Rescata

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miércoles, 27 de mayo de 2020

Los Wickelnudel de la abuela

-Llegaste justito Camila para ayudarme a cocinar Wickelnudel. ¿Me vas a ayudar? -preguntó la abuela a su nieta, que acababa de llegar con la mochila con la que se movía habitualmente de acá para allá, arrastrando libros de estudio.
-Sí! -respondió la nieta entusiasmada. Así aprendo a cocinarlos. Mamá nunca me deja entrar a la cocina cuando está cocinando porque dice que mi función en la casa es estudiar y recibirme.
-¡Y tiene razón! -agrega la abuela. Tenés que estudiar para ser una buena médica.
-Pero las médicas también cocinan -opinó la nieta. O caso las médicas no comen, abuela?
-Sí, Camila, comen; pero tienen empleadas que les preparan la comida.
-Pero yo quiero aprender las recetas alemanas. En las grandes ciudades nadie las sabe cocinar. Y en las colonias, a veces también pasa, porque nuestras madres no nos enseñan a cocinar desde chicas como hicieron ustedes, abuela, con ellas.
-Era otra época, Camila. Tenían que aprender obligadas porque tenían que salir a trabajar desde muy pequeñas. Tu mamá empezó a trabajar a los doce años. Probrecita! Con tu abuelo tuvimos trece hijos y dos fallecidos. Había que alimentar a tanta gente. Hoy las cosas cambiaron: todos tienen solamente uno o dos hijos, entonces todo se vuelve más sencillo. Los pueden mandar a estudiar. Algo imposible para tu madre. Ninguno de tus tíos pudo terminar la primaria. Todos tuvieron que salir a trabajar al campo. Tu abuelo murió muy joven y eso lo hizo todo aún más difícil. Pero dejemos eso, es historia pasada -se interrumpió abuela. Vamos a cocinar Wickelnudel? Sí? Bueno, vos andá preparando unos ricos mates, así no te aburrís mientras mirás.
La nieta obedeció. Fue a la alacena, sacó la yerba, el mate y todo lo necesario para prepararlo.
La abuela limpió la mesa de madera y sobre una tabla de madera empezó a cortar un pequeño corte de carne en trozos, después pico una cebolla, dos zanahorias y tres papas.
-Esto, y algunas cositas más, es para el estofado donde se van a cocinar los Wickelnudel. Ah! También hay que salar y condimentar bien para que la salsita salga rica. Todo esto lo ponemos a rehogar en una olla con unos chorros de aceite, sobre la cocina a leña. Y lo dejamos ahí, revolviendo de vez en cuando.
-Pero, abuela, no estás diciendo las proporciones.¿ Cuánto de carne?¿Cuántas zanahorias?
-Más o menos, medio kilo de carne. Si tenés menos no importa. Hay que saber arreglárselas como lo hacían nuestros antepasados, que siempre les faltaba de todo. Mi madre, a veces, cocinaba Wickelnudel sin carne. Le agregás dos o tres zanahorias. Una o dos cebollas, de acuerdo al tamaño. Eso lo vas a ver a medida que las vas cortando. Algunas papas. Unas pizcas de condimentos. De los que más te gusten, para que tome rico sabor.
-Uh! Pero así es muy difícil, abuela -se quejó la nieta. Cómo voy a saber cuál es la cantidad necesaria de cada cosa, si nunca preparé una salsa en mi vida.
-Ya vas a aprender -Camila. Ya vas a aprender. Paciencia.
Camila no estaba tan convencida. La abuela se desenvolvía con tanta seguridad.
-Ahora a preparar la masa -exclamó la abuela.
-Sí! -los Wickelnudel!
La abuela limpió bien la mesa, primero con un trapo húmedo y luego seco. Espolvoreó un poco de harina y mientras elaboraba la masa, explicaba:
-Arrojás un montoncito de harina bastante generoso. Le agregás levadura. Una pizca de sal. Uno o dos huevos. Un poco de leche. Unís todo y amasás. Una vez que tenés una masa homogénea la ponés sobre la mesa y la aplanás con el palo de amasar. La enrollás. La untás con aceite. Y la cortas en rollitos de unos cinco centímetros, más o menos. Y finalmente, la dejás reposar durante un rato.
-Me quedó reclara -comentó la nieta con una sonrisa de joven para nada conforme con la explicación. Es imposible que yo haga eso. Uno o dos huevos, tres o cuatro cebollas, más o menos un kilo de harina y no sé qué más!
-No! Un kilo no! -corrigió la abuela. Es demasiado.
-Y después? -preguntó la nieta.
-Paciencia, Camila. En la cocina todo se hace con mucha paciencia y tiempo, para que las cosas salgan ricas. Pero te cuento: después de que hayan pasado unos minutos, colocamos los Wickelnudel sobre la salsa de carne y verduras que preparamos en la olla, que no tiene que ser muy líquido porque la masa se tiene que cocinar al vapor. Si es muy líquido tenés que retirarle un poco de jugo. Colocás los Wickelnudel y los tapás. Se cocina sin quitar la tapa de la cacerola a fuego muy bajo.
-Parece tan fácil cuando te miro mientras los preparás y, sin embargo, es tan difícil. No a todo el mundo le salen los Wickelnudel tan ricos como a vos. Quedé mareada con todo lo que hiciste. Es un lío las cantidades y las proporciones.
-No te preocupes -la consoló la abuela y fue a la pieza a buscar un regalito envuelto en papel de librería.
Qué raro! -pensó la nieta. La abuela yendo a una librería. Justamente ella, que solamente leía la Biblia y, de vez en cuando, algún diario local que le prestaba la vecina. Ella prefería la radio como soporte informativo. Allí también se enteraba quién fallecía en el pueblo.
-Es para vos -dijo sonriente la abuela.
-Para mí? -preguntó desconcertada la nieta.
-Sí, Camila. Abrilo. Hay que romper el papel porque trae suerte. No te olvides.
Así lo hizo la nieta. Y descubrió el libro "La gastronomía de los alemanes del Volga", del escritor Julio César Melchior.
La nieta lo ojeó. Sus ojos se iluminaron. Abrazó a su abuela fuerte, muy fuerte, estampando un beso sonoro en la mejilla.
-Es para que aprendas a cocinar nuestras recetas. Hay más de ciento cincuenta. Explicadas paso a paso. Es un muy buen libro, que rescata nuestras comidas. Te va a encantar.
-Gracias! Gracias! Gracias! Sos un amor, abuela! Estás en todos los detalles.
La abuela emocionada empezó a limpiar la mesa, para que su nieta no se diera cuenta que estaba a punto de llorar de alegría. (Autor: Julio César Melchior).

El abuelo les cuenta a sus nietos que tuvo una infancia muy feliz

-Abuelo, cómo fue tu infancia? -pregunta su nieto Mauro, sentado a su lado, comiendo galletitas de chocolate rellenas. Mamá siempre me cuenta que cuando ustedes eran chicos no había nada, solamente pobreza.
-No!, Mauro -contestó el abuelo. Éramos humildes, es verdad, pero no pobres. Nunca nos faltó un plato de comida ni tampoco nos faltó ropa para vestirnos decentemente. La abuela se las ingeniaba para cocinar rico con lo que había y ella misma cosía la ropa para todos. La comida elaborada con ingredientes austeros, es verdad, pero esos ingredientes eran aprovechados con sabiduría y cocinados sobre la cocina a leña, que buscábamos en el arroyo. "También comíamos pan casero horneado en el horno de barro. Era una época en que no sobraba nada y nuestras madres tenían que recurrir al ingenio para preparar todos los días una comida diferente con los mismos ingredientes, producidos mediante un trabajo, esfuerzo y sacrificio, que requería de una voluntad y un amor inquebrantables -continuó contando el abuelo.
"La mayoría de esos ingredientes -agregó-, se producían en el amplio fondo que poseían las viviendas, donde nuestros padres criaban todo tipo de aves domésticas, desde gallinas, patos, pavos y un sin fin de variedades plumíferas. Engordaban un cerdo para la carneada, tenían una vaca lechera, que les daba leche, manteca y queso, una huerta enorme, que era el punto de partida para elaborar chucrut, pepinos en conserva y varios embutidos más, abundante cantidad de árboles frutales que producían la fruta para cocinar dulces.
"Pero no crean, al escuchar esto, que nuestra infancia fue triste. No. Nuestra infancia no fue triste. Fue humilde, es cierto; pero no triste. Tampoco fuimos pobres. No tuvimos grandes lujos ni podíamos comprarnos las cosas que otras familias adineradas si podían; pero nunca nos faltó un plato de comida ni jamás pasamos hambre. Mamá cocinaba muy rico. Se las ingeniaba para preparar las comidas más sabrosas que pudieran existir. Con un poco de harina, levadura, agua, sal y verduras, se mandaba los Wückel Nudel más ricos del mundo. Mis hermanos y yo terminábamos limpiando el plato untándolo con pan, para no dejar ni rastros del menú. "Tanto nos gustaba lo que cocinaba mamá. Por eso repito: fuimos humildes; pero no pobres. Y en nuestra casa nunca faltó la alegría. Mamá hacía las cosas de la casa cantando y papá silbaba a toda hora mientras trabaja la tierra. Fuimos lo que se dice, una familia feliz" -remarcó el abuelo, orgulloso de pasado, mientras sus nietos Ruben y Mauro, que lo escuchan con mucha atención, miraban de reojo el celular, sin perderse un detalle de los mensajes que iban ingresando vía WhatsApp.
Ruben tenía doce años y Mauro había cumplido quince. Mientras su otra nieta, sentada un poco más lejos, tenía veinte, y se llamaba Lucía.
-Me gusta escucharte, abuelo -dijo Lucía sentándose más cerca del abuelo. Es tan lindo saber de cómo era la vida de ustedes. Mamá cuenta poco. Siempre se queja de que había mucha pobreza. Que no vale la pena recordar cosas tristes. Por eso yo estoy leyendo los libros "Lo que el tiempo se llevó de los alemanes del Volga" y "La infancia de los alemanes del Volga", de Julio César Melchior. Son muy buenos libros. Leyendo me estoy enterando de muchas cosas, abuelo.
El abuelo suspiró contento y orgulloso. Al menos uno de sus nietos se interesaba en su pasado. Porque lo que eran Rubén y Mauro, ya estaban en otra cosa, chateando con sus amigos virtuales, mirando la pantallita del celular. (Autor: Julio César Melchior).

sábado, 23 de mayo de 2020

La sorpresa de la abuela

-Abuela, quiero hacer una pregunta: quién te enseñó a hacer los Kreppel? -preguntó Martina a su abuela, de ochenta y nueve años, sentada junto a la mesa, destejiendo un pulover de su hijo mayor, que aún vivía con ella. Un hijo que no se había casado, un poco por cuestiones de la vida misma y, otro poco, para quedarse junto a su madre a cuidarla en su vejez, cuando sus hermanos se fueron yendo y su padre murió.
-Me los enseñó a hacer mi madre -respondió la anciana. Tenía doce años cuando amasé los primeros Kreppel. Me acuerdo muy bien. Los freí en grasa vacuna porque, por aquellos años, nadie usaba aceite. Todo se freí con grasa vacuna y, también, se usaba mucho la grasa de cerdo. Salían mucho más ricos que con aceite. Pero la grasa tenía que estar bien caliente. Había que tener mucho cuidado porque si se la calentaba demasiado, se quemaba y los Kreppel salían negros.
-Te acordás de la receta de los Kreppel, abuela? -preguntó la nieta.
-Pero claro, cómo no me voy a acordar de la receta! -exclamó la abuela ofendida. Todavía tengo buena memoria. Para hacer los Kreppel tomás harina, le agregás leche cortada, después huevos, crema, azúcar y bicarbonato. Lo amasás todo. Después estirás la masa con el palo de amasar, cortás los Kreppel del tamaño que querés y los freís. Y ya está! -sonrió feliz la anciana. Son muy fáciles de hacer -concluyó satisfecha.
-Cuántos huevos, abuela? Y cuánta harina usás? -quiso saber Martina.
-Más o menos medio paquete de harina, tres huevos, un puchito de bicarbonato, un poco de azúcar…
-Cuánto es un puchito? -preguntó la nieta.
-Yo le calculo a ojo. Como me enseñó mi mamá.
-Y cómo te enseñó ella si no tenés una receta con las medidas?
-Mirando. Yo miraba como ella los hacía y así fue aprendiendo y así también aprendieron tu mamá y tus tías. Siempre mirando.
-Y por qué yo no aprendí? Por qué yo no sé hacer Kreppel? -consultó Martina.
-Porque antes era distinto. Antes las chicas se pasaban el día en la cocina. Yo tuve que empezar a ayudar a mi mamá en la cocina a partir de los cinco años. A pelar los papas y a hacer de todo. Así fue aprendiendo. Lo mismo que tu mamá y tus tías -repitió.
-Entonces voy a tener que mirar cuando hacés Kreppel para aprender yo también.
La abuela sonrió.
Martina abrió su bolso y extrajo un libro.
-Mirá, abuela, lo que traje.
-Ahí está mi receta! -exclamó sonriendo la anciana.
-Cómo que acá está tu receta? -preguntó Martina desconcertada.
-Claro! Cuando Julio César Melchior buscaba recetas para escribir su libro me vino a visitar y me entrevistó.
-En serio, abuela?
-Sí, Martina. Estuvo casi toda la tarde conmigo. Charlamos un montón. El vino con una balanza -volvió a sonreír la anciana.
-Y por qué?
-Por qué, al igual que vos, quería saber con exactitud las proporciones de los ingredientes. Entonces, mientras yo preparaba la masa de los Kreppel, el iba pesando y anotando todo lo que yo iba agregando. Así hizo casi con todas las recetas que reunió en la colonia y en otros lugares. Nosotros cocinamos todo a ojo. Antes no se pesaban las cosas con balanzas.
-Lo que me perdí, abuela.
Martina solo regresa a la colonia durante las vacaciones de verano, porque estudia psicología en Buenos Aires.
-La receta de mi abuela está en el libro "La gastronomía de los alemanes del Volga", de Julio César Melchior. Qué lindo -comentó con orgullo Martina. El libro tiene más de ciento cincuenta recetas y la tuya está entre ellas.
-Ahora la podés hacer. Ahí tenés todos los ingredientes -dijo la abuela.
-Y la voy a hacer, abuela, y te voy a traer algunos a vos para que los pruebes. Espero que me salgan tan ricos como los tuyos.
-Hablando de recetas y Kreppel… Poné la pava sobre el fuego y andá preparando mate que yo tengo una sorpresa para vos.
Martina llenó la pava con agua, la colocó sobre la hornalla, mientras la abuela regresaba con una bandeja de Kreppel. (Autor: Julio César Melchior).

lunes, 18 de mayo de 2020

Receta de torta 80 golpes (Achtzig Schlag)

Ingredientes:
500 gramos de harina
30 gramos de levadura
3 cucharadas de azúcar
3 cucharadas de aceite
1 huevo
Esencia de vainilla
Cantidad necesaria de leche

Para el relleno:
200 gramos de manteca
20 cucharadas de azúcar

Preparación:
Colocar la harina en un bol y hacer un hueco en el centro, donde se incorpora el huevo, la levadura desgranada, el azúcar, el aceite y la esencia de vainilla; se comienza a unir con la harina de los bordes y se va agregando leche tibia hasta formar una masa blanda pero que no se pegue en las manos.
Volcar la masa en la mesa y una vez que esté bien unida, darle 80 golpes arrojando la masa sobre la mesa. Tomar el palote y estirar la masa lo más fina posible.
Untar la masa con la manteca que debe estar a temperatura ambiente y mezclada con azúcar.
Enrollar la masa bastante ajustadamente, cortar en trozos de 5 cm. (depende del alto del molde), colocarlos parados y a cierta distancia entre sí en un molde de 30 cm. de diámetro enmantecado.
Dejar levar hasta que se hayan unido todos los rollitos, llevar a horno moderado durante 35´ a 40´.
Desmoldar enseguida que se retira del horno.
(Esta receta y 150 recetas tradicionales más, se pueden encontrar en el libro "La gastronomía de los alemanes del Volga", del escritor Julio César Melchior. Para mayores detalles comunicarse a juliomelchior@hotmail.com.).

miércoles, 13 de mayo de 2020

El abuelo Pedro y su infancia en el campo

El reloj marcaba las cuatro de la mañana. Don Pedro, por aquel entonces un niño de nueve años, andaba a oscuras y a tientas, pisando escarcha, reuniendo los caballos en el potrero, detrás de la casa. Tenía que reunirlos a todos, más de veinte, antes de que aparecieran su padre y sus hermanos, listos para salir al campo a arar. Don Pedro no solamente debía encontrarlos en la oscuridad, porque apenas brillaban algunas estrellas, y hacía un frío insoportable, que helaba las orejas y la nariz, sino que tenía que sujetarlos a los arados respectivos, que, por aquellos años, eran tirados por caballos.
Mientras él cumplía con su tarea diaria, sus padres, mamá y papá, juntos con sus hijos e hijas, que iban desde los diez hasta los dieciocho años, ordeñaban las vacas, sentados bajo la intemperie, con las manos coloradas y la cara ardiendo del tremendo frío que hacía.
Don Pedro, actualmente con casi noventa años, recuerda que, sin embargo, nadie se quejaba. "Es más -afirma-, mi padre silvaba mientras ordeñaba y mis hermanos hacían bromas y competían para ver quién de todos ordeñaba más vacas lecheras".
"Mis padres seguramente estaban felices porque lo tenían todo" -sostiene-. Tenían trabajo, que les proveía casa y comida, y un sueldo. Ellos pudieron criar a sus once hijos sin problemas. Porque vivimos en ese ranchito de adobe hasta que todos los hijos se fueron casando y mis padres se jubilaron. Me acuerdo que era una casita muy precaria, con una cocina y dos habitaciones. Después mi padre levantó otra, con sus propias manos, cuando empezaron a llegar más hijos. Había un galpón de chapa, demasiado chico para guardar todos los enseres rurales. Un molino, donde buscábamos agua para consumir, cocinar, bañarnos, lavar la ropa, que quedaba a más de cien metros de la casa. Todos los días había que arrastrar agua con los baldes para lavar la ropa y cocinar. Y todas las mañanas íbamos al molino a lavarnos las caras al despertarnos. Teníamos quinta de verduras. Había un horno de barro. Mamá hacía un pan riquísimo, que untábamos con manteca casera y miel.
“Mis padres carneaban dos veces al año -continúa Don Pedro. No sé cómo se las arreglaban para llevar a cabo todo el proceso con la ayuda de sus hijos solamente. Porque estábamos muy lejos de la colonia. Nadie, ningún amigo o pariente, estaba cerca para colaborar. Pero, sin embargo, nunca nos faltaron el chorizo, las morzillas, el jamón, el jabón casero. Mamá hacía manteca y quesos. Mis padres no compraban casi nada. Solamente harina, yerba, azúcar y alguna otra cosita más. Todo se hacía en casa. Con alegría. Mi padre sabía tocar la acordeón. De noche, si el cansancio lo permitía, después de cenar y leer la Biblia en familia, papá tocaba y todos cantábamos bajo la luz de un farol a kerosén, en la pequeña cocina de adobe, calentada por una cocina a leña, que se mantenía encendida con bosta de vaca. Bosta de vaca que juntaban en el campo, durante las tardes, mamá con mis hermanos menores.
"Tuve una hermosa infancia. Unos padres increíbles. Éramos felices y estábamos agradecidos a Dios por lo que teníamos. Nunca nos faltó nada" -concluye Don Pedro. (Investigación histórica y redacción: Julio César Melchior).

domingo, 10 de mayo de 2020

¡Feliz cumpleaños, Pueblo Santa María!

Hoy cumple años la localidad donde nací. Un pueblo con estilo e identidad propia. Donde nos saludamos cuando nos cruzamos en la calle y conversamos cosas privadas y de la vida misma, cuando nos encontramos en la panadería o en la carnicería. Hablamos de todo y de todos. Porque todos nos conocemos desde el día que nacemos y todos nos preocupamos por todos. Nos ayudamos mutuamente, colaboramos cuando alguien nos necesita y siempre estamos dispuestos a poner el hombro. Somos un pueblo solidario y un pueblo que valora el trabajo y el esfuerzo familiar y en equipo. Sabemos que juntos, unidos, es más sencillo concretar proyectos que, a priori, parecen imposibles. Por eso somos un pueblo con grandes instituciones, grandes ediliciamente y también grandes en el número de personas y familias que participan de las actividades y que no escatiman esfuerzos cuando hay que trabajar y recaudar fondos para hacerlas mejorar y crecer. Instituciones culturales, educativas, deportivas y sociales que nos definen como comunidad. Todas con una dilatada trayectoria y un enorme prestigio construido a lo largo de años de exitosa actividad. Un prestigio que excede lo local e incluso lo regional.
Somos un pueblo de grandes personas y mejores familias. Un pueblo donde se valora la educación, el respeto, la honradez, el esfuerzo para crecer y el trabajo para progresar. Donde todavía podemos dormir con las puertas abiertas y nuestros hijos pueden jugar al fútbol en la calle. Donde todavía, también, se pueden oír a nuestras madres conversando en alemán, cuando se reúnen en la vereda para charlar y contarse las novedades del día, luego de barrer las hojas y dejar todo pulcramente limpio. O se puede escuchar a los hombres jugando a los naipes o a los Koser, contando chistes en la lengua de nuestros ancestros. Y también, como antaño, como siempre, en los atardeceres, se puede oír el sonido de algún acordeón. Ese mismo acordeón que aún anima fiestas familiares o se convierte en el centro de atracción de eventos multitudinarios.
Somos un pueblo que rescata y valora sus tradiciones y conserva sus costumbres. Un pueblo que le rinde homenaje a sus ancestros cotidianamente, siendo fiel al legado cultural que nos dejaron, y manteniendo vigentes las fiestas típicas, las comidas tradicionales y la lengua, que nos identifican como hijos de descendientes de alemanes del Volga.
Por todo ello, vaya un saludo fraterno a mi gente, a todas esas personas sencillas que trabajan a diario para mantener a sus familias, para educar a sus hijos, para hacerlos estudiar, para darles un futuro mejor; a toda esa gente que se esfuerza y trabaja con solidaridad para ayudar al prójimo; para toda esa gente que dedica tiempo y espacio no solo para integrar las comisiones que organizan eventos para recaudar fondos sino también a toda esa gente que participa de las actividades que se llevan a cabo con el objetivo de hacer crecer y progresar a esas mismas instituciones, siempre pensando en un fin comunitario y social.
Y también para toda esa gente que trabaja denodadamente en todos los ámbitos de la vida comunitaria, en la educación, en el servicio de salud, en los diferentes centros y talleres, en el deporte, en las actividades recreativas, y a todos aquellos que aportan su invalorable labor y tiempo, para rescatar, conservar y difundir nuestra historia y nuestra cultura.
Por todo ello, ¡Feliz cumpleaños, Pueblo Santa María! (Autor: Julio César Melchior).

Recordemos que...

Pueblo Santa María fue fundada el 11 de Mayo de 1887 por un grupo de 24 familias y una persona soltera, nativas de la aldea Kamenka, de allende el Volga, en Rusia. Ellas fueron: Juan Reser / Bárbara Roth; Juan Graff / Ana María Detzel; José Meier / Cristina Minnig; José Schneider / Catalina Reser; Jacobo Fogel / Cristina Schmidt; José Schroh / Catalina Sauer; José Streitengerger / María Legmann; Federico Streitenberger / Elisa Gertner; José Meier (h) / Catalina Melchior; José Schneider (h) / Ana Roth; Juan Schneider / Elisa Quitlain; Miguel Schneider / Ana Roht; Juan Schneider / Catalina Reeb; Juan Dailoff / María Walter; Nicolás Walter / Catalina Minnig; José Schmidt / Susana Walter; Jacobo Schwindt / Bárbara Bahl; Antonio Schwindt / Catalina Maier; Miguel Siebenhardt / Cristina Schneider; y Juan Maier; Nicolás Hasper; Gottlieb Schneider; Jacobo Schermer; Juan Schwindt -de quienes se desconoce el nombre de sus esposas-; y Jorge Streitenberger, que era soltero.
Pueblo Santa María está ubicado en el partido de Coronel Suárez en la provincia de Buenos Aires. (Autor: Julio César Melchior).

viernes, 8 de mayo de 2020

Historia de las tradicionales carneadas de los alemanes del Volga

Las carneadas forman parte de la identidad gastronómica y cultural del pueblo de los alemanes del Volga desde tiempos inmemoriales. Investigando sus orígenes podemos encontrar vestigios de las primitivas carneadas en el hombre prehistórico, cuando su única finalidad todavía era la de cazar y alimentarse sin mayores apetencias higiénicas ni remilgos culinarios, y se reunía de manera tribal para comer lo que había cazado. Una variante cruel si se quiere de la actual carneada pero no menos cierto que ese es su origen y nadie puede soslayarlo.
Transcurriendo la historia de la humanidad, el hombre se volvió un ser sedentario. Comenzaron los asentamientos en grupo, luego en colonias, pueblos, ciudades… y paulatinamente el hombre fue perfeccionando sus maneras de producir alimentos.
Así pasamos por diferentes etapas hasta llegar a la Edad Media, dónde toman cohesión definitiva muchas de las costumbres y tradiciones que hoy conforman el legado cultural que nos dejaron nuestros queridos abuelos, que llegaron de allá lejos, allende el mar.
Es en la Edad Media donde las familias comienzan a aglutinarse alrededor del rito de la matanza de animales para la producción de alimentos que sean susceptibles de conservar durante el largo y frío invierno en Alemania, donde la producción agrícola, por aquellos años, se volvía casi nula. Una experiencia que luego también se repitió en las aldeas fundadas a orillas del río Volga, en Rusia. Donde la soledad de la estepa, la lejanía de la madre patria, un sentido amplio de familia y de comunidad, hizo que este modo de producción de alimentos se transformara en una tradición altamente afectiva y ligada a la cultura e identidad de los alemanes del Volga. Que luego trajeron consigo a la República Argentina.
La carneada es una fiesta, la fiesta de la familia grande, en la que se reúnen para trabajar abuelos, padres, hijos, nietos, hermanos, tíos, vecinos… todos aportando no solamente mano de obra sino alegría. Una alegría que se acompaña con música y el sonido de un acordeón. Y que se prolonga por varios días.

El horno de barro

Teníamos un horno de barro,
que construyó papá,
al fondo de la casa,
con ladrillos de adobe.

Mamá lo encendía de madrugada,
amasaba pan todos los días,
para el desayuno de sus hijos,
que se despertaban cuando amanecía.
Autor: Julio César Melchior

La abuela y el pan tradicional de los alemanes del Volga

-Abuela, cómo se llama el pan tradicional que elaboraban en el horno de barro las mujeres alemanas del Volga?
-Kalach -hija. Se llama Kalach.
-Y lo amasaban todas las mujeres?
-Sí. Se levantaban a las cuatro de la mañana para terminar de hornearlo para el desayuno. Lo comían calentito con manteca y miel.
-Todos los días?
-Sí, querida. Todos los días. Porque el pan se comía fresco y porque la mayoría de las familias generalmente tenían más de diez hijos.
-Cuánto sacrificio! -exclamó la nieta pensando en sus antepasados.
-Sí. No era como ahora en que uno va a la panadería y compra el pan. Antiguamente había que amasarlo y hornearlo en casa. Y no solamente el pan. Si no todo. Absolutamente todo. No se compraba nada. No había plata. Y la poca que había se ahorraba para cosas más urgentes.
-Pero si todos trabajaban… Qué hacían con el dinero? -preguntó intrigada la nieta.
-Es verdad. Todos trabajaban. Hasta los niños. Pero se ganaba muy poco. Muy poco -repitió la abuela con voz triste. Las cosas eran muy diferentes antes. Todo era muy duro. Muy difícil. Todos tenían muchos hijos. Y había que hacerse cargo de las personas mayores, porque no existían las jubilaciones ni las pensiones. No había a quién recurrir. Cada familia se las tenía que arreglar como podía. En fin… Y a qué vienen tantas preguntas? -quiso saber la abuela mirando a los ojos a su nieta.
-Es que compré el libro "La gastronomía de los alemanes del Volga", del escritor Julio César Melchior, y encontré la receta del pan tradicional de los alemanes del Volga.
-En serio? -preguntó sorprendida la abuela.
-Sí! Mirá! -respondió la nieta mostrándole el libro abierto en la página donde se publica la receta del pan.
-Es verdad! -suspiró la abuela. Y lleva los mismos ingredientes que la receta que mi madre me enseñó a mí y ella aprendió de mi abuela.
-El libro tiene más de ciento cincuenta recetas, abuela. Tiene de todo.
-De todo? -preguntó la abuela sorprendida.
-Sí! Mirá! -respondió la nieta alcanzándole el libro.
La abuela lo hojeó.
-Es verdad! Tenés razón! Tiene de todo! Están todas las recetas de los alemanes del Volga. Mirá está! -señaló con el dedo la abuela. A mi madre le salía riquísima. La cocinaba en el horno de barro. A mi papá le gustaba mucho. Pensar que antes se hacía muchísimo y hoy casi no la hace nadie. Cómo cambió todo -suspiró la abuela.
Nieta y abuela pasaron la tarde recordando recetas y conversando sobre comidas tradicionales, mientras hojeaban el libro "La gastronomía de los alemanes del Volga".

sábado, 2 de mayo de 2020

¡Feliz Kerb, Pueblo San José! (Historia de esta tradicional celebración de los alemanes del Volga)

Kerb es una de las fiestas más tradicionales de los alemanes del Volga. Tal vez, la más trascendente, porque conjuga a todos los representantes de una comunidad detrás de un mismo objetivo, aunando lo religioso, lo social y lo cultural, en pos de la celebración del santo patrono. He aquí, una síntesis de la historia de la fiesta Kerb de Pueblo San José.

Todos los primeros de mayo de cada año, cuando la iglesia católica conmemora el día de San José Obrero, la localidad de Pueblo San José celebra el día de su santo patrono, con grandes eventos liturgicos, en los que participa toda la comunidad, con misas y procesiones, que se llevan a cabo por las calles del pueblo, además de visitas al cementerio, a rendirle homenaje a los fundadores y rememorar a los habitantes fallecidos.
Durante el fin de semana siguiente, se realizan grandes eventos sociales, culturales y deportivos, organizados por todas las instituciones de la localidad, con la participación y el auspicio de la Delegación Municipal y la Municipalidad de Coronel Suárez. Incluso se llevaba a cabo un desfile cívico a lo largo de la avenida central, que convoca la participación de una multitud de personas.
A la fiesta litúrgica que se despliega durante el día primero de mayo, se la conoce como Patronadfest (en alemán) o Kerbpatroun (en dialecto y escrito fonéticamente) y a la que se desarrolla el fin de semana que le sigue, comenzando por el viernes a la noche, siguiendo el sábado y concluyendo el domingo, se la llama Kerb (en dialecto).
Esta es una celebración cuyo origen se pierde en los anales de la historia y tiene sus raíces en la tierra germana, suelo que nuestros antepasados debieron dejar atrás al emigrar al Volga.
Antiguamente, esta fiesta comenzaba los jueves y se prolongaba hasta los días lunes a la noche, inclusive. Todos los días había grandes eventos y por las noches, tertulias y bailes populares, con orquestas interpretando música tradicional de los alemanes del Volga.
La fiesta de Kerb era -y es- la fiesta de la familia. Todos suspendían sus quehaceres, incluso los trabajadores rurales. Era una época en que los familiares, parientes y amigos, llegan de lejos, desde muy lejanos puntos del país. Se dormía donde se podía. Sólo importaba el hecho de compartir en familia y celebrar la fiesta del Santo Patrono. Por aquellos años, las distancias a recorrer eran enormes, dados los precarios y escasos medios de transporte que existían, y económicamente muy caros los pasajes para los obreros o peones de campo. Por lo que no es de sorprender, que muchas familias lograban reunirse solamente una vez al año y la fecha elegida era Kerb. (Investigación histórica y redacción: Julio César Melchior).
Pueblo San José es una localidad del Partido de Coronel Suárez, en la Provincia de Buenos aires.