Rescata

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viernes, 22 de mayo de 2015

Recuerdo de la época feliz de la niñez de los alemanes del Volga

Con el paso de los años, la niñez primero es remembranza, luego añoranza y finalmente nostalgia. Una nostalgia clara como el correr suave de un arroyo cristalino en el que hundimos nuestras manos y sacamos, de tarde en tarde, un cúmulo de imágenes amarillentas, como el pescador con su red retira peces que van a expirar a la orilla, conservando en sus retinas vivencias perdidas para siempre en la profundidad del paraíso acuático.

De la niñez conservamos sutiles y frágiles imágenes que se deshacen como oro macizo que se trueca en polvo cada vez que tornamos querer aferrarlas. Son escenas, vivencias y cuadros representados en escenarios ahora idílicos que nos embargan el alma de dulzura y felicidad. Son pequeñas perlas que llevamos con nosotros como un imborrables tesoro de una época inocente y pura. Y al mirar una a una esas perlas, vemos distintos cuadros, diferentes actos, una variedad casi inverosímil de sensaciones y sentimientos. Vemos un universo que parece mentira que un día pudiera haber existido.
El paso de los años pintó los recuerdos color sepia como las pocas fotografías que conservamos de aquella lejana época y que mamá guarda en la mesa de luz o en algún álbum entre sus afectos más preciados. Las mismas fotografías, pero en mayor número, que guardamos en la memoria, en las que nos vemos jugando a los Koser, al Loftipie, al fútbol, con un balón fabricado con una media vieja inflado con trapos y papeles de diarios o remontando un barrilete o llorando juguetes que los Reyes Magos no pudieron traernos  o riendo contando golosinas que nos dejó el conejo de Pascua en el nidito que le preparamos con pasto y zanahorias... Tantas fotografías como recuerdos. Tantas ilusiones como enormes la esperanzas de aquel niño que cursaba la primaria en la Escuela Parroquial y a la tarde las clases de alemán. Ese mismo niño que se fue haciendo adolescente y un día decidió partir de la colonia porque no había suficiente trabajo y espacio para el porvenir que soñaba construir para sí y los suyos. Ese mismo niño que hoy es un hombre que, sentado en un hermoso edificio de la Capital Federal, recuerda aquellos años de la niñez, deseando regresar a sus queridas y amadas colonias. Cuando ya es tarde, demasiado tarde. Porque todos sus seres queridos, allá lejos, en la colonia, fallecieron.

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