Sean esta imagen, este relato y este recuerdo, un sentido y profundo homenaje a la memoria de don Valentín Minig, que le rinde Periódico Cultural Hilando recuerdos. |
Con este relato queremos rendirle homenaje al
inolvidable Valentín Minig, un ser humano entrañable y querido amigo de todos, que
se transformó en leyenda y parte de la historia de los pueblos alemanes. Para
vos, Valentín, que seguramente estás en algún lugar del cielo…
La universidad de la vida lo matriculó de filósofo y la sociedad de
loco. Alcanzó su doctorado en metafísica y teología cristiana durante sus
cursos de catequesis cursados en la Escuela Parroquial
Santa María, cuando aún estaba en sus cabales. Completó la formación de su ser
interior, con el estudio de psicología y sociología, practicando la observación
y contemplación, mientras trabajaba desarrollando tareas rurales durante su
juventud.
En la adultez la iluminación divina lo consagró como predicador de la Orden de los Mendicantes.
Desde ese instante trascendental se convirtió en personaje. Durante las cuatro
estaciones caminó la colonia calzando botas de cuero, vistiendo dos trajes,
varios pulóveres, una bufanda anudada al cuello y una gorra visera sobre su
cabeza. Mendigaba para comer y predicaba su filosofía. Decía que el progreso
era cosa del Diablo. Sostenía que “cuando yo era niño no existían estos postes
ni estos cables de alumbrado eléctrico. ¡Los puso el Diablo!”.
Andando el tiempo los hijos de la comunidad de Pueblo Santa María lo
vieron predicar en las esquinas, deambular bajo la lluvia, comiendo un trozo de
pan sentado en el portal de la puerta de alguna casa abandonada; bebiendo vino
en casamientos donde ingresaba como invitado permanente. El vino le bendecía el
alma y le embriagaba el cuerpo. Pastor de ovejas descarriadas, orador de
profecías apocalípticas, anunciaba el fin del mundo con palabras de Jesús de
Nazaret. “No quedara piedra sobre piedra”. Terminaba sus noches de sábado
durmiendo la nona en algún rincón de la calle exorcizando una pena de amor que según cuentan los
vecinos supervivientes lo llevó a ser quien fue.
Su hogar era una humilde vivienda, su refugio los bares y su
consuelo la generosidad de la gente que le daba de comer a cambio de realizar
una changa. Trabajaba lo justo para vivir. No necesitaba nada. Era él y su ser
interior. Él y su fe. Él y su religión. Él y su locura. Caminante sin camino,
hizo huella en la historia. Abrió el
sendero de su propia inmortalidad efectuando un solo milagro: ser quien fue,
sin importar el que dirán. Fue orador brillante de párrafos inconexos que
sobreviven en la memoria colectiva de su pueblo. Como Jesús, Buda o Mahoma,
creó su propia religión. Llena de paz y amor. Lástima que no dejó seguidores.
Cuando
falleció, el 13 de febrero de 1995, las calles quedaron vacías. Ya no hay
filosofía ni teología que escuchar; ya no hay profecías que temer; ya no hay mendigo
de la Orden de
los Mendicantes en Pueblo Santa María... sólo queda el recuerdo del personaje y
el nacimiento de la leyenda.