Rescata

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viernes, 26 de noviembre de 2021

Recuerdos que nunca debemos olvidar

Las mesas largas con sus sillas de madera, las cocinas a leña, el sabor y el aroma de las comidas tradicionales, el amor de mamá y papá cuidándonos en las largas noches de invierno, cuando nos enfermábamos, la abuela cantándonos el “Tros tros, Trillie” y el abuelo tocando la acordeón… Los casamientos de antaño, que se prolongaban durante casi una semana, la misa de los domingos, los almuerzos interminables… Y el recuerdo de los que ya murieron pero nunca se fueron de nuestro corazón… Todo eso y mucho más, en el libro “La infancia de los alemanes del Volga”, que se puede adquirir desde cualquier lugar del país.

Las madres alemanas del Volga

Fotografía de
https://pearlknitter.com/
 “En la época de nuestros padres, la gente se casaba muy joven; el hombre a los veinte años, y la niña con apenas diez y siete”, escribe el Padre José Brendel recordando los primeros años de las colonias alemanas de la Argentina. La mujer era la dueña de casa en todo el real sentido de la palabra. El hogar era su pequeño reino –y el único-, en que nada se hacía sin ella, y en que todo iba sincronizado alrededor de su mandato y voluntad. La mujer, era la cohesión de todo aquello. Y una vez que llegaban los hijos, ellos eran el incentivo para el trabajo. Los romanticismos no contaban… sino en las leyendas de príncipes, que leían con tanta fruición y les contaban luego a sus niños.
El joven que solicitaba con un solemne ritual la mano de una muchacha, sabía que no podría ofrecerle ni riquezas ni más comodidades que las comunes, fuera de sus brazos fuertes de labrador, y de su espíritu de trabajo; y ambos, de común acuerdo, enfrentaban la vida como viniera, sin hacerle preguntas, sabiendo lo que querían del futuro, y sacrificándose sin titubeos, para conquistarlo. Y una vez que llegaban los hijos, ellos eran el mejor incentivo para el trabajo. Los romanticismos no contaban . . . sino en las leyendas de príncipes, que leían con tanta fruición y les contaban luego a sus niños. A eso hay que añadir como en el caso de los fundadores de las colonias, que apenas casados, iniciaban el gran viaje por mares y tierras en busca de la felicidad y de un terruño en que pudieran vivir con sus hijos.
Y una vez que llegaban los hijos –rememora el Padre Brendel-, ellos eran el incentivo para el trabajo.
El hogar era su pequeño reino –y el único-, en que nada se hacía sin ella, y en que todo iba sincronizado alrededor de su mandato y voluntad. La mujer, era la cohesión de todo aquello.
Una vez que sus hijas eran mayores, ellas colaboraban activamente en los trabajos, aprendiendo la conducción del hogar de la mejor de las maestras: su madre. En las colonias no se concebía una muchacha casadera, que no supiera cocinar, y conducir una casa. Ningún hombre hubiese mirado a una muchacha así.
Por eso también, los hogares de los alemanes del Volga, eran alegres y felices –sostiene el Padre Brendel-, tanto en la presentación prolija de las habitaciones y dependencias, como en el rostro de sus gentes.
Para comprender mejor la importancia de la madre en el hogar, referiré una anécdota: un señor a quien se le había muerto la esposa, a cuya ausencia no podía acostumbrarse, me dijo un día, en confidencia: "Nunca hubiera creído, que ella era el lazo de unión de mi familia... Ella tan pequeñita y menuda, que hablaba tan poco, era la cohesión de todo, con su gran corazón... y desde que se fue todo se vino abajo... Ella se lo llevó todo. Y pensar, que yo creía que sobre mis hombros descansaba la unión de mi hogar... ¡Iluso de mí!".
Otro detalle ilustrativo de las madres de los alemanes del Volga, son las viejas y amarillentas fotografías de antaño: los cuadros de familia. Allí está ella, rodeada de la corona de los suyos, llevando bien visible entre sus manos el rosario y su libro de Misa...
Sobre sus rodillas se aprendía entre balbuceos el primer Ave María, y la torpeza de los bracitos infantiles dibujó por primera vez el signo indeciso de la Cruz. Antes de que la familia se entregara al reposo, la madre se aseguraba de que todos habían hecho su oración.
Los mayores en silencio, y los más pequeños, cantando su oración en alta voz, bajo la atenta supervisión de la mamá. Y cuando ya todo el mundo se había acostado, pasaba ella por las habitaciones, rociando cosas y personas con agua bendita y pidiéndole a Dios nos librara del mal.
Durante mi vida de estudiante y de sacerdote –cuenta el Padre Brendel-, jamás llegué a mi casa, sin encontrar a mi anciana madre esperándome junto al portón de entrada de la finca. Desde lejos divisaba su batita blanca, y sabía que me estaba aguardando con cada auto que pasaba por la calle. La bata de mi madre era para mí como la bandera de llegada de todas las esperanzas. Y así, años y años de ansias de llegar, y de bata blanca de espera, hasta que llegó el día, en que al regresar, el portón estaba sólo, tan solo, como si le faltara toda mi infancia y juventud... y toda mi vida.
Para conservar, difundir y legar nuestra cultura no deje de leer y tener mis libros "La infancia de los alemanes del Volga", "La vida privada de la mujer alemana del Volga", "La gastronomía de los alemanes del Volga". Para mas información comunicarse por privado o al 01122977044.

El regador

Las tardes de las colonias, en la década del setenta, se deslizaban lentas. Sólo el arrullo de las palomas estremecía el silencio. Después de la siesta salíamos a jugar. El rito lo completaba una naranja o una manzana. Pero el momento de mayor emoción llegaba con el regador. El motor del tractor se escuchaba desde lejos como un inconfundible rumor opacado por el ruido del agua y su presión. Inmediatamente corríamos a sentarnos en el borde de la vereda, calculando si el chorro nos alcanzaría o pasaría apenas salpicando.
Todo dependía de la presión que el chofer le impusiera. Si con suerte venía uno con ganas de divertirse, aumentaba la presión; entonces, el chorro crecía hasta cubrir la mitad de las veredas obligándonos a escapar y pegar la espalda contra la pared entre risas nerviosas. Claro que alguno de los varones aceptaba gustoso el reto y se dejaba envolver por el enorme chorro, mientras las chicas gritaban con una mezcla de horror, admiración y algo de envidia. Tras el paso del tractor, el barrio quedaba perfumado por el inconfundible aroma de tierra mojada.
Melancólicos recuerdos que todavía sobreviven como sobrevive, pese al avance tecnológico y al crecimiento de las colonias, el regador. Las décadas han trascurrido, he dejado de ser un niño, pero en mi alma aún perdura aquella sonrisa pícara de querer cometer una travesura cada vez que veo pasar el regador.
Para conservar, difundir y legar nuestra cultura no deje de leer y tener mis libros "La infancia de los alemanes del Volga", "La vida privada de la mujer alemana del Volga", "La gastronomía de los alemanes del Volga". Para mas información comunicarse por privado o al 01122977044.

martes, 23 de noviembre de 2021

Mamá nunca dejaba de hacer las tareas de la casa

Pintura de Walter Langley 
Mamá, que se levantaba con el sol, daba vuelta la casa, limpiando cuanto rincón tuviera una mota de polvo, lavaba la ropa en el fuentón bajo la intemperie, cocinaba y mantenía libre de yuyos el patio y el jardín, una mañana se levantó con las piernas hinchadas pero, habiendo sido siempre fuerte como un roble y terca como una mula, no le dio importancia, porque los quehaceres cotidianos de la casa no podían esperar: las sábanas tenían que ser cambiadas, la ropa debía ser lavada, el patio tenía que ser barrido, el jardín regado y la comida lista para las doce del mediodía cuando sus hijos llegaban del trabajo. Nada era más importante que sus obligaciones de madre y ama de casa. Ni siquiera su salud.
Al cuarto día ya le resultó imposible ocultar no solo la hinchazón de las piernas sino el dolor que esto le causaba cuando caminaba. Aún así, no quiso ir al médico. Minimizó el problema frente a sus hijos y, con la ayuda de la escoba como bastón, se las arregló para cumplir con todas las tareas cuando estaba sola y sus hijos no la veían.
Transcurrieron los días. Una semana. Dos. Hasta que una mañana, los hijos se levantaron, como todas las mañanas, para desayunar, y la mesa no estaba servida y el café con leche tampoco puesto sobre la cocina a leña que, llamativamente, tampoco estaba encendida.
-Qué raro -pensaron los dos hijos solteros que vivían con ella. La primera vez en su vida que mamá se queda dormida.
Cuando fueron a despertarla, la encontraron muerta, al pie de la cama matrimonial, con el camisón puesto y las cobijas desparramadas por el piso: tenía ochenta y dos años.

La reconstrucción de la vida de nuestras abuelas

Una vida llena de trabajo, sacrificios, entrega a su familia y ejemplos cotidianos.

El libro desarrolla un tema inédito en la literatura y el rescate histórico del pasado de los alemanes del Volga, como lo es la vida privada de la mujer. El mismo nos permite conocer todos los aspectos de este ítem trascendente, desde el nacimiento de nuestras abuelas hasta su desaparición física. Abarcando lo privado y lo público, lo social y lo religioso, lo que le estaba permitido y lo que le estaba vedado a la mujer de antaño.
El Prof. Desiderio Walter sostiene en el prólogo que oficia de presentación del libro que “Esta obra que está a punto de comenzar a leer coloca a la mujer alemana del Volga en el centro de la historia y reconstruye, mediante una exhaustiva investigación, los pasos que ha debido transitar para conformar la identidad personal y de género que la identifica, permitiendo comprender el por qué de sus comportamientos, actitudes y formas de ver y encarar la vida que tuvo no solamente en el pasado sino también en la actualidad y, por qué no decirlo, nos permitirá comprender mejor la idiosincrasia de las sociedades alemanas del Volga.
“Reconstruye su pasado haciendo una descripción de cómo se desarrolló y conformó su yo privado. Lo presenta en detalle. Indaga en los espacios, a veces muy restringidos, de su vida, y en la responsabilidad, o no, que tuvo, en sus actos, en un universo social basado en el poder del patriarca, en donde el hombre tiene el control de todo y es el centro alrededor de cuyo eje giran las premisas de la ética y la moral, las costumbres y las tradiciones, y las mujeres son consideradas meras actrices secundarias, sin ideas, sin sentimientos, y sin deseos propios. Permanentemente condenadas a interpretar el papel de hijas, esposas, madres y abuelas y en cada caso, ser ejemplo de virtud. Siempre inmaculadas y puras. Siempre amenazadas con el escarnio familiar y público y a ser condenadas al aislamiento social.
“El autor nos presenta en este libro un profundo estudio, un análisis psicológico, pero esencialmente filosófico, sociológico e histórico, del rol que le tocó desarrollar a la mujer en la historia y cultura del pueblo de los alemanes del Volga con una lucidez increíble. La describe sin tabúes. Con valentía. Para mostrar cuánto sufrieron las mujeres a lo largo de la historia y cuánto pero cuánto tiempo nos hemos olvidado de ellas, precisamente ellas, que nos dieron la vida y nos lo entregaron todo, sin pedir nada a cambio jamás. Por suerte, esta obra repara ese olvido y lo repara con creces.
“Por eso, amigo lector, te invito a leer este libro. Para saber, entender y comprender no solamente la historia de las mujeres alemanas del Volga sino para saber, entender y comprender, por qué algunas cosas fueron y son todavía en la actualidad, como son.
“Y también te invito a leerlo porque es una gran obra literaria, maravillosamente redactada. Una obra que, una vez leída, nos hace un poco más sabios” -afirma el prof. Desiderio Walter.
(Lo pueden encontrar en Librería Lázaro, en la ciudad de Coronel Suárez, en La Casa del Fundador, en Pueblo Santa María o desde cualquier lugar del país, por correo). WhatsApp: 011-22977044. Correo electrónico bloghilandorecuerdos@gmail.com.

viernes, 19 de noviembre de 2021

La casa de mamá olía a pan casero, a café con leche, a sabrosas comidas tradicionales...

 La casa de mamá olía a pan casero, a café con leche, a sabrosas comidas tradicionales, a chucrut, a pepinos en conserva y mil olores más que al recordarlos nos llenan el alma de ternura y el corazón de nostalgia y añoranza. Porque unidos a ellos está la imagen de mamá cocinando, lavando la ropa, cociendo, tejiendo, bordando, enseñándonos a escribir, compartiendo un secreto, ayudándonos a crecer... y está también la imagen de papá, tan serio y tan formal, pero en el fondo tan bueno y tan dulce, trabajando el campo, arando, sembrando, tejiendo sueños para el futuro de sus hijos... y los interminables atardeceres de invierno, en los días de lluvia, sentados alrededor de la mesa comiendo Kreppel, haciendo la tarea escolar, esperando que el tiempo pase y poder volar y poder crecer y poder ser grandes como mamá o papá.
Evocar la casa de mamá es recordar nuestra casa de la niñez, su enorme corredor donde jugábamos durante las siestas de verano, el patio inmenso, donde conquistamos los primeros sueños y concretamos nuestras primeras aventuras imitando los ídolos infantiles... y también es recordar la angustia del momento que dijimos adiós para marchamos y hacer nuestra vida, las lágrimas de mamá y el abrazo fuerte muy fuerte y silencioso de papá al despedimos y desearnos la mejor suerte del mundo... y el inesperado regreso a la casa cuando hubo que decirle adiós para siempre a nuestros queridos padres.
La casa de mamá en la colonia está poblada de recuerdos, llena de afectos inolvidables; pero está vacía, porque ya no están mamá ni papá ni nuestros hermanos. Está dolorosamente vacía.

Seguimos tentando a quienes nos leen con estas delicias que todos deseamos volver a saborear

 Kartoffel und Klees


Fotografía de: https://aromasysaboresdelvolga.blogspot.com/
Ingredientes:
1 kg. de papas
½ kg. de harina
1 huevo
½ taza de agua
1 pizca de sal

Preparación:
Colocar en un bol ½ kilo de harina, agregar el huevo, el agua y pizca de sal; mezclar bien todos los ingredientes hasta obtener una masa liviana y dejar descansar ½ hora aproximadamente. Cortar las papas en dados y ponerlas a hervir. Luego tomar la masa con las manos y cortar pequeños trocitos, dejándolos caer directamente dentro del agua, que debe estar en plena ebullición. La cocción de los Kleis es de 5 minutos aproximadamente. Pasar todo por colador para que escurra bien. Se puede servir con chucrut, con pedacitos de panceta dorados previamente en aceite, con crema o con huevo batido.
Esta y 150 recetas mas, todas tal cual las elaboraban las abuelas, las encuentran en el libro "La gastronomía de los alemanes del Volga". 

jueves, 18 de noviembre de 2021

Las antiguas llaves de las viviendas de nuestros abuelos

Fotografía de www.bbc.com
Como cada objeto que perteneció a nuestros abuelos, las llaves también tienen su identidad y su historia. Identidad porque tienen su estilo propio, definido, y porque tanto la puerta como la cerradura y la llave eran fabricadas en las colonias o aldeas. Y eso, precisamente, es lo que las vuelve únicas, irrepetibles, porque la forma, la medida, el detalle, el mínimo lujo que algunas pueden poseer, forma parte de lo que el cerrajero legaba a su sucesor, generalmente a su hijo mayor, generación tras generación. Así es como desde la casa más lujosa hasta el más humilde ranchito de adobe tenía su llave y su cerradura con identidad propia, porque el herrero al momento de fabricarlas no reparaba en si era para una familia rica o una familia humilde. El ponía todo su talento al servicio de su arte.
En la actualidad todavía se yerguen orgullosas, tanto viviendas lujosas como humildes ranchitos de adobe, con sus puertas de madera con sus cerraduras y sus llaves de metal, fabricados por aquellos lejanos herreros de las colonias o aldeas. Y como todo, las llaves también tienen su historia.
Investigando en los orígenes de la llave la historia nos cuenta que los primeros indicios que se tienen de ella son de hace más de cuatro mil años, que eran de madera y los primeros en usarlas fueron los chinos y los egipcios. Sin embargo, la invención de la llave se le atribuye oficialmente al griego Teodoro de Samos, en el siglo VIII a.C.
De más está decir que desde su nacimiento mismo, la llave tiene connotaciones que están ligadas al sentido de la propiedad privada y con una fuerte carga simbólica. En Egipto, por ejemplo, las llaves y los candados estaban destinados a los habitantes más ricos, mientras que los griegos fueron los que popularizaron su uso.
Los romanos fueron quienes no solamente la asimilaron como uso diario sino que también la perfeccionaron. Tanto es así que ellos son los precursores de las llaves que hoy en día utilizamos, porque fabricaron las primeras llaves de metal, como asimismo crearon el sistema de la vuelta de llave para dotar de mayor seguridad los cierres.
Y como cierre a esta historia vamos a revelar un secreto que hoy día ya no es secreto: las llaves también son utilizadas desde la antigüedad en la magia, donde se usan como amuletos y en muchos rituales, ya que se les atribuye la virtud esotérica de abrir caminos y de protección. Asimismo mucho todavía creen que tener llaves antiguas en la alacena o cocina atrae la prosperidad y buena suerte.

No sientas vergüenza de hablar la lengua de tus padres

No calles tu voz. Di tu opinión. No dejes morir en el corazón la sabiduría de tu palabra. Pero dila en alemán. Haz un esfuerzo. Sé que puedes hacerlo. Y que sabes hacerlo. Verás que será una manera simple y sencilla de rendirle homenaje a tus padres, a tus abuelos, a tus ancestros. Aún estás a tiempo; no dejes pasar la oportunidad. Porque algún día, cuando ya sea muy tarde de aprender la lengua de tus antepasados, te arrepentirás de no haberlo hecho.
No importa cómo pronuncies tu discurso; lo importante es que te oigan, que vean que no tienes vergüenza de decir palabras en alemán; para que otros te imiten, para que otros se atrevan; para que seamos más y nuestra lucha cotidiana valga la pena.
Atrévete. Rompe las cadenas de la vergüenza. Destruye el candado que te pusieron en la boca las personas que siempre tienen algo que decir y criticar. Asume tu rol en el que te puso la historia y sé protagonista del cambio. No permitas que los años se lleven tu herencia: no dejes que el paso de los días sepulten tus tradiciones y costumbres y que el olvido te quite la oportunidad de comunicarte en la lengua de tus ancestros.
Ten conciencia que esa lengua que casi nunca tienes en cuenta y que a veces hasta desvalorizas y desprecias, lleva en sus sílabas la voz de miles de almas que la utilizaron antes que tú. Que esa lengua lleva el sello de una estirpe de hombres y mujeres que grabaron sus nombres en la historia y que su pasado se remonta allá lejos, en los siglos lejanos, en que tuvieron lugar las grandes epopeyas que marcaron a la humanidad y la hicieron trascender y progresar en el tiempo y el espacio.
Por eso, piensa bien lo que haces. No pierdas tiempo. No dejes pasar la oportunidad y aprende la lengua de tus ancestros, hoy que todavía sobrevive en la voz de personas que aún la hablan cotidianamente en las colonias.

El gallo de Don Raimundo

Pintura de Roberto Cascarini
Herido en su orgullo más íntimo y aburrido hasta el hartazgo de escuchar a su vecino vanagloriarse de la calidad de las gallinas que criaba merced a la noble prosapia del gallo que hacía unos años compró en una casa especializada en el rubro, don Raimundo se encaramó en su Ford y mientras partía rumbo a la ciudad, le gritó a su mujer:
- Me voy al pueblo a comprar el mejor gallo de toda la región.
Y así lo hizo.
Dos días después regresó con un gallo imponente. Grande. Hermoso. Tan grande y hermoso que despertó la envidia de los demás colonos, la bronca de su vecino, que estaba seguro que iba a perder su trono de poseedor de las mejores gallinas, y el enojo de su esposa que no dejaba de recriminarle la abultada suma de dinero que había gastado en un bicho que la mujer consideraba el metejón de un viejo chocho.
Ni bien soltó el gallo en el gallinero, no sin antes cortarles las alas, éste inició su trabajo. No había gallina que pudiera salvarse de su desenfrenado apetito sexual. Aptitud que don Raimundo celebraba feliz imaginando las futuras generaciones de gallinas, más grandes, más ponedoras, más hermosas que las de su vecino.
Todo iba bien hasta que al gallo se le dio por encontrar la forma de escapar del gallinero y salir a caminar al campo, a comer las semillas de trigo que los agricultores sembraban.
Don Raimundo lo rastreaba, lo atrapaba y lo retornaba al gallinero. Casi todos los días.
Hasta que una tarde no lo encontró. Buscó y buscó. Discutió con su vecino, pensando que se lo había robado para cortar de cuajo su deseo de tener las mejores gallinas. Y nada.
Caminó un poco más lejos. A medida que se fue alejando de la casa y acercando a un monte de eucaliptos, su aguda nariz, olisqueó humo. Furioso, se acercó a los niños para informarles que estaban cometiendo un delito al invadir sus terrenos. Los seis niños se pudieron de pie, temerosos, al verlo llegar.
-¿Cazaron una paloma?- preguntó don Raimundo al descubrir que estaban asando trozos de un ave.
- ¡No!- respondió uno de los niños, satisfecho del almuerzo que estaban por comer. Es un gallo que andaba perdido por acá.

La gastronomía de los alemanes del Volga: los Wickelnudel o Wickelkleis de la abuela

Un hogar, una cocina a leña, una familia al final del día cansada de trabajar pero feliz por el deber cumplido, sentada a la mesa dispuesta a saborear una comida típica, tradicional, heredada de generación en generación por siglos. Aromas que impregnan cada rincón de la casa, sabores que nutren el alma, una receta simple donde el ingrediente secreto es el amor, el compartir, el estar todos juntos al destapar la olla. Felicidad y sencillez, amor y trabajo, honradez y paz. Una receta unida a valores ancestrales son los ingredientes que nutrieron nuestras raíces y de las cuales descendemos. La receta original, la de las abuelas, se encuentra en el libro “La gastronomía de los alemanes del Volga”, con más de 150 recetas típicas tradicionales y fotografías a color. Un libro, muchas recetas, nuestros orígenes. No se lo pierdan!





martes, 9 de noviembre de 2021

La inolvidable huerta de la abuela

Fotografía de www.infocampo.com.ar
La abuela tuvo huerta a lo largo de toda su vida y a lo largo de todo el año. Sembraba sus propios almácigos, trasplantaba sus propios plantines, renovando cada año las semillas, lo que le aseguraba una buena cosecha y una abundante producción año tras años.
Tenía de todo. Desde perejil, cebollines, apio, hasta una abundante cantidad de cebollas y ajo, que cosechaba y trenzaba en ristras para colgar en los tirantes del Schepie, para utilizar durante todas las estaciones del año.
Abuela nunca se quedaba sin verduras ni hortalizas. Tanto en la huerta como en el Schepie. Antes de comenzar a cocinar, pasaba por la quinta a sacar zanahorias y todo lo que necesitaba para elaborar un sabroso tuco. De la misma manera que en el Schepie tenía estibados ajo, cebollas, papas, pepinos en conserva, chucrut, dulces de tomate, zapallo y todo tipo de conservas y encurtidos, que eran la delicia de la familia.
Cuando joven, la huerta la hacía con sus hijos. Todos ayudaban a carpir, regar y mantener limpia la quinta. De grande, jubilada ya, y con todos los hijos casados, el trabajo lo compartía con su marido, el compañero de toda la vida. Y siendo viuda, continuó sola. Hasta una edad muy avanzada. Porque nada la doblegaba. Tenía un espíritu siempre jovial y una voluntad de hierro. Abuela era admirable. Y sus comidas, preparadas a base de los productos que ella misma sembraba y cosechaba en su huerta, eran riquísimas. Inolvidables. Por eso, las rescato a todas en mi libro "La gastronomía de los alemanes del Volga". De la misma manera que rescato la vida de todas las abuelas, en mi libro "La vida privada de la mujer alemana del Volga".
La abuela, como todas las abuelas, era una mujer única e inolvidable. Una mujer que debe quedar en la historia. Porque forma parte de nuestra historia. Y porque su legado debe trascender el tiempo y el olvido.

Las recetas de las abuela

Wicknudel, Maultasche, Kleis, Kraut und Brai, Sauersupp, Milichsupp, Kreppel, Der Kreppel… comidas que la abuela cocinaba sobre la cocina a leña que mantenía caliente con Blatter, bosta de vaca que toda la familia juntaba y estibaba en el Schepie durante el verano.
Dünne Kuche, pan casero, Strudel, Achtzig Schlag, Kalach,… tortas y panes que la abuela horneaba en el horno de barro que encendía con tallos secos de plantas de girasol, maíz, cardo y mantenía caliente con profunda sapiencia y conocimiento.
También elaboraba Sauer Kraut y Sauer Krummer que cosechaba en su huerta. Como asimismo dulces de todo tipo, desde dulce de tomate, zapallo hasta dulce de higos, ciruelas, manzanas y muchos sabores más, uno más rico que el otro.
Todas estas recetas las rescaté y publiqué en mi libro "La gastronomía de los alemanes del Volga", para que no se pierdan y para que todos podamos volver a cocinarlas con los mismos ingredientes que nuestras queridas e inolvidables abuelas.

Una historia de amor en los tiempos de nuestras abuelas

Su madre la retó cuando le contó que le gustaba Pedro. Sí, la retó y mucho. Y le dijo unas cuantas verdades. Sí, así las llamó: “verdades”. Igual ella, mucho no entendió o no quiso entender. Ella sólo sabe con certeza que se siente atraída por Pedro y que quiere casarse con él, formar una familia, como la de sus padres, tener una casa, con muchos hijos y trabajar en el campo. Eso es lo que más desea. Su madre le dijo que era una desagradecida por pensar en sí misma cuando tendría que estar pensando en conseguirse un trabajo para ayudar a criar a sus hermanos. Que por eso también era una mala hija. Que cómo podía estar pensando en un hombre. Que eso es pecado. Acaso no se había se dicho bien clarito la abuela, que tuviera cuidado con los hombres, que si un hombre la besaba en la mejilla podía quedar embarazada y tener un hijo y correr el riesgo de ser una madre soltera. Después nadie la va a querer ni a mirar. Fue ahí. Sí, fue en ese momento cuando preguntó: “Cómo… ¿Los hijos no los trae el arroyo?” Y fue ahí, en ese instante, en que la madre se puso incómoda y vergonzosa y cambió enseguida de tema y dijo: “No quiero que vuelvas a ver a Pedro. Antes de pensar en un tipo tenés que ayudar en la casa. Además tu papá quiere que te cases con el hijo de don Agustín. Don Agustín te quiere para uno de sus hijos. Para Luis. Es un muchacho muy trabajador. Salió al padre. Don Agustín ya habló con nosotros y tu papá le dijo que no había problema, que en dos años no había problema, que primero te necesitábamos en casa. Y don Agustín, entendió. ¡Es un hombre tan comprensivo! “Nunca te va a faltar nada”, le dijo seria su madre. Eso le dijo: “Nunca te va a faltar nada”.
Pero yo no lo quiero a Luis –piensa-, yo lo quiero a Pedro. Y recordó cuando se vieron en secreto en el galponcito donde se guarda la leña y él la tomó de la mano, o cuando se encontraron de casualidad en el almacén y los dos hicieron cómo que no se conocían ni que se hablaban, para que nadie sospeche nada. No, ella no quiere al hijo de don Agustín. Ella lo quiere a Pedro. Por eso aceptó irse de la colonia. Ellos dos solos. Pedro y ella. Nadie más. Se van a ir esta madrugada, cuando todos duerman. Lejos. Bien lejos. ¿A dónde? Ella no lo sabe y Pedro tampoco. Porque Pedro lo reconoció cuando él le propuso fugarse juntos. Solamente sabía que se iban a ir bien lejos, a trabajar en el campo y cuando ella sea mayor se van a casar. Pedro se lo prometió. Y le prometió que van a tener una casa, con muebles, con una bomba de agua, un jardín, una huerta, gallinas, algunas vacas. Eso le prometió Pedro. Y ella le cree. ¿Por qué no iba a creerle? A él. Justamente a él. Si ella no le pidió nada y él le prometió todo.
Ella se llama María Angélica Dornes y él, Pedro Agustín Lambrecht. Se casaron lejos de la colonia en 1958, en una parroquia rural. Los padrinos de la boda fueron dos peones rurales desconocidos que trabajaban en la misma estancia donde trabajaban ellos. Tuvieron nueve hijos. Pero jamás lograron tener una casa propia, como Pedro le había prometido. Murieron lejos de su gente, de su pueblo. Primero él y a los dos años, ella. Grandes. Ancianos ya. Contentos y satisfechos con la vida que habían vivido juntos.

La vida secreta de nuestras abuelas

 Escribir este libro me llevó cinco largos años de investigación, cinco largos años de paciente labor, de entrevistar casi a un centenar de abuelas de diferentes colonias y aldeas, escucharlas hablar durante horas, de empatizar con ellas, de comprenderlas, entenderlas y la mayoría de las veces, contenerlas, secar su llanto, calmar su angustia y su sufrimiento. Abrazarlas y hacerlas sentir valoradas y queridas. Hacerles entender que son un ejemplo para nosotros, que tienen mucho para legarnos como ejemplo. Que ellas no solamente lo dieron todo por la familia sino también que supieron trabajar a la par del hombre y, a veces, incluso más. Por eso este libro no solo rescata sus existencias y su vida cotidiana, sino que hace un recorrido por todo el entramado social, religioso y cultural, por el que tuvieron que transitar a lo largo de su devenir diario, desde el día de su nacimiento, hasta la hora de muerte. Asimismo, esta obra es un estudio psicológico y antropológico, que remite a sus más profundos sentires, experiencias, amores, sinsabores, gestos, recuerdos más íntimos, algunos hermosos y otros, tremendamente desgarradores. En suma, es la vida en su totalidad de nuestras abuelas, sin dejar de mencionar ni analizar ni profundizar ningún tema. Ellas merecían este libro. Ellas merecían ser visibilizadas. Mostradas. Valoradas. Respetadas. Por eso, a lo largo de estos años de haber sido publicado, han sido decenas y decenas las cartas, mensajes y llamadas de gratitud que he recibido, tanto de mujeres, abuelas y jóvenes, y de hombres. Todos agradeciendo la publicación de este libro, que lleva por título "La vida privada de la mujer alemana del Volga".

La sabiduría que nos legaron nuestras abuelas

Pintura de Julien Dupré
Cierro los ojos y todavía escucho a mi abuela repitiendo una y otra vez la frase "Das Haus verliert nichts", cada vez que nos sentábamos a la mesa a hacer la tarea y nos quejábamos porque no encontrábamos el lápiz, la goma de borrar o el compás. La misma frase que repetía cuando ella misma no recordaba dónde había dejado la tijera cuando se disponía, por las noches, luego de la cena, a remendar la ropa de la familia. O, cuando el abuelo, rezongando, buscaba su gorra, olvidando que la había dejado sobre la mesa de luz. Hoy, ya grande, comprendo que la abuela siempre tenía razón, porque "Das Haus verliert nichts", que literalmente significa "La casa no pierde nada".

sábado, 6 de noviembre de 2021

Música tradicional de los alemanes del Volga

“Aún recuerdo la voz de mamá y papá cantando canciones en alemán, con los ojos llorosos de tristeza. También recuerdo las misas en la que se cantaba el Grosser Gott y los entierros en el que se entonaba el desgarrador Schicksal. Los bailes en los hogares, las reuniones familiares... el sonido melodioso de la verdulera y el acordeón. Me acuerdo de todo ello y una lágrima resbala de mi mejilla mientras mis labios comienzan a cantar ‘Wen ich komm... Wen ich komm…’”, cuenta un abuelo alemán del Volga a Periódico Digital Hilando recuerdos. La música fue la luz del alma de los inmigrantes alemanes del Volga; con ella iluminaron las oscuras noches de insomnio aguardando que naciera el sol de un mañana mejor; alabaron al Señor con himnos milenarios; cantaron al momento de nacer sus hijos, de bautizarlos, de impartirles la Primera Comunión, de confirmarlos en la fe, de casarlos... y también cantaron llorando, tristes himnos de adiós al sepultar a sus muertos. Cantaron en casamientos, en reuniones de amigos y cientos de fiestas más. La música los acompañó en el trabajo. Glorificaron a Dios y a la nueva patria con letras de gratitud. Cantando oficiaron misas en acción de gracias. Sus voces, sus melodías, sus canciones y sus sentimientos, sobreviven en el tiempo y al olvido. Versos y música rememoran el desgarrador exilio de Alemania, la forzada despedida de la aldea volguense; el difícil afincamiento en la República Argentina; y la miseria y sufrimiento de mil infortunios, guerras, hambrunas, epidemias y esperanzas inciertas esperando, siempre esperando el mañana mejor. Un mañana mejor que hallaron aquí en la Argentina, en esta tierra bendita que los recibió con los brazos abiertos, donde fundaron aldeas, colonias y pueblos; donde volvieron a cantar con alegría y donde volvieron a resurgir los clásicos instrumentos y las voces melodiosas de los descendientes de los inmigrantes del mítico y lejano Volga. Y volvieron a cantar en coro las nostálgicas y románticas canciones de amor, de dolor, de angustia, de fe en Dios... pero esta vez también cantaron de felicidad, una felicidad plena y total.

(Foto 1: Grupo Santa María - Foto 2: Buby Klein y Albino Lang).

El fin de semana se llevará a cabo la sexta edición de la Füllsen Fest, en Pueblo San José, en la provincia de Buenos Aires

Inauguración de la escultura homenaje a Sergio Denis, exquisita gastronomía, multiplicidad de stands de artesanos y muy buena música en el escenario.

Todo esto y mucho más es lo que se podrá vivir en la 6ta edición de la Füllsen Fest, que tendrá lugar este domingo en Pueblo San José, desde las 11.45 horas y seguramente hasta bien entrada la noche, para cuando por el escenario hayan pasado los Merry Boys, Los Viajeros del Tiempo y luego el Grupo Universitario, haciendo bailar a todo el mundo.
Hugo Schwab, presidente del Club Germano, una de las entidades involucradas en la organización y quien es también integrante de la Comisión de la Füllsen Fest, se refirió a los últimos preparativos de esta fiesta que vuelve a ser presencial y que se espera con mucha ansia, no solamente por la gente de Suárez y los Pueblos Alemanes, sino de toda la región.
Anticipó que habrá mucha presencia de artesanos, emprendedores y servicio gastronómico, constituyendo entonces un muy buen paseo para todos los que concurran.
“El paseo va a comenzar desde el palco. Puede ser incluso que detrás del palco haya un parque de juegos. Desde ahí, hasta pasando la iglesia. En la primera rambla sería todo gastronómico. Desde ahí todo lo que son puestos de distintas variantes y luego todo lo que son artesanos: independientes, Suárez Produce, los artesanos de Santa María. Todos los artesanos que van a estar ahí no tendrán costo por utilización del espacio. Sí tendrán que abonar un costo los gastronómicos y los que van como comercio”.
La organización de este evento fue en muy poco tiempo, una vez que se abrió la oportunidad de estas realizaciones al aire libre. En lo que sí vienen trabajando hace mucho, la Comisión de la Füllsen, es en el monumento a Sergio Denis: “Nos dijimos entonces que no lo podíamos inaugurar en pandemia, por una cuestión de que no podíamos realizar este homenaje al ‘Negro’ sin gente. Así que se decidió esperar el tiempo necesario hasta que se reabra todo”.
Así la espera valió la pena, y este domingo será inaugurado oficialmente ese monumento que hace homenaje –el primero en el país- al cantante de origen suarense, cuyos abuelos vivieron en Pueblo San José y que falleciera en el año 2020.
Hoy viernes se estará llevando adelante el trabajo de instalación del monumento. El que quedará emplazado en la rambla de la calle central de Pueblo San José. Sobre las críticas que recibió, una vez que en fotos se mostraron algunas imágenes de esta realización artística, Hugo Schwab dijo que “nunca contestamos nada, porque esas cosas hay que verlas personalmente. Esas personas que lo juzgaron, cuando la vean –a la estatua- personalmente, se van a dar cuenta el error que cometieron. Que se den cuenta solos, no es necesario replicar todo eso. Es un gran artista que lo hizo, Noe, el mismo que hizo el monumento a Harriot, el que hizo a Juana Azurduy en el edificio Kirchner, el que hizo a Fangio en Puerto Madero. O sea, es un artista de gran renombre”.
La actividad se iniciará con el acto protocolar, la degustación del füllsen –cuya elaboración estará a cargo de un grupo especialmente designado por la Comisión-, luego inauguración del monumento a Sergio Denis, con la presencia de la familia del cantante, en lo que se anticipa será un momento muy emotivo.
Habrá espectáculos a partir de las 15 horas, en el escenario que estará levantado en el lugar, hasta las 21 horas, donde está previsto el cierre con el Grupo Universitario. Incluye un homenaje a Sergio Denis de parte de Los Viajeros del Tiempo, que contarán con Federico Gamella, un músico de lo que fuera su orquesta, que estará acompañando, y la presencia del Albino Lang y su acordeón; el grupo Los Merry Boys también estarán haciendo bailar a todos los presentes. La danza alemana a cargo del Ballet Alles Froh; la música árabe a través de Noelia Güidale. Además, se suman en el escenario Alex Graff, Stefy Graff, Aníbal Wesner y César Mellinger. Para las 20 horas está previsto el tradicional spicher de cerveza.
En el salón del Germano habrá un almuerzo tradicional, donde se ofrecerá un show donde estarán Francisco Peralta, Albino Lang y Carlos Pollak, entre otros. Este almuerzo, con venta anticipada, se prepara para unas 300 personas, según anticipó Hugo Schwab.
Como todo el mundo está con muchas ganas de salir, tomar aire, disfrutar de este tipo de eventos, se descuenta que de la mano de un buen clima que se anticipa en los pronósticos, y con todas estas alternativas para disfrutar todo el día, la 6ta edición de la Füllsen Fest será todo un éxito.

jueves, 4 de noviembre de 2021

La solitaria casita de adobe

La casita de adobe, con su piso de tierra, su ventanitas pequeñas, su puerta baja, en la que el abuelo siempre tenía que agacharse para ingresar, la antigua cocina a leña, unas pocas repisas clavadas en la pared, con dos o tres cacerolas y sartenes, unos platos de latón, alguna que otra jarra, el balde de agua para la noche, un cesto lleno de bosta de vaca, en reemplazo de leña, que era escasa y cara, una habitación para el matrimonio y cinco hijos, una cama matrimonial, otra cama de una plaza, en la que dormían dos niños y los demás en el piso, un ropero construido con maderas descartadas, halladas aquí y allá, poca ropa, una muda para trabajar y otra para los domingos, para asistir a misa.
Cerca de la casita de adobe, una bomba de agua, una pileta herrumbrada, un fuentón de chapa, una tabla de lavar la ropa, un pan de jabón casero, más allá el tendal de alambre, el gallinero, la huerta, los frutales y el chiquero.
Al fondo del patio, una vaca lechera, mansa, pastando tranquila, con su ternero. Un par de perros durmiendo bajo la sombra de una higuera. Mientras el sol amanecía en el horizonte, detrás de unas nubes, y una bandada de pájaros cruzando el cielo.
Las campanas de la iglesia de la colonia tocando a rezar en Ángelus. Las colonias comenzaban su tarea rural diaria, partiendo a los campos, con sus carros y enseres. Mujeres y niños los acompañan. Todos trabajan. Todos aportan lo suyo para que la familia tenga una vida digna, humilde, es cierto, pero nunca pobre.
Y así transcurren los días de los colonos y de la colonia.
El tiempo va pasando, lento pero inexorable, los hijos del matrimonio, uno a uno, se van casando y partiendo a otras localidades, donde hay más oportunidades de trabajo y progreso.
Los padres van quedando solos, siempre viviendo en la misma casita de adobe que, al igual que ellos, van envejeciendo. EL dueño de casa ya no tiene las mismas energías de antes para mantenerla en condiciones ni la esposa para pintarla con cal. Y así envejecen juntos, la casita de adobe y el matrimonio.
Hasta que un día el marido muere y a los seis meses, la esposa también. El marido de un infarto y la esposa, de soledad y tristeza. Y los hijos regresan al velorio, a llorar y sepultar a sus padres, a cerrar la casita de adobe con llave y un candado y jamás regresar.
Autor: Julio César Melchior (mas historias como esta en mi libro “Lo que el tiempo se llevó de los alemanes del Volga”).

La abuela y sus recetas inolvidables

La abuela siempre horneaba algo rico y tradicional, tanto en su horno de barro como en su cocina a leña, y en sus últimos años, hasta se le animó a la cocina a gas. Todo le salía bien y súper sabroso. Jamás se le pegaba nada en la fuente, tampoco se pasaba en la manteca o en la crema o se olvidaba algún ingrediente importante, o abría el horno y salía humo… Abuela era perfecta cocinando. Y en la vida también. Por eso, con mucho amor y mucha dedicación, y también mucho esfuerzo, dedique varios años de mi vida a recopilar las recetas de la abuela en mi libro “ La gastronomía de los alemanes del Volga” y a reconstruir y contar toda su vida (y la de todas las abuelas) en mi libro “la vida privada de la mujer alemana del Volga” .

El delicioso chucrut

Fotografía de https://dishingjh.com/
Cuando se aproximaba la primavera mamá, encargada de la huerta, sembraba en almácigos semillas de repollo para luego transcurridas unas cuantas semanas, cuando la planta alcanzaba una altura que mamá consideraba óptima, trasplantarla a la tierra, dentro de la huerta, generalmente en acequias, para poder regarlas dos veces por día, a la mañana bien temprano y a la tardecita. Los plantines se colocaban a cierta distancia unos de otros para que tuvieran el espacio suficiente para poder crecer y así formarse el repollo.
Los repollos estaban listos para ser cortados y cosechados en el mes de febrero. La cosecha era abundante porque tenía varios destinos: uno era el consumo diario en ensaladas y comidas que cocinaba la dueña de casa, como por ejemplo guisos, sopas, ensaladas. Otro destino era la elaboración de Chucrut en grandes toneles de madera en el que participaba toda la familia porque el trabajo era arduo. Porque había que cortarlo, ponerle abundante sal, agregarle unas hojas de laurel y pisarlo dentro del tonel hasta que largara todo el jugo, repitiendo el procedimiento hasta llenarlo. Luego se le colocaba una madera y una tela para cubrirlo bien y sobre esto pesadas piedras para prensar la preparación que se dejaba fermentar unos días. Una parte de este Chucrut se ponía a la venta para así generar ingresos económicos y la otra parte se reservaba para el consumo familiar hasta la próxima cosecha, ya que el Chucrut era utilizado en varias preparaciones como Wickelnudel mit Sauerkraut, Kraut un Prai, Kleis mit Sauer Kraut, Strudel mit Sauer Kraut, guiso de arroz mit Sauer Kraut, entre otros platos que se encuentran en el libro “La gastronomía de los alemanes del Volga” del escritor Julio César Melchior junto a la receta del delicioso Chucrut.

miércoles, 3 de noviembre de 2021

Receta de dulce de leche casero como lo hacían las abuelas de antaño en las aldeas y colonias

Fotografía de www.consumer.es
Ingredientes:
1 litro de leche
350 grs de azúcar
½ cucharadita de bicarbonato

Preparación:
Calentar la leche con el azúcar, para que éste se disuelva, a fuego medio. Añadir el bicarbonato. Dejar en el fuego mínimo dos horas, removiendo de vez en cuando con una cuchara de madera para que no se pegue. No debe hervir. La preparación irá cambiando de color, se reducirá y espesará. Durante la última hora no dejar de revolver. Retirar del fuego una vez obtenida la consistencia de dulce de leche que todos conocemos y continuar revolviendo fuera del fuego por cinco minutos más para que la preparación se enfríe y se reduzca y espese aún más. Verter en frascos esterilizados y… a disfrutar!!!

Más de 150 recetas tradicionales caseras de las abuelas alemanas del Volga en el libro "La gastronomía de los alemanes del Volga". Para más información comunicarse al correo electrónico: bloghilandorecuerdos@gmail.comWhatsApp: 011-22977044.

La casa de mamá

La casa de mamá tenía un cielo de estrellas y una luna de ensueño donde uno podía pedir cualquier deseo y éste irremediablemente se volvía realidad. En casa de mamá cuando éramos niños, “veíamos” a Melchor, Gaspar y Baltasar recorriendo el patio montados en sus camellos luego de dejarnos los regalos de reyes; al conejito de Pascua dejando en los niditos que armábamos con cajas de zapatos y papel recortado, una infinidad increíble de huevitos de chocolate y golosinas;al Pelznickel entrando en la cocina arrastrando cadenas mientras nos asustaba gritando “¿Dónde están los niños malos?” y al Christkindie llenándonos las manos de sorpresas y bendiciones...
La casa de mamá olía a pan casero, a café con leche, a sabrosas comidas tradicionales, a chucrut, a pepinos en conserva y mil olores más que al recordarlos nos llenan el alma de ternura y el corazón de nostalgia y añoranza. Porque unidos a ellos está la imagen de mamá cocinando, lavando la ropa, cociendo, tejiendo, bordando, enseñándonos a escribir, compartiendo un secreto, ayudándonos acrecer... y está también la imagen de papá, tan serio y tan formal, pero en el fondo tan bueno y tan dulce, trabajando el campo, arando, sembrando, tejiendo sueños para el futuro de sus hijos... y los interminables atardeceres de invierno, en los días de lluvia, sentados alrededor de la mesa comiendo Kreppel, haciendo la tarea escolar, esperando que el tiempo pase y poder volar y poder crecer y poder ser grandes como mamá y papá.
Evocar la casa de mamá es recordar nuestra casa de la niñez, su enorme corredor donde jugábamos durante las siestas de verano, el patio inmenso, donde conquistamos los primeros sueños y concretamos nuestras primeras aventuras imitando los ídolos infantiles... y también es recordar la angustia del momento que dijimos adiós para marchamos y hacer nuestra vida, las lágrimas de mamá y el abrazo fuerte muy fuerte y silencioso de papá al despedimos y desearnos la mejor suerte del mundo... y el inesperado regreso a la casa cuando hubo que decirle adiós para siempre a nuestros queridos padres.
La casa de mamá en la colonia está poblada de recuerdos, llena de afectos inolvidables; pero está vacía, porque ya no están mamá ni papá ni nuestros hermanos. Está dolorosamente vacía.

lunes, 1 de noviembre de 2021

Rogativas: tradiciones ancestrales de los alemanes del Volga

Se acuerdan qué se celebraba en las colonias de antaño, luego de conmemorarse sucesivamente el Día de Todos los Santos y el Día de los Fieles Difuntos? Los invito a leer y a revivir una antiquísima tradición que aún sobrevive en algunas colonias de alemanes del Volga.

“Durante las Rogativas se visitaba las tres cruces erigidas en los aledaños de la colonia, los niños marchaban adelante en formación y tomados de la mano, en dos bandas, varones y niñas. En medio caminaba Don Juan, todo lleno de devoción. Trasmitiendo por repetición hacia la grey infantil las Letanías de todos los Santos, para su contestación.
Los muchachos rezaban distraídamente, mientras sus ojos vagaban por los campos vecinos, llevándose a cada rato algún pozo por delante. Entonces Don Juan intercalaba sabias advertencias entre las advocaciones: ¡San Matías... ruega por nosotros!... ¡San Pedro . . . chicos más hacia la alambrada! . . . ruega por nosotros ¡Santa Cecilia ... vean por donde caminan!... ruega por nosotros! ¡San Andrés. . . mira infeliz qué has pisado!. . . ruega por nosotros!” –escribió alguna vez el Padre José Brendel.

Greuz gehen

Las Rogativas se definen como la visita en procesión para celebrar una ceremonia litúrgica frente a tres cruces enclavadas en tres puntos cardinales en las afueras de la colonia y que, en su conjunto, representan a la Santísima Trinidad. La procesión, precedida por un sacerdote, los monaguillos y el Schulmeister, portando una cruz, parte de la iglesia durante las tres mañanas siguientes a la conmemoración del Día de los Fieles Difuntos, o sea, el 2 de noviembre, para dirigirse a una de las cruces, en tres jornadas sucesivas, erigida a uno de los laterales de las calles de acceso a la localidad, para celebrar una ceremonia religiosa en Acción de Gracias por los dones recibidos durante el año fenecido y solicitar que la próxima trilla sea buena y que Dios prosiga bendiciendo a la comunidad con su gracia divina. La procesión retorna, cantando y rezando, a la iglesia, donde el sacerdote oficia una misa.
Un antiguo cuadernillo rememora que “los colonos se dirigen en procesión a las cruces, imbuidos de un profundo misticismo, y acompañados de las letanías de los santos; mientras que ya en el lugar, frente a Jesús crucificado, el sacerdote, luego de expresadas las letanías, oraciones y cantos, rocía con agua bendita los campos en señal de gratitud por los dones recibidos y en solicitud de buena cosecha. Y al término de la procesión oficia una misa en la parroquia.
La tradición proviene de antaño –continúa revelando el texto-, cuando San Gregorio Magno en el 590, las fijó para otorgarle mayor trascendencia a los festejos de la conmemoración de la entrada de San Pedro a Roma. Otros relatos, sin embargo, sostienen que el Papa lo hizo para sustituir las celebraciones paganas llamadas “Robigalia” (en honor al dios “Robigus”) que antiguamente efectuaban los labradores romanos, con procesión por los campos, para interesar la deidad a favor de los sembrados”.