Rescata

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jueves, 31 de octubre de 2019

El ejemplo de mi padre

Las manos de mi padre
eran manos de trabajo,
de roturar la tierra,
sembrar la semilla,
cosechar el trigo
y ganar el pan
para la mesa familiar.

Las manos de mi padre
me tomaron de la mano
y me guiaron cuando niño,
marcando la senda del bien,
del valor del trabajo bien realizado,
de la felicidad familiar
y el amor comunitario.
Autor: Julio César Melchior

jueves, 24 de octubre de 2019

El sueño de los inmigrantes

Es de noche. Las estrellas semejan gotas de rocío fecundadas por el brillo de la luna. Cantan las chicharras. Duermen los pájaros entre los árboles. Descansa la noche sobre las viviendas del pueblo.
Es una localidad pequeña en la vasta pampa. Una promesa de amor eterno con la tierra virgen. Una esperanza de civilización y progreso.
Es el sueño de unos inmigrantes que llegaron con sus baúles gigantes desde más allá del océano. De unas pocas familias que hablan distinto y se comportan raro. Que cantan y bailan al compás del acordeón. Que asisten a la iglesia todos los días. Que no hacen otra cosa que rezar y trabajar. Que transformaron la llanura en un mar de trigales.
Y poblaron el silencio del desierto argentino de hijos. (Autor: Julio César Melchior).

miércoles, 23 de octubre de 2019

El despertador del fin del mundo

Sonó el despertador y fue tal el estruendo que generó, que don Mateo saltó de la cama desorientado y perplejo, imaginando un tiroteo, mientras doña Filomena al grito de Dios mío, es el fin del mundo, corrió a la cuna de su bebé que lloraba con desesperación.
Don Mateo caminó a tientas hacia la cocina tropezando en la oscuridad con zapatos, prendas, cobijas y algún niño que también llegaba corriendo desde la otra habitación, gritando aterrados, donde dormían sus otros seis hijos.
Al llegar a la cocina, tomó el atizador de la cocina a leña como arma de defensa, y abriendo la puerta, salió al patio. Detrás de él, venía doña Filomena, con el bebé en brazo, rogándole prudencia a su esposo, y los tres niños mayores, uno con el palo de amasar, otro con la sartén y el tercero, con un cuchillo en la mano.
Afuera no se veía otra cosa que las vacas en el corral esperando ser ordeñadas y el caballo pastando en el patio. Los animales giraron sus cabezas para mirar la comitiva humana rumiando parsimoniosamente. Nada parecía estar fuera de lo normal. Los perros saltaban alrededor de los niños contentos de verlos a tan altas horas de la noche.
Qué es lo que había sucedido? -se preguntaban todos desconcertados, luego de recorrer los galpones, los carrales y el patio. En el galpón reinaba el orden habitual, en los corrales no faltaba ningún animal y en el patio reinaba el silencio.
El batallón, encabezado por don Mateo, seguido por su esposa y sus tres hijos, regresó a la vivienda mascullando preguntas a las que que no le encontraban respuestas. Sobre todo a una: quién o qué cosa había originado tanto alboroto a las dos de la madrugada?
La respuesta recién la encontraron a la mañana siguiente, a la luz del día cuando descubrieron dos tarros y dos relojes despertadores desparramados por el piso. Esto fue la causa! -exclamó furioso don Mateo. Y se dirigió a los gritos a la habitación en la que dormían sus hijos. Cinto en mano, los sacó de la cama, repartiendo cintazos a diestra y siniestra. Algunos de los niños salieron corriendo mientras otros se refugiaron debajo de la cobija, protegiéndose de los golpes. Ninguno parecía entender nada, salvo uno, el más travieso de los seis, a la sazón con diez años de edad, cerebro de tamaña broma. Había colocado dos relojes despertadores antiguos dentro de dos tarros, para que, al sonar generaran mayor estruendo, y los había acercado, sigilosamente, a la cama donde dormían sus padres, para que sonaran a las dos de la mañana, en vez de a las cuatro, la hora habitual en que la familia se levantaba para salir a los corrales a ordeñar. (Autor: Julio César Melchior).

La cultura está...

La cultura
está en las manos de mi madre
arropando mi cuna,
canturreando una canción,
en su sonrisa pura,
su sabiduría,
el sol de sus ojos
mirando al mañana,
construyendo,
siempre construyendo
mi futuro.

La cultura
está en las manos de mi padre
trabajando la tierra,
sembrando esperanza,
cosechando sueños
(en el trigo dorado;
en la cosecha);
en su andar lento
enseñando,
siempre enseñando;
y en el cantar de su voz
de melodías alemanas.

La cultura está en el pueblo,
en la voz colectiva
de la memoria de los abuelos,
en las calles de tierra,
las casitas de adobe,
las tradiciones,
las costumbres,
el recuerdo
del pasado añorado
y de las horas que marcan
el ayer olvidado.
Autor: Julio César Melchior

sábado, 19 de octubre de 2019

Sigamos el ejemplo de nuestros ancestros

El verdadero valor de las cosas está en lo cotidiano, en los hechos simples de la vida diaria. En los gestos que se tributan a los hijos, la ternura que se entrega a los padres; en el brillo de una mirada arrullando nuestra tristeza; la sonrisa de un alma compartiendo nuestra alegría; y tantas pero tantas vivencias sencillas que de tan sencillas y cotidianas olvidamos que son lo más importante de la existencia y que serán lo único que harán trascender nuestra vida. Porque cuando ya no estemos en este universo caótico nadie recordará el grosor de nuestra billetera como tampoco recordará las posesiones materiales que pudimos haber poseído alguna vez; pero sí, todos, absolutamente todos a los que amamos, tendrán presente eternamente el amor que habremos sido capaces de entregar sin pedir ni exigir nada a cambio. Ese amor puro, franco, que se da con el corazón, sin palabras ni ostentación, nada más que con una entrega silenciosa y solidaria, con una profunda convicción y sentimientos desinteresados.
Sólo el amor, sólo la familia, nos mantendrán vivos permanentemente y nos educarán en la fe en Dios. Y sólo así sabremos que hemos vivido plenamente. Tan plenamente como nuestros ancestros, nuestros abuelos, nuestros padres... que siempre, minuto a minuto, cotidianamente, nos demostraron con el ejemplo lo que significa ser mujeres y hombres de bien. Respetables y honestos.
Sigamos su ejemplo de vida y llegaremos, al igual que ellos lo hicieron, a la felicidad suprema de saber que no hemos vivido en vano. (Autor: Julio César Melchior).

Los abuelos inmigrantes

sábado, 5 de octubre de 2019

Amanecer en la colonia de antaño

Los pájaros trinan en el amanecer, surcando el cielo de la colonia rubia. Se escucha el pregón del lechero, carnicero, panadero… Las voces de las amas de casa que salen a la vereda a realizar su compra diaria. La algarabía de los niños conversando en alemán. Los ruidos melodiosos que salen de la herrería, carpintería… El silencioso parlotear de la tijera del sastre y el habla cansino del martillo del zapatero.
El sacristán echa a volar las campanas de la torre de la iglesia llamando a misa. El sacerdote se apresta en la sacristía. Los monaguillos preparan sus enseres. Las velas del altar arden. Doña Agüeda reza el rosario sentada en el primer banco, junto a Doña Ana, ataviadas de negro, las cabezas cubiertas con un pañuelo del mismo color, y las miradas fijas en Jesucristo.
En el campo, los hombres labran la tierra bajo un cielo estrellado de gaviotas. Abren surcos en la tierra virgen para sembrar trigo. El trigo que florecerá en espigas de harina, pan y hostias.
Y en la inmensidad, los ojos de Dios velando a su pueblo: inmigrantes peregrinos que llegaron de allende el Volga para hacer fructificar el suelo argentino.
(Autor: Julio César Melchior - Libro "Lo que el tiempo se llevó de los alemanes del Volga". Se puede adquirir desde cualquier lugar del país).

viernes, 4 de octubre de 2019

Receta de Dünne Kuche o Riwwel Kuche de la abuela

“Die Dünne Kuche y tantas otras delicias que las mujeres alemanas del Volga elaboran sobrevivieron al olvido porque las abuelas supieron legar a sus hijas el secreto de cómo se preparan en el momento justo. Vienen pasando de generación en generación desde hace centurias. Los ancestros, los abuelos, los hijos, los nietos... todos saborearon alguna vez las delicias de las tortas cuyas recetas las abuelas de Alemania legaron a sus hijas de Rusia y estas a sus nietas de la Argentina”.

DÜNNE KUCHE O RIWWEL KUCHEN

Ingredientes para la masa:
1 Kilo de harina
2 cucharadas de levadura
1/2 litro leche rebajada con agua tibia
4 yemas de huevos
3 cucharadas de crema
100 gramos de manteca
8 cucharadas de azúcar
1 pizca de sal
Ingredientes para los Riwwel:
200 grs. de crema
2 yemas
150 gramos de manteca
3 cucharadas de harina
6 cucharadas de azúcar
Preparación:
Poner en un bol la harina, la levadura, las yemas, la sal y de a poco la leche mezclada con agua tibia. Mezclar todos los ingredientes hasta obtener una masa liviana. Dejar levar y luego volcar a la asadera; dejar levar nuevamente.
Los Riwwel se elaboran en una sartén con los 200 grs. de crema, las 2 yemas, los 150 grs. de manteca, las 3 cucharadas de harina y las cucharadas de azúcar.
Los Riwwel se colocan sobre la masa antes de llevarla a hornear.
Receta extraída del libro "La gastronomía de los alemanes del Volga", que rescata más de ciento cincuenta recetas tradicionales. El libro se puede adquirir por correo, desde cualquier lugar del país y del mundo, por correo. Para conocer mayores detalles, escribir a: juliomelchior@hotmail.com.

Si vas de visita a mi pueblo

Si vas de visita a mi pueblo y recorres sus calles al atardecer, verás familias enteras sentadas en las veredas tomando mate, a la sombra de los árboles, conversando en alemán. Verás a los niños jugar en libertad, sin miedo, corriendo detrás de la pelota. Verás un cielo de estrellas surgir lentamente en el horizonte, con la noche que llega y el día que se va con el sol, cobijada en los brazos de la luna. Verás lugares hermosos, en los que se conjuga el ayer con el hoy. Verás viviendas que se construyeron con el pueblo, en los lejanos años de la fundación. Con techos a dos aguas, corredores largos y amplios, cenefas, bombas de agua, jardines con todo tipo de flores, patios grandes, verdes, huertas, molinos. Una iglesia majestuosa. Una avenida ancha. Ramblas con árboles centenarios.
Si vas de visita a mi pueblo, saluda a mi gente, esa bella gente de alma generosa, manos extendidas, temerosa de Dios, trabajadora, honesta, sacrificada, que nunca baja los brazos. Que jamás deja de creer. Esa gente rubia de ojos claros que descienden de colonos que un día llegaron a esos lares desde las lejanas tierras del Volga, a forjar su ideal en este suelo argentino.
Si vas de visita a mi pueblo, diles que los extraño y que jamás los olvidé. Diles que sueño con volver y descansar junto a ellos. Diles que estoy regresando. Diles que ya reservé mi lugar, junto a mis padres y a mis abuelos, al lado de mis hermanos.
No te olvides de darles mi mensaje. Ellos sabrán comprender. Y echarán a volar las campanas para esperarme y acompañarme en mi último viaje. (Autor: Julio César Melchior).