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domingo, 3 de enero de 2021

Las manos de mi madre son las manos de todas las madres alemanas del Volga

Las manos de mi madre son manos que obsequian ternura cuando recorren la mesa, espolvoreando harina, uniendo ingredientes, amasando el pan de todos los días, ese pan que va a formar parte del desayuno y de cada comida que vamos a compartir en familia.
Las manos de mi madre regalan amor en cada fuente de Kreppel que ponen sobre la mesa, después de transitar horas de calor junto a la cocina a leña, friéndolos en grasa, tal como lo hacía su madre en la colonia de antaño y su abuela, en la lejana aldea, allá en el Volga, en Rusia.
Las manos de mi madre conocen de heladas y de excesivo calor, saben de trabajar la tierra, de sembrar surcos, cosechar la mies y de ordeñar vacas lecheras en las frías y oscuras madrugadas de invierno, de ayudar a su marido levantando la pared de su humilde casa de adobe, de preparar la mezcla, alcanzar los pesados baldes y después tener que ocuparse del hogar, de la cocina y de la crianza de los niños.
Por eso, las manos de mi madre no solamente muestran el paso del tiempo, en sus palmas generosas y hábiles, ajadas por el transcurso natural de los años, sino que también lucen cicatrices, secuelas de lastimaduras, de cortes, raspaduras y sus dedos casi no conservan sus huellas digitales, de tanto trabajar, tanto lavar ropa, estar en contacto con la tierra, abriendo acequias para regar la quinta, sembrar, trasplantar y después pelar cientos y cientos de verduras, hortalizas y frutas, para preparar almuerzos, cenas y elaborar dulces y conservas. Ayudar en las carneadas y ser el sostén inquebrantable en el que se basaba su hogar y su matrimonio.
Las manos de mi madre me acunaron cuando nací, me señalaron el camino mientras crecía, inculcándome valores morales y éticos para toda la vida, quitando las espinas de la huella que iba recorriendo, para que no lastimara mis pies, para que mi existencia no fuera tan dura como la suya. Y ya de adulto, me acompañó siempre. Con su consejo, su sabiduría y conocimientos que aprendió de la experiencia de vivir.
Las manos de mi madre son manos de ternura. Son las manos de un ángel. Son manos generosas. Son las manos que me han de proteger a lo largo de toda mi existencia, que he de recorrer sobre la faz de esta tierra. Ellas nunca dejarán de velar por mí, estén en esta vida o en la otra, junto a Dios.

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