Rescata

WhatsApp: 011-2297 7044. Correo electrónico historiadorjuliomelchior@gmail.com

domingo, 30 de enero de 2022

La inolvidable sonrisa de mamá

Pintura de George Augustus Freezor
Mamá siempre me espera con una sonrisa cuando llego a su casa, mi casa de la infancia. Mamá es bella. Mamá tiene cabello cano. Una carita de niña con algunas arrugas y unos ojos claros hermosos. A mamá le encanta hablar y recordar, por eso siempre me cuenta historias de su vida.
Mamá me cuenta que de niña casi no tuvo infancia, que tuvo que empezar a realizar las labores domésticas desde muy niña, que tuvo que dejar su muñequita de trapo para ponerse a lavar la ropa de toda la familia, mientras su madre traía hijos al mundo, uno tras otro, a la par que trabajaba junto a mi papá en las tareas rurales.
Mamá me cuenta que nunca tuvo abrazos ni mimos ni felicitaciones por haber efectuado bien una tarea. Dice que, lo que recibió, siempre fueron retos y reproches, y más trabajo, que no podían verla sin hacer nada, porque enseguida la llamaban haragana, al igual que a sus hermanos, que eran once.
Mamá me cuenta que de niña la pobreza era grande, que el dinero siempre faltaba, que su madre se las ingeniaba para cocinar con lo que había, que era muy escaso, y que más de una noche se acostaron a dormir con hambre.
Mamá me cuenta que la casaron muy joven, con quince años, que su marido tenía veintitrés años y que, sin embargo, fue feliz, porque su esposo era muy trabajador y que nunca le faltó nada.
Mamá tuvo seis hijos. Está anciana ya. Tiene dieciséis nietos que la miman y la llenan de ternura. Es una abuelita dulce y alegre. Habla y canta en alemán. Tiene muchas amigas. Va a misa. Reza el rosario. Y dice que es inmensamente feliz.

miércoles, 19 de enero de 2022

La cocina a leña de la casa de mi infancia

Fotografía de: muebles.house/cocina/cocina-lena/
 Sobre la cocina a leña hervía el agua con los Kleis. Al lado, en una sartén, se doraban las cebollas con trocitos de pan duro. En el horno se asaba la carne. Todo a la vez y en perfecta armonía. Un conjunto de aromas y sabores que mamá sabía amalgamar correctamente y que después degustaba toda la familia sentada alrededor de la enorme mesa de madera, en la cocina, que quedaba chica.
Papá se sentaba en la punta: presidía la mesa siempre. Rezaba una oración agradeciendo a Dios el plato de comida. Solamente mamá y él tenían permiso para conversar, los hijos debíamos permanecer callados y responder únicamente si se nos consultaba. Y ojo con discutir o pelear durante la comida. Si por descuido u olvido hacíamos eso, papá nos cerraba la boca con la mirada. Ni siquiera mis hermanos mayores tenían autoridad para contradecirlo. Había que bajar la cabeza y obedecer –confiesa.
¡Éramos felices! ¡Qué rica era la comida que preparaba mamá! Los Kleis con la cebolla y los trocitos de pan dorados bañados en mucha crema de leche eran una delicia! ¡Un manjar! La fuente siempre quedaba vacía. Nunca sobraba nada. Mamá se ponía contenta por eso. Cocinar para su marido y sus hijos era su máximo placer.
Después de comer las mujeres ayudaban a mamá a limpiar la mesa y lavar los platos mientras los varones nos íbamos al campo a trabajar con papá.
Para mas recuerdos, vivencias, anécdotas, tradiciones y costumbres no dejen de consultar mis libros “Lo que el tiempo se llevó de los alemanes del Volga”, “La infancia de los alemanes del Volga”, “La vida privada de la mujer alemana del Volga”, “La gastronomía de la mujer alemana del Volga”. Llegan a través de Correo a todo el país. Para mas información comunicarse por mensaje privado o al 011 22977044.

“La gastronomía de los alemanes del Volga”

 Kreppel, Wückel Nudel, Dünne Kuchen, Strudel, Maultasche, Vanerick, Füllsen… y 150 recetas más, en el libro “La gastronomía de los alemanes del Volga”. El libro que rescata las recetas de todas las ricas comidas tradicionales que preparaban nuestras abuelas en las cocinas a leña de antaño. Además de recetas de panes, sopas, quesos, dulces y mucho más. Se puede adquirir desde cualquier lugar del país! No se lo pierda!!!

¿Quién se acuerda de esta canción de cuna que nos cantaba mamá: Schlaf, Kindlein, Schlaf?

 Schlaf, Kindlein, Schlaf es la canción de cuna por antonomasia de los alemanes del Volga. La cantaron las madres en Alemania, en las aldeas en el Volga y en las colonias y aldeas de la Argentina, mientras acunaban al bebé en brazos o dentro de la cuna. La llevaron consigo durante las dos emigraciones. Su origen se pierde en los tiempos, por eso existen varias versiones. También se podría afirmar que existen varias versiones porque antiguamente la transmisión era de manera oral y también porque muchas veces la creatividad de las madres le agregaba o cambiaba la letra.

jueves, 13 de enero de 2022

¿Cómo era la vida diaria de una familia alemana del Volga?

Fotografía de razafolklorica.com
El abuelo había encendido el horno de barro con plantas secas de girasol, maíz, cardo más marlos, chalas, cabezas de girasol, ramas que los niños traían de la vera del arroyo cuando iban a pescar, bosta de vaca, mientras la abuela tenía levando varios panes, dentro de latas de dulce de membrillo ennegrecidas por el uso, y otros tantos Dünnekuche en fuentes fabricadas por el abuelo con retazos de chapas, obtenidos aquí y allá, en los basurales o gracias a la generosidad de los vecinos.
La chimenea del horno de barro despedía humo negro en el amanecer del verano, con los niños alimentando el cerdo encerrado en el chiquero, esperando el tiempo de la carneada, para hacer chorizos y embutidos, en el invierno, ordeñaban la única vaca de la familia que prodigaba la leche que se utilizaba en la casa, regaba y carpían la quinta, donde producían abundante verdura y hortalizas, cuidaban los frutales y limpiaban el gallinero, de donde la familia se aprovisionaba de huevos y de carne de pollo, gansos, patos, pavos y otras variedades más, como algún avestruz, que daba carne y plumas para fabricar plumeros, lo mismo que las plumas de pato servían para hacer suaves y hermosas almohadas.
Otros barrían el patio con una escoba casera, fabricada con rama de los árboles, acacias, eucaliptos. Sobre todo las mujercitas que también se ocupaban de todos los quehaceres de la casa. Hacer las camas, ventilar las habitaciones, barrer prolijamente el piso de tierra de la vivienda de adobe, apisonándolo, afirmándolo, con un poco de agua y un trapo de piso hecho con bolsa de arpillera, lavar la ropa en los grandes fuentones de chapa acarreando agua con los baldes desde la bomba y tenderla, en el tendal que se levantaba al fondo del patio, para que le sol y el viento la secara. Mientras una niña baldeaba la letrina con un líquido popularmente conocido como “fluido” o con lejía. Las paredes se pintaban con carburo que se obtenía juntando los deshechos de las soldaduras que realizaba el herrero y se diluía en agua. Con esta misma preparación se coloreaban las paredes de la casa, afuera de blanco, y dentro se recurría a la fabricación de colores caseros utilizando no sólo la imaginación sino inteligentes estratagemas, como desteñir productos naturales para crear anilina, para después proceder a la decoración generando un símil empapelado.

¿Se acuerdan del Tros, Tros, Trillie que nos cantaba la abuela?

¿Quién se acuerda de esas largas y frías noches de invierno, cuando la abuela nos sentaba sobre su falda y haciendo saltar sus rodillas, imitando el trotar de un potrillito nos cantaba “Tros Tros Trillie/ der Bauer hat ein Fihllien…”, cada vez con más velocidad mientras el potrillito brincaba más y más, y nuestras risas aumentaban y aumentaban hasta llegar a la carcajada… hasta que de pronto, sorpresivamente, y sin previo aviso el potrillito intentaba desmontarnos con un brinco aún más fuerte que los anteriores, asustando nuestra alma de niño y temiendo caer al piso de espaldas…pero eso nunca sucedía, porque ahí siempre estaban los brazos y las tiernas manos salvadoras de la abuela, que nos rescataban a último momento y nos abrazaba riendo?
Pensando e imaginando en qué remotos lugares de la historia, con potreros llenos de pasto de brotes tiernos y agua fresquita, trotarán todos aquellos potrillitos que llenaron nuestra infancia y nuestras largas noches de invierno sentados en la falda de la abuela, llenando la cocina de risas, mientras mamá tejía o bordaba, papá jugaba a las cartas con sus hijos varones y las hijas mujeres también realizaban tareas hogareñas igual que mamá, es que un día decidí comenzar a investigar y reunir material para escribir mi libro “La infancia de los alemanes del Volga”, en memoria de todos esos potrillitos que quedaron allá lejos en el tiempo, en algún lugar hermoso de nuestro recuerdo trotando sin fin, al compás de las piernas de la abuela, esa abuela dulce y tierna que hoy también extrañamos y que, como el potrillito, también rescato en mi libro, al igual que toda la idiosincrasia y vivencias que hacían a nuestra infancia de antaño. Esa infancia simple, clara y transparente, humilde pero honrada, con padres y abuelos trabajadores, con casitas de adobe y techos cubiertos de paja, una chimenea exhalando humo y una aldea o colonia que recién nacía.

martes, 11 de enero de 2022

La quinta edición de su libro “Lo que el tiempo se llevó de los alemanes del Volga” lanza el escritor Julio César Melchior

Continuando con el éxito a nivel nacional e internacional que vienen alcanzando sus obras, el escritor Julio César Melchior lanza hoy la quinta edición de su libro “Lo que el tiempo se llevó de los alemanes del Volga”. Fruto de un largo y paciente trabajo de investigación y recopilación fotográfica de imágenes antiguas, el libro rescata además de historias cotidianas, anécdotas, vivencias, modos de vida, costumbres y tradiciones de los alemanes del Volga de antaño. Es decir trae al presente un pasado que jamás se debió haber perdido porque forma parte de la identidad y la idiosincrasia no solamente de un pueblo sino de una colectividad, un conjunto de descendientes de inmigrantes que un día dejaron sus aldeas allá lejos, en el Volga, su terruño natal.

El libro está dividido en dos partes bien definidas. En la primera reconstruye el espíritu de aquellos pioneros que llegaron a estas tierras para forjar su destino y construir una patria nueva. Hace hincapié en la niñez, adolescencia, adultez y en los rasgos y actitudes que definían la vida cotidiana y social de una época que hoy es historia. Mientas que en la segunda rescata y reconstruye, mediante fotografías antiguas y relatos, la forma y los modos de antiguas tradiciones y costumbres que identifican al pueblo de los alemanes del Volga.
Un libro que en sus cuatro ediciones agotadas ha llegado a cada rincón del planeta para hoy estar nuevamente a la venta en su quinta edición con un centenar de ejemplares ya reservados. El escritor continua en su trabajo de rescatar, revalorizar y difundir la historia de sus raíces, la cultura a la cual pertenece y se siente orgulloso y de las costumbres y tradiciones de un pueblo que se fueron perdiendo pero que, gracias al trabajo en conjunto entre el escritor y los lectores, vuelven a ponerse en vigencia para ser legadas a las generaciones venideras.

Lo que el tiempo se llevó de los alemanes del Volga

El libro “Lo que el tiempo se llevó de los alemanes del Volga” es la columna vertebral de todo descendiente alemán del Volga que sienta curiosidad por sus raíces, por sus ancestros, por conocer de dónde proviene, cuál es su origen y como es la cultura a la cual pertenece. Para poder hacer sólida su ascendencia, para poder conocerse y conocer las costumbres que trajeron los que decidieron partir de Alemania, que mantuvieron por siglos aun estando en tierras rusas y que no abandonaron al llegar a la Argentina. Las tradiciones que identifican, que diferencian, que hacen único a este pueblo tan arraigado a ellas. Para no dejar que la identidad se pierda, se devalúe o se desconozca, el libro “Lo que el tiempo se llevó de los alemanes del Volga” no puede faltar en el hogar de cada descendiente, incluso no puede faltar en la biblioteca de los amantes de la historia, ya que el libro contiene material sumamente valioso, colmado de costumbres y tradiciones que el escritor ha vivido en sus años de infancia y juventud y que se fueron con las ancianos de las aldeas y que ya casi nadie recuerda. Un tesoro en papel, invaluable para los alemanes del Volga que crecieron lejos de su tierra y que no pudieron mamar la vida dentro de una colonia alemana del Volga.
Para más información escribir al WhatsApp: 011-22977044 o al correo electrónico: juliomelchior@hotmail.com.

sábado, 8 de enero de 2022

Una de las tantas tareas que realizaban las mujeres en verano

Fotografía de us.yunasdestiny.net
 Cuenta mi madre que mi abuela y sus cinco hijas se sentaban alrededor de la mesa a pelar y quitarles el carozo a baldes y baldes de ciruelas, que cosechaban de los frutales que tenían en el fondo del patio. Lo hacían generalmente bien temprano a la mañana, con el fresco del amanecer. Y también para que no hubiera tantas moscas molestando su quehacer. A esa hora de la mañana la casa, que era de adobe, estaba fresca. Las cortinas se mantenían cerradas para que no hubiera tanta luz y el ambiente se mantuviera fresco.
Pelaban las ciruelas, les quitaban el carozo, y las arrojaban dentro de una enorme fuente. Cuando estas se llenaban, abuela la tomaba y se dirigía a la bomba para lavar las ciruelas ya peladas y descarozadas. Después regresaba a la cocina y las arrojaba dentro de una enorme cacerola con agua que estaba sobre la cocina a leña. En esa enorme cacerola se cocinaban kilos y kilos de dulce de ciruela. Tarea que llevaba sus horas y sus días. Porque no solamente se elaboraba dulce de ciruela sino también de higos, duraznos, manzanas, peras, tomates, zapallo.
Una vez cocinada y fría la preparación se trasvasaba a frascos de todos los colores y especies, que abuela y los niños lograban reunir a lo largo del año. Pidiendo aquí y allá a vecinos, familiares y amigos. De más está decir, que el que colaboraba con frascos recibía uno lleno para probar el dulce cocinado en la ocasión.
Finalizado este proceso, los frascos eran sellados y estibados en un lugar fresco y seco, generalmente un sótano o en el Schepie. Bajo el estricto control de la abuela, que mantenía un justo equilibrio y decidía cuando abrir uno, los dulces duraban hasta la cosecha del año siguiente y a veces más allá.
La vida secreta, oculta, imperceptible de las mujeres alemanas del Volga cobra vida en las páginas del libro "La vida privada de la mujer alemana del Volga" y todas las recetas, comidas, postres, dulces, conservas, panes, bebidas y demás elaboraciones conservadas por siglos de generación en generación ahora recopiladas en un libro único "La gastronomía de los alemanes del Volga". Para más información escribir a WhatsApp: 011-22977044. Correo electrónico juliomelchior@hotmail.com.

miércoles, 5 de enero de 2022

Se cumple un nuevo aniversario de la fundación de Colonia Hinojo, la colonia madre de los alemanes del Volga

 Un 5 de enero pero de 1878 se fundaba Colonia Hinojo, en el partido de Olavarría, provincia de Buenos Aires, el primer asentamiento alemán del Volga en la República Argentina. Los fundadores habían nacido en la aldea Kamenka. Traían consigo su lengua, su arquitectura, sus costumbres, sus tradiciones y su idiosincrasia. Un legado cultural que conservan con orgullo sus descendientes. La colonia madre fue fundada, entre otros, por Andrés Fischer, Jorge Fischer, José Kissler, Miguel Kissler, Andrés Kissler, Pedro Pollak, José Simon, Juan Schamber, Jacobo Schwindt y Leonardo Schwindt, acompañados por sus esposas e hijos.

Todavía se conservan algunos testimonios de esas primeras épocas, como por ejemplo un breve manuscrito que el Schulmeister José Gottfried encontró en la iglesia local. Se lee allí que: "Duros fueron los primeros tiempos, nos decían nuestros abuelos (...) primero el idioma (...) los pajonales (sic), no se divisaba más que unos metros y el poco tiempo transcurrido de la conquista de (sic) desierto siempre quedaban algunos indios los hombres (que) tenían que (ir) a sus chacras a trabajar (ilegible. Quizá: "les temían").
Con mejor sintaxis pero con datos parecidos, informa a su vez esta otra reseña: “Llegaron hasta un lugar llamado San Jacinto. Lo único que respondía a ese nombre eran los pajonales, donde los patriarcas permanecieron unos dos años, debiendo organizar continuamente guardias, armados con implementos antediluvianos para defenderse de los malones indios."
De cualquier forma, los rastros de esta primera fundación prácticamente se han perdido.
“A raíz de algunos conflictos suscitados con otro grupo de colonos, en este caso franceses establecidos en la zona acogida por la misma ley de colonización, los alemanes solicitaron y obtuvieron el permiso para trasladarse a un kilómetro de distancia”, escribe Olga Weyne.
Acordado este permiso, desmontaron todas las viviendas para trasladarlas al nuevo destino, al cual llegaron pocos días después nuevos emigrantes del Volga en cantidad bastante apreciable.
Así quedó fijado el lugar definitivo de colonia Hinojo.
Como las familias estaban formadas por personas todavía jóvenes y los hijos eran numerosos, tanto los hombres como las mujeres, al principio, tuvieron que realizar tareas sumamente agobiadoras, no sólo en la casa sino también en el campo. Uno de los más jóvenes principiantes, el primer año, contra viento y marea pudo sembrar de cuatro a cinco hectáreas; el segundo año anduvo mejor y llegó a las 14 hectáreas.
Después de fundarse la colonia de Hinojo, se desplazó otra corriente inmigratoria desde el Volga y unas veinte familias fundaron la colonia Nievas, llamada también Holtzen. El cielo los favoreció y, obteniendo buenas cosechas en los años siguientes, pudieron acomodarse bien. La producción abundante de la hacienda sumó nuevos ingresos, que fortalecieron la economía que ya tomaba bases sólidas.
Estas circunstancias estimularon su progreso y dos años más tarde se fundó colonia San Miguel.
Los colonos orientaron sus actividades hacia las dos ramas fundamentales del campo: agricultura y ganadería. Las chacras de las tres colonias contaban con pasto muy bueno para la hacienda. Ese fue un factor de peso para que algunos se consagraran con preferencia a lo último, por lo cual podía observarse chacras que contaban hasta con mil y dos mil cabezas de animales, entre vacunos, lanares y equinos.

Nuestra gente, unsere Leute, los alemanes del Volga

Fotografía de canalc.com.ar
Mis libros hablan de sueños cumplidos, de ilusiones que se hicieron realidad, de proyectos que se concretaron, de familias que creyeron en su destino y lograron todo lo que se propusieron, de abuelos inmigrantes que cruzaron el mar para fundar nuevas colonias o aldeas, levantaron casas de adobe, en el medio de la más absoluta soledad. Hablan de familias que llegaron hermanadas de aldeas lejanas, de allá el Volga, que hablaban un idioma común, compartían sus costumbres y tradiciones y profesaban una inquebrantable fe en Dios, y tenían una moral y una ética a las que jamás renunciaron. Mis libros hablan de hombres que tenían palabra, que tenían honor, que sabían lo que querían de la vida. De personas, hombres y mujeres, que honraban la vida, que luchaban codo a codo, no solamente para progresar y crecer sino para tener hijos, criarlos, educarlos y formarlos como personas de bien. Mis libros hablan de nuestros ancestros, de la cultura que nos dejaron, de todo los que nos legaron, de todo aquello que un día casi perdimos, de todo lo que tenemos que rescatar, conservar y cuidar. Mis libros le hablan a las generaciones presentes y a las futuras. Mis libros son la voz de mi pueblo, nuestro pueblo, tu pueblo. El pueblo que nunca debemos dejar de ser. El pueblo de las comidas suculentas, originales, hechas a base de harina e ingredientes para soportar profundos fríos. El pueblo de las casas típicas a dos aguas, con sus largas galerías, sus cocinas a leña y su horno de barro. El pueblo que pese a tantos años transcurridos, desde el día que se alejó de su tierra natal todavía conserva viva la memoria de sus orígenes. Por eso los invito a leerlos. Porque en ellos late el corazón de mi gente. Nuestra gente. Unser leute. Los títulos de mis libros son: “La gastronomía de los alemanes del Volga”, “La infancia de los alemanes del Volga” y “La vida privada de la mujer alemana del Volga”.
 (Para más información escribir a WhatsApp: 011-22977044. Correo electrónico juliomelchior@hotmail.com).

sábado, 1 de enero de 2022

Wünsche gehen: una antigua tradición de Año Nuevo de los alemanes del Volga

 “Cuando éramos niños, el día de Año Nuevo era para nosotros una jornada de fiesta. Salíamos a visitar a toda la parentela vor wünsche. Entrábamos en todas las casas para desear un feliz comienzo de año a todos los integrantes de cada familia, y ellos, a cambio, nos obsequiaban caramelos y masitas. Para los niños humildes de la colonia era, quizás, la única fecha del año en que recibían una golosina. Por eso no dejábamos de visitar ningún pariente ni amigo. Con cada regalo armábamos un paquetito que llamábamos Pindllie: poníamos las golosinas en el centro de un pañuelo y uníamos sus cuatro puntas mediante un nudo”.

Wünsche gehen und gross neusjahr

El primer día del año los niños se levantaban bien temprano a la mañana, casi con el amanecer, para saludar a sus padres deseándoles feliz año nuevo, recitando un poema varias veces centenario y de autor desconocido, que dice así: Vater und Mutter ich wünsche euch glückseeliges neusjahr, langes leben und Gesundkeit; frieden und einigkeit und nach eren Tod die ewige klückseeligkeit”. “Das wüsnsche mir dir auch”, respondían mama y papá mientras les obsequiaban golosinas.
Cumplido este ritual, los pequeños salían a visitar a parientes y amigos para también desearles la felicidad en el año nuevo que comenzaba. Pero esta ocasión el poema era otro: glück und segen / auf allen Wgen! / Frieden im Haus / jahrein, jahraus! / In gesunden und kranken Tagen / kraft genung, Freud und Leid tragen! / Stets im Kasten ein stücklein Brot, / das geb’ uns gott!
Al finalizar la jornada todos los niños de la colonia, sobre todo los más humildes, se sentían dichosos con la enorme cantidad de golosinas que lograban reunir tras una larga jornada de “trabajo”, visitando tíos, abuelos y demás parientes.
La tradición se completaba el Día de Reyes con el gross naeusjahr (Año Nuevo Grande), cuando los que salían a expresar sus augurios de felicidad en el año que se iniciaba eran las personas mayores. Pero estos, en lugar de ser recibidos con golosinas, eran agasajados con sendas copitas de licor. Por lo que a medida que avanzaba la jornada y la visita de las casas se repetía una tras otra, con parientes y amigos, y con ellas, una tras otra las copitas de licor, la borrachera comenzaba a surgir, y con ella los cánticos satíricos. (Julio César Melchior).

Para conservar, difundir y legar nuestra cultura no deje de leer mis libros "La infancia de los alemanes del Volga", "La vida privada de la mujer alemana del Volga" y "La gastronomía de los alemanes del Volga". Para más información comunicarse por privado o al 01122977044. O al correo electrónico juliomelchior@hotmail.com.