensurado primeramente solares ubicados en cercanías del arroyo Sauce Corto y que una creciente del cauce de agua les demostró que se encontraban en una zona proclive a inundaciones periódicas. Por lo que decidieron trasladarse unos quinientos metros más allá del lugar, sobre una loma de piedra. Donde edificaron sus casitas de adobe y erigieron una nueva localidad. Las familias fundadoras -nativas de la aldea Kamenka- fueron: Juan Reser/Bárbara Roth; Juan Graff/Ana María Detzel; José Meier/Cristina Minnig; José Schneider/Catalina Reser; Jacobo Fogel/Crsitina Schmidt; José Schroh/Catalina Sauer; José Streitenberger/María Legmann; Federico Streitenberger/Elisa Gertner; José Meier (h)/Catalina Melchior; José Schneider (h)/Ana Roth; Juan Schneider/Elisa Quitlain: Miguel Schneider/Ana Roth; Juan Schneider/Catalina Reeb; Juan Dailoff/María Walter; Nicolás Walter/Catalina MInnig; José Schmidt/Susana Walter; Jacobo Schwindt/Bárbara Bahl; Antonio Schwindt/Catalina Maier; Miguel Siebenhardt/Cristina Schneider; y Juan Maier; Nicolás Hasper; Gottlieb Schneider; Jacobo Schermer; Juan Schwindt – de quienes se desconoce el nombre de sus esposas-; y Jorge Streitenberger, que era soltero.
Los habitantes construyeron una capilla de madera en el año 1888, en el solar donde un año antes se había levantado una cruz de madera, al pie de la cual se reunían los colonos y rezaban. Periódicamente venía el padre Luis Servert de Colonia Hinojo para atender espiritualmente a los habitantes de la colonia. Y desde 1890 a 1896 fueron asistidos por los padres lazaristas.
El 1° de agosto de 1897 llegan y toman posesión de la parroquia los padres misioneros de la Congregación del Verbo Divino. El fundador de la congregación, reverendo Arnoldo Jannsen, los envió para que se ocuparan de la atención de los alemanes del Volga. Eran los padres Enrique Eichleitner, ASter y Antonio Ernest. 
En ese momento se da comienzo a la construcción del nuevo templo, bajo la advocación de Natividad de María Santísima. Se levantó en el mismo lugar donde estaba la de madera. 
La piedra fundamental fue colocada en el año 1897 y al año siguiente, el 8 de septiembre, día de la Natividad de la Virgen María, fue bendecido por el primer obispo de la ciudad de La Plata, monseñor Juan Terrero Escalada. Se entronizó el majestuoso altar y los dos altares laterales… Rescatado por Julio César Melchior en su libro “Historia de los alemanes del Volga”.

viernes, 10 de mayo de 2019

Don Pedro recuerda su infancia en la colonia de antaño

Hacía una hora que habían terminado de almorzar. La colonia estaba en silencio. Los niños seguramente estarían en la pileta del club o en el arroyo, disfrutando del verano. En los tiempos modernos que corren ya ningún padre obligaba a sus hijos a dormir la siesta. 
Don Pedro llevó una silla bajo el nogal y se sentó. También llevaba un libro. 
Miró hacia la huerta. Las plantas de tomates florecían. Algún pájaro atrevido picoteaba la lechuga. Más allá, los frutales exhibían sus ciruelas y sus manzanas. La casa estaba en silencio. Don Pedro era viudo y vivía solo desde hacía cinco años.
Miró la tapa del libro: un grupo de niños con juegos tradicionales parecían mirarlo desde el pasado e invitarlo a jugar los juegos que jugó cuando fue niño igual que ellos. 
Una profunda nostalgia anidó en su alma. Recordó a su madre, muerta hacía tantos años que ya ni sabía cuántos, a sus hermanos y a sus primos, los amigos, la escuela primaria…
Los ojos se le llenaron de lágrimas. La vida había pasado tan rápido.
Abrió el libro y, antes de empezar a leer, lo ojeó. Y un universo casi olvidado renació en su memoria, junto a decenas de vivencias, remembranzas de personas y lugares que ya casi no existían comenzaron a surgir como si nunca se hubieran ido. El libro traía al presente la niñez en la colonia de antaño. Rescataba al Pelznickel, al Christkindie, las tradicionales celebraciones de Navidad y de Año Nuevo, la manera de educar de los padres, la severidad de las maestras de entonces y sus métodos de enseñanza, canciones infantiles… Don Pedro, desbordado por la emoción, tarareó: Tros, tros, trillie, der Bauer ot ain Fillie…”. 
El libro que tenía en sus manos era “La infancia de los alemanes del Volga”, del escritor Julio César Melchior. (Autor: Julio César Melchior).

Cinco libros que rescatan la historia y cultura de los alemanes del Volga


Es nuestro deber mantener viva la memoria de quienes forjaron nuestro pasado y definieron nuestra identidad porque al hacer eso también definimos nuestro futuro y nuestro propio destino. Ellos nos legaron tradiciones, costumbres, un habla y una forma de vida, basada en el trabajo, en el sacrificio, en la honestidad y profundos valores humanos, sociales y culturales que nosotros también debemos mantener inalterables y legar a nuestros descendientes. En estos cinco libros se rescata, conserva y lega al futuro todo ese rico pasado que escribieron con sus vidas nuestros ancestros. Los títulos son: "Historia de los alemanes del Volga", "Lo que el tiempo se llevó de los alemanes del Volga", "La infancia de los alemanes del Volga", "La vida privada de la mujer alemana del Volga" y "La gastronomía de los alemanes del Volga". Se pueden adquirir desde cualquier lugar del país. No se los pierdan!

miércoles, 1 de mayo de 2019

En el Día del Trabajador, homenaje a nuestros abuelos alemanes del Volga

Trabajadores de la tierra,
peregrinos del surco:
sembraron trigo
y cosecharon pan.

Regaron la huella del arado
con el sudor de sus frentes,
legando a sus descendientes
la cultura del trabajo.

Levantaron aldeas y pueblos,
iglesias y escuelas,
educaron en la fe
y con el ejemplo.

Con sus manos amasaron el pan,
fabricaron arados y cruces.
Sembraron hijos y sueños
en la vastedad de la pampa argentina.

Fueron nobles campesinos,
chacareros, estancieros, peones,
bajo el sol de la Divina Providencia
y la certeza de sus convicciones.

¡Honor y gloria a los trabajadores
alemanes del Volga!
(Autor: Julio César Melchior)