Filomena Walter mira sus manos, el rosario de perlas
negras que tiene entre ellas, acaricia el crucifijo, suspira, levanta los ojos,
nos inunda el alma con su mirada profundamente celeste, mientras habla en un
murmullo quedo, suave y embebido en lágrimas, que comienzan a caer, a rodar por
sus mejillas, abriendo un caudal de recuerdos, un río de imágenes color sepia,
que reconstruyen un universo que ya no existe, un mundo
cotidiano de palabras alemanas, de costumbres y tradiciones ancestrales, de
seres que se marcharon, de trabajo, esfuerzo, coraje y una inconmensurable fe
en Dios.
Está
sentada junto a la cocina a leña. Luce un vestido negro y un delantal gris. El
cabello canoso recogido bajo un pañuelo. El rostro cincelado por el transcurso
de los años, los avatares del destino y las duras labores diarias.
La
cocina tiene piso de tierra, paredes de adobe pintadas con cal. Un cuadro con
la imagen del Sagrado Corazón de Jesús. Una alacena antigua construida por su
marido, llena de utensilios añejos y gastados de tanto elaborar sabrosos platos
tradicionales. Una mesa larga, de madera, un banco contra la pared, seis sillas
con almohadones tejidos a crochet con lana de varios colores. Una cocina a
leña. Una palangana blanca. Una jarra con agua limpia. Una toalla. Un espejo.
Una cola de caballo con varios peines insertos en su pelo. Un almanaque. Y
alguna que otra cosita más. No mucho. Todo es sobriedad. Se respira dignidad.
Se vive sin lujos. Sin aparentar ni querer demostrar nada. Se es lo que se es.
Sencillamente eso.
Autor: Julio César Melchior
Qué hermoso, Julio,...
ResponderEliminarMuchas gracias, Sheena!!! Valoro mucho tu comentario!!!
EliminarMuy buena descripción, me trasladé y recorrí el sitio con la lectura de su texto. Gracias!
ResponderEliminarLa cocina de mi abuela en la Mattegass y todas las que visitaba de chica.
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