No todos los padres podían darse el
lujo de comprarle un triciclo a su hijo. El dinero que ganaban trabajando en
las tareas rurales como peón, incluso arrendando o como propietarios de unas
pocas hectáreas, era escaso y la cantidad de hijos casi siempre superaba la
media docena o, a muchas veces, la docena. Lo que solamente permitía satisfacer las
necesidades básicas, apoyándose en huertas, carneadas, un sótano repleto de
dulces, conservas y encurtidos, y una muda de ropa para los días de trabajo y
otra para asistir a misa los domingos. No había manera de que sobrara un poco
de dinero para utilizarlo en otros menesteres, por más planes de ahorro que se
aplicaran. Ni que hablar de comprar algún artículo que no fuera absolutamente
imprescindible como, por ejemplo, juguetes para los niños. Ellos tenían que
conformarse con los que había o si no recurrir a su ingenio para fabricarlos.
No obstante
esto, había padres, pocos, que sí podían darse el lujo de comprarle un triciclo
a sus hijos. Eran los que poseían una posición económica más holgada, porque
eran dueños de varias hectáreas de campo, lo que les permitía obtener un
importante rédito económico con la cosecha de trigo y girasol, como asimismo
con la venta de vacunos y lanares. Estos les regalaban a sus hijos triciclos
nuevos, relucientes, para la fiesta de reyes o para el día de su santo.
Desencadenando la admiración en los demás niños de las colonias, que veían a
sus compañeritos de escuela montados en sus triciclos, recorriendo la galería
de la amplia casa o el patio, bajo la sombra de los árboles frutales,
disfrutando la bendición de ser los hijos de las familias más pudientes de la
localidad.
Pero no todo concluía ahí. Porque también había padres
muy humildes que, a costa de mucho trabajo, ahorro y sacrificio, lograban
reunir dinero necesario para adquirir aunque más no sea un triciclo usado y
obsequiárselo a sus hijos. Lo mismo que existían otros padres que, con mucho
ingenio, fabricaban uno imitando al original. Y, si bien es cierto, que el
resultado, a veces, distaba bastante de ser perfecto, el vehículo de tres
ruedas terminaba siendo la felicidad de los niños, porque, por aquellos años,
los pequeños se conformaban con lo que sus progenitores podían obsequiarles. La
premisa básica no era tener el mejor triciclo sino ser un buen niño, un mejor
hijo y una persona de bien. (Julio César Melchior).
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