Rescata

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miércoles, 22 de febrero de 2023

La tradición de Aschermittwoch

 Es día de ayuno y abstinencia rigurosos, que todos los aldeanos respetan ingiriendo una sola comida en toda la jornada sin nada de carne.
La comunidad comienza a vivir la Cuaresma, los cuarenta días en los que los católicos se preparan para la pasión, muerte y resurrección de su Salvador, el Domingo de Pascua.
Los fieles deben confesar sus pecados y después pedir perdón a Dios con una serie de obligaciones que demuestran la intención de querer cambiar, ofreciendo algún sacrificio y renuncia como muestra de arrepentimiento.
Es un recordatorio de la fragilidad de la vida y la proximidad de la muerte que pretende hacer que los fieles tengan presente la necesidad de comportarse como buenos cristianos para ser merecedores de acceder al Reino de los Cielos y vivir eternamente junto a su Creador.
Durante la tarde la aldea entera asistirá a la iglesia a participar de una celebración litúrgica en la que se realizará la imposición de la ceniza. Cenizas que se obtienen a partir de la quema de los ramos del Domingo de Ramos del año anterior, bendecidas y colocadas por el sacerdote sobre la frente, trazando una cruz, mientras murmura unas palabras del Evangelio.
En el día de hoy, en que se celebra Miércoles de Ceniza, los fieles inician el camino a la Semana Santa y la Pascua de Resurrección.

lunes, 20 de febrero de 2023

La ceremonia del té entre los alemanes del Volga

 Los alemanes del Volga que arribaron a la Argentina trajeron consigo la ceremonia del té al estilo ruso que habían incorporado a sus hábitos diarios luego de más de cien años de vivir en sus aldeas fundadas en las lejanas tierras del zar.
Compartiendo una taza de té surgían conversaciones de toda índole, fiestas, reuniones, con sus tristezas y alegrías, llegando a simbolizar hospitalidad para con el huésped, historias y tradición para con los niños, y conversación para con los afectos.
La ceremonia del té se desarrollaba en torno al samovar, un utensilio típico de Rusia para hervir agua y conservarla caliente, que se colocaba en el centro de la mesa, que consiste en un recipiente de cobre u otro metal con una canilla en su parte inferior para servir el agua y una concavidad en la parte superior donde se coloca la tetera.
El agua se calentaba con carbón y maderas que ardían lentamente, para mantener la temperatura constante en un tubo ubicado en el centro. Mientras que en la parte superior del samovar se apoyaba una pequeña tetera con té en hebras muy concentrado, es decir, con bastantes hebras y poca agua, para hidratarlas.
Finalmente se tomaba la taza, se echaba un poco de té y se diluía con el agua caliente que se extraía del grifo del samovar hasta obtener la infusión deseada. Que bebían sosteniendo un terrón de azúcar entre los dientes.
En la Argentina cambiaron la ceremonia del té por la del mate, conservando, sin embargo, la costumbre de diluir el terrón de azúcar en la boca.

domingo, 5 de febrero de 2023

La tormenta

 Mi madre salió al patio. Miró hacia el cielo. Y con rostro serio y el cuerpo palpitando de angustia, susurró temerosa: "Kommt windt".
Y todos comprendimos, desde el más pequeño al mayor de sus hijos, que se aproximaba una gran tormenta. Certeza que pudimos confirmar a medida que transcurrieron los minutos: nubes enlutadas, tenebrosas, dramáticamente coloreadas de un azul negruzco, se acercaban. Con ellas, paulatinamente, también arribaba la noche. Pese a que aún restaban algunas horas para que atardeciera.
Con el corazón sobresaltado, observamos atónitos, como mamá corría de aquí para allá, cerrando postigos, asegurando puertas, guardando palanganas, bajando ropa del tendal, y mil tareas más que realizaba casi corriendo. No se quedó en esos menesteres, sino que luego comenzó a tratar de encerrar en el gallinero a los pollitos, seguramente para resguardarlos de la lluvia, pensamos inocentemente nosotros.
Viendo su nerviosismo y comprobando como el día se iba transformando en noche cerrada y como un viento suave, aunque cada vez más prolongado e intenso, empezaba a soplar, decidimos buscar refugio junto a ella. Fue cuando principiaron a caer las primeras gotas de lluvia, grandes, ruidosas, sobre la tierra reseca donde abrían pequeños cráteres. Mientras en el horizonte, los destellos de truenos vociferaban la furia interna de la tormenta que inexorablemente se aproximaba.
Y no hubo más remedio que abandonar a los pobres pollitos.
-Vamos, adentro de la casa, chicos, rápido -nos suplicó mamá con voz sofocada.
Entramos corriendo a casa, mientras el viento y la lluvia llegaban a toda prisa. Detrás nuestro, pudimos percibir la ira de la tempestad que, descontrolada, se abalanzaba sobre nuestro hogar. Las chapas tronaron a causa del enorme caudal de agua que caía del cielo, en tanto el viento las sacudía sin ningún tipo de piedad.
Al ingresar a casa, mamá ordenó que nos metiéramos bajo la mesa. Sí bien en ese momento no comprendimos por qué, igualmente acatamos lo que había dicho. Nuestras pequeñas mentes, presas de miedo, ya no pensaban, y el alma, desesperada, sólo anhelaba protegerse en el regazo de mamá. Que, igual que nosotros cuatro, también estaba bajo la mesa.
Nos abrazamos a ella. Mi hermano Pedro lloraba. Juana temblaba como una hoja. Luis estaba petrificado a causa del miedo. Y yo sufría en silencio, deseando que todo terminara pronto. Bien o mal, pero que acabara.
El techo de la casa crujió. Pareció agitarse. Como si se abriese y cerrase. Pero eso era imposible.
Mamá sacó el rosario que siempre llevaba en el bolsillo de su delantal gris y empezó a rezar en voz baja. Aunque intentaba disimularlo, advertí que lloraba en silencio. Me di cuenta de ello por el agitar de su cuerpo, ya que era imposible verla, dado la oscuridad que había, pese a que, de acuerdo al reloj, todavía era de día.
Un estruendo colosal nos arrancó un grito a todos. Luego vino un breve silencio y después... desconcertados vimos como el agua del vendaval caía del cielo precipitándose alrededor de la mesa... ¡en la mesa de la cocina! Los truenos retumbaban aterradoramente.
Volvió a escucharse un estruendo. No tan tremendo, es cierto, pero volvió a castigamos en forma demoledora. Gritamos, lloramos... escuchando y adivinando lo que sucedía no sólo alrededor nuestro sino sobre nuestras cabezas, con el techo.
Mamá nos abrazó fuerte, muy fuerte. Seguramente intuía que el primer estruendo que habíamos escuchado tuvo lugar cuando el viento se llevó el techo... y el segundo, una de las paredes de la casa. Lo que significaba que el final podía estar próximo.
Y así fue.
Un trueno desgarró el aire, iluminando espectralmente el lugar, para que pudiéramos observar el destrozo: ya no había techo; la habitación era un caos: trozos de madera, adobe, platos diseminados por doquiera, y la lluvia que caía dentro de la casa como si se hubiera desencadenado el diluvio universal.
Y el viento que no cesaba.
Lloramos. Rezamos. Le imploramos a Dios, pidiéndole perdón si le habíamos ofendido. Lloramos gritando.
Las cosas continuaron derrumbándose. Algún ladrillo de adobe. El aparador que se deshizo bajo el peso de los escombros que seguían cayendo del techo...
Fue tanto el miedo que sentí que no recuerdo lo que aconteció después. No sé sí me desmayé o directamente lo olvidé. Mi memoria se detiene ahí y vuelve a retomar la historia varias horas más tarde, cuando papá, de regreso del trabajo en el campo, ya me había rescatado. Estaba en brazos de abuela. Seguro de que todo había concluido, pregunté por mamá. Todos bajaron la mirada. Papá apartó el rostro. Traté de buscarlo con la mirada, pero desapareció tras la puerta de la cocina, dejándome solo con los abuelos. Intuyendo la respuesta, y próximo al llanto, pregunté por mis hermanos. Abuela comenzó a llorar silenciosamente. Abuelo, sacudiendo la cabeza, también se perdió tras la puerta de la cocina, dejándonos solos a abuela y a mí.