sobre
el indefenso ataúd,
y
caen los pétalos
en
lágrimas de barro,
sobre
el pobre cuerpo,
en
su caja de madera.
Mientras
los deudos cantan,
con
el alma en la voz,
y en los labios el sabor a sal,
el
sepulturero arroja
coronas
de flores frescas,
bañadas
de agua bendita.
Y
presto se aleja,
dejando
tan solos,
a
los deudos y al muerto
en
la ciudad de las tumbas,
que
recorre como quien
recorre
su casa.
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