Rescata

WhatsApp: 011-2297 7044. Correo electrónico historiadorjuliomelchior@gmail.com

viernes, 29 de septiembre de 2023

Travesuras eran las de antes

Fuente de foto: www.tuexperto.com
 La yerba era cara, al igual que el azúcar, que se usaba en terrones; pero cuánta felicidad nos inundaba el alma cuando mamá nos cedía la pava y el mate, después que los mayores habían concluido de tomar.
Esos mates lavados nos representaban la dicha suprema, nos hacían sentir grandes, como mamá y papá, como la abuela y el abuelo.
Aunque, tenemos que ser sinceros, muchas veces, eran más los terrones de azúcar que consumíamos que los mates que tomábamos. Tanto que mamá terminaba por quitarnos la azucarera y esconderla en un lugar secreto, que siempre, algunos de nosotros terminaba por descubrir.

sábado, 23 de septiembre de 2023

Historia de vida de un abuelo alemán del Volga

 Trabajar desde niños. Obedecer a los padres sin contradecirlos. Casarse. Tener hijos. Criarlos y educarlos. Jamás pensar en sí mismos. Mandatos ancestrales que el hombre debía cumplir desde el momento que nacía y hacer cumplir desde el instante que se casaba. Una historia que desnuda una vida y nos acerca al pasado, para comprender el presente.

-Tenía diez años. Me acuerdo muy bien. Mi papá me mandaba a pastar las vacas por las calles rurales porque había sequía. Yo solito, con la única colaboración de un perro, cuidaba de cuarenta vacas lecheras. Era todo el capital que poseía mi padre. Papá era dueño de un tambo. Ordeñábamos bien temprano, de madrugada, porque las nueve había que llevar la leche a la quesería, una fábrica que existía cerca de la colonia tres. Tomaba el desayuno y a la calle. Me llevaba un poco de carne, pan y yerba. Encendía fuego en algún reparo que encontraba. A veces hacía tanto frío que titiritaba. Pero había que estar igual. Las vacas tenían que comer, no solamente para no morir de hambre, sino para dar más leche. Las heladas eran tremendas. Se me congelaban las manos y los pies. Los guantes y las medias de lana hilada que tejía mi madre no alcanzaban para mitigar el frío. Llega a casa al atardecer, encerraba las vacas en el corral, y me iba corriendo a sentarme al lado de la cocina a leña para calentar el cuerpo. Mamá me esperaba con mate cocido y Kreppel, chorizo casero y jamón. ¡Qué rico era comer aquellos manjares y ver a mi madre sonreír satisfecha! –cuenta don Luis.
-Ese trabajo lo hice casi todos los años de mi niñez porque mi padre tenía poco campo y la cantidad de cabezas de ganado aumentaba con cada parición. Me conocía todos los secretos de los caminos… Dónde podía refugiarme si hacía mucho frío, si llovía, si soplaba viento… Donde había un nido con pichones… También conocía a todos los chacareros de la zona que pasaban saludándome y haciéndome bromas, cuando iban a la colonia. Era una época difícil pero yo era feliz. Llevaba mi honda, cazaba pajaritos para comer. Me acuerdo de una vez en que, por correr detrás de una liebre con el perro, me descuidé y las vacas salieron corriendo en estampida, en una carrera loca que las llevó lejos, bien lejos. Me costó laburo y mucho llanto volver a juntar todas. Tenía mucho miedo a que mi padre se enterara y me castigara. Nunca más volví a cometer ese error. Uno aprende de las macanas que se manda –afirma.
-Cuando no tenía que estar en la calle con las vacas, tenía que ayudar a mi madre y a mi padre en las tareas domésticas y en el campo. Me gustaba más trabajar con mi mamá, ella no me gritaba y tampoco me pegaba. Papá se enojaba mucho y cuando se enojaba, era bravo. Me acuerdo de una vez en que me dijo que enlazara un carnero y yo enlacé una oveja. Me equivoqué feo y me dio miedo. Comencé a llorar. Cuando mi padre vio mi error y mis lágrimas, me retó furioso no solamente por la macana que había hecho sino porque lloraba como una mujer. Sacó su alpargata y me pegó. Me retaba y me pegaba una y otra vez –rememora.
-Trabajé con mis padres hasta que cumplí los quince años. Entonces le pedí permiso para buscar otro trabajo. Me dijo que sí; pero si me iba no podía regresar a trabajar nunca más con él. Acepté. Era duro. No se le movió un solo pelo cuando me lo dijo. Me dolió mucho. Pero nada podía ser peor que trabajar con él. Así que junte las pocas cosas que tenía y me fui para siempre –evoca en un quiebre emocional.
-Me fui del campo sin un peso. Mi papá no me dio nada. Tampoco me dio la mano para despedirme. Mamá lloraba mirando cómo sucedían las cosas. Cuando me ensillé el caballo y empecé a marcharme, papá estaba arando el campo, indiferente a lo que hacía yo. Seguramente estaba ofendido conmigo porque lo dejaba solo en la chacra con tres hijos pequeños. ¡Pero así es la vida! Uno no piensa cuando es joven. Quiere ser libre. Quiere tener su propia plata. Y a los meses la tuve. Porque enseguida empecé a trabajar en una estancia, a cincuenta kilómetros de casa. Los fijes de semana tenía dinero para ir a los bailes de la colonia. Paraba en la casa de los padres de un amigo. Íbamos a los bares- ¡Qué tiempos aquellos! –sonríe.
-Me agarraba unas curdas tremendas. Pero en aquellos años era algo normal.se tomaba mucho. Me acuerdo que más de una vez me llevaron a la estancia en carro porque ni siquiera podía subir al caballo de la curda que tenía encima. ¡Eso sí! –recalca- Los lunes a la mañana estaba en el trabajo. Jamás falté. Era muy cumplidor. Nunca le fallé al patrón –asegura.
-Veníamos a la colonia con mucha plata. Eran años en que se ganaba muy bien en el campo. Nos divertíamos a lo grande. Me acuerdo de las grandes fiestas Kerb. ¡La gente que había en la colonia en esos días! Asado, bailes y farra por todos lados. Todos contentos. En la Escuela Parroquial las religiosas preparaban kermeses. Había tantos juegos y tanta gente en el patio que era imposible caminar sin llevarse a alguien por delante. Me acuerdo del juego de las latas apiladas unas sobre otras que había que voltear con tres pelotas fabricadas con medias de hombre rellenas de telas o papel. Nos matábamos de risa. A veces también se proyectaba alguna película en el Salón Parroquial. ¡Era todo un acontecimiento y un lujo! Las películas que recuerdo son las de Chaplin, El gordo y el flaco… ¡Qué divertidos que eran! Las películas de cowboy. El inolvidable John Wayne y sus duelos con los vaqueros malos y los indios apaches. ¡Qué linda época! –exclama satisfecho consigo mismo y sus recuerdos.
-Una de aquellas noches, en un baile, conocí a María, mi esposa. Estaba con su hermana y sus padres. Me gustó enseguida. Así que junté coraje y a los quinces días fui a ver a su padre para decirle que me quería casar con ella. Me dijo que sí; pero que tenía que esperar tres meses y que podía visitarla todos los domingos a la tarde, de cuatro a seis. Siempre que la visitaba estaba presente la mamá. En ningún momento pudimos mantener una conversación en privado. Transcurridos los tres meses, nos casamos y me la llevé al campo a trabajar de matrimonio. ¡Era brava la María! No le gustaba el campo. Me costó mucho domarla y hacerle entender que yo ahora era su marido y ella tenía que hacer lo que le decía. No hizo falta pegarle para que entendiera. Ella era mía. Unos pocos gritos bastaron para que entrara en razón. Nunca tuve quejas de ella. Fue una buena mujer. Me dio ocho hijos: tres mujeres y cinco varones. Todos sanos –revela orgulloso.
-A los doce años de casados pudimos juntar la plata para comprarnos una casa en la colonia. Era chica pero suficiente para nosotros. Los chicos empezaron a ir a la escuela. Los menores terminaron. Los mayores tuvieron que dejar para salir a trabajar. Todos tenían que aportar para poner la olla. Nadie comía de arriba. Había que ganarse la comida. Los más chicos ayudaban a mi esposa en la quinta de verduras: a regar, a carpir y a hacer chucrut, pepinos en conversa –acota con cierta displicencia, como dando a entender que esas eran tareas de mujeres.
-Yo seguí en el campo, laburando como una bestia durante toda mi vida. Si no trabajás no tenés plata y si no tenés plata no podés vivir ni mantener a tu familia. Eso lo sabe cualquiera –sentencia.
-Trabajé hasta que me jubilé. Mis hijos, como todos los hijos, se casaron, se fueron de casa y se te he visto no me acuerdo. Todos hicieron su vida. Uno vive en Buenos Aires, otro en Bolívar, y así –describe.
-Yo quedé viudo hace ocho años. Vivo solo y me las arreglo solo. No necesito de nadie. Nunca necesité de nadie. Siempre pude solo y también puedo ahora. Viví mi vida y no me quejo. Ahora solamente me queda esperar que Dios me llame” –concluye Luis Agustín Lambrecht.

El carro del abuelo

Este carro es exhibido en la plaza " Andenkenplatz" 
de pueblo Santa María, Provincia de Buenos Aires,
Argentina.

El carro del abuelo duerme su sueño de olvido recostado en la tierra mustia del pasado, esperando ser rescatado por la memoria colectiva. Aguarda en silencio revivir las anécdotas que otrora lo tuvieron como protagonista allá lejos en el tiempo, cuando la colonia y el abuelo eran jóvenes y las calles eran de tierra, las casas de adobe, con paja en los techos, y en los patios había una bomba de agua y un Nuschnick en el fondo. También huertas de verduras, gallineros, cerdos y vacas lecheras esperando ser ordeñadas todas las mañanas. Cuando los campos florecían de trigales y los sueños germinaban en la tierra virgen de la pampa argentina.

miércoles, 20 de septiembre de 2023

¿Quién tomó Wunderbalsam alguna vez en su vida?

 Estaba en casi todos los hogares de la colonia y se lo recetaba para cualquier tipo de dolencia, se
lo consideraba sanador y efectivo. Se decía que jamás fallaba. La dosis a ingerir, dependía de la edad del paciente y de la dolencia, ya que podía ir desde una cucharadita de té hasta una cucharada de las que se utilizaba para tomar la sopa. En ocasiones, dependiendo de la rebeldía de lo que a uno le aquejaba, podía ser aún mayor.
Muchas veces también, se remojaba un terrón de azúcar, que tampoco debía faltar en ningún hogar, porque el terrón de azúcar se utilizaba para tomar mate. Esta técnica de remojar un terrón de azúcar con Wunderbalsam se usaba porque, antiguamente, esta pócima era bastante amarga.

martes, 19 de septiembre de 2023

¿Quién recuerda las semillas de girasol tostadas en el horno de la cocina a leña?

Inolvidables tardes de domingo, en casa de la abuela, comiendo semillas de girasol, que abríamos con los dientes, y que ella tostaba en el horno de la cocina a leña.
Era una tradición infaltable y cuya ceremonia se desarrollaba de la siguiente manera: llegábamos de visita, la abuela nos recibía efusivamente, preparaba el mate y después de estar tomando mate durante un rato, mientras las mujeres se ponían al día de las novedades, la abuela traía algo rico para comer, Dünnekuchen, Kreppel, Strudel, elaborado por ella.
Cuando todos terminaban de probar y degustar esas delicias y el último de todos los que seguía tomando mate decía gracias, no quiero más o algo parecido, la abuela guarda todos los enseres y se aparecía con una enorme fuente llena de semillas de girasoles.
Era el momento en que todos, al ritmo de las palabras de las largas conversaciones, pelábamos las semillas con los dientes para comer las pepitas.
¡Un tiempo hermoso de una época inolvidable!

Tiempos hermosos, y una época inolvidable, que sobrevive en los libros "Lo que el tiempo se llevó de los alemanes del Volga", con historias, vivencias, 50 fotografías antiguas, y "La infancia de los alemanes del Volga", que cuenta todas las etapas de la niñez en las aldeas. Ambos libros contienen tradiciones y costumbres de aldeas y colonias que se mantuvieron por siglos. Los pueden adquirir escribiendo por WhatsApp al 011 2297 7044 o por mail a historiadorjuliomelchior@gmail.com.

No nos olvidemos de nuestro pasado

 El pasado es tiempo que no regresa, que no se repite y queda impregnado sólo en nuestro recuerdo de a pedacitos. Lo atesoramos mediante imágenes, olores, sabores y sensaciones, pero nos quedamos incompletos queriendo más. Para tener más de ese pasado y poder revivirlo una y otra vez escribí estos libros. Desbordantes de pasado, ese pasado añorado que me transmitieron por años los ancianos de la colonia. Sus recetas, fotografías, historias de vida, anécdotas, sus vivencias y secretos. Todo absolutamente todo lo volqué en libros, para quien desee incorporarlos a su vida y a su historia familiar. Para que esa historia no se borre y se diluya con el pasar del tiempo y así leguemos a nuestros descendientes todo lo maravilloso de nuestra gente.

Te invito a leer y reencontrarte con tu historia, la historia de nuestros queridos abuelos: "La vida privada de la mujer alemana del Volga", "Lo que el tiempo se llevó de los alemanes del Volga", "La infancia de los alemanes del Volga" y "La gastronomía de los alemanes del Volga". Libros que rescatan y revalorizan la historia y cultura de nuestros antepasados.

domingo, 17 de septiembre de 2023

La gastronomía de los alemanes del Volga

 ¿Los conocen? ¿Los han probado? ¿Quién los hizo en sus familias, mamá, abuela? ¿Hace cuánto no los comen? ¿Qué recuerdos les trae esta imagen? Para quienes no lo conozcan esta delicia se llama Der Kreppel y los elaboraban las mujeres antiguamente, y la particularidad es que, a mayor tiempo transcurrido de ser elaborados, mas sabrosos estaban. Esta receta se encuentra en el libro "La gastronomía de los alemanes del Volga" de Julio César Melchior que rescata muchas recetas antiguas, tradicionales, que elaboraron las mujer en las aldeas y colonias. Muchas delicias y recuerdos en un sólo libro.

Recuerdos de nuestra infancia (de los alemanes del Volga)

Un libro único
En nuestra infancia, en la colonia,
jugábamos al fútbol en los baldíos,
hacíamos renegar a doña Anna
rompiéndole de un pelotazo
los vidrios de las ventanas de la cocina,
trepábamos árboles añejos,
buscando huevos en los nidos,
nos metíamos en la huerta del vecino
a hurtarle las ciruelas durante la siesta
y al regresar a casa, nos esperaban,
mamá con un sermón en los labios
y papá con la alpargata en la mano.

En la escuela, durante los recreos,
jugábamos a las bolitas,
llenando el patio de hoyos
y el guardapolvo de tierra,
también jugábamos a la mancha
y a la escondida,
a la payana con cinco piedritas,
al trompo y a las figuritas,
y con tiza dibujábamos una rayuela,
para saltar de baldosa en baldosa,
hasta llegar al cielo,
dónde nos esperaba la señorita.

viernes, 15 de septiembre de 2023

Hoy les quiero agradecer

El escritor Julio César Melchior junto 
a su hermana María Claudia.
 Quiero compartir con ustedes, mis amigos virtuales de Facebook y de la vida, la alegría inmensa que vivimos el fin de semana con mi hermano, el escritor Julio César Melchior, que recibió un reconocimiento de la Municipalidad de Coronel Suárez, de manos del Lic Ricardo Alejo Móccero y del Delegado Municipal de Pueblo Santa María, Juan Pablo Eberle, por su labor ininterrumpida a lo largo de 30 años dedicados al rescate, revalorización y difusión de la historia y cultura de los alemanes del Volga y por los años dedicados a la literatura.
Labor en la cual me permitió acompañarlo en la promoción y venta de ese trabajo en formato de libros, periódicos y demás producciones literarias, en los tres pueblos alemanes, Coronel Suárez, Huanguelén, Coronel Pringles, Tornquist, ciudad de Buenos Aires y muchos otros.
Juntos formamos un equipo increíble. Siempre trabajando juntos, unidos. Siempre mirando hacía el futuro. Siempre creciendo. Disfrutando de lo que hacemos. Compartiendo. Siendo felices con nuestra tarea.
Por eso, hoy, les quiero agradecer a los que nos acompañaron en este camino, a los que creyeron en nuestro sueño, a los que nos apoyaron, a los que nos alentaron, a los que nos brindaron su afecto, a los que siempre estuvieron.
¡A todos, muchísimas gracias!
María Claudia Melchior

jueves, 14 de septiembre de 2023

La Municipalidad de Coronel Suárez y la Delegación Municipal de Pueblo Santa María distinguieron al escritor Julio César Melchior

Intendente Municipal de Coronel Suárez, Ricardo 
Alejo Móccero, entregando el reconocimiento
al escritor Julio César Melchior
 El escritor fue distinguido por "la huella literaria y el legado cultural en ocasión de sus 30 años de trayectoria" dedicados a rescatar, revalorizar y difundir la historia, cultura, tradiciones y costumbres de los alemanes del Volga. 

La breve reseña que se leyó dice:
Hijo de Toribio Julio Melchior y María Cristina Jacob, Julio César Melchior es oriundo de Pueblo Santa Maria, comunidad en la que forjó su identidad, en la que sus padres y docentes le inculcaron la educación y los valores sociales y culturales, que convergen en toda localidad fundada y habitada por descendientes de alemanes del Volga.
Desde hace exactamente 30 años su profesión es la de escritor y su misión en la vida es la de rescatar, revalorizar y difundir la historia, tradiciones y costumbres de los inmigrantes que un día arribaron al país desde las lejanas riberas del río Volga. 
Escritor de investigación, poeta, ensayista y cuentista, es autor de más de 10 libros, todos reeditados en varias oportunidades, y fundador, editor y escritor de Periódico Cultural Hilando Recuerdos, que se publicó durante 8 años.
Además escribió tres libros en coautoría y participó en cuatro antologías poéticas y de relatos, como asimismo en publicaciones en las que se rescata la historia y cultura de los descendientes de alemanes del Volga, tanto a nivel local, como nacional e internacional. Tan es así, que una de sus obras fue traducida y publicada en inglés recientemente.
Se presentó 5 veces en la Feria Internacional del Libro de Capital Federal, para lanzar sus obras, y otras tantas como conferenciante invitado por el Instituto Cultural de la Provincia de Buenos. Participó del Primer Congreso de los Alemanes del Volga desarrollado en los pueblos alemanes. Disertó en el Encuentro Regional de Alemanes del Volga, organizado por la Dirección de Turismo de la ciudad de Luján,  donde fue declarado Visitante Ilustre. También dictó conferencias y ponencias en distintas entidades culturales de la región y la ciudad de Buenos Aires.
Entre las muchas distinciones y premios que cosechó a lo largo de su carrera,  hay desde primeros premios que obtuvo por sus cuentos y sus poesías y sus trabajos de investigación, hasta reconocimientos de entidades culturales, como el  que le entregó el Instituto Cultural de la Provincia de Buenos “por su aporte a la literatura bonaerense”.
 La breve reseña que se leyó dice:
Hijo de Toribio Julio Melchior y María Cristina Jacob, Julio César Melchior es oriundo de Pueblo Santa Maria, comunidad en la que forjó su identidad, en la que sus padres y docentes le inculcaron la educación y los valores sociales y culturales, que convergen en toda localidad fundada y habitada por descendientes de alemanes del Volga.
Desde hace exactamente 30 años su profesión es la de escritor y su misión en la vida es la de rescatar, revalorizar y difundir la historia, tradiciones y costumbres de los inmigrantes que un día arribaron al país desde las lejanas riberas del río Volga. 
Escritor de investigación, poeta, ensayista y cuentista, es autor de más de 10 libros, todos reeditados en varias oportunidades, y fundador, editor y escritor de Periódico Cultural Hilando Recuerdos, que se publicó durante 8 años.
Además escribió tres libros en coautoría y participó en cuatro antologías poéticas y de relatos, como asimismo en publicaciones en las que se rescata la historia y cultura de los descendientes de alemanes del Volga, tanto a nivel local, como nacional e internacional. Tan es así, que una de sus obras fue traducida y publicada en inglés recientemente.
Se presentó 5 veces en la Feria Internacional del Libro de Capital Federal, para lanzar sus obras, y otras tantas como conferenciante invitado por el Instituto Cultural de la Provincia de Buenos. Participó del Primer Congreso de los Alemanes del Volga desarrollado en los pueblos alemanes. Disertó en el Encuentro Regional de Alemanes del Volga, organizado por la Dirección de Turismo de la ciudad de Luján,  donde fue declarado Visitante Ilustre. También dictó conferencias y ponencias en distintas entidades culturales de la región y la ciudad de Buenos Aires.
Entre las muchas distinciones y premios que cosechó a lo largo de su carrera,  hay desde primeros premios que obtuvo por sus cuentos y sus poesías y sus trabajos de investigación, hasta reconocimientos de entidades culturales, como el  que le entregó el Instituto Cultural de la Provincia de Buenos “por su aporte a la literatura bonaerense”.

martes, 5 de septiembre de 2023

Gran torneo de Kosser, un juego que estuvo a punto de extinguirse

Este sábado 9 de febrero en la Plaza del Inmigrante Juan Carlos Roht, situada en pueblo Santa María, a 15 Km de Coronel Suárez, en la provincia de Buenos Aires, se llevará a cabo el torneo de Kosser que se viene realizando en varias oportunidades. En este caso se realiza en el marco de la celebración de Kerb. Allí se mantendrá vigente esta tradición de jugar con huesos de caballo, en parejas, y disfrutando de la amistad.

 Este juego ancestral se rescata en el libro "La infancia de los alemanes del Volga". Un juego que está en la cultura e historia de los alemanes del Volga y sus descendientes. La historia, las tradiciones y la herencia que nos pertenece sobrevive en las páginas del libro bilingüe, único y de gran aporte al legado cultural. No dejen de tenerlo y de legarlo a las generaciones futuras. Lo pueden adquirir por este medio, por WhatsApp 011 2297 7044 o en la plaza el día sábado.

Soy descendiente de padres alemanes del Volga

Soy descendiente de padres alemanes del Volga, hijos nativos de Pueblo Santa María, una localidad donde florecen en los amplios patios jardines, huertas y árboles frutales, donde las personas son amables, honestas y trabajadores, donde la mayoría hablamos un dialecto alemán, dónde decimos Brot en vez de pan y Gutt Morgent en vez de buenos días, donde nos saludamos todos cuando nos cruzamos en la calle y la sonrisa y el buen humor es algo frecuente, como frecuente es el diálogo entre los vecinos, que nos conocemos todos de toda la vida.
Soy descendiente de padres alemanes del Volga, que se enamoraron y se casaron jóvenes, que lucharon trabajando a la par, codo con codo, que de la nada misma, con esfuerzo, sacrificio y coraje levantaron su casa, tuvieron dos hijos, un varon y una nena, y con el correr de los años y de la vida, forjaron transformando sus sueños en tangible realidad, siempre trabajando, siempre poniendo lo mejor de sí mismos en cada cosa que emprendían, predicando con el ejemplo, sin necesidad de recurrir a palabras grandilocuentes, sin sermones ni discursos, sin palizas ni castigos, porque tenían palabra, porque lo que decían lo hacían, porque eran seres humanos de bien, justos, honestos y laburantes. Sus manos olían a tierra fresca y a pan casero, tenían callos y cicatrices, es verdad, pero cuánta ternura y cuánto amor había en ellas. Ningún oro del mundo alcanzaría para pagar una sola caricia de sus manos trémulas y cálidas, esas manos que cuidaban, curaban, protegían y llenaban nuestros cuerpos de risas en las noches de tormenta.
Soy descendiente de padres alemanes del Volga, que dieron hasta lo imposible para que nosotros, sus dos hijos, pudiéramos ir a la escuela, algo que ellos no pudieron hacer, y tuviéramos una buena educación escolar y una buena formación para la vida, para que todo nos fuera más sencillo que a ellos, que la tuvieron que pelear y luchar tanto, quizás demasiado. Porque la existencia, su existencia, estuvo llena de sacrificios para darnos lo mejor. Y lo mejor para ellos no era lo material, sino el ejemplo, la honestidad, el trabajo, el esfuerzo y la dedicación puesta al servicio de lograr no solamente los sueños propios sino también los del prójimo. Por eso, todos nosotros, hijos descendientes de alemanes del Volga, tenemos un compromiso no solamente con nosotros mismos y la vida sino también con nuestros padres. Nuestros padres que no solamente nos dieron la vida sino que también nos dieron una historia y una cultura, una herencia colmada de pergaminos que nosotros tenemos que rescatar, conservar y difundir con el ejemplo y legar a nuestros descendientes. Por ellos, por nosotros y por nuestro futuro como pueblo y como descendientes de alemanes del Volga.