Rescata

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viernes, 12 de junio de 2020

Grandes y tradicionales almuerzos familiares en la casa de la abuela

Era domingo y en la casa de la abuela olía muy rico en la cocina, un aroma a condimentos inundaba el ambiente. Aromas que, seguramente, tenían su origen en las enormes fuentes de carne y papa adobada que estaban sobre la mesa, esperando ser introducidas en la cocina a leña y, transformarse, junto con el Füllsen, en el almuerzo de ese día.
Las nietas, Florencia y Ana, ingresaron a la casa saludando a sus tíos, con sus respectivas esposas y sus hijos. Los hombres las recibieron sentados alrededor de la mesa, saboreando una picada de chorizo casero, jamón, maníes y queso, mientras las mujeres ayudaban a la abuela, en los quehaceres domésticos, que eran muchos, ya que había que terminar de preparar los últimos detalles para un almuerzo para casi treinta personas.
Todos conversaban con todos. En voz alta. Casi gritándose de una punta a la otra de la mesa. El abuelo enseguida les acercó una silla y les cortó un pedazo de chorizo casero a cada una. Les sirvió un vasito de guindado, para que lo probaran. Era de su última cosecha. Estaba orgulloso de ella. No dejaba de repetir que "jamás me salió tan rico como este año".
Abuela les acercó unas masitas de vainilla, que había horneado el día anterior, porque sabía que les gustaban mucho a las dos. Florencia y Ana, no supieron que probar primero. La abuela y el abuelo, las observaban expectantes, esperando su veredicto.
Florencia probó el chorizo, en tanto que Ana las vainillas. No querían que los abuelos se pusieran celosos.
La conversación continuó. El abuelo comenzó a recordar tiempos de su juventud. Los hijos a rememorar travesuras que habían enojado mucho al abuelo. Como el día en que le robaron un atado de cigarrillos y lo fumaron, escondidos en el galpón, que estaba lleno de fardos de alfalfa.
-Cómo no me voy a enojar si Juanito recién tenía siete años y además podían haber desencadenado un incendio -argumentó el abuelo.
-La paliza que nos diste, viejo. Me acuerdo que te sacaste el cinto y nos diste de lo lindo a los cuatro -reprochó riendo Ernesto.
-Imaginate si esos fardos se prendían fuego. Había más de cien fardos para el invierno ahí. Qué le decía al patrón si todo eso se quemaba por culpa de una travesura de mis hijos?" -preguntó el abuelo.
Las nietas escuchaban con atención. Florencia sacó su anotador y comenzó a registrar todo.
-Qué hacés, Florencia? No vale anotar. No queremos aparecer en Crónica TV -bromeó uno de los tíos.
-Es para un trabajo de la escuela -explicó Ana.
El abuelo se quedó en silencio. Era muy desconfiado. No le gustaba andar ventilando su pasado por ahí. En eso se parecía a su padre, que se murió sin contar nada de su infancia. Y eso que le preguntó varias veces si se acordaba algo de su aldea, que dejó allá en el Volga. Pero nunca contó nada. Siempre se quedaba en silencio.
-Las tristezas hay que dejarlas atrás -repetía si uno insistía mucho. Y se iba a caminar.
-Contale la que se mandó el papá de Florencia con el vecino de al lado? Lindo lío armó tu viejo! -río Luis.
-Noooo! Qué va a pensar mi hija de mí! -clamó el padre de Florencia.
-Pobre don Ignacio -suspiró el abuelo.
-Qué pobre don Ignacio ni que ocho cuartos -se quejó Luis. Un viejo hincha que nunca nos dejaba en paz.
-Es verdad! -agregó la abuela. Se quejaba por todo. Mis hijos no podían hacer nada. Vivía quejándose.
-Es que tus hijos eran unos diablillos bárbaros -le espetó a la abuela el abuelo.
-Qué diablillos ni que ocho cuartos. Se quejaba porque gritábamos mucho. Porque jugábamos a las bolitas en su veredas y encima nunca nos devolvía las pelotas que sin querer, pateábamos a su patio.
-Hasta que un día, tu papá se cansó, Florencia.
-Una noche de invierno le desapareció la bomba de agua al vecino. Se levantó y la bomba ya no estaba. Llamó a la policía. Armó un lío bárbaro. Tanto que un montón de gente se juntó en su casa. Dijo que iba a meter preso al ladrón que había osado entrar a su casa y robarle. Gritaba furioso. Dijo que iba a denunciar a todos los vecinos. Que todos teníamos que ir al destacamento a declarar. Que todos íbamos a saber quién era él. Papá tenía un susto bárbaro.
-Y qué pasó? Descubrieron quién la había robado? -preguntó Florencia.
-No pasó nada -siguió contando Luis. El viejo era puro grito. Nada más. Qué poder iba a tener. Después de lo que pasó y se supo quién había robado la bomba, se le cayó la cara de vergüenza. Se sintió burlado. Terminó siendo el comentario de la colonia. Después me dio pena, pobre viejo.
-Pero qué es lo que había pasado? -insistió Florencia.
-¿Querés saber eh? ¿Te intriga no? Ahora te cuento. El robo fue un martes. El sábado a la mañana, día en que mamá lavaba las habitaciones de la casa, encontró la bomba debajo de la cama de tu papá. Sí, Florencia! Tu papá había desarmado la bomba del vecino y se la llevó a casa, para darle un escarmiento. Sólo que después no supo dónde meterla. Y no tuvo mejor idea que esconderla debajo de la cama. Te podés imaginar la que se armó cuando se enteró tu abuelo. Casi lo mata de tantos cintazos que le dio. Y encima tuvieron que ir a devolver la bomba y pedir disculpas. Al abuelo se le caía la cara de vergüenza y tu papá se moría de miedo. Tenía terror de que lo llevaran preso. Se armó un lío bárbaro. Pero todo se calmó enseguida. Porque ni bien se enteró la gente de la colonia, nadie lo pudo creer. Un niño se había burlado del vecino y de la policía de una manera increíble. Justo de él, de don Ignacio, que siempre decía tener tanto poder y ser tan inteligente. Nunca más nos molestó.
-Pobre Ignacio -repitió el abuelo.
Florencia anotaba. Registraba todo.
-Hablando de recuerdos de infancia y del pasado de la colonia, yo traje algo para mostrar -comentó Ana mientras sacaba cuatro libros de su mochila. Los títulos eran: "La gastronomía de los alemanes del Volga", "La infancia de los alemanes del Volga", "Lo que el tiempo se llevó de los alemanes del Volga" y "La vida privada de la mujer alemana del Volga", del escritor Julio César Melchior. Y los comenzó a pasar a sus abuelos y tíos.
-Mirá! El Tros, Tros, Trillie! -gritó una de las nueras, hojeando uno de los libros. También está el Pelznickel! Si le habré tenido miedo al Pelznickel. Una Navidad se quiso llevar a mi hermano porque dijo que me había portado mal durante el año.
-Mirá, la vida de las mujeres -comentó otra de las nueras, pasando las hojas de otro libro. Todo lo que dice acá, me hace acordar a mi abuela, que se casó a los dieciséis y tuvo nueve hijos. Hacía todos los trabajos de la casa y el campo. También me recuerda a mi mamá. Acá cuenta cómo eran educadas las mujeres. Y cómo vivían.
-Cuántos recuerdos -suspiró Luis mirando el libro de recetas. Los Wickel Nudel, los Maultasche, los Kleis… cuántas recetas de comidas que comíamos cuando éramos chicos y estábamos todos juntos. Qué linda época!
El abuelo, emocionado, se retiró a la habitación y regresó con su acordeón.
Mientras todos conversaban con todos, comenzó a tocar una polka. (Autor: Julio César Melchior).

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