Por Horacio Agustín Walter
Revisando
viejos papeles de inmigrantes del Wolga encontré unos manuscritos de
dificultosa escritura, que más o menos decían lo que a continuación voy a
transcribir. Parecía algo trivial, pero al terminar su lectura advertí que era
una historia especial y que como tal, resultaba importante darla a conocer.
...Hacía mucho frío y los días que se acercaban a la Navidad del año 1764 eran
cada vez más desapacibles. El ambiente de la caravana no era precisamente de
alegría. La larga travesía había comenzado meses atrás desde algunas aldeas de
los principados de Alemania. Día a día, el viaje se hacía intolerable y exigía
mayor esfuerzo a los colonos, a medida que se acercaban a las tierras heladas
de las orillas del Wolga, que el gobierno de la Zarina Catalina les había
prometido.
Los
conductores de la caravana y de los carros, que llevaban a sus familias a un
destino que creían mejor, no sólo sentían el frío. Sufrían la tristeza del
largo alejamiento de sus familias alemanas. Sentían la depresión de no poder
regresar porque la distancia recorrida era demasiado larga para volver atrás.
Sentían la desconfianza frente a lo que se proponía como promesa. La
desesperanza de que las cosas serían tales como se lo habían ofrecido. Sobre
todas las cosas, el hambre.
Y
con el hambre un dolor más profundo: era el color amoratado de las mejillas de
sus hijos, sus pequeñas manos lastimadas por el frío y los gemidos fuertes y
enternecedores que en los últimos días habían comenzado a emitir. Su
significado resultaba incomprensible, aunque percibían claramente su sentido:
deseaban comer.
El
pan que quedaba, tan duro como la tierra helada que pisaban, ya no los
conformaba fácilmente.
La
larga travesía había disminuido significativamente tanto sus fuerzas como sus
provisiones. Algunos carros debieron ser dejados a orillas del camino por las
roturas de sus ruedas o por la falta de bueyes o caballos. Al abandonarlos, se
dejaban utensilios cotidianos y muchas provisiones.
Fue
en la noche de Navidad.
La
luna brillaba tan espléndida, como el gélido frío que obligaba a los cuerpos a
acercarse unos a otros para darse recíprocamente un poco de calor. Unas madres,
(no se leen bien los nombres en los viejos papeles), pero podrían ser Susana,
Catalina, Marcelina, o tal vez María, en una de esas detenciones, produjeron el
milagro.
Juntaron
todo el pan duro que encontraron, lo embebieron con la leche fresca que los
lugareños le acercaban y comenzaron a cocinarlo en los hornillos de hierro.
Cuando creían que la cocción estaba a punto, la endulzaban con azúcar
acaramelada que sus niños no se negarían a gustarla.
Luego
iniciaron la ronda de distribución: en primer lugar a los niños, luego a los
abuelos. Repartiendo algo a cada uno, alimentaron toda la caravana.
Y
nuevamente volvieron a escucharse a lo largo de la larga fila de carros, las
mismas expresiones de parte de los niños, pero en esta oportunidad las palabras
fueron más suaves a los oídos y su significado fue fácil de comprender: Estaban
seguros que expresaban la alegría y la gratitud. Se habría producido un nuevo
nacimiento.
La
caravana siguió su camino y llegaron a destino. No importa cómo se desarrolló
su historia, pero una suave y dulce música los acompañó hasta el Wolga”.
No
se han encontrado nuevos documentos sobre estos hechos, pero esa melodía fue
reproducida de abuelos a nietos, de padres a hijos, de boca en boca: ¡fülsen¡
¡fülsen¡ fueron las expresiones escuchadas. Repetidas a lo largo de muchos años
y hasta nuestros días, bautizaron a esa simple y milagrosa comida, nacida en
aquella helada Navidad del Volga.
El
pan duro, la leche y el azúcar, produjeron el milagro inicial. Luego se
incorporaron nuevos elementos, surgidos del trabajo y de la producción de su
estadía en las colonias rusas del Volga, como la crema, las pasas de uva, y
algún sorbo de licor. En algunas oportunidades se agregaban trozos de nueces,
en otras, almendras o avellanas para resaltar el suave gusto del pan con leche.
Pero el ingrediente principal nunca fue cambiado: la
ternura de esas madres (que jamás supimos sus nombres) y que nos dejaron un
mensaje de amor en el aroma caliente y perfumado del fülsen, que hoy – en
nuestros hogares - todos saboreamos.
Blog de Hilando Recuerdos - Julio César Melchior
SI LA ABUELA SUSANA ,LO HACIA Y LE QUEDABA CROCANTE LO PONIA EN EL HORNO DE LA COCINA DE LEÑA QUE RICO ,
ResponderEliminarComo decía Napoleón: La necesidad agudiza el ingenio. Raza orgullosa de sus logros (sin subsidios del Estado). Toda mi admiración a gente tan valiente y trabajadora.
ResponderEliminar¿Sin subsidios del Estado? Convendria leer bien la historia.
Eliminarlos subsidios no eran como los planes actuales, tampoco se gastaban en celulares, zapatillas ó televisores, erean para comprar grano o elementos de labranza y no se perdían en la nada, todas esas familias se sacrificaron con un clima hostil para salir adelante y progresar para el bien de sus familias.
Eliminarhttp://hilandorecuerdos.blogspot.com.ar/2014/10/la-leyenda-del-fulsen.html
EliminarDo you know who wrote this or the names of any of the people on this desperate journey to the Volga? My ancestors were among the first to establish the colony of Norka at about this time. I want to learn more about them. Thank you for this story.
ResponderEliminarMuchas gracias por visitar mi blog. Para cualquier consulta podés escribirme a juliomelchior@hotmail.com. Será un placer ponerme en contacto contigo.
EliminarHERMOSA HISTORIA !!! ES MUY RICA LA REPOSTERIA ALEMANA LA ABUELA PATERNA DE MI MARIDO ES DE AHI . Y LA TIA PREPARABA UNAS TORTAS RIQUISIMAS .!!!
ResponderEliminarHERMOSA HISTORIA !!! ES MUY RICA LA REPOSTERIA ALEMANA LA ABUELA PATERNA DE MI MARIDO ES DE AHI . Y LA TIA PREPARABA UNAS TORTAS RIQUISIMAS .!!!
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