Rescata

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sábado, 27 de febrero de 2021

Las mujeres eran el alma de la familia alemana del Volga

Las mujeres, la mayoría de las veces, silenciosas, calladas, sumisas, siempre al servicio del marido, pariendo, criando, formando y educando hijos, eran el alma de la casa. Porque sobre sus espaldas no solamente pesaban todos los trabajos domésticos sino también muchas de las labores rurales, algunas sumamente pesadas y rudas.
Las mujeres de antaño eran hijas, esposas, madres, primero bajo la tutela del padre y luego al servicio del marido, siempre cumpliendo órdenes, siempre trabajando, día y noche, sin descanso. Sin domingos y sin feriados. Sin permiso para estar enfermas. Sin espacio, tiempo ni permiso para pensar en ellas. El esposo y la familia siempre estaban antes.
Relegadas al papel que les asignaban los padres, el esposo, la familia, la sociedad y fundamentalmente la iglesia, las mujeres vivían una existencia sacrificada, cargada de trabajos y obligaciones. Eran las primeras en levantarse, de madrugada, y las últimas que iban a acostarse, luego de ocuparse de todas las tareas domésticas y acostar a los niños y, a veces, si había alguno enfermo, permanecer durante toda la noche junto a su cama, velando su sueño, cuidando su salud.
La historia de los alemanes del Volga les debe mucho a las mujeres. A su esfuerzo, sacrificio, tesón, entrega, dignidad, fortaleza. A su espíritu de lucha que hacía que no se rindieran nunca, que jamás bajaran los brazos y lo dieran todo no sólo por su familia sino también por los demás.
Para rescatar, preservar y difundir su vida y su historia, es que escribí el libro "La vida privada de la mujer del Volga" que es, asimismo, un homenaje para ellas.

Un día de escuela en las colonias de antaño

 -¿Tres por cuatro?- volvió a a preguntar el maestro.
-15 -respondió la niña en un sonido agudo, casi imperceptible para el oído de sus treinta compañeros de clase que, al igual que ella, temblaban frente a la actitud severa que estaba adquiriendo el rostro del maestro.
- ¿Tres por cuatro?- repitió levantando la voz y el puntero
-¿Nueve?- respondió preguntando la niña.
-¿Acaso sus padres no les enseñan en sus casas?- inquirió el maestro - Siempre la misma burra. Nunca sabe nada. Es un mal ejemplo no solamente para este grado sino también para toda la escuela. Ponga las manos sobre el pupitre con las palmas hacia arriba- ordenó el maestro.
La alumna obedeció.
-¿Tres por cuatro? -inquirió el maestro alzando el puntero.
-¿Dieciocho?- contestó la niña tímidamente.
El ruido del puntero sobresaltó al resto del alumnado que miraba horrorizado.

¿Saben cuál es el lugar más exclusivo del mundo?

¿Saben cuál es el lugar más exclusivo del mundo?. Aquel lugar donde unos pocos privilegiados tienen acceso. Aquel al cual soñamos regresar, si es que tuvimos la suerte de estar. Aquel que tiene las mejores atenciones, los mejores manjares y muchas comodidades. ¿Ustedes pudieron estar allí? ¿Sueñan con conocerlo o volver? ¡Yo sí! Yo estuve allí desde que nací hasta que me fui a trabajar, en mi juventud. Era un lugar lejos de todo pero cerca de la vida más sana a la que se puede aspirar. Era el sitio más confortable a pesar de lo poco que tenía. En invierno su calor era constante, seco, alimentado por bosta de vaca. En verano era fresco y agradable. Los colchones eran esponjosos gracias al yuyo que recolectábamos cerca del arroyo. Las mantas eran abrigadas gracias a las manos de papá, que esquilaba las ovejas y a las manos de mamá que confeccionaba la colcha y las almohadas. El agua siempre fresca y pura desde la profundidad de la tierra. La comida... ¡qué decir de los manjares que desgustábamos cada mediodía! Todo fresco, de la huerta. Los huevos recién puestos por las gallinas, las verduras recién cosechadas de la quinta, la leche recién ordeñada, los dulces caseros hechos con fruta de estación. Y por la noche un suculento mate cocido con leche y pan horneado en le día. Y cuando nos mimaban tomábamos un tazón de cascarilla. ¡La vajilla era la mejor! La de los abuelos. Platos y tazas enlozadas, cachadas por el paso del tiempo, donde la comida se mantenía calentita por mas tiempo. La luz de la lámpara a kerosén nos daba un ambiente cálido, íntimo.
Todos estos lujos los tuve en mi infancia y adolescencia. Y a pesar de que muchos años después pude viajar, conocer lugares muy lejanos, hospedarme en lujosos hoteles y comer platos exóticos, yo sé con toda seguridad cuál es el mejor lugar del mundo: la casa de mi mamá y mi papá. (Autora: María Rosa Silva).

miércoles, 24 de febrero de 2021

Los juegos de nuestras abuelas alemanas del Volga

Eran tres niñas, tres hermanas, de diez, ocho y seis años. Clavaron cuatro varillas de algo más de un metro de altura, formando un rectángulo, bajo la sombra de un árbol, en el patio. Unido a las varillas, sujetaron bolsas de arpillera abiertas a lo largo con la ayuda de la tijera de esquilar ovejas y cocidas una junto a otra, para conformar un extenso lienzo que terminó siendo las cuatro paredes y el techo de la casita que utilizarían para jugar a las muñecas y a la mamá.
Dentro de la casita colocaron una caja como mesa y tres taquitos de leña como sillas. Sobre la mesa tres tarritos ya muy quemados y ennegrecidos de tanto pasarse horas y horas cocinando algún plato tradicional. Afuera, las niñas hicieron un hoyo, dentro del cual colocaron ramitas secas y las encendieron, ubicando dos varillas de hierro de manera transversal, sobre las cuales pusieron a hervir un plato de chapa con agua.
Mientras tanto, dos niñas, en otra caja, que también simulaba ser mesa, con un cuchillo gastado y desafilado, picaban hojas de laurel y eucalipto, en tanto la tercera rallaba un ladrillo.
-Hay que ponerle mucho pimentón al guiso- comentó a la par que continuaba rallando el ladrillo, formando un montoncito de polvo rojo, que después arrojaría al agua que hervía en el plato.
-También hay que agregarle muchas verduras y fideos- acotaron las otras dos niñas, que seguían picando hojas de laurel y eucalipto.

domingo, 21 de febrero de 2021

Hoy 21 de febrero se cumplen 56 años de la entronización de la Virgen de Fátima en la gruta ubicada en la rotonda de ingreso a Pueblo Santa María

La imagen de la Virgen de Fátima fue traída desde Portugal por el padre Juan Peter, un sacerdote que es recordado no solamente por las obras que plasmó sino también por haber sido un gran benefactor de la localidad. Por tal motivo, todos los años se llevan a cabo una procesión y posterior misa de acción de gracias, para agradecerle a la virgen las bendiciones recibidas a lo largo del año, tal cual se viene haciendo desde aquel lejano 21 de febrero de 1965, en que se llevó a cabo la ceremonia de entronización. Siendo una tradición que se mantuvo inalterable a lo largo de los años y que este año se ve alterada por razones que son de público conocimiento.
Haciendo un poco de historia, hay que rememorar que durante los primeros años de la década del '60, profundizándose aún más a lo largo del año 1962, la zona fue asolada por una de las sequías más devastadoras de las que se tengan registros.
Los productores agropecuarios cansados de tanto mirar el cielo en vano, fueron a ver al párroco Juan Peter que, conjuntamente con toda la feligresía, se encomendaron a la virgen, haciendo la promesa que si llovía, iban a construir una gruta en su honor.
El padre Peter, impulsor de la idea, trajo desde Europa una imagen de la Virgen de Fátima, directamente desde el lugar donde está ubicado el Santuario de la Virgen de Fátima, en Portugal, que luego fue emplazada en la Gruta, construida en el acceso a Pueblo Santa María, en el Partido de Coronel Suárez, Provincia de Buenos Aires, y consagrada un 21 febrero de 1965, con multitudinaria y solemne procesión que partió desde el frente de la iglesia y recorrió los tres kilómetros hasta el lugar a pie, con carrozas alusivas y llevando las maquinarias que en aquel entonces eran de uso común en el campo, además de los frutos que producía la tierra, para ofrendarlos en señal de gratitud por la lluvia recibida.
Oscar Baumgaertner, fiel custodio de la Gruta, que la visita diariamente y la mantiene en perfectas condiciones, recordó alguna vez "que la imagen fue traída por el padre Juan Peter, quien en un viaje que realizó a Alemania, a su vuelta a la Argentina, pasó por Portugal y trajo esta imagen de allí, original, ya que en su base tiene tierra de Portugal. Fue entronizada el 21 de febrero de 1965. Veníamos de una sequía importante, cuando el padre Peter dijo a los colonos que tenían que pedirle ayuda a la madre de Dios, a Santa María. Llegó la lluvia y la promesa había que cumplirla, de levantarle a la Virgen un santuario a la entrada del pueblo, donde está hasta el día de hoy”.
Oscar Baumgertner también recuerda en una nota que le realizó La Nueva Radio Suárez, que "costó mucho ingresar la imagen de la Virgen al país, porque cuando llegó a la Aduana no pudo ser ingresada porque en aquellos tiempos ya se hablaba de la droga. ¿Qué tuvieron que hacer? Abrir la parte de la cabeza, que hasta el día de hoy se puede ver, para ver que en su interior no traía nada extraño.
"Lograr que la Aduana liberara la imagen y permitiera su tránsito hacia Pueblo Santa María fue el resultado de gestiones del escribano Domingo Nicolás Moccero” - revela Oscar Baumgertner.
Y concluye que la Gruta de Fátima tiene dos hermosos murales pintados en sus paredes laterales. Las mismas son obras del recordado artista plástico de la localidad, don Salvador Schneider, que fueron plasmadas hace muchos años, y restauradas por la artista plástica Karina Schwert.

Dato histórico adicional

El constructor de la Gruta fue don Pedro Schmidt, oriundo de Pueblo Santa María, quien no sólo profesaba una profunda fe cristiana sino que además tenía cercanía con el clero y principalmente con la congregación del Verbo Divino, lo cual hizo que fuera el constructor de muchas de las obras arquitectónicas que levantaron los sacerdotes en la colonia. La familia cuenta que también trabajó en la ampliación de la Iglesia ‘Natividad de María Santísima’ y en la Escuela Parroquial Santa María y participó en la edificación de obras en Pueblo San José. 

viernes, 19 de febrero de 2021

Costumbres de antaño que todavía sobreviven en la actualidad

Todas las noches, una vez que toda la familia estaba en la cama bien abrigadita con la gruesa manta confeccionada con lana de oveja, mamá iba de habitación en habitación, botella en mano, bendiciendo cada dependencia y a cada integrante de la casa, con agua bendita, que se buscaba anualmente en la iglesia, después de la misa de Resurrección, que se celebra los domingos de Pascua durante la mañana.
Bendecir el hogar durante las noches fue una tradición ancestral de las familias alemanas del Volga, que la mayoría de las madres acompañaban de una oración, que murmuraban en voz apenas audible. Esta práctica se utilizaba para ahuyentar a los malos espíritus y para proteger a cada integrante de la familia y a la casa misma, en el tránsito que va de la noche al amanecer. En cada vivienda había una botella de agua bendita que las madres utilizaban todas las noches, sin olvidar ninguna. Los niños, sobre todo en invierno, en épocas de dormitorios sin calefacción, nos cubríamos escondiendo la cabeza debajo de las mantas, para evitar ser salpicados por la fría, casi helada, agua bendita.
Costumbres religiosas de antaño que no solamente sobreviven en nuestra memoria, sino que algunas abuelas muy ancianas, todavía siguen practicando como en épocas pretéritas.

Sigamos siendo fieles a la estirpe y a la identidad cultural que nuestros antepasados nos legaron

Nuestra cotidianidad se ha modificado mucho desde la época de nuestros abuelos. Hoy existen artefactos, desde electrónicos hasta herramientas de campo, que nos facilitan las tareas de una manera inimaginable, no sólo hace cien años, sino, hace apenas cincuenta.
Nuestros abuelos se sorprenderían mucho si pudieran ver la comodidad en la que vivimos, las abundantes prendas que poseemos, tantas, que podemos darnos el lujo de bañarnos y cambiarnos de ropa en el momento en que lo deseamos, cuando ellos apenas tenían una muda que utilizaban durante el trabajo semanal, muchas veces remendada y vuelta a remendar, y otra, que solamente lucían los domingos, para asistir a misa, y que al regresar a casa, se quitaban, doblaban prolijamente y guardaban en naftalina, para protegerla de las polillas.
Marido y mujer no daban abasto, por la familia numerosa que tenían para criar sino porque tenían que realizar todas las actividades a mano. La mujer lavar ropa con ayuda de la tabla de lavar y el fuentón, casi siempre a la intemperie, sin lavadero y sin lavarropa automático y demás artilugios, y los hombres arar la tierra caminando detrás de los caballos, para dar vuelta apenas unas pocas hectáreas de tierra por día, cuando hoy los arados, con ayuda de los tractores, aran decenas y decenas de hectáreas no sólo por día sino, centenas y centenas de hectáreas por semana.
La cotidianidad ha cambiado mucho. Los inventos que trajo la modernidad con la tecnología, nos facilita muchísimo la existencia y nos brinda la posibilidad de tener un estilo de vida y de alimentación jamás imaginado por nuestros ancestros, que tenían que producir cada uno de los productos que ingerían.
Que esta nueva realidad no nos ciegue ni nos haga olvidar el ejemplo de nuestros abuelos, sus valores humanos y espirituales. Su concepción de la vida y de la naturaleza. Su temple inquebrantable. El valor que le deban a la palabra. El sentido profundo que le imprimían a las palabras familia y amigo. Nunca olvidemos todo eso. Y sobre todas las cosas, mantengamos viva su memoria continuando su legado. Seamos fieles a la estirpe y a la identidad que nos dejaron.

miércoles, 17 de febrero de 2021

Hoy es Miércoles de Ceniza, un día de oración y ayuno, muy importante en la vida cristiana de nuestros ancestros

Se celebra cuarenta días antes del Domingo de Resurrección, que marca el final de la Semana Santa. La ceniza, cuya imposición en la frente constituye el rito característico de esta celebración litúrgica, se obtiene de la incineración de los ramos bendecidos en el Domingo de Ramos del año litúrgico anterior.
En este día comenzaba una época del año que para los alemanes del Volga era un período de recogimiento y fervor religioso de preparación para la fiesta de la Pascua, que antiguamente modificaba no solamente el desarrollo cotidiano de la vida privada de cada persona sino también la vida familiar y social, afectando hasta la rutina sexual de la pareja. Nada de fiestas, música o demostraciones de alegría.
La ley del ayuno la observaban los antiguos con sumo rigor. No contentos con cercenar la cantidad del alimento, se privaban totalmente de carnes, huevos, lacticinios, pescado, vino y todo aquello que el uso común consideraba como una gratificación. Hacían sólo una comida diaria, después de la misa, que terminaba al declinar la tarde; y esa única comida solamente consistía en pan, legumbres y agua, y, algunas veces, una cucharada de miel. Con la particularidad que ninguno se eximía del ayuno, ni aún los jornaleros, ni los ancianos, ni los mismos niños de más de doce años de edad; tan sólo para los enfermos se hacía una excepción, que debía ser refrendada por el sacerdote. A estas penitencias añadían otras privaciones, tales como la continencia conyugal, la supresión de las bodas y festines, de las reuniones del Consejo del Pueblo, de los juegos, recreos públicos, caza, deportes, etc. De este modo se santificaba la Cuaresma no ya solamente en el templo, como ahora, sino también en los hogares, y hasta en todos los lugares tanto de trabajo como de diversión. Es decir, que el espíritu de Cuaresma tutelaba la vida de toda la sociedad cristiana aldeana.
Los templos se veían privados durante los oficios cuaresmales del alegre Aleluya, del himno Angélico Gloria in excelsis, de la festiva despedida Ite missa est, de los acordes del órgano, de los floreros, iluminaciones y demás elementos de adorno, los crucifijos y las imágenes, que se cubrían con telas de color morado. El contenido exterior de la liturgia acentuaba los cantos graves y melancólicos del repertorio gregoriano y el frecuente arrodillarse para los rezos corales.
La oración cuaresmal por excelencia era la Santa Misa, precedida de una procesión.
Las limosnas se hacían en favor de las viudas, huérfanos y menesterosos, con quienes también ejercitaban a porfía otras obras de caridad.
Sin embargo, no era un tiempo triste, sino más bien meditativo y de recogimiento. Era, por excelencia, la época anual de conversión y penitencia.
Los colonos eran llamados a reforzar su fe mediante diversos actos de ayuno, penitencia y reflexión. Grandes y chicos se preparaban para evocar la Pasión, Muerte y Resurrección que se conmemora en la Pascua. En muchas colonias, este recogimiento y fervor todavía sobrevive en la actualidad. Es un sello distintivo de la profunda fe que profesaban nuestros ancestros y que nos legaron como signo de identidad.

sábado, 13 de febrero de 2021

Las memorias del abuelo

El abuelo, ya anciano, cuando el cuerpo le comenzó a pesar, después de tantos años de trabajar la tierra, se sentaba en silencio, a fumar, junto a la cocina a leña, y mientras tomaba mate y afuera caía el sol, recordaba. Miraba hacia adentro, hacia atrás, allá lejos, hacia su juventud, cuando partió de su aldea natal, Kamenka, fundada por sus ancestros, junto al río Volga, en Rusia.
Rememoraba a sus padres, a los que tuvo que dejar para siempre, para emigrar a la Argentina, en busca de un futuro mejor, a los 18 años, y a los que jamás volvió a ver. Los que quedaron para siempre allá llorando su ausencia, al igual que el los extrañaba a ellos y a sus hermanos. Del mismo modo que extrañaba a sus vecinos y las calles de la aldea y sus habitantes.
Cada día que transcurría pensaba más y más en ellos. La vejez y la soledad lo sumían en el pasado. Casi que vivía más en el pasado que en el presente, en el que residía pero ya pocas cosas le interesaban.
Una vida sin poder trabajar no es vida, repetía una y otra vez, cuando sus hijos lo instaban a abandonar su ostracismo y saliera a caminar, a hacer un poco de ejercicio.
El prefería estar en su casa, la casa que construyó y vivió toda su existencia con su esposa, fallecida hacía tres años.
Así es como, en esas tardes de silencio y recuerdos, comenzó a volver la mirada a su aldea natal, Kamenka, y rememorar a vecino y conocidos que quedaron allá, que no se animaron o no pudieron emigrar y que tuvieron que afrontar después la deportación a Siberia y el genocidio.
Recordaba a las familias Getting, Schechtel, Schulmesiter, Schermer, Stadler, Schwindt, Horn... y algunos apellidos de sus compañeros de escuela: Leonhardt, Hecht, Scheffer, Müller, Weimann... y sus mejores amigos: Pedro, Luis, Agustín, Felipe, Juan. Y su primera novia, Elisa, que no se animó a emigrar a América o sus padres no se lo permitieron. Nunca lo supo como tampoco nunca tuvo la posibilidad económica de regresar a buscarla para casarse con ella, tal como se lo había prometido aquella mañana, al partir.

La identidad cultural de los alemanes del Volga

En sus aldeas junto al Volga, en las inolvidables Dobrinka, Dehler, Kamenka, Vollmer, Hildmann, Seelmann, Streckerau, Grimm, Köhler, Norka, Rothammel, Sarepta, Huck, Norka, Seewald, Pfeifer, Husaren, Rosenberg, Brabander, Marienberg, Balzer, Rosental, Lagenfeld, Eckheim, Stahl, Weigenfeld, Josefstal… y muchas muchas más, nuestros ancestros vivieron una niñez y una vida siguiendo las tradiciones y costumbres que se llevaron en sus raíces desde sus hogares natales, en Alemania, y a las que luego continuaron fieles en las aldeas y colonias que fundaron aquí, al emigrar a la Argentina.
Esa manera de vivir la niñez y las tradiciones, costumbres y ritos con las que desarrollaban sus vidas, muchas de ellas perdidas ya, las rescato en mis libros "La infancia de los alemanes del Volga" y "Lo que el tiempo se llevó de los alemanes del Volga", para revalorizarlos y preservarlos en la memoria colectiva de nuestro pueblo.
Pueblo que aquí fundó las aldeas y colonias de Pueblo Santa María, Pueblo San José, Pueblo Santa Trinidad, Colonia San Miguel, Colonia Nievas, San Miguel Arcángel, Colonia Santa Rosa, Colonia San Pedro, Aldea Valle María, Aldea Spatzenkutter, Aldea Salto, Aldea San Francisco, Aldea Protestante, Aldea Brasilera, Aldea María Luisa, Santa Anita, Juan José Castelli… y muchas muchas más, conservando las mujeres un estilo de vida que fueron heredando de generación ene generación, desde su partida de Alemania, la tierra natal, el hogar nunca olvidado, pasando por las aldeas erigidas a orillas del río Volga, hasta llegar a esta nueva tierra, la tierra prometida, y a las cuales se mantuvieron firmes hasta más allá de la mitad del siglo XX. Un estilo de vida, de formación, de educación, de vestir, que rescato, revalorizo y preservo, en mi libro "La vida privada de la mujer alemana del Volga".
En ese largo devenir de dos emigraciones y de mantenerse inquebrantables en la conservación de la identidad, también mantuvieron tradiciones, costumbres y recetas de comidas, con ingredientes y sabores únicos las cuales rescato, revalorizo y preservo en mi libro "La gastronomía de los alemanes del Volga".
En mis obras está impresa la identidad cultural de mi pueblo, el pueblo de los alemanes del Volga.

miércoles, 10 de febrero de 2021

¿Se acuerdan de la antigua bicicleta de reparto del almacenero?

Se acuerdan que antiguamente el almacenero de las colonias y aldeas, o del barrio, en la ciudad, hacía el reparto de la mercadería en una bicicleta, generalmente de color negro, con un canasto al frente, donde colocaba la garrafa, la bolsa de papa o lo que fuere que el ama de casa adquiriese en su local: pan, verduras, frutas, fideos, arroz, etc.
La bicicleta, por lo común, la tenía a su cargo un empleado, la mayoría de las veces un jovencito o, también podría darse el caso, bastante frecuente, que fuera un adolescente o hasta un niño.
Este empleado y su bicicleta con la canasta al frente, andaba casi todo el día en la calle, yendo de hogar en hogar, llevando lo que las mujeres compraban en el mostrador y les resultaba pesado llevar en la bolsa de los mandados.
Este personaje, de tanto recorrer las calles e ingresar y conversar con las familias, terminaba siendo conocido y amigo de todos.
Siempre jovial, de buen humor, servicial y atento, muy conversador, el repartidor del almacenero, con su clásica bicicleta, se hacía querer. Y con los años y el tiempo se transformó en un figura tradicional del devenir cotidiano de las colonias, aldeas y ciudades de antaño.

Receta de Kraut und Brei

Hoy les presentamos la receta de uno de los platos que también integra la lista de los más populares en la gastronomía de los alemanes del Volga. Un plato sencillo de hacer pero que, muchas veces, no estaba al alcance de todos. Con el correr de los años se ha transformado en una delicia culinaria que se sirve en renombrados restaurantes con distintos nombres. Esta receta está incluida, junto a 150 más, en mi libro “La gastronomía de los alemanes del Volga”.

Ingredientes:
1 kg. de papas
1 kg. de huesitos de cerdo
½ kg. de chucrut

Preparación:
Con las papas preparar puré. Hervir los huesitos de cerdo durante ½ hora aproximadamente y agregarle el chucrut y dejar hervir todo hasta que al carne esté cocida. Sacarlo y escurrirlo en el colador. Se sirve con el puré.

Los atardeceres de las mujeres alemanas del Volga en las colonias de antaño

Al atardecer, mamá y sus hijas, luego de bajar la ropa de los tendales, comenzaban las largas horas de planchar la ropa con las planchas a carbón y a almidonar los cuellos de las camisas, zurcir las medias y remendar las prendas con parches de tela, sin importar el tamaño y cuánto se notara. Eran otros tiempos, en que las camisas y los pantalones remendados, se lucían con orgullo, porque eran símbolos de trabajo.
Mamá, mientras las hijas continuaban planchando, empezaba a preparar la cena. Amasaba y freía y Kreppel en una sartén con abundante grasa, que comíamos espolvoreados con mucha azúcar, acompañados de un té con leche y chorizo seco que, generalmente los vecinos nos regalaban en tiempos de carneada.
Cenábamos en la cocina, sentados alrededor de una larga mesa de madera gastada, iluminados por una pequeña lámpara a kerosén, que colgaba del techo de madera, pintado de verde, al igual que las puertas y las ventanas. Las paredes de la casa, eran de adobe, pintadas con cal blanca, y el piso de tierra. En invierno nos daba calor una cocina a leña alimentada con bosta de vaca, que llamábamos Blatter, o los deshechos de la cosecha de maíz y girasol, como las cañas y los marlos de maíz.
Después de cenar, generalmente, mamá se sentaba a tejer pullovers, medias y bufandas, con lana de oveja, que hilaba la abuela en la rueca, mientras sus hijas, desde muy niñas, aprendían a bordar sus ajuares soñando con formar su propia familia. Y papá, tras leer un párrafo de la Biblia en voz alta, para que lo escucháramos todos, jugaba a los naipes con los hijos varones de la casa.
Para poder conocer el mundo que habitaba la mujer alemana del Volga de las aldeas y colonias de antaño, bucear en las profundidades de sus secretos, desentrañar sus misterios, sus miedos, sus creencias y todo de lo que en aquellos tiempos no se hablaba y era tabú, no dejen de leer el libro "La vida privada de la mujer alemana del Volga" que cuenta todo lo que por años se mantuvo oculto.

sábado, 6 de febrero de 2021

Grandes colonizadores de tierras y fundadores de prósperas y pujantes aldeas y colonias

Cuando nuestros ancestros partieron del Volga para emigrar a América, dejaron atrás, decenas y decenas de aldeas que fueron fundando desde aquel 29 de junio de 1764 cuando, al llegar el primer contingente al lugar, erigieron la primera aldea, que llamaron Dobrinka.
Algunos de los nombres de aquellas aldeas, entre muchas otras, que dejaron en el pasado, para, en la mayoría de las veces, no regresar jamás, figuran las aldeas Dehler, Kamenka, Vollmer, Hildmann, Seelmann, Streckerau, Grimm, Köhler, Norka, Rothammel, Sarepta, Huck, Norka, Seewald, Pfeifer, Husaren, Rosenberg, Brabander, Marienberg, Balzer, Rosental, Lagenfeld, Eckheim, Stahl, Weigenfeld, Josefstal… y muchas muchas más.
Al arribar a la Argentina, y después de fundar el 5 de enero de 1878, la colonia madre de los alemanes del Volga en el país, como lo es Colonia Hinojo, y continuar llegando más contingentes provenientes de las orillas del río Volga, los colonos se fueron diseminando a lo largo y a lo ancho de varias provincias argentinas, colonizando tierras y fundando aldeas y colonias. Algunas rememorando nombres de las que habían dejado atrás.
Así es como en la Argentina, entre muchas otras, fundaron las colonias y aldeas de Pueblo Santa María, Pueblo San José, Pueblo Santa Trinidad, Colonia San Miguel, Colonia Nievas, San Miguel Arcángel, Colonia Santa Rosa, Colonia San Pedro, Aldea Valle María, Aldea Spatzenkutter, Aldea Salto, Aldea San Francisco, Aldea Protestante, Aldea Brasilera, Aldea María Luisa, Santa Anita, Juan José Castelli… y muchas muchas más.
Nuestros ancestros se destacaron por ser excelentes productores agropecuarios y sobre todo, grandes productores de trigo, haciendo un aporte gigante a la economía de cada uno de los países donde se instalaron, primero en Rusia, y posteriormente en la Argentina, como así también en muchos otros lugares del mundo donde emigraron al tener que dejar las aldeas del Volga, a causa de múltiples razones que hacían imposible su permanencia allí.
Nuestros antepasados son un ejemplo de superación, coraje, fuerza de voluntad, trabajo, sacrificio y de transformar tierras vírgenes en campos productivos. Siempre progresando y creciendo y dejando un futuro mejor para sus descendientes.

Receta de sabrosos Keiskreppel (Kreppel rellenos de ricota)

Hoy es viernes, día ideal para preparar Kreppel para el domingo, para la familia: los hijos, nietos y también para compartir con amigos y vecinos, como se hacía antes y todavía se continua haciendo hoy en algunas colonias y aldeas.
Kreppel amasados con alegría sobre la mesa de madera de la casa familiar, en la misma mesa, en la que el domingo alrededor de ella, se sentarán todos juntos a tomar mate y saborearlos.
Y para que en esta ocasión sean especiales, les presento la receta de los Keiskreppel tal como lo hacían las abuelas, rellenos de ricota. ¿Los recuerdan? ¿Los conocen? ¿Quién los va a elaborar? ¿Aún los preparan para compartir?

KEISKREPPEL

Ingredientes:
1 kilo de harina
1 huevo
1 cucharada de bicarbonato o levadura
Leche cantidad necesaria
Aceite
Relleno:
1/2 kilo de ricota
1 huevo
Crema
Azúcar

Preparación:
Mezclar la harina con el bicarbonato (o la levadura), el huevo y la leche. Una vez realizada la masa estirar con el palote hasta que quede de unos tres centímetros aproximadamente. Ahora corte pequeñas empanadas que debe completar con el relleno elaborado a partir de los productos arriba citados.
Muchas mas recetas como estas, con variedad de masas y rellenos, las encuentran en el libro "La gastronomía de los alemanes del Volga", que lleva 14 ediciones publicadas! No se lo pueden perder.

viernes, 5 de febrero de 2021

“Apfelstrudel” o Strudel de manzana, uno de los platos más populares de los alemanes del Volga y su historia

El “Apfelstrudel” o Strudel de manzana es uno de los platos más famosos de la gastronomía de los alemanes del Volga, que se caracteriza por tener una masa muy fina que se estira con las manos quedando tan delgada que según afirman los pasteleros austriacos y alemanes debe poderse leer un periódico a través de ella.
A grandes rasgos, el Strudel de manzana consiste en un rollo muy fino de masa, a veces también de hojaldre, relleno de manzanas cortadas en rodajas, espolvoreadas de azúcar.
Las raíces de este plato se sitúan en el árabe y armenio Baklava. Su receta pudo haber provenido de los soldados jenízaros del Imperio otomano que, tras la conquista de Bizancio en el año 1453 sobre los Balcanes, se dirigieron hacia Viena. La cocina vienesa desarrolló este plato y lo refinó hasta llegar a ser lo que conocemos hoy en día. El éxito de este postre hizo que posteriormente su receta se popularizara en todos los países del antiguo Imperio austrohúngaro.
Para finalizar, dos datos curiosos:
Antiguamente el Strudel de manzana se servía como un alimento para la gente pobre y la receta más antigua se encuentra en un manuscrito llamado Koch Puech, del año 1696.
Las abuelas alemanas del Volga llevaron la receta consigo al partir de Alemania, la conservaron en Rusia, y la trajeron a la Argentina. Se conservó en las familias, generación tras generación. Las madres pasaban el legado de manera oral a sus hijas y así sucesivamente, hasta llegar a la actualidad, en que rescaté la receta, junto con varias variantes, en mi libro "La gastronomía de los alemanes del Volga", para conservarlas para las generaciones futuras.

El inmigrante alemán del Volga

El inmigrante va por caminos inexplorados, hacia el horizonte, hacia el mañana, donde brilla el sol y el futuro es un sueño hecho realidad. Los zapatos gastados de tanto andar. Polvo en el cuerpo y sudor en el alma. Pero no deja de caminar. Su fe es indestructible. Lleva en una mano la pala y en la otra la cruz. Con la una abre surcos y con la otra se entrega a Dios. Nada lo detiene. Ni los infortunios. Ni las sequías. Ni la soledad. Ni la profunda nostalgia que lleva clavada en el corazón como un puñal. Esa nostalgia que siempre será una herida abierta, una añoranza que no cicatrizará jamás. Ni aun en la noche más feliz. Ni aun en la mesa familiar. Ni aun en las largas jornadas de su vejez, rodeado de bienestar, hijos, nietos y bisnietos.
Siempre habrá un lugar para las lágrimas no lloradas en la juventud. Para las lágrimas no vertidas en las tumbas de sus padres que permanecen en la aldea natal, esperando su regreso.

Mi madre y todas las madres alemanas del Volga

Mamá se levantaba a las cuatro de la mañana para amasar y hornear pan casero en el horno de barro que papá había construido en el fondo del patio de casa. Elaboraba el pan diario de cada jornada bajo la luz de un farol a kerosén. Lo hacía cantando. Con alegría. Contenta de la vida que llevaba.
Mientras hacía esto, encendía la cocina a leña, donde comenzaba a preparar la sopa que ingeríamos todos los días como entrada al plato principal del almuerzo. Era obligación que la sopa hirviera durante horas, con cuanta verdura se cosechara en la quinta: trozos de zanahorias, zapallos, zapallitos, papas, repollo, perejil, ajo… y por supuesto, abundante carne.
Después de terminar de hacer el pan, mamá lavaba la ropa de toda la familia en un enorme fuentón de chapa, refregando con sus manos en la tabla de lavar las prendas sucias de tierra y grasa de los hombres que trabajaban el campo. Las colgaba a secar al aire libre, a merced del viento, en largos hilos de alambre, tensados a lo ancho de la parte trasera del patio.
Era una tarea ardua y prolongada en la que colaboraban todas las mujeres del hogar, sin distinción de edad, así tuvieran veinte, quince o nueve años: era obligación so pena de castigo, sacar de la bomba el agua, acarrearla en grandes baldes, para que mamá pudiera realizar su labor.
Terminado ese menester, mamá comenzaba a preparar el plato principal del almuerzo: Kleis mit Sauerkraut, Wickelnudel… o algún otro manjar tradicional que andando el tiempo y la vida nunca nadie volvió a saborear con el mismo placer.
A las doce, cuando sonaban las campanas de la iglesia para rezar el Ángelus, toda la familia se sentaba alrededor de la larga mesa de madera de la cocina. Papá rezaba agradeciendo a Dios el alimento y el bienestar en que desarrollábamos nuestra existencia. ¡Y a comer! Mamá, papá, los abuelos, los tíos… Las personas mayores conversaban con gestos adustos y serios sobre temas que no incumbían a los niños, que debían permanecer en silencio. Nada de hablar en la mesa y de tener que hacerlo, a las personas adultas se las trataba de usted.
A la tarde, mamá y los hijos, concurrían al campo a ayudar a papá, a arar, sembrar, cosechar… Dar vuelta la quinta con la pala, carpir… Juntar bosta de vaca para quemar en la cocina a leña… Alimentar los cerdos, las gallinas, patos, gansos, pavos… Las vacas lecheras… Las ovejas para consumo…
El trabajo parecía no terminar nunca.
Al atardecer, mamá y sus hijas, luego de bajar la ropa de los tendales, comenzaban las largas horas de planchar la ropa con las planchas a carbón. Almidonar los cuellos de las camisas… Zurcir las medias y remendar las prendas con parches de tela, sin importar el tamaño y cuanto se notara. Eran otros tiempos, en que las camisas y los pantalones remendados, se lucían con orgullo, porque eran símbolos de trabajo, muestras evidentes de que quien las vestía trabajaba de verdad.
Después mamá empezaba a preparar la cena a la par que amasaba y freía Kreppel en una sartén con abundante grasa, que comíamos espolvoreados con mucha azúcar, y acompañados de unos ricos mates.
Llegada la hora de la cena, papá volvía a rezar. Se repetía la misma escena del almuerzo: las personas mayores conversaban y los niños permanecían sentados en silencio, saboreando la última comida del día.
Concluida la cena, y lavados los platos, se leía algún pasaje de la Biblia, se rezaba y se cantaba en alemán. El abuelo buscaba la verdulera para tocar canciones llenas de nostalgia que rememoraban viejos amores, seres queridos que se quedaron para siempre esperando allá en las aldeas del Volga, en Rusia…
Mamá, ajena a todo, sentada en un rincón, cerca de la lámpara a kerosén, tejía con cinco agujas, guantes y medias, pensando en vaya uno a saber qué cosa.

Llegó la época ideal para elaborar Sauerkraut (chucrut) y conocer su historia

El chucrut es una comida típica de Alemania que se prepara haciendo fermentar las hojas del repollo en agua con sal, cuya receta los alemanes del Volga se llevaron consigo al emigrar al Volga y de allí a la Argentina.
La historia cuenta que el origen de este plato se encuentra en China y que fueron los soldados que vigilaban la Muralla China, antes del nacimiento de Cristo, los primeros en fermentar las hojas de repollo y que esta receta llegó a Europa a través de la Ruta de la Seda.
La fermentación hace que se conserve el repollo, obviamente transformado en chucrut, durante largos periodos de tiempo. Por eso el chucrut fue muy apreciado en el centro y este de Europa, donde los inviernos son muy crudos, largos y con mucho frío. Lo que en tiempos remotos, hacía que la comida, en especial las verduras, faltaran durante meses.
Asimismo este fue uno de los platos más consumidos por los antiguos marineros en alta mar. Al no poder almacenar grandes cantidades de fruta o verdura fresca, recurrían al chucrut no solo como alimento sino también que lo consumían para combatir el temido escorbuto.
Ya regresando a Alemania y a los alemanes del Volga, el chucrut o Sauerkraut es el protagonista central de varios platos tradicionales, tanto como ingrediente como acompañamiento de salchichas y carnes.
Es verano, momento de cosecha de repollo en las huertas de las colonias y aldeas, y la época del año para elaborar chucrut manteniendo vigente la tradición de nuestros ancestros, que lo preparaban año a año en grandes toneles.
Para conocer la receta de cómo se hace el chucrut lo mismo que los platos y los panes que se elaboran con él, les recomiendo consultar mi libro "La gastronomía de los alemanes del Volga", donde encontrarán no solamente todas esas recetas, sino 150 más, de comidas tradicionales.

miércoles, 3 de febrero de 2021

Receta de guindado casera del abuelo Federico Streitenberger

Mientras las abuelas se dedicaban a cosechar y a pelar frutas y verduras para cocinar dulces, los abuelos también tenían su tarea: recolectar y cosechar guindas para elaborar el delicioso guindado que luego bebían en las reuniones familiares y con amigos, a veces, jugando a las cartas o departiendo una larga e interminable conversación.
La elaboración del guindado requería sapiencia y experiencia. No era cosa tan sencilla. Hubo abuelos que jamás revelaron sus secretos. Porque, obviamente, como todas las recetas de los alemanes del Volga, la receta del guindado también fue pasando de generación en generación a lo largo de los siglos y siempre de manera oral. Esto hacía que, en algunas ocasiones, la receta podía variar levemente en la tradición de una familia a otra. De mi libro “La gastronomía de los alemanes del Volga” les presento una receta que pertenece al abuelo Federico Streitenberger. Obviamente que en mi libro encontrarán muchas recetas más de los distintos licores que elaboraron nuestros ancestros.

Ingredientes:
200 grs. de guindas maduras
200 grs de azúcar
1 trozo de canela en rama
1 clavo de olor
Cáscara de ½ naranja
700 c.c. de aguardiente

Preparación:
Lavar las guindas, quitar el cabito y descarozarlas. Colocarlas en recipiente de vidrio, agregar azúcar y especias. Añadir 3 carozos (abiertos con la ayuda de un martillo y triturado con cascanueces) y bañar con aguardiente. Dejar macerar 6-8 semanas, filtrar y dejar reposar una semana más.

martes, 2 de febrero de 2021

Ana Rolhaiser, historia de vida de una abuela alemana del Volga

El cabello peinado hacia atrás en un rodete blanco. Los ojos celestes color cielo. El rostro de abuela buena. Y un acento de alemana del Volga en los labios contando la historia de su vida.
“Nací cerca de un campo en Colonia Hinojo –evoca Ana Rolhaiser. Mi niñez la viví en Pueblo Santa María. La adolescencia en Colonia San José, La Pampa. Mis padres eran arrendatarios de campo. Muy trabajadores y honestos. Los estafaron varias veces por creer en la palabra en lugar de los documentos y las firmas. A los quince me casé con Agustín Strevensky. También trabajador rural. Lo intentamos todo pero no funcionó. Las condiciones de trabajo en el campo eran muy duras y los sueldos muy pobres. Lo que ganábamos no alcanzaba para nada. Y los patrones te trataban muy mal. Las condiciones de las viviendas eran muy básicas: apenas dos paredes de adobe, si es que había, una letrina y una matera donde se reunían todos los peones a tomar mate. Por eso, al cumplir veinte años, mi marido tomó la decisión de mudarse a la ciudad de Buenos Aires. Yo no quería. Lloré mucho porque quería quedarme junto a mis padres y hermanos. Fue muy duro decir adiós a todos mis seres queridos porque sabía que quizá no los iba a volver a ver nunca. Y muy equivocada no estaba: a mis padres no los volví a ver jamás.
“En el camino hacia Buenos Aires estuvimos viviendo unos tres o cuatro años en Bolívar. Tuve dos hijos. Siempre en la miseria. En la pobreza más absoluta. Muchas noches no teníamos ni siquiera pan para comer. Allí no estaban mis padres para ayudarnos ni tampoco había amigos ni alemanes del Volga para darnos una mano. Estábamos totalmente solos. Nadie nos quería. Éramos ‘los rusos’. Éramos extraños. No pudimos adaptarnos. Y entonces un día llegamos a Buenos Aires. Ahí sí que sufrimos. Ahí me di cuenta lo que significa dejar el hogar y partir a tierras extrañas. Uno lo paga muy pero muy caro. Porque uno lo pierde todo, absolutamente todo. Las raíces. Y hasta la identidad –afirma.
“Fueron años duros. Muy duros. La pasamos mal pero muy mal. Nos engañaron vendiéndonos una casa que tenía dueño. Perdimos el dinero que habíamos ahorrado durante diez años con mucho sacrificio, privándonos de todo, hasta de lo más básico. Mi marido era muy crédulo. Muy inocente. En ese momento perdimos todo. Dinero, sueños, esperanzas… todo! Todo quedó en el camino. Apenas nos quedaban fuerzas para luchar por subsistir. Fue un golpe muy duro. Pero teníamos nueve hijos para criar. No había tiempo para llorar ni quejarse. Y no había, como hoy en día, dónde pedir ayuda”.
“No sé cómo pero salimos adelante. Nunca abandonamos la fe en Dios. Él nos acompañó siempre. Nos protegió. Nos cuidó. Muchas veces le rezaba llorando. Le suplicaba que nos diera paz, trabajo, comida. Y siempre nos dio todo. Tanto que un día nuestros hijos nos compraron una casa. Nos regalaron una casa. Nuestra casa. ¡Mi casa! Fue uno de los momentos más felices de mi vida.
“Cuando tuve mi casa planté flores, muchas flores. De todos los colores. Por fin podía tener mi propio jardín. Fue hermoso. Esa época muy fue linda.
“Cuando tuve mi casa quise ponerme en contacto con mis padres y hermanos pero ya era tarde, muy tarde. ¡Todos habían fallecido! ¡Qué tonta! Los años habían pasado y yo ni me di cuenta. Ya era una vieja. Tenía setenta y cinco años. Mis seis hermanos eran mayores que yo. Solamente me quedaban mis hijos y mi marido. No tenía hogar materno al cual regresar ni pueblo ni raíces donde volver. Viví en tantos sitios, en tantos pueblos y comunidades, que me sentía ajena en todos. Hasta que un día leí el libro “Lo que el tiempo se llevó de los alemanes del Volga”, de Julio César Melchior. En ese momento encontré mi historia y la historia de mi pueblo. Y les pude decir a mis hijos que tenía una identidad. Que era una descendiente de alemanes del Volga. Una sobreviviente. Como lo fueron mis abuelos. Como lo fueron mis padres.
“Y ese día recuperé todo lo que perdí el día que me marché de la casa de mis padres para casarme y mudarme lejos”.

Historia de doña Elisa y don Pedro

Doña Elisa tomaba té y don Pedro mate. Sentados frente a frente, junto a la mesa de la cocina como todas las tardes. Como toda la vida. En silencio. Sin mirarse. Sin verse.
Doña Elisa comía pan casero con manteca y miel. Don Pedro pan de la panadería y chorizo casero obsequio de su hermano Fermín.
Don Pedro se levantó a encender la radio. Doña Elisa hizo una mueca. Se puso a tararear una vieja canción alemana. Don Pedro se fastidió, volvió a levantarse y apagó la radio. Doña Elisa dejó de cantar. Doña Elisa terminó de beber su té, lavó su taza y todos los utensilios que había utilizado. Acto seguido se sentó a tejer junto a la ventana.
Don Pedro comenzó a tomar mate llenando el ambiente de sonidos. Una vez, dos veces, tres veces. Hasta que doña Elisa se cansó y se levantó, colocó el tejido sobre la mesa, y salió al patio.
Don Pedro satisfecho volcó el mate en el tacho de basura, guardó todo lo que había utilizado en sus respectivos lugares, limpió la mesa, y se fue al patio detrás de doña Elisa.

El desayuno tradicional de los alemanes del Volga

Fuera café con leche, té con leche o simplemente mate, el desayuno de nuestros abuelos siempre fue suculento y alto en calorías, para afrontar el duro y largo día laboral.
Sobre la mesa la madre colocaba manteca, crema, dulces, miel, chorizo, morcilla y pan calentito, recién retirado del horno de barro.
Todas estas exquisiteces eran de producción casera, que la familia elaboraba en distintos meses y estaciones del año. Los dulces en verano, los chorizos y morcillas en las dos carneadas anuales, la manteca y la crema con la leche que se obtenía en el tambo, con el ordeñe diario, y el pan se amasaba y horneaba casi diariamente.
La familia completa se sentaba alrededor de la larga mesa de madera, en la cocina, a compartir todos juntos esta primera comida del día, luego de concluir el ordeñe de las vacas del cual participaban el padre, la madre y la mayoría de los hijos de la casa. Todos tenían que hacer su aporte laboral en la manutención de la familia que, por lo general, era numerosa: de entre seis y una docena de hijos, en ocasiones, podían ser más, y algún abuelo, abuela o tío solterón, que se sumaba al hogar.

¿Se acuerdan de los días de escuela primaria en las colonias y aldeas de antaño?

De los crudos inviernos, de ir a clase pisando escarcha. De cómo nos abrigaba mamá. De las prendas y los guantes tejidos por ella. Las largas bufandas de varios colores. El aroma a goma de borrar, a tiza, a cuaderno nuevo. Las aulas sin calefacción. De las maestras. De las clases de matemática y castellano. Y los sueños soñados durante los recreos. ¿Se acuerdan de todo aquello?
Y yendo más atrás, habrá quienes recuerden las clases en castellano, durante la mañana, y en alemán, a la tarde, la pizarra y una tiza como cuaderno, un morral colgado en bandolera, como portafolio, la severidad de los maestros que castigaban los errores utilizando el puntero, pegando sobre los manos apoyadas sobre el pupitre, o colocando los alumnos en el rincón, arrodillados sobre granos de sal o maíz.
Las clases de religión, también en español y en alemán, el tener que estudiar todos los textos de memoria. Los recreos en patios de tierra. Los juegos de la payana, los Koser, el salto de la soga, el fútbol, con un balón fabricado con una media vieja inflada con trapos. Tomar agua fresca de la bomba. No faltar nunca a misa so pena de no poder ingresar al aula al día siguiente.
Recuerdos de nuestras colonias y aldeas de ayer nomás, que rescato en mi libro "La infancia de los alemanes del Volga".