Rescata

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sábado, 7 de noviembre de 2020

La solitaria casita de adobe

La casita de adobe, con su piso de tierra, su ventanitas pequeñas, su puerta baja, en la que el abuelo siempre tenía que agacharse para ingresar, la antigua cocina a leña, unas pocas repisas clavadas en la pared, con dos o tres cacerolas y sartenes, unos platos de latón, alguna que otra jarra, el balde de agua para la noche, un cesto lleno de bosta de vaca, en reemplazo de leña, que era escasa y cara, una habitación para el matrimonio y cinco hijos, una cama matrimonial, otra cama de una plaza, en la que dormían dos niños y los demás en el piso, un ropero construido con maderas descartadas, halladas aquí y allá, poca ropa, una muda para trabajar y otra para los domingos, para asistir a misa.
Cerca de la casita de adobe, una bomba de agua, una pileta herrumbrada, un fuentón de chapa, una tabla de lavar la ropa, un pan de jabón casero, más allá el tendal de alambre, el gallinero, la huerta, los frutales y el chiquero.
Al fondo del patio, una vaca lechera, mansa, pastando tranquila, con su ternero. Un par de perros durmiendo bajo la sombra de una higuera. Mientras el sol amanecía en el horizonte, detrás de unas nubes, y una bandada de pájaros cruzando el cielo.
Las campanas de la iglesia de la colonia tocando a rezar en Ángelus. Las colonias comenzaban su tarea rural diaria, partiendo a los campos, con sus carros y enseres. Mujeres y niños los acompañan. Todos trabajan. Todos aportan lo suyo para que la familia tenga una vida digna, humilde, es cierto, pero nunca pobre.
Y así transcurren los días de los colonos y de la colonia.
El tiempo va pasando, lento pero inexorable, los hijos del matrimonio, uno a uno, se van casando y partiendo a otras localidades, donde hay más oportunidades de trabajo y progreso.
Los padres van quedando solos, siempre viviendo en la misma casita de adobe que, al igual que ellos, van envejeciendo. EL dueño de casa ya no tiene las mismas energías de antes para mantenerla en condiciones ni la esposa para pintarla con cal. Y así envejecen juntos, la casita de adobe y el matrimonio.
Hasta que un día el marido muere y a los seis meses, la esposa también. El marido de un infarto y la esposa, de soledad y tristeza. Y los hijos regresan al velorio, a llorar y sepultar a sus padres, a cerrar la casita de adobe con llave y un candado y jamás regresar. (Autor: Julio César Melchior). (Más historias como esta en mi libro “Lo que el tiempo se llevó de los alemanes del Volga”). Consultar en Librería Lázaro, Coronel Suárez, o al whatshapp 011 2297-7044. También en el barrio de Belgrano, en CABA, o a juliomelchior@hotmail.com. Se envía a todo el país.

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