En las mañanas de otoño, parada frente a la cocina a leña, mamá freía Kreppel. Los freía y los espolvoreaba con abundante azúcar. El aroma llenaba la cocina y llegaba hasta nuestra habitación, dónde dormíamos mi hermana y yo. Éramos niños y mamá y la casa eran nuestro mundo, nuestro universo. El paraiso donde el amor reinaba y la felicidad desbordaba nuestros corazones. Por eso rescaté las recetas de mi madre, y de todas las madres, en mi libro "La gastronomía de los alemanes del Volga", para conservar aquellos sabores y aquellos aromas que forman parte de mi identidad y de mi cultura, la identidad y la cultura de los alemanes del Volga.
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