Nuestros
abuelos vivían en comunidad. Sabían compartir y ser solidarios. Respetaban al
prójimo. Le daban valor y sentido a un compromiso asumido: la palabra empeñada
tenía fuerza de ley. Jamás renunciaban a un proyecto y nunca bajaban los
brazos. Siempre apostaban al futuro y siempre luchaban por vencer los
obstáculos que se presentaban en el camino. Eran fuertes porque creían en sí
mismos y en sus convicciones. Porque poseían identidad: sabían quiénes eran y
hacia dónde iban.
Nuestros
abuelos deben ser nuestros ejemplos en este momento crucial de la historia.
Debemos tomar y levantar sus banderas de trabajo, coraje, fe y tesón, basados
en la virtud, en el bien común y en el bienestar de cada uno y de todos.
Debemos
luchar para conversar sus tradiciones, costumbres, en suma, su cultura, para
mantener viva nuestra identidad y no terminar perdiéndonos en la nada anodina
de la masa.
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