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La fotografía es meramente ilustrativa y es de: mistermotley.nl |
Allí compartimos desayunos apurados antes de la escuela hasta largas sobremesas después de un almuerzo los domingos. A veces, con restos de manchas de café, restos de salsa, migas de pan y quizás hasta alguna que otra lágrima o risa.
Sobre ese hule no solamente se comía sino que también se jugaba a las cartas, se hacían las tareas, se charlaba mientras se preparaba la comida.
Era tan fácil de limpiar con un trapo húmedo, resistente a las manchas y a los líquidos derramados, algo fundamental en una cocina donde siempre había movimiento.
A lo largo de los años, el hule permanecía en su lugar, convirtiéndose en un elemento constante y familiar en el paisaje de la cocina. Verlo era como ver un viejo amigo, algo que siempre estaba ahí.