Rescata

WhatsApp: 011-2297 7044. Correo electrónico historiadorjuliomelchior@gmail.com

jueves, 26 de septiembre de 2019

Mi mamá, al igual que mi abuela, fue una mujer excepcional, como todas las madres alemanas del Volga

Mi mamá tenía los ojos del mismo color que la abuela, celestes del color del agua del río Volga y el cabello del color de los trigales que estallaban llenos de espigas en los campos, que florecían cerca de su añorada aldea, allá, en la lejana Rusia, donde quedaron para siempre sus padres, cuando, junto con su marido y tres hijos, emigró a la Argentina.
Mi mamá tenía las manos llenas de arrugas, como las manos de mi abuela, de trabajar en la cocina, amasando el pan, trabajar la tierra, en la huerta, y trabajar a la par de su marido, en en el surco.
Mi mamá tenía el rostro curtido como el de mi abuela, por las largas noches de insomnio, velando el sueño de sus hijos y el de su marido, cuando estaban enfermos, curtido por el frío del invierno, el tórrido sol del verano, la lluvia en otoño y el viento en primavera.
Mi mamá tenía el cuerpo anciano y gastado como el de la abuela, con dolores de huesos, vencido no solo por la edad sino por los rudos trabajos y los sufrimientos.
Mi mamá continuó la tradición y la legó a sus hijos. Valores de trabajo, honradez, respeto, servicio al prójimo y entrega a la familia.
Mi mamá, al igual que mi abuela, fue una mujer excepcional, como todas las madres alemanas del Volga.
Por eso, en el "Día de la Madre", a celebrarse próximamente en el mes de octubre, regalemos libros que rescatan y perpetúan su memoria. Libros que llevan los siguientes títulos: "La gastronomía de los alemanes del Volga", "La vida privada de la mujer alemana del Volga ", "Lo que el tiempo se llevó de los alemanes del Volga", "La infancia de los alemanes del Volga", " Historia de los alemanes del Volga", que se pueden adquirir por correo, por el sistema de contra reembolso, y personalmente en el barrio de Belgrano, en Buenos Aires, y en Pueblo Santa María, en el Partido de Coronel Suárez, en la Provincia de Buenos Aires.

martes, 24 de septiembre de 2019

Amor de madre en la vida cotidiana de las colonias de antaño

Mamá se levantaba bien temprano, generalmente a las cuatro de la madrugada, para ayudar a papá a ordeñar las vacas. Después encendía el horno de barro que estaba detrás de la casa y comenzaba a amasar el pan del día. Sus manos trabajaban la masa con el palote sobre una mesa de madera curtida, llena de años y de cicatrices. Amanecía y el rocío caía desde el cielo humedeciendo su cabello cano. Tanto en verano como en invierno, con heladas o sin ellas, mi madre siempre se las arregló para tener el pan sobre la mesa a la hora del desayuno. Ese pan rico para untar con manteca y miel y acompañar el chorizo seco, las morcillas y los dulces caseros.
En mi alma de niño todavía la veo a mi madre parada junto a la mesa, en la cocina, cortando rebanadas de pan recién horneadas para su marido y sus hijos; conservo en mi memoria el aroma a café con leche impregnando la casa; y el sol asomando en el horizonte, allá lejos, donde mora Dios. (Autor: Julio César Melchior).

Al amanecer el carnicero, panadero, almacenero, entre otros, salían con sus carritos a vender a domicilio

Al amanecer la colonia se llenaba de carros y gritos de personas pregonando sus productos. Por las calles de tierra, pasando frente a las casas de todos los vecinos, en algunos ingresando a los patios para tomar unos mates o probar un Kreppel recién elaborado, el carnicero, panadero, lechero, el verdulero, almacenero a veces, se sumaba el papero, algún frutero con manzanas frescas de alguna huerta de las cercanías de la colonia, todos con carros especialmente acondicionados para sus respectivos menesteres.
Las amas de casa salían a la vereda a comprar la carne con un plato o una bandeja, según la cantidad de comensales que componían la mesa familiar o lo que la cocinera ese día tuviera planeado cocinar. Siempre llevando en mano, la infaltable libreta en la que registraba la compra diaria, que se cancelaba al final de cada mes. También existían excepciones, con familias que recién abonaban la deuda al terminar el año, después de la cosecha.
El carnicero llevaba en su carro, realizado en chapa, de forma abovedada, para proteger los productos de la intemperie, todos los cortes colgados al costado, en los ganchos, y algo fino en las cajoneras para los clientes especiales. El serrucho en la ranura de un improvisado mostrador, colocado en la parte trasera, desde donde se despachaba los cortes, la balanza colgada del techo, dos o tres cuchillos con buen filo, algunas chairas…
No había día de tormenta ni aguacero que los detuviera. Tampoco jornada de excesivo calor. Jamás dejaban de cumplir con los clientes. La carne para el almuerzo no debía faltar y el pan diario tampoco. Lo mismo que los productos de almacén. El comerciante era fiel con sus clientes y los clientes fieles a su comerciante y la palabra era ley. (Autor: Julio César Melchior).

El carro del abuelo

El carro del abuelo duerme su sueño de olvido recostado en la tierra mustia del pasado, esperando ser rescatado por la memoria colectiva. Aguarda en silencio revivir las anécdotas que otrora lo tuvieron como protagonista allá lejos en el tiempo, cuando la colonia y el abuelo eran jóvenes y las calles eran de tierra, las casas de adobe, con paja en los techos, y en los patios había una bomba de agua y un Nuschnick en el fondo. También huertas de verduras, gallineros, cerdos y vacas lecheras esperando ser ordeñadas todas las mañanas. Cuando los campos florecían de trigales y los sueños germinaban en la tierra virgen de la pampa argentina. (Autor: Julio César Melchior).

domingo, 22 de septiembre de 2019

Historia del primer día de clase de mi abuelo en la colonia, sin conocer una sola palabra en castellano

José Melchior emigró a la Argentina en 1905, a la edad de ocho años, junto a sus hermanos y sus padres, y se afincó en Pueblo Santa María. Su lugar de origen era la aldea Kamenka, fundada por sus antepasados, a orillas del río Volga, en Rusia. El pequeño José, al igual que sus hermanos en edad escolar, hablaba la lengua materna, el alemán, y el ruso, que había estudiado y aprendido en la escuela, ya que, por aquellos años, la rusificación de los alemanes del Volga, impuesta por los zares, unas décadas antes, para terminar con la libertad que les había concedido Catalina II en su famoso manifiesto, estaba dando sus primeros frutos.
Habiendo resuelto los problemas básicos de encontrar vivienda donde vivir, la que levantaron con sus propias manos, y un trabajo para la supervivencia de la familia, los padres decidieron que los dos hermanos varones más pequeños, debían asistir a la escuela, mientras todos los otros, incluyendo las mujeres, tenían que dedicarse a aportar su trabajo a la manutención de la familia.
Así fue como José terminó asistiendo a su primer día de clase sin conocer una sola palabra de español. Problema que se agravaba porque en la vida cotidiana en la colonia, los habitantes del pueblo solamente hablan en el dialecto de sus antepasados.
Pero José confiaba en sus compañeros de clase porque, amigos habituales de juego, habían prometido ayudarlo si la maestra lo ponía en apuros.
Ese día la maestra contó la vida y obra de don José de San Martín, haciendo especial referencia en su gesta libertadora y en la proeza que llevó a cabo al cruzar los andes.
Luego de una larga disertación en la que muy pocos alumnos comprendieron todos los detalles, llegó el momento en que la docente decidió formular algunas preguntas para corroborar cuán atentos habían estado los niños.
José entró en pánico al verdad cómo la docente apuntaba con un dedo a distintos compañeros de clase y les hacía una pregunta que él no comprendía en absoluto.
Pero su compañero de banco, al percatarse del sufrimiento de su amigo, se apiadó de José y le susurró la respuesta.
La maestra continuó preguntando aquí y allá, eligiendo al azar, hasta que descubrió al alumno nuevo, que la miraba con cara de conocer la respuesta.
La docente, para permitir que el nuevo alumno se luciera y así afianzar su autoestima ante sí mismo y frente a sus compañeros, le preguntó:
-A ver José: quién cruzó los andes?
-José Melchior -respondió el alumno nuevo convencido, a instancias de su compañero de banco, que le estaba preguntando su nombre y apellido. (Autor: Julio César Melchior).

La vida de las niñas y las mujeres en la época de nuestras abuelas

Las niñas pasaban de la infancia a la adultez sin punto intermedio. Mi abuela paterna Ana, a los ocho años, ya tenía que ayudar a su madre a lavar la ropa de toda la familia en enorme fuentones, sacando agua con ayuda de una bomba. Las jornadas de lavado comenzaban ni bien amanecía y duraban varias horas y, la mayoría de las veces, varias mañanas, porque, generalmente, la familia estaba compuesta por más de seis varones, a lo que se le sumaba la ropa de algún familiar soltero, de los abuelos y de los futuros yernos y cuñados. Toda la ropa estaba muy sucia, sucia de tierra y grasa, porque todos los hombres desarrollaban tareas rurales. La ropa era muy difícil de lavar porque solamente se contaba con la ayuda de la tabla de lavar y del jabón casero que se elaboraba en la época de las carneadas. Muchas veces, las manos de las más pequeñas terminaban llenas de ampollas y no pocas veces, en carne viva. Y ni qué decir del sufrimiento que soportaban, tanto las niñas como las madres y las mujeres todas, al tener que lavar bajo la intemperie y el intenso frío de las heladas en invierno y el calor durante el verano. Porque demás está decir que no existían ni lavaderos ni lavaropas ni ningún tipo de comodidades a las cuales estamos acostumbrados en la actualidad.
Se lavaba a la mañana hasta que llegaba la hora de preparar el almuerzo. En ese momento, dependiendo de la cantidad de hijas, las madres decidían quienes continuaban lavando ropa y quienes la seguían a la cocina a colaborar en la preparación del almuerzo.
Mientras esto sucedía, otro grupo de niñas de la casa, también con la salida del sol, recuerda mi abuela materna María, tenía que hacer las camas y limpiar las habitaciones y dejar todo pulcramente ordenado y barrido el piso.
Después del almuerzo, rememora mi abuela paterna Ana, había que lavar los platos, las cacerolas, que siempre eran un montón, porque siempre éramos un número increíble de gente compartiendo la mesa, entre padres, más de diez hijos, mis abuelos y una tía viuda que vivía en casa.
A la tarde, después de la siesta, evoca mi abuela materna María, teníamos que amasar Kreppel para la hora del mate mientras algunas de nosotras empezábamos a bajar la ropa de los tendales y a plancharla con las pesadas planchas a carbón. Las planchas eran más pesadas que nosotras. Además había que agitarlas para que funcionaran bien. Cuántas veces me quemé los dedos y los brazos! -suspira.
Mientras las más pequeñas planchaban, otro grupo tenía que ayudar a regar la quinta. Un trabajo que no solo llevaba horas sino que también estaba compuesto de varias tareas, además de regar, había que trasplantar y carpir. La quinta siempre debía lucir pulcra.
Y al atardecer, otra vez, algunas a la cocina, a preparar la cena, agrega mi abuela paterna Ana.
Y eso no era todo -acota mi abuela materna María. Las niñas, desde muy chicas, también teníamos que remendar la ropa, empezar a aprender a coser, bordar y cocinar. Ya nos iban educando para el matrimonio. La mayoría de mis hermanas y primas se casaron entre los catorce y dieciocho años.
(Para los que conocer más sobre la vida de nuestras abuelas y madres o sobre nuestros antepasados mujeres, les recomiendo leer mi libro "La vida privada de las mujeres alemanas del Volga"). (Autor: Julio César Melchior).

Los sábados eran días de baño

Los sábados eran una preparación para el domingo: se ordenaban los patios, se los barría prolijamente con la escoba confeccionada con ramas de algún árbol, se limpiaba la casa a fondo, y se adobaba la carne para el almuerzo en familia del día siguiente.
Los sábados también era los días del baño y la higiene personal: nadie se salvaba de bañarse en las enormes palanganas llenas de agua calentada en pavas, cacerolas y tarros, en las cocinas a leña.
Los domingos se lucían las mejores ropas para asistir a misa. Ropas que enseguida teníamos que quitarnos al regresar a casa, porque solamente poseíamos una muda nueva, que llamábamos “la ropa del domingo”. (Autor: Julio César Melchior).

viernes, 20 de septiembre de 2019

Más de tres millones y medio de lectores visitaron el blog desde el día su nacimiento

Hace más de veintiséis años que dedico cada día de mi vida a rescatar, conservar, difundir y revalorizar la historia y cultura de los alemanes del Volga. Un objetivo que siempre tuve claro y del que nunca me aparté, pasara lo que pasara. Mis convicciones siempre se mantuvieron firmes y jamás dudé ni claudiqué frente a las adversidades ocasionales que podían presentarse en el arduo camino trazado. Tampoco dudé ni claudiqué cuando éramos unos pocos quijotes solitarios los que luchábamos contra molinos de viento, creyendo en la posibilidad concreta de esta utopía, hoy una tangible realidad, que no era otra que colocar nuestra identidad como pueblo al mismo nivel no solo de conocimiento sino de reconocimiento público que a las demás colectividades que componen el rico entramado social y cultural de la República Argentina. Andando el camino, y ya con experiencia, y varios trabajos de investigación publicados, con enorme repercusión y éxito, cree mi blog Hilando Recuerdos, un sitio digital exclusivamente dedicado a rescatar y difundir la historia y cultura de los alemanes del Volga que ya fue visitado por más de tres millones y medio de visitas de lectores, que a lo largo los años fueron ingresando desde un sinnúmero de países de todo el mundo, transformándolo en un sitio de lectura y consulta obligada no solo para lectores ávidos de conocer nuestra cultura sino historiadores, estudiantes secundarios y universitarios y escritores. Este éxito es el resultado de diez años de trabajo ininterrumpido, sí, diez años ya cumplió mi blog Hilando Recuerdos, dedicados a publicar diariamente una reconstrucción histórica, una historia de vida, tradiciones, costumbres, datos y cientos de detalles más que hacen a nuestra historia como descendientes de alemanes del Volga, basados en el resultado de investigaciones inéditas y de una existencia personal compartida en una comunidad fundada y habitada por descendientes de alemanes del Volga, en la que nací, y en la que todavía el dialecto alemán es de uso frecuente en la vida diaria, tanto familiar como social, y en la que muchas de las costumbres y tradiciones heredadas aún se mantienen vivas y se trabaja para mantenerlas vigentes. Este éxito y esta repercusión me llena de satisfacción y de orgullo, no solamente porque es un premio que los lectores me conceden distinguiendo mi trabajo diario, constante y permanente, por rescatar y mantener viva la historia y cultura de nuestros ancestros, sino también porque la memoria de nuestros antepasados se mantiene vigente, conservando inalterable en el tiempo, nuestra identidad, historia y cultura. Mi profunda gratitud a todos los que hacen posible este éxito y a todos los que me acompañan diariamente brindándome su afecto y cariño.

miércoles, 18 de septiembre de 2019

Abuela se levantaba temprano para hacer todas las tareas domésticas

Abuela se levantaba a las tres de la mañana para hornear el pan familiar en el horno de barro que había construido abuelo detrás de la casa. Preparaba el tradicional Kalach, el pan de los alemanes del Volga que después sus nietos comíamos durante el desayuno untado con manteca y miel.
Concluida la tarea, se aprestaba a lavar la ropa de todos los integrantes de la familia en la enorme palangana de chapa, fabricada por Kunst, el hombre que lo arreglaba todo en la colonia. Lavaba a mano, fregando las prendas en la tabla de lavar, también fabricación local, realizada por José, el carpintero.
Mientras lavaba, comenzaba a preparar el almuerzo. Desde temprano, para que todo estuviera bien cocido. Buscaba las verduras en su huerta, las pelaba, cortaba y picaba. La carne la proveían sus animales domésticos. Los fideos los amasaba ella.
Era poco, casi nada, lo que se compraba en el almacén de don Juan. Apenas la harina y algún ingrediente menor.
A las doce, con el toque de las campanas de la iglesia, llamaba a almorzar. La cocina olía a abuela, a hogar. En el ambiente se respiraba amor. EL mismo amor que surge en mi corazón, al recordarla, al escribir estas líneas y eternizarla en esta remembranza. (Autor: Julio César Melchior).

Mi abuelo añoraba

Mi abuelo añoraba
la aldea lejana,
la nieve en los inviernos
y las frías aguas del Volga.

Extrañaba a sus padres,
las comidas de su madre,
las certezas de su padre,
y la alegría de sus hermanos.

Mi abuelo añoraba
el cielo de antaño,
la tierra de su niñez,
las calles de su aldea.

sábado, 14 de septiembre de 2019

¡Feliz Kerb, Pueblo Santa María!

Durante este fin de semana la comunidad de Pueblo Santa María celebra lo que es, quizás, una de sus fiestas más tradicionales y que en la lengua de los alemanes del Volga, se denomina Kerb. Una fiesta, cuyo origen, se remonta a un pasado muy lejano y que nuestros antepasados llevaron de Alemania a las aldeas que fundaron en el Volga y de allí, trajeron a las colonias que levantaron aquí, en la Argentina.
En el caso de Pueblo Santa María, la celebración de la fiesta comienza cada 8 de septiembre, en que se conmemora la Natividad de María Santísima, patrona de la localidad y a la que fue consagrado el templo. Durante ese día se llevan a cabo diferentes actos litúrgicos, entre ellos una misa y una masiva y colorida procesión por las calles en honor a ella.
Y continúa todo el fin de semana siguiente con el desarrollo de variados eventos sociales, culturales y deportivos, que organizan todas las instituciones de la localidad.
Son días de profunda alegría y mucha felicidad, en que la familia se reúne en torno a la mesa y comparte, además de las comidas típicas y la música tradicional, la fe en Dios y el legado cultural y social heredado de los ancestros. Como viene sucediendo de manera inmemorial a lo largo de la historia del pueblo de los alemanes del Volga.
(Recordemos que Pueblo Santa María es una localidad fundada y habitada por descendientes de alemanes del Volga, ubicada en el Partido de Coronel Suárez, en el sudoeste de la Provincia de Buenos Aires).

miércoles, 11 de septiembre de 2019

Las manos de mi madre

Mi madre tiene las manos
ajadas de tiempo,
años que se han ido
y se han perdido
en la bruma del ayer,
dejando atrás las caricias
que le prodigó a sus niños,
en las largas noches de insomnio
junto a la cuna,
velando el sueño afiebrado
de un hijo que se trocaba en ángel.

Mi madre tiene las manos
ajadas de tanto apretar
el rosario entre sus dedos,
implorando a Dios
durante las noches de infortunio,
cuando las tormentas acechaban
los dorados trigales,
y un cielo aciago
de indómitos truenos,
hecho de granizo y viento,
amenazaba con llevárselo todo.

Mi madre tiene las manos
ajadas de recuerdos,
que la memoria
le susurra al oído,
mientras se mece
junto a la ventana,
viendo pasar las horas
en la risa de sus nietos,
que crecen a su amparo,
como otrora sus hijos,
cuando era joven.
Autor: Julio César Melchior

viernes, 6 de septiembre de 2019

El escritor Julio César Melchior lanza hoy la cuarta edición de su libro "La vida privada de la mujer alemana del Volga"

El primer libro en tratar el tema de la mujer alemana del Volga en toda su complejidad y profundidad, mediante un estudio serio, reflexivo y analítico, sin ningún tipo de tapujos ni medias tintas. Colocando a la mujer en el centro de la historia, en el lugar en el que siempre debió estar. Rescatando su existencia en todos los aspectos y ámbitos que desarrolló su vida, como hija, esposa, madre, pero también como protagonista de todas las tareas laborales que tuvo que desarrollar a la par del hombre y casi siempre, a su servicio, sojuzgada por un férreo y despótico sistema familiar y social basado en el patriarcado y en el fuerte predicamento de la iglesia y la religión, que se inmiscuía en todo, hasta en el aspecto más íntimo y personal de su vida privada.
El libro les da presencia histórica a las mujeres alemanas del Volga, les otorga voz y las reivindica. Y también es un trabajo de investigación y literario jamás realizado sobre este tema.
Una obra que, desde su lanzamiento, fue reconocida en distintos ámbitos académicos y utilizada como material de estudio e investigación en escuelas secundarias, terciarias y universitarias, a nivel nacional e internacional.
El libro "La vida privada de la mujer alemana del Volga", del escritor Julio César Melchior, en su cuarta edición, se lanza hoy, con decenas de ejemplares ya reservados. Lo que lo convierte nuevamente en un gran éxito literario y en un orgullo no solo para el escritor sino para todos los descendientes de alemanes del Volga.

Agradezco mi herencia

Agradezco la lengua que me legaron,
las palabras alemanas,
las canciones de cuna,
el Tros Tros Trillie,
las rítmicas polkas,
en los alegres casamientos.

Agradezco el ejemplo que me legaron,
en las largas horas de trabajo,
haber aprendido que el pan se gana
con el sudor de la frente,
con esfuerzo y sacrificio,
y férreas convicciones.

Agradezco las tradiciones que me legaron,
la fiesta de Kerb con sus procesiones,
la Pascua con su Conejito
y sus huevos de colores,
la Navidad en familia
con el Christkindie y el Pelznickel.

Agradezco ser nieto de inmigrantes
que llegaron de allá lejos, el Volga,
con sus baúles llenos de sueños,
fundando aldeas en la pampa desolada,
sembrando de trigo los campos vírgenes,
y poblando de hijos argentinos el país.
Autor: Julio César Melchior.

miércoles, 4 de septiembre de 2019

4 de Setiembre: Día del Inmigrante

“El Día del inmigrante en la Argentina, se celebra el 4 de septiembre de cada año desde que se lo estableció mediante el Decreto Nº 21.430 del año 1949, siendo presidente Juan Domingo Perón. Se eligió esa fecha para recordar la llegada de los inmigrantes al país en recuerdo de la disposición dictada por el Primer Triunvirato en esa fecha de 1812, que ofreciera “su inmediata protección a los individuos de todas las naciones y a sus familias que deseen fijar su domicilio en el territorio”.

Hoy es un día muy especial para todos los que somos descendientes de inmigrantes, en nuestra caso, inmigrantes de alemanes del Volga, porque le rendimos homenaje a todos esos pioneros de diferentes nacionalidades que vinieron a esta tierra en búsqueda de libertad y trabajo y terminaron construyendo esta patria, esta hermosa patria basada en la solidaridad, el respeto, el trabajo y el compromiso con el bien común.
Todos valores que hoy debemos conservar inalterables, junto con las tradiciones y costumbres que nos legaron, para terminar de forjar la Argentina que ellos soñaron para nosotros y nuestros descendientes.
¡Qué así sea!
¡Honor y gloria a nuestros queridos ancestros!

martes, 3 de septiembre de 2019

La señorita María y los apellidos de sus alumnos

Mi apellido es Melchior. Y el mío Dreser. Y el mío Jacob. Y el mío Gottfriedt. Y el mío Schwerdt. Y el mío Streitenberger. Y el mío Fischer. Y el mío Schmidt -revelan uno a uno los alumnos de la maestra que llegó de la ciudad para impartir clases en la escuela de la colonia.
Y el mío Schwab. Y el mío Graff. Y el mío Schneider. Y el mío Reser. Y el mío Rohwein. Y el mío Suppes. Y el mío Desch -continúan contando los niños mientras la docente los mira desconcertada.
-De dónde provenían estos apellidos tan raros y difíciles de pronunciar? -se pregunta.
Y el mío Sieben. Y el mío Mellinger. Y el mío Strevensky. Y el mío Rau. Y el mío Sauer. Y el mío Walter. Y el mío Heim. Y el mío Kloster.
-Ningún apellido que conozco -reflexiona la maestra. 
Además de los apellidos y de su pronunciación, también le llamaba la atención el escaso conocimiento del castellano que tenían los alumnos.
Y el mío Fritz. Y el mío Holzmann -prosiguen los niños.
-Ni un González o Sánchez -piensa la docente. Apellidos que estaba acostumbrada a escuchar en la ciudad de la que venía.
De esta manera se conocieron la señorita María y los cuarenta y dos alumnos de tercer grado de la colonia. Alumnos que, en la actualidad, más de setenta años después, la rememoran con profundo respeto y cariño. Para ellos, ella siempre fue, hasta el día que murió, la señorita María. La que les enseñó a manejar correctamente en castellano. La que les enseñó, con paciencia y mucho amor, a leer y a escribir. También a sumar, restar y multiplicar.
La señorita María dejó un recuerdo imborrable en el corazón y el alma de sus alumnos. Autor: Julio César Melchior.

lunes, 2 de septiembre de 2019

El día que me fui del Volga

Aquella mañana que marché de la aldea, abracé a mi madre, que lloraba desconsolada. Le dije adiós sabiendo que jamás volvería a verla. Intuí que la Argentina, esa tierra llena de promesas, quedaba demasiado lejos para prometer un regreso.
Le extendí la mano a mi padre, que la tendió temblorosa, mientras una lágrima rodaba, furtiva, por su mejilla.
Mis hermanitos observaban sin entender. Eran demasiado niños todavía para comprender palabras tales como adiós, exilio y desarraigo. Lloraban porque veían llorar y porque sus padres lloraban desconsolados como nunca los habían visto llorar jamás. Percibían la angustia que envolvía el aire y que se ahondó cuando puse en marcha el carro cargado con mis baúles y los caballos comenzaron a caminar, lentamente, camino del adiós.
Volví la cabeza y mi mirada, por última vez, vio la figura de mi padre y las manos de mi madre agitando su pañuelo mojado de llanto; y a mis hermanitos corriendo detrás de mí, despidiéndome. Los vi parados, sumidos en el dolor, empequeñecidos, derrotados por el destino, hasta que el carro se perdió en la distancia y su imagen se trocó en horizonte vacío, en ayer, un ayer a cada trote más lejano, melancólico y añorado. (Autor: Julio César Melchior).