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viernes, 17 de mayo de 2019

¿No todos los niños tuvieron la dicha de tener un triciclo en las colonias de antaño?

No todos los padres podían darse el lujo de comprarle un triciclo a su hijo. El dinero que ganaban trabajando en las tareas rurales como peón, incluso arrendando o como propietarios de unas pocas hectáreas, era escaso y la cantidad de hijos casi siempre superaba la media docena o, a muchas veces, la docena. Lo que solamente permitía satisfacer las necesidades básicas, apoyándose en huertas, carneadas, un sótano repleto de dulces, conservas y encurtidos, y una muda de ropa para los días de trabajo y otra para asistir a misa los domingos. No había manera de que sobrara un poco de dinero para utilizarlo en otros menesteres, por más planes de ahorro que se aplicaran. Ni que hablar de comprar algún artículo que no fuera absolutamente imprescindible como, por ejemplo, juguetes para los niños. Ellos tenían que conformarse con los que había o si no recurrir a su ingenio para fabricarlos.
No obstante esto, había padres, pocos, que sí podían darse el lujo de comprarle un triciclo a sus hijos. Eran los que poseían una posición económica más holgada, porque eran dueños de varias hectáreas de campo, lo que les permitía obtener un importante rédito económico con la cosecha de trigo y girasol, como asimismo con la venta de vacunos y lanares. Estos les regalaban a sus hijos triciclos nuevos, relucientes, para la fiesta de reyes o para el día de su santo. Desencadenando la admiración en los demás niños de las colonias, que veían a sus compañeritos de escuela montados en sus triciclos, recorriendo la galería de la amplia casa o el patio, bajo la sombra de los árboles frutales, disfrutando la bendición de ser los hijos de las familias más pudientes de la localidad.
Pero no todo concluía ahí. Porque también había padres muy humildes que, a costa de mucho trabajo, ahorro y sacrificio, lograban reunir dinero necesario para adquirir aunque más no sea un triciclo usado y obsequiárselo a sus hijos. Lo mismo que existían otros padres que, con mucho ingenio, fabricaban uno imitando al original. Y, si bien es cierto, que el resultado, a veces, distaba bastante de ser perfecto, el vehículo de tres ruedas terminaba siendo la felicidad de los niños, porque, por aquellos años, los pequeños se conformaban con lo que sus progenitores podían obsequiarles. La premisa básica no era tener el mejor triciclo sino ser un buen niño, un mejor hijo y una persona de bien. (Julio César Melchior).

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