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sábado, 27 de abril de 2024

Las mujeres alemanas del Volga eran excelentes costureras

Fotografía de: lanuevacronica.com
 Las mujeres alemanas, además de ocuparse de los quehaceres domésticos, la crianza de los
hijos, las tareas en la huerta y trabajar a la par del hombre en las labores agrícolas, también tenían a su cargo la confección de la ropa que usaban todos los integrantes de la familia.
Generalmente cosían durante la noche, a la luz de las lámparas, después de dar por terminadas las labores diarias, cuando los maridos fumaban sus pipas y los niños realizaban sus tareas escolares.
Su creatividad e ingenio eran grandes como asimismo era enorme su capacidad para aprovechar todas la telas que tenían a mano, como la tela blanca de las bolsas en las que se compraba el azúcar, la tela de arpillera, por citar solamente unos pocos ejemplos. Lo mismo sucedía con las prendas que quedaban chicas o ya estaban demasiado remendadas. Todo se transformaba.
Las mujeres aportaban muchísimo a la economía del hogar, tanto por lo que producían con su trabajo como por lo que ahorraban cuidando el dinero. Sobre sus espaldas descansaba el hecho de que una familia pudiera progresar y salir de la pobreza.

jueves, 25 de abril de 2024

Día del Autor: Julio César Melchior hizo un recorrido por sus años de trabajo y removió sus recuerdos

El escritor profundizó, en La Nueva Radio Suárez, en un repaso sobre sus once títulos en 31 años de trabajo, siempre en el marco del Día del Autor celebrado el pasado martes.

En principio, señaló que cada uno de sus libros se asocia a un momento de su vida, siendo los de historia ejemplares que lo atravesaron desde un aspecto más personal porque requirieron de intensas investigaciones sobre los alemanes del Volga.
"Miro hacia atrás y recuerdo cómo y porqué escribía esos libros" dijo el entrevistado, quien afirmó que cada escrito tiene siempre mucho que ver con el estado personal del escritor.
En ese sentido, consultado por cuál es su libro predilecto, hizo mención del gastronómico, por ser el más popular, y "La vida privada de la mujer alemana del Volga", por toda la investigación que requirió y el interés que despertó.
En ese punto, Melchior anunció que está próximo a lanzar la edición 17 del libro gastronómico: "Hay muchos que se vendieron a nivel internacional y también interesan por fuera de los alemanes del Volga" expresó el autor, anticipando además, que está trabajando en su nuevo libro gastronómico: "Con más o menos ímpetu, estoy trabajando en proyectos" dijo, no sin antes mirar hacia atrás y pensar en el Julio César Melchior que recién se iniciaba en las letras: "Cuando lancé el primer libro  me querían hacer una entrevista y no quería saber nada. Pasaron muchos años hasta la primera. Era muy tímido y me costaba mostrar mi trabajo. Tuve suerte porque gustó lo que hacía y porque mi hermana Claudia difundió y se encargó de la comunicación", proponiéndole al joven Melchior confiar más en sí mismo: "La gran diferencia entre ambos Julios es que en aquel tiempo me faltaba creer más en mí" cerró el escritor de Pueblo Santa María.

martes, 23 de abril de 2024

Las inolvidables sopas de abuela

 Hasta no hace tantos años preparar y tomar sopa era toda una ceremonia que comenzaba muy temprano a la mañana cuando abuela ponía una olla grande con abundante cantidad de agua a cocinar sobre la cocina a leña, la idea era que las legumbres estuvieran bien cocidas, porque la sopa podía ser de arvejas o porotos, ambos productos cosechados en la quinta lo mismo que las verduras, papas, zanahorias, trozos de zapallo, acelga, perejil, repollo, choclo, apio, ajo, cebolla, puerro, entre otras, a lo que se le agregaba una buena cantidad de carne que también debía estar bien cocida. Estos ingredientes no se arrojaban dentro de la olla todos a la vez, sino que el proceso estaba bien cronometrado por la abuela, había un tiempo para las legumbres, otro para la carne, otro para las verduras duras, otro para las verduras de cocción más rápida. Lo mismo que ella controlaba con precisión para que la sopa, al hervir, no desbordara la cacerola ensuciando la cocina a leña. Aunque esto muchas veces era inevitable. La casa se llenaba de aroma a hogar.
Al mediodía todos sentados alrededor de la mesa grande de madera esperaban ansiosos que abuela nos sirviera un abundante y caliente plato de sopa que, obviamente, también llegaba con fideítos caseros, amasados por ella y cortados muy finitos que eran una delicia.
Saboreada la sopa llegaba la enorme fuente llena de verduras y carne que abuela colocaba en el centro de la mesa. De más está recordar que las verduras y la carne que sobraba se cortaba en trozos relativamente pequeños para preparar lo que muchos llamaban “ropa vieja”, una especie de ensalada de papa con verduras y carne. A la que se le agregaba mayonesa casera.

martes, 16 de abril de 2024

Las mujeres trabajaban a la par del hombre

Pintura de Jules Dupré
 La vida de una familia nunca fue fácil en las aldeas de antaño. En la lucha cotidiana por la supervivencia en una época en que todo era muy, muy difícil, en la que no sobraba nada, las mujeres estuvieron comprometidas desde un comienzo no solamente con todas las tareas hogareñas, que eso implicaba, desde la cocina hasta la crianza, la educación y formación de los hijos sino también aportando mano de obra en todas las labores agropecuarias, trabajando a la par del hombre, realizando tareas que muchas veces las sobrepasaban, siendo en no pocas oportunidades los verdaderos pilares sobre los que descansaba todo el peso del hogar.
Por eso, si realizamos una mirada retrospectiva, podemos observar a mujeres caminando detrás del arado mancera, arando, sembrando, y hasta participando en la recolección del trigo, sobre todo si estas eran viudas y tenían a su cargo varios hijos. También podemos verlas ordeñando a muy tempranas horas de la madrugada junto a su marido y a sus hijos, hachando leña, trabajando la huerta con la pala, regando la quinta llevando grandes baldes de agua, criando gallinas y decenas de tareas más.

La abuela haciendo tradicionales Kreppel

 Ana amasaba. El delantal salpicado de harina. El rostro húmedo de sudor. Experta en el uso del palote. Dejó la masa sobre la mesa y fue en busca de la sartén y la grasa, para ponerla a derretir sobre la cocina a leña.
Estiró la masa. Apretó con el palote. Una vez. Dos. Tres. Por fin se decidió a cortarla. Realizó una profusa cantidad de rectángulos de unos quince por veinte centímetros, quizás un poco más y lentamente los fue friendo en la sartén, dentro de la grasa caliente.
Una vez listos, los retiraba con un tenedor, los colocaba en una fuente y los espolvoreaba con abundante azúcar.
Concentrada, canturreaba una antigua canción de cuna que aprendió de su madre.
-Schlaf, Kindie, Schlaf, der Bape it die Schaf…
El reloj de la pared señaló las seis de la mañana.
Fuera estaba oscuro. Era invierno. Hacía frío. Dentro de la cocina ardía una lámpara a kerosén y la cocina a leña.
Los niños y su marido ordeñaban las vacas en el tambo. De un momento a otro llegarían para desayunar.

lunes, 15 de abril de 2024

Tostando semillas de girasol para las noches en familia

Era costumbre en las aldeas que las abuelas tostaran semillas de girasol en el horno de la cocina a leña para que los integrantes de la familia las tomaran a manos llenas de la fuente y las metieran en los bolsillos para comerlas durante el día, era todo un arte meter una semilla en la boca, partirla en dos con los dientes y mientras se escupía la cáscara, masticar la pepita para luego tragarla con deleite. Había quienes
eran sumamente veloces haciendo esto.
Pero la tradición no terminaba ahí, porque en las aldeas de antaño era costumbre que las abuelas llevaran una de estas fuentes cuando, durante las noches, después de cenar, iban de visita a la casa de un familiar o amigo. Allí, mientras la fuente iba pasando de mano en mano para que cada uno retirara un puñadito de semillas, los que estaban reunidos conversaban de temas que hacían a la vida cotidiana. Las mujeres hablaban sobre sus labores diarias, compartían confidencias, algún rumor sobre un nuevo noviazgo o embarazo, mientras los hombres dialogaban sobre temas que concernían a sus labores rurales, la marcha de la arada, los nacimientos de los terneros, la futura cosecha y, por qué no, también opinaban tangencialmente sobre algún rumor que les interesaba.
Los niños, sin poder participar de las conversaciones de los adultos, estaban en lo suyo. Si era verano, en el patio jugando juegos tradicionales y cometiendo travesuras sin que los adultos se enteraran. Si era invierno, todos en la cocina jugando a la payana o a otro juego típico de la época, pero sin armar demasiado alboroto, porque sabían que si lo hacían la reprimenda iba a ser severa.

lunes, 8 de abril de 2024

Ir a la escuela en sulky

 El sulky es un pequeño carruaje, por lo general para dos pasajeros, que se utilizaba como una forma de transporte rural, ponderado por su sencilla construcción, escaso peso, de dos ruedas grandes, y tirado por un sólo caballo.
"Versátil, fuerte, liviano, de costo accesible y relativamente cómodo, sirvió tanto para afrontar un largo viaje como para llevar cada día los chicos a la escuela. Su único motor era un caballo, por lo general un animal de silla, que por su mansedumbre había sido iniciado en el arte del buen tiraje con el mismo sulky. -cuenta Alberto Martín Labiano.
Muchos niños alemanes del Volga asistieron a la escuela transportados por un sulky, mientras sus padres trabajaban de puesteros o peones en un establecimiento rural solitario, ubicado en algún lugar perdido en la inmensa pampa argentina. Viajaban con las piernas protegidas con una gruesa manta a causa de las heladas, durante los crudos inviernos, y las cabezas cubiertas con una lona, fabricada con arpillera o algún otro material sobrante de la chacra, para guarecerse de la lluvia, durante los trayectos que solían representar varias leguas, entre la ida y el regreso.
Motivo por el cual muchos de aquellos niños, sobre todo las niñas, no cursaron más allá de segundo o tercer grado. Como mi abuela y sus hermanos, que recuerdan que su madre dejó de enviarlos a clase porque sentía mucha pena verlos regresar de la escuela ateridos de frío, las manos y las orejas coloradas, casi violáceas.
Son historias cotidianas que pueden leerse en mis libros "Lo que el tiempo se llevó de los alemanes del Volga" y "La infancia de los alemanes del Volga".
Asimismo el sulky era utilizado para otros menesteres, sostiene Alfonso Millenpeier.
Rememora que "se usaba para realizar las compras en los pueblos o en la estación de trenes, en las grandes cooperativas y los almacenes de ramos generales, también para ir de visita los domingos, cuando las familias que trabajaban cerca, los esperaban con una fuente llena de girasoles recién tostados en la cocina a leña, mate y Dünnekuchen".
Seguramente muchos de mis lectores atesoran sus propias vivencias, imágenes y recuerdos ligados a este noble transporte.

lunes, 1 de abril de 2024

¿Se acuerdan de las bromas del primero de abril?

 El 1º de abril es para los alemanes del Volga “el día de las bromas pesadas”, una fecha similar a la conmemoración del día de los Santos Inocentes.

En la jornada de hoy se realizaban bromas sin ton ni son, que concluían con la inolvidable frase "der erste April schicken wir die Narren wohin wir wollen" (lo que significa: “El 1º de abril mandamos a los tontos donde queremos”).
De esta manera se inventan pesadas bromas en las que se mandaba a los familiares y amigos a hacer o buscar determinada cosa que no existe o no es tal.
¡¡¡Por eso, amigos, cuidado con las bromas!!!

Costumbres y tradiciones que marcaban la vida de nuestros ancestros, nuestra historia y cultura, nuestra identidad, nuestro legado ancestral, nuestra gente y sus raíces, en definitiva nuestra idiosincrasia que debemos conservar y perpetuar para no perdernos en tiempo, todo está rescatado, revalorizado y perpetuado en los libros del escritor Julio César Melchior, que se envían a todo el mundo y se disfrutan por siempre en familia. Los pueden pedir por email: historiadorjuliomelchior@gmail.com.