Rescata

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miércoles, 30 de abril de 2025

Pueblo San José celebra el fin de semana su fiesta Kerb pero… ¿Qué es una fiesta Kerb?

 Se denomina Kerb a la celebración comunitaria de carácter anual que se realiza en honor al santo patrono de una localidad, que se divide en dos fiestas bien definidas: una netamente religiosa, que se lleva a cabo el día en que se conmemora la entronización de la iglesia en honor al santo patrono, con misas, novenas y la procesión central, donde la imagen sagrada es paseada por las calles, en medio de oraciones y cánticos, en el caso de Pueblo San José el 1 de mayo día de San José Obrero; y la otra, que se desarrolla el fin de semana siguiente, con multitudinarios eventos sociales, y que antiguamente se iniciaba el jueves y concluía el lunes, en que se iba en procesión al cementerio a rendir homenaje a los colonos fallecidos. Las fiestas Kerb aunaban una profunda expresión religiosa con una vibrante celebración secular y festiva, que transformaba la vida cotidiana en una celebración colectiva. 

 A medida que la fecha se acercaba, las acti­vidades en las viviendas se multiplicaban por doquier. Las mujeres llevaban a cabo una infinidad de tareas, desde una limpieza y orden general en cada rincón de la casa, que las mantenían ocupadas trabajando durante semanas, hasta el amasado de una treintena de Dünne Kuchen que cocinaban en el horno de barro, generalmente el jueves antes del amanecer.
Entre estas tareas so­bresalen algunas que en sí mismas representan una curiosidad. Como el blanquear las paredes de las viviendas para embellecerlas e imprimirles un matiz más en­trañable y acogedor mediante la utilización de co­lores y texturas que sugieren la obediencia a un canon preestablecido por la tradición: las superficies de muros de las casas de adobe eran blanqueadas con cal viva apa­gada o, mejor aún, con el residuo del carburo cálci­co de los equipos de soldadura autógena. En las paredes interiores se ponía de manifiesto la gran creatividad de las abuelas alemanas del Volga, por­que para hacer más decorativo y alegre el ambien­te se tomaban ovillitos de lana destejida y se las mojaba en agua azul teñida con tintura para la ropa, y se las estam­paba sobre las paredes.
También se limpiaban y acondicionaban las vivien­das que poseían sus ladrillos exteriores a la vista, que pertenecían a familias más acomodadas: los techos de chapa se pintaban de co­lor rojo y las puertas, ventanas y pos­tigos de  verde, por lo que la imagen que ofrecían las colonias desde lejos eran las de unas pequeñas aldeas campesinas, de casitas muy blancas y techos rojos, agrupadas como un rebaño a la sombra de la torre de la igle­sia en la ondulante sinfonía de verdes, azules y amarillos de la campiña pampeana en primavera, que hacía recordar a una vieja estampa europea.
Con el correr de los días, y a una semana de los festejos, que generalmente solían empezar los jueves y concluía los lunes, las aldeas paulatinamente multiplicaban su población, ya que comenzaban a llegar familiares de diversos rincones del país adonde habían emigrado en busca de trabajo. Siendo esta una de las pocas ocasiones, sino la única, en que todos se volvían a reunir en la casa donde nacieron.
Los había que llegaban en tren, otros en carros tirados por caballos, haciendo un recorrido de cientos de kilómetros, en viajes que podían llegar a prolongarse hasta dos días, cargando bultos de ropa, frazadas y mantas y, por supuesto, alimentos (corderos, lechones, chorizos, entre otros) para colaborar en la economía hogareña mientras durara su estadía.
Al igual que en los hogares, el espíritu festivo transformaba la aldea. La iglesia se vestía de fiesta, con grandes y vistosos arreglos florales en el altar, que se cubría con manteles más elaborados, en los púlpitos y en otros lugares destacados del templo, se encendían más velas que las habituales y se colocaban estandartes y guirnaldas.
Lo mismo sucedía en las escuelas parroquiales donde las hermanas religiosas se esmeraban por adornar las aulas, los pasillos y los patios con banderines de colores y organizaban todo tipo de eventos, desde quermeses hasta obras de teatro. 
Las calles se engalanaban con adornos coloridos, mientras la música resonaba en el ambiente, desde grabaciones nostálgicas hasta las actuaciones en vivo de orquestas. Las instituciones y familias organizaban tertulias y bailes, creando espacios de sociabilidad y alegría, en un ambiente de fiesta que trascendía lo puramente religioso, convirtiéndose en un elemento central de la identidad comunitaria, fortaleciendo los lazos sociales y el sentido de pertenencia.
El domingo, después de asistir a misa para rendir homenaje al Santo Patrono, la familia completa se congregaba alrededor de la mesa paterna para compartir un suculento almuerzo, consistente en asado al horno con papas, Füllsen, entre otras delicias que se cocinaban en el horno de barro. La sobremesa se prolongaba con bulliciosas conversaciones, en la que todos querían hablar con todos, compartiendo las novedades, luego de no verse durante meses o tal vez años, en la que no faltaba la música, el canto y el baile y a la hora de la merienda, se servía el tradicional Dünne Kuchen acompañado de mate o cerveza. 
Los lunes, que eran feriados, por la mañana los feligreses iban en procesión al cementerio a rendir homenaje a los habitantes fallecidos, y por la tarde continuaban la kermesse y otros eventos organizados para ese día, como la tertulia que comenzaba al atardecer, poniendo así punto final a las fiestas Kerb.

Pueblo San José está ubicado en el partido de Coronel Suárez, en el sudoeste de la provincia de Buenos Aires. Las fotografías que acompañan la historia son gentileza de Oscar Ferreyra
 




Julio César Melchior lleva más de 30 años dedicados a rescatar, revalorizar y difundir la historia y cultura de los alemanes del Volga. En la actualidad tiene disponibles tres títulos sobre los alemanes del Volga: “Lo que el tiempo se llevó de los alemanes del Volga”, en el que rescata la historia y las antiguas tradiciones y costumbres de los pueblos alemanes, “La infancia de los alemanes del Volga”, en el que reconstruye cómo era la niñez en las colonias, y “La gastronomía de los alemanes del Volga”, en el que rescata más de 150 recetas tradicionales. Para adquirir los libros pueden comunicarse a juliomelchior@hotmail.com o al WhatsApp 2926 461373. También pueden visitar su blog: www.hilandorecuerdos.blogspot

domingo, 20 de abril de 2025

Los almuerzos del domingo de Pascua en las aldeas de antaño de los alemanes del Volga

 Los almuerzos de Pascua eran motivo de celebración y reencuentro familiar, ya que para esa fecha llegaban hijos y familiares no solamente desde distintos puntos de la región sino del país. Pascua y Kerb, eran las dos únicas épocas del año en que toda la familia se reencontraba y se reunía en torno a la mesa paterna. Era común que se compartieran camas, que se durmiera en el piso, incluso en la cocina, debajo de la mesa. Hay que tener presente que todas las familias tenían más de media docena de hijos y que los ancianos padres vivían al cuidado de sus hijos hasta el último instante de sus días. También podían compartir techo, alguna tía o tío soltero o viudo. Nadie quedaba sin protección. Era considerado una herejía recluir a un anciano, padre o abuelo, en un geriátrico.

Los almuerzos de Pascua, tras haber asistido todos a misa para celebrar la resurrección de Jesús y la bendición del agua bendita, eran un momento de fiesta, de mesas largas y de alegría.

El plato típico, que se cocinaba en el horno de barro o en la cocina a leña, era el lechón al horno con papas y el tradicional Füllsen. Los que no podían acceder al lechón, lo reemplazaban por carne de cordero. Y los que tampoco tenían posibilidades para este manjar, horneaban la habitual carne roja vacuna. Y los más humildes, que siempre los hubo, cocinaban abundantes y sabrosas comidas tradicionales, elaboradas a base de harina, como los Maultasche o los Wickelnudel. Pero en ninguna casa dejaba de haber fiesta. La comida no era un problema. Las comodidades y las camas tampoco. Se dormía donde se podía y se comía lo que había. Además, todos colaboraban. Todas las visitas traían algo. Nadie llegaba con las manos vacías. Absolutamente nadie. Aun la persona más humilde aportaba algún alimento. Lo importante era estar en familia, juntos, reunidos y unidos bajo el mismo techo. Porque nadie sabía con certeza cuándo volverían a reencontrarse todos otra vez.

Después del almuerzo, a la hora de la sobremesa, surgía algún acordeón, y era momento de cantar las inmemoriales canciones traídas del Volga, y entonces, se reía, se lloraba, muchas veces se bailaba. Todos querían hablar y contar lo que habían vivido desde la última vez que se habían visto. Generalmente pasaban seis meses, un año o más, entre un encuentro y otro. Porque en aquellos tiempos no era sencillo viajar y desplazarse de una localidad a otra. Buenos Aires quedaba muy pero muy lejos, y viajar era casi un lujo inaccesible para la economía de la mayoría. Muchos ahorraban durante meses, y en algunas ocasiones, durante más de un año, para poder retornar a la colonia y volver a ver a sus padres.

Por eso el almuerzo de Pascua tenía tanta relevancia en el universo cotidiano de los alemanes del Volga. Porque era la fiesta para celebrar la resurrección de Jesús, pero también la fiesta del reencuentro familiar. Y para muchos de nosotros, todavía lo sigue siendo en la actualidad. Porque forma parte insoslayable de nuestra identidad.

 

Julio César Melchior lleva más de 30 años dedicados a rescatar y difundir la historia, cultura, tradiciones y costumbres de los alemanes del Volga. Autor de 11 libros (1 traducido al inglés).  En estos momentos tiene a la venta tres libros: “Lo que el tiempo se llevó de los alemanes del Volga”, “La infancia de los alemanes del Volga” y “La gastronomía de los alemanes del Volga”. Para más información escribir al correo electrónico juliomelchior@hotmail.com o al WhatsApp 2926 461373. 

sábado, 19 de abril de 2025

Der Osterhas, el conejo de pascua de los alemanes del Volga

 En las aldeas de antaño, el conejo de Pascua (Osterhas en alemán) visitaba los hogares llevando en su canasta huevos de características peculiares que iba depositando en los nidos que preparaban los niños, construidos con materiales que tenían a su alcance. Con esta tradición, los pobladores mantenían vigente una antigua costumbre surgida durante la Edad Media en Alemania.

Los domingos de Pascua los niños se levantaban muy temprano a la mañana, porque sabían que durante la noche pasaba por sus hogares el Conejo de Pascua para obsequiarles huevos multicolores, que invariablemente depositaba en los nidos que construían para tal fin dentro de palanganas o cajas que podían ser de madera o cartón, con paja, pasto y, a veces, papel cortado en pequeños trozos, si es que había.
Estos obsequios que el conejo dejaba eran huevos de gallina teñidos y decorados primorosamente por las madres o alguna abuela que se esmeraba en mantener vigente esta milenaria tradición. Para ello, hacían uso de artilugios secretamente guardados durante generaciones en la familia. Para la obtención de los colores para pintar los huevos y posteriormente decorarlos con delicados trazos, utilizaban el agua donde hervían remolachas para crear el rojo, el agua de las cebollas para darle vida al amarillo, procedimiento que se repetía con la acelga o la yerba mate para el verde y con otras verduras y hortalizas para obtener una amplia y variada paleta de tonos. Previo a esto, los huevos eran hervidos durante diez minutos, aproximadamente. Algunas abuelas también podían llegar a lustrarlos con grasa de cerdo para que lucieran más brillantes y apetitosos, después de decorarlos con pequeñas ilustraciones. Tarea que también realizaban las hermanas religiosas de las escuelas parroquiales para los alumnos que asistían a sus aulas.
La mayoría de los niños de aquella época, hoy ya personas mayores, confiesan que jamás volvieron a ver y comer huevos de Pascua tan hermosos ni tan ricos. Cómo era posible que el conejo ingresara al patio y se metiera en la casa con su canasta llena de huevos sin que los perros lo escucharan. Porque ni una vez, en todos los años que los huevos de Pascua aparecieron en los nidos, los perros ladraron. Es que es un conejito muy astuto, respondían las madres, mientras que las abuelas sostenían que el conejo de Pascua tenía una pócima mágica para que los perros durmieran toda la noche.

Julio César Melchior a lo largo de mas de treinta años ha rescatado, revalorizado y difundido costumbres y tradiciones que sobreviven en sus libros "Lo que el tiempo se llevó de los alemanes del Volga", "La infancia de los alemanes del Volga" y "La gastronomía de los alemanes del Volga". Para más información sobre cómo acceder a sus libros,  escribir al correo electrónico juliomelchior@hotmail.com o al WhatsApp 2926 461373. 

viernes, 18 de abril de 2025

Viernes Santo en las aldeas de los alemanes del Volga

 Durante el Viernes Santo la vida cotidiana de las familias prácticamente se detenía, se apagaban las radios, las demostraciones de alegría quedaban suspendidas, los niños tenían prohibido hacer bullicio en sus juegos, las ventanas de las viviendas se mantenían entornadas, había que asistir a misa a la mañana, a las tres de la tarde, hora de la crucifixión de Jesús, y a la noche. Todo en la aldea estaba teñido por el duelo, por demostraciones de luto. 

 El Viernes Santo era una jornada de riguroso ayuno y abstinencia total de carne. Por lo que las comidas de los almuerzos habituales eran reemplazadas por otras, más austeras, como Kleis, Maultaschen, Schnitt suppe mit Der Kreppel, por citar sólo algunas y dependiendo de la colonia. A la hora del mate, en la mayoría de los hogares, la estrella era el Dünne Kuche con miel.  Todos los hogares estaban colmados de visitas. Las comodidades poco importaban. Se dormía dónde se podía, así fuera en el piso. Lo importante era estar juntos para conmemorar la pasión y muerte de Jesucristo, una fecha trascendental no solo para la comunidad sino también para la humanidad.
Nadie quedaba eximido del ayuno, ni los jornaleros, ni los ancianos, ni los niños de más de doce años de edad; tan sólo para los enfermos había una excepción, que debía ser refrendada por el sacerdote. A estas penitencias añadían otras privaciones, tales como la continencia conyugal, la supresión de las bodas y fiestas.
Los fieles concurrían a la iglesia vestidos de colores oscuros o de negro. Era un día totalmente dedicado a la penitencia, el ayuno y la oración. 
También se realizaban procesiones por las calles, en las que los niños iluminaban su camino llevando en las manos farolitos (Fackellier), adornados con papel crepé, entonando cánticos religiosos y orando devotamente. En muchas esquinas se instalaban pequeños altares preparados por los vecinos.
Se santificaba no solamente el templo sino también los hogares y los lugares de trabajo y diversión. El espíritu del Viernes Santo tutelaba la vida cotidiana de la sociedad coloniense.
 
Julio César Melchior lleva más de 30 años dedicados a rescatar y difundir la historia, cultura, tradiciones y costumbres de los alemanes del Volga. Autor de 11 libros (1 traducido al inglés).  En estos momentos tiene a la venta tres libros: “Lo que el tiempo se llevó de los alemanes del Volga”, “La infancia de los alemanes del Volga” y “La gastronomía de los alemanes del Volga”. Para más información escribir al correo electrónico juliomelchior@hotmail.com o al WhatsApp 2926 461373. También pueden visitar su blog www.hilandorecuerdos.blogspot.com, con más de 4 millones de visitas.

miércoles, 16 de abril de 2025

Klapperer, una antigua tradición infantil de Pascua de los alemanes del Volga

Los niños de los pueblos alemanes de Coronel Suárez soñaban con integrar el selecto grupo de muchachos que seleccionaba el sacerdote para recorrer las calles de la localidad en Semana Santa llamando a misa después de que las campanas enmudecían en la noche del Jueves Santo, durante la misa en que se conmemora la Última Cena.

Lo hacían imitando el repique de las campanas con una especie de matracas, que recibían el nombre de Raschpel, mientras gritaban a viva voz “¡Zum ersten mal, zum zweiden mal, zum dritten mal!" (“¡A la primera, a la segunda, a la tercera!”, en alusión a los tres toques de campanas con que habitualmente se llama a misa), en un bullicio ensordecedor.
Meses antes que llegara la Semana Santa, los niños de los pueblos alemanes con ayuda de sus padres trabajaban en la fabricación de matracas (Raschpel) reproduciendo diseños que eran originarios de la Edad Media, para intervenir en la agrupación de campaneros que reemplazaría el silencio de las campanas entre el Jueves y el Sábado Santo, o como se decía en aquel entonces "wenn die Glocken fort fliegen”, que en español significa “cuando se vuelen las campanas”, hecho que sucedía el Jueves Santo por la noche, durante la misa en que se conmemora  la Última Cena.
Llegado el día, el grupo (que recibía el nombre de Klapperer, en referencia a la tarea que realizaban) se reunía en la casa parroquial para ser admitido oficialmente por el sacerdote, presentar las poderosas matracas (llamadas Raschpel) y recibir las instrucciones del caso, prometiendo cumplir con su labor a conciencia. 
En ocasiones, el grupo se componía de hasta diez niños que salían a anunciar los diversos actos del programa litúrgico y el Ángelus, que era especialmente importante, porque había que levantarse de madrugada, recorriendo las calles en penumbras, cantando el Ave Maria Gracia plena! 
Todo ese trabajo —pues no dejaba de serlo— tenía su recompensa. 
El Domingo de Pascua y después de la Misa Mayor, el grupo de niños volvía a congregarse para recorrer la localidad en busca de su recompensa, yendo de casa en casa, para desear Felices Pascuas a las familias que los esperaban, e inclusive les pedían la repetición de sus pregones, sobre todo el del Ángelus, que cantaban a voz en cuello, mientras el ruido de sus matracas subía in crescendo y al ritmo de los obsequios de masitas caseras, unos centavos en dinero o huevitos de Pascua realizados artesanalmente con huevos de gallina, que entregaban los dueños de casa, y que al final del recorrido, eran repartidos equitativamente entre los integrantes de la agrupación.
 
Julio César Melchior lleva más de 30 años dedicados a rescatar y difundir la historia, cultura, tradiciones y costumbres de los alemanes del Volga. Autor de 11 libros (1 traducido al inglés).  En estos momentos tiene a la venta tres libros: “Lo que el tiempo se llevó de los alemanes del Volga”, “La infancia de los alemanes del Volga” y “La gastronomía de los alemanes del Volga”. Para más información escribir al correo electrónico juliomelchior@hotmail.com o al WhatsApp 2926 461373. 

sábado, 12 de abril de 2025

Historia de Pueblo San José en el 138 aniversario de su fundación

 Pueblo San José, ubicado en el Partido de Coronel Suárez, en la Provincia de Buenos Aires, fue fundado el 13 de abril de 1887 por 15 familias  que arribaron al país desde las aldeas Dehler y Volmer, que sus ancestros habían fundado a finales del siglo XVIII en tierras aledañas al Río Volga, en el lejano Imperio Ruso, respondiendo a una invitación colonizadora lanzada mediante un Manifiesto por la zarina Catalina II La Grande por toda Europa, en especial en los territorios del Sacro Imperio Romano Germánico. Eligieron la Argentina porque era un país con una política inmigratoria abierta y con una promesa de tierras fértiles, ideales para la agricultura.  Y al Partido de Coronel Suárez llegaron bajo el liderazgo de figuras como el Padre Luis Servet que estableció contacto con el empresario Eduardo Casey, que era propietario de grandes extensiones de tierra en esta región, y que jugó un rol crucial en esta epopeya colonizadora, dándoles la posibilidad a los colonos de adquirir tierras fértiles a un costo accesible, la oportunidad de desarrollar su actividad agrícola, y la perspectiva de una nueva vida en un país que, si bien con desafíos iniciales, les permitía mantener su cultura y religión. 

El 24 de septiembre de 1885 arriba al puerto de Buenos Aires el vapor "Strasburg", de la compañía F. Miller, un grupo de familias oriundas de las aldeas Dehler y Volmar de la colonización del bajo Volga, en el Imperio Ruso, para establecerse en Colonia Hinojo, Olavarria. Sin embargo, sólo pudieron permanecer allí alrededor de un año y medio, pues ya no quedaban tierras disponibles para instalarse definitivamente. Frente a esto, el párroco de Colonia Hinojo, Padre Luis Serbet, viajó 175 Km al sur de la provincia de Buenos Aires para iniciar negociaciones con el empresario Eduardo Casey, que poseía 300.000 hectáreas de campo virgen en un paraje denominado Sauce Corto, actual ciudad de Coronel Suárez. 

Logrado el acuerdo, las familias parten en carros cargados de enseres personales y útiles de labranza el 15 de marzo de 1887, costeando el recientemente inaugurado riel del Ferrocarril del Sud, rumbo a la Estación Sauce Corto, donde tras algunos conflictos fundaron semanas después la nueva localidad. Los conflictos surgieron porque las autoridades que estaban a cargo de la colonización, tenían previsto que las familias se incorporen al pueblo que ya existía, pero esto no fue aceptado por los colonos, ya que deseaban fundar su propia aldea alejados de la estación del ferrocarril, que, según sus creencias, se llevaría a la juventud al mundo de la perdición y también, y por sobre todas las cosas, porque querían conservar su identidad cultural, con sus tradiciones y costumbres. 

Luego de varias semanas de tensa espera y arduas negociaciones, el 13 de abril de 1887 se fundó Pueblo San José a 5 km de la estación de ferrocarril. El nombre que se le da a la localidad es Dehler. Posteriormente se le asigna el definitivo de Pueblo San José (Sankt Joseph, en alemán) aunque, popularmente, hasta la actualidad, se la conoce como Colonia Dos (en dialecto zweit Konie).

Las familias de Martín Sieben, Jacob Schwab, Stephan Heit, Jacob Schell y Konrad Schwab fueron las primeras en arribar y comenzar a limpiar la zona de malezas para edificar sus precarias viviendas en el lugar escogido para levantar el nuevo pueblo. En los días sucesivos llegaron las familias de Johann Förster, Johann Butbilopky, Johann Opholz, Nicolás Seib, Michael Schuck, Matthias Schönfeld, Johann Peter Philip, Adam Dannderfer, Gottlieb Diel y Heinrich Heim.

Las 5 familias citadas en primer término se instalaron definitivamente en la nueva localidad, mientras que las diez restantes, con el transcurrir de los años, fueron emigrando hacia otras regiones, no solo del país sino del exterior, desilusionadas por el fracaso de varias cosechas sucesivas, a consecuencia de las heladas y por el desconocimiento que tenían los colonos del clima y la mala elección en la variedad de la semilla al momento de la siembra.

El trazado urbano consistió en una sola calle de 30 metros de ancho por 800 metros de largo. Los solares se enfrentaban con 28 metros de frente por 110 de fondo y cada terreno tenía asignado 2 hectáreas de campo en el fondo, destinado para quintas.

En el centro quedaba un terreno de 50 por 130 metros destinado y reservado con carácter gratuito para la futura iglesia y escuela.

En 1888, es decir, apenas un año después de su fundación, se construye la primera capilla, totalmente de madera, siendo que la religión y la fe en Dios siempre fue una prioridad para los alemanes del Volga, junto con la conservación de su cultura, sus costumbres y tradiciones, en suma su identidad, la que llevaron consigo al emigrar  desde el Sacro Imperio Romano Germánico a finales del siglo XVIII y mantuvieron durante sus más de 100 años de radicación en la región del río Volga, en el Imperio Ruso.

La población fue creciendo con la llegada de nuevos contingentes de inmigrantes, por lo que en 1895 se instala la Congregación del Verbo Divino con sus sacerdotes, que a lo largo de la historia de la comunidad fueron fundamentales en todos los aspectos, tanto religiosos, sociales y culturales, de la misma manera que la Congregación Siervas del Espíritu Santo, cuyas primeras hermanas religiosas arriban en 1909 fundando una escuela y que a lo largo del tiempo desarrollaron una labor educativa trascendente como docentes, haciendo también un aporte invaluable para la conservación del idioma alemán.

Con la llegada de la Congregación del Verbo Divino y sus sacerdotes, se construye una nueva iglesia, la que se amplía en 1907. 

Como la población continuaba creciendo el padre José Weyer pensó en construir un nuevo templo, mucho más grande. Pero falleció sin poder llevar a cabo la obra. En noviembre de 1924 asume la responsabilidad el sacerdote Juan Scharle y el 16 de mayo de 1927 anuncia la obra que, después de varios años de intenso trabajo, se plasma en una iglesia majestuosa, consagrada a San José Obrero, diseñada por el sacerdote y arquitecto Juan Becker. Una iglesia que es un “un monumento a la fe”, una belleza arquitectónica levantada íntegramente con materiales de excelencia, muchos de ellos traídos de Europa, como los vitrales, y el trabajo de artistas, también de Europa, por sólo citar dos ejemplos, todo con el aporte económico de la comunidad, con personas que donaron verdaderas fortunas. 

Cuando los primeros colonos arribaron a la zona de Coronel Suárez para fundar Pueblo San José, tuvieron que colonizar tierras vírgenes, llenas de pajonales y animales silvestres y adaptarse a un nuevo entorno, construir viviendas desde cero y trabajar la tierra requirió esfuerzo, sacrificio y fuerza de voluntad. Por eso, la comunidad se apoyó mutuamente, manteniendo sus tradiciones y valores como la familia, el trabajo duro y la fe religiosa.

La agricultura fue la base del desarrollo económico. Los colonos demostraron ser trabajadores diligentes y lograron hacer prosperar sus campos. Con el tiempo, se desarrollaron otras actividades complementarias.

A medida que la colonia crecía, se fueron estableciendo instituciones importantes como la escuela (fundamental para preservar su lengua y cultura) y la iglesia, que se convirtió en el centro espiritual y social de la comunidad. Al igual que fueron surgiendo entidades relevantes en el orden social, cultural y deportivo.

A lo largo del siglo XX, Pueblo San José, al igual que otras colonias alemanas del Volga en la región, experimentó un proceso de integración con la sociedad argentina. Sin embargo, la comunidad siempre se esforzó por mantener vivas sus tradiciones, su lengua (el dialecto alemán del Volga), sus costumbres culinarias y sus celebraciones. Porque tiene una fuerte conciencia de su origen y de la historia de sus antepasados. Este orgullo por su herencia impulsa los esfuerzos por mantenerla viva.

Hoy en día, aunque las generaciones más jóvenes no hablan el dialecto con la misma fluidez que sus abuelos, existe un interés creciente por aprender sobre sus orígenes y participar en las festividades y tradiciones. El turismo cultural también juega un papel en la valorización y preservación de esta identidad única.

En definitiva, el esfuerzo inicial de los fundadores por establecerse y construir una nueva vida en Argentina fue acompañado de un esfuerzo continuo por mantener viva su identidad cultural, y Pueblo San José es un claro ejemplo de este legado perseverante.

 

 Julio César Melchior

Lleva más de 30 años dedicados a rescatar, revalorizar y difundir la historia y cultura de los alemanes del Volga. En la actualidad tiene disponibles tres títulos sobre los alemanes del Volga: “Lo que el tiempo se llevó de los alemanes del Volga”, en el que rescata la historia y las antiguas tradiciones y costumbres de los pueblos alemanes, “La infancia de los alemanes del Volga”, en el que reconstruye cómo era la niñez en las colonias, y “La gastronomía de los alemanes del Volga”, en el que rescata más de 150 recetas tradicionales. Para adquirir los libros pueden comunicarse a juliomelchior@hotmail.com o al WhatsApp 2926 461373. 

miércoles, 9 de abril de 2025

La inolvidable cocina a leña

 La cocina a leña tiene para los descendientes de alemanes del Volga un valor emocional muy importante. Representa la infancia, la familia y el hogar. Conecta con tradiciones ancestrales, sabores auténticos y experiencias compartidas. Es un símbolo de la tradición culinaria transmitida de generación en generación.
Su valor emocional reside en su capacidad de conectar con los momentos más importantes del pasado, con sabores auténticos y experiencias compartidas, historias, risas y comidas abundantes, con toda la familia sentada alrededor de la enorme mesa de madera de la cocina.
Además, está el crepitar de la leña, el aroma de la comida cocinándose lentamente y el calor que calienta todo el ambiente y crea una atmósfera especial que invita a la relajación y a la convivencia y a compartir reuniones familiares. Elementos y sabores fundamentales en la gastronomía tradicional porque le da un gusto único a la comida, que sobrevive en el recuerdo y en las recetas que nos legaron.
Por todo eso, la cocina a leña tiene un valor emocional que la convierte en un tesoro que debemos apreciar y conservar como un legado cultural que nos dejaron nuestros ancestros, porque es donde cocinaron y hornearon todas las recetas tradicionales.

lunes, 31 de marzo de 2025

1 de abril: día de bromas en las colonias de antaño

 El primero de abril de cada año se celebraba el día de las bromas en las colonias de antaño, una jornada en la que los pícaros que adherían a este festejo se aprovechaban de la ingenuidad o confianza de las personas poniendo a prueba su credulidad con engaños divertidos sin mala intención, bajo el argumento (expresado en el dialecto que se habla en las colonias) de “der erste April schickt man die Narren, wo mer will”, que se traduce como el 1º de abril se manda a los tontos donde se quiere.

Como todas las costumbres de los habitantes de las colonias, esta también tiene sus raíces en antiguas tradiciones que se remontan a la Edad Media, incluso más allá. Tanto, que llegar a sus orígenes es una empresa harto difícil. Porque es tarea casi imposible separar el mito y la leyenda de los hechos históricos que, tanto en las fuentes orales como escritas, se entremezclan permanentemente.
Sin embargo, muchos historiadores coinciden en que las pruebas históricas más convincentes sugieren que estas bromas propias de cada primero de abril tuvieron su origen a principios del siglo XVI, cuando en Francia aún se celebraba el día de Año Nuevo el 25 de marzo. Celebraciones que duraban una semana y que concluían con intercambios de regalos, banquetes y fiestas, y se prolongaban hasta el 1 de abril. Hasta que, en el año 1564, con la adopción del calendario gregoriano, reformado y más exacto, el rey Carlos IX, proclamó que el día de Año Nuevo se trasladaba al 1º de enero, pero muchos franceses opuestos a este cambio, y otros que meramente lo olvidaron, siguieron con sus festejos y sus intercambios de obsequios durante la semana que concluía el 1 de abril, Los bromistas ridiculizaron este apego de los más conservadores empeñados en mantener la antigua fecha del Año Nuevo, enviándoles obsequios absurdos e invitaciones a fiestas inexistentes, naciendo así el festejo que, con el transcurso de los años, se convirtió en una tradición. 
Otras fuentes, aunque sin demasiado respaldo histórico, asocian la costumbre a la Dieta de Augsburgo, de 1530, en la que especuladores perdieron el 1 de abril mucho dinero, siendo todos objetos de burlas, pasando esa fecha a llamarse “el día de los engañados”. Lo mismo que otras fuentes, sostienen que el primero de abril tiene raíces en antiguas festividades paganas, lo que probablemente tenga en algún punto una base de veracidad, como sucede con muchas tradiciones y costumbres de la cultura occidental.
Sea como fuere, esta celebración se extendió por toda Europa, adaptándose a cada región del Sacro Imperio Romano Germánico, de donde se la llevaron consigo los germanos que emigraron al Imperio Ruso, respondiendo al llamado colonizador de Catalina II La Grande,  y un poco más de 100 después, al dejar atrás sus aldeas erigidas en las cercanías del río Volga, la trajeron consigo a la Argentina, y la conservaron hasta no hace muchos años en las colonias fundadas aquí, en que una persona incauta aún podía el 1 de abril ser sorprendida con una broma y al exigir una explicación recibir como toda respuesta “der erste April schickt man die Narren, wo mer will”.
 
Julio César Melchior
Lleva más de 30 años dedicados a rescatar, revalorizar y difundir la historia y cultura de los alemanes del Volga. En la actualidad tiene disponibles tres títulos sobre los alemanes del Volga: “Lo que el tiempo se llevó de los alemanes del Volga”, en el que rescata la historia y las antiguas tradiciones y costumbres de los pueblos alemanes, “La infancia de los alemanes del Volga”, en el que reconstruye cómo era la niñez en las colonias, y “La gastronomía de los alemanes del Volga”, en el que rescata más de 150 recetas tradicionales. Para adquirir los libros  pueden comunicarse a juliomelchior@hotmail.com o al WhatsApp 2926 461373. También pueden visitar su blog: www.hilandorecuerdos.blogspot.com 

domingo, 30 de marzo de 2025

Los inolvidables carros de los alemanes del Volga

 Los carros tirados por caballos fueron un medio de transporte esencial para los inmigrantes que llegaron a Argentina a finales del siglo XIX. En una época en que los ferrocarriles eran escasos, porque recién comenzaban a conquistar territorio, y los caminos, en muchos casos, inexistentes, los carros tirados por caballos se convirtieron en la principal forma de transportar personas, mercancías a través de las vastas llanuras y la producción del país.

Los carros tirados por caballos permitieron a los inmigrantes transportar sus pertenencias desde los puertos hasta sus nuevos hogares, a menudo ubicados en zonas rurales remotas. Además, estos carros se utilizaron para transportar productos agrícolas y ganaderos desde las zonas de producción hasta los centros de distribución y consumo.
También fueron importantes para el desarrollo de las aldeas. Se utilizaron para transportar materiales de construcción, como ladrillos, piedras y arena, que se utilizaron para construir viviendas. Como asimismo se usaron para transportar pertenencias personales, para realizar todo tipo de trabajos para uso personal de las familias. Fueron un símbolo de la vida rural y de la vida en la aldea.
En resumen, los carros tirados por caballos fueron un medio de transporte esencial para los inmigrantes que llegaron a Argentina a finales del siglo XIX. Permitieron el transporte de personas y mercancías, contribuyeron al desarrollo de las aldeas y se convirtieron en un símbolo de la cultura popular argentina.

Las antiguas tradiciones y costumbres de los alemanes del Volga las encuentran en mi libro "Lo que el tiempo se llevó de los alemanes del Volga". Para más información pueden escribirme al correo electrónico juliomelchior@hotmail.com o al WhatsApp 2926 461373.

domingo, 9 de marzo de 2025

Masitas de amoniaco de la abuela

Ingredientes:
1 kg harina
250 g de azúcar
4 huevos
2 cucharadas de amoniaco
300 g de grasa
1 taza de leche
 
Elaboración:
Colocar la harina en un recipiente en el centro agregar los huevos, azúcar, y la grasa derretida
Aparte entibiar la leche y agregarle las 2 cucharadas de amoniaco, revolver e incorporarla a la preparación anterior.
Amasar hasta formar una masa suave, pero con cuerpo. 
Cortar de la forma deseada y cocinar a fuego máximo por 15 o 20 minutos en horno.

Más recetas más de comidas típicas, postres, licores, quesos, panes, en el libro “La gastronomía de los alemanes del Volga”, de Julio César Melchior. Lo pueden adquirir escribiendo a juliomelchior@hotmail.com o por WhatsApp al 2926-461373.

lunes, 3 de marzo de 2025

Ni la lluvia pudo frenar la 10° edición de la Strudel Fest

 La fiesta del tradicional postre alemán se realizó con gran éxito, adelantando su horario por la amenaza de lluvias. El evento contó con la presencia del intendente Ricardo Moccero, autoridades municipales y el reconocido cocinero Juan Ferrara, además de la música en vivo de la Zillertal Orchester. Y se llevó a cabo en la localidad de Pueblo Santa María, en el Partido de Coronel Suárez, en la Provincia de Buenos.

Durante este domingo, la décima edición de la Strudel Fest volvió a reunir a la comunidad en una celebración cargada de tradición, música y el sabor inconfundible del tradicional postre alemán. Este año, además, la fiesta tuvo un significado especial, ya que por primera vez fue declarada Fiesta Provincial, un reconocimiento que destaca su importancia dentro del calendario cultural de la región.
Tuvo como atractivo y desafío llegar a los 100 metros, algo que superó con los 100,50 mts que fueron celebrados con gran algarabía por todos los presentes.
Durante la jornada, vecinos, integrantes de distintas instituciones y autoridades municipales trabajaron en conjunto para elaborar el strudel gigante, una de las atracciones principales del evento. Debido al pronóstico del tiempo que anunciaba lluvias para el mediodía, la celebración tuvo que adelantarse, y efectivamente, la lluvia llegó cerca de las 11 de la mañana, cuando ya se había disfrutado gran parte de la festividad.
El intendente municipal Ricardo Moccero, acompañado por parte de su gabinete y concejales tanto del oficialismo como de la oposición, estuvo presente en la fiesta, destacando el valor de la identidad cultural y el trabajo en comunidad.
También se contó con la presencia del reconocido cocinero Juan Ferrara, quien sumó su experiencia gastronómica a esta edición especial. La preparación del strudel fue un momento de unión, con la participación activa de voluntarios que ayudaron a extender la masa, distribuir el relleno y dar forma a esta delicia que caracteriza a la colectividad alemana.
La música, infaltable en esta celebración, estuvo a cargo de la Zillertal Orchester, agrupación proveniente de la provincia de Santa Fe, que deleitó a los presentes con un repertorio típico que hizo bailar y cantar a todos los asistentes. La combinación de buena gastronomía y entretenimiento generó un ambiente festivo que reafirma la importancia de esta festividad dentro del calendario de eventos de la región.
Con un marco de público que disfrutó de cada propuesta, la Strudel Fest en su décima edición reafirmó su lugar como una de las fiestas más esperadas del año, manteniendo vivas las raíces culturales y fortaleciendo el sentido de pertenencia de la comunidad.

Texto y fotografías extraídos de La Nueva Radio Suarez. (No dejen de visitar la página digital de La Nueva Radio Suárez y ver todas las fotografías y videos de una cobertura excelente de la 10º Strudel Fest: https://www.lanuevaradiosuarez.com.ar/ )

La receta de este sabroso Strudel y 150 recetas más de comidas típicas, postres, licores, quesos, panes, en el libro “La gastronomía de los alemanes del Volga” de Julio César Melchior. Lo pueden adquirir escribiendo a juliomelchior@hotmail.com o por WhatsApp al 2926-461373.











sábado, 1 de marzo de 2025

El valor de la cocina como espacio de encuentro familiar

 La cocina era el corazón del hogar, donde la familia se reunía para compartir comidas, conversar y pasar tiempo juntos. Era un espacio de encuentro y convivencia, donde se fortalecían los lazos familiares y se transmitían las tradiciones de generación en generación.
La cocina también era un espacio de producción donde se transformaban los productos del campo en alimentos para la familia. Era el lugar donde se transmitían los conocimientos culinarios de madres a hijas, de abuelas a nietas, donde se compartían recetas, técnicas de cocina y secretos culinarios, manteniendo viva la tradición gastronómica de la comunidad. Era un símbolo de identidad y pertenencia.
Los sabores y aromas de los platos tradicionales evocaban recuerdos de la tierra natal y de las costumbres de sus antepasados. Por eso también era el lugar donde se reafirmaba la identidad cultural y se fortalecían los lazos con la comunidad.
En ocasiones especiales, como bodas, bautizos y fiestas religiosas, la cocina se llenaba de actividad y aromas, con la preparación de platos tradicionales que se compartían con familiares, parientes y amigos. La cocina era un lugar de encuentro y celebración, donde se compartía la alegría y también los momentos difíciles.
La cocina era un lugar de encuentro familiar, de trabajo y producción, de aprendizaje y transmisión de conocimientos, de reafirmación de la identidad cultural y de celebración de la vida en comunidad. La cocina era el corazón del hogar y un elemento fundamental del patrimonio cultural de los alemanes del Volga.