Por Víctor P. Popp – Nicolás Dening
“Como la Fe regia su vida las campanas
les indicaban los momentos del día que debían ser dedicados a Dios; cuando una
aldea podía instalar un juego de tres campanas de distintos tamaños se acostumbraba
establecer un código para anunciar el fallecimiento de los feligreses. Se
tocaba la campana mayor cuando el extinto era persona madura; cuando el muerto
era un joven que había tomado la primera comunión y aún se mantenía soltero
—menor de 18 anos— se utilizaba la campana mediana y cuando se trataba de un
menor, el triste anuncio correspondía a la campana más pequeña. En nuestro
país se sigue esa costumbre hasta hoy en día en los casos de fallecimientos”.
En la mentalidad
sencilla de las colonias, el tañido de las campanas de la iglesia significaban
algo similar a la voz de los ángeles que llamaban a la oración o a concurrir al
servicio religioso; también su voz sonora podía anunciar el fallecimiento de
algún vecino que había partido de este mundo hacia la eternidad. No sólo
comunicaba en su timbre musical los acontecimientos de la vida religiosa de la
aldea, sino que su sonido característico proporcionaba la orientación necesaria
y segura a los viajeros extraviados durante las noches de tormenta y de nieve,
práctica muy usual esa de lanzar las campanas al viento en esas noches aciagas
y que se hacía en forma continua,
Era la
"voz de la salvación" en todos los casos; se acudía a las campanas
para reunir al vecindario a fin de anunciar un acontecimiento importante, y
también se las tocaba con extremada energía en los casos de incendio cuando se
necesitaba la ayuda de todo el pueblo para apagarlo. En las aldeas Católicas
tocaban las campanas a hora fija tres veces al día para recordar a los vecinos
que debían elevar su mente a Cristo y a su Madre con el rezo del Angelus
Domini.
Como la Fe regia su vida las campanas
les indicaban los momentos del día que debían ser dedicados a Dios; cuando una
aldea podía instalar un juego de tres campanas de distintos tamaños se acostumbraba
establecer un código para anunciar el fallecimiento de los feligreses. Se
tocaba la campana mayor cuando el extinto era persona madura; cuando el muerto
era un joven que había tomado la primera comunión y aún se mantenía soltero
—menor de 18 anos— se utilizaba la campana mediana y cuando se trataba de un
menor, el triste anuncio correspondía a la campana más pequeña. En nuestro
país se sigue esa costumbre hasta hoy en día en los casos de fallecimientos.
Los servicios
fúnebres fueron siempre una demostración de gran pesar tanto en los velorios
como los entierros; toda la población de la aldea acompañaba a los deudos del
fallecido, formándose largos cortejos que elevaban sus plegarias a Dios con cánticos
y rezos, apropiados para esa circunstancia. Eran momentos solemnes que
llamaban a la oración y a la reflexión sobre lo trascendente; entre los
Evangélicos, en cada ceremonia fúnebre los fieles eran exhortados al
arrepentimiento y los Católicos acostumbraban rezar el rosario, salmos
penitenciales y al ser colocado el difunto en su fosa, se entonaba el vehemente
y sugestivo Schiksal que movía las fibras más íntimas de todos los
acompañantes.
El intenso
frío de Rusia durante el largo invierno permitía prolongar el velorio hasta
tres días; durante ese período sucedíanse las prácticas religiosas y en
especial, la reunión de las Hermandades que hallaban así ocasión propicia para
fortalecer su fe.
Los
ataúdes eran fabricados en la misma aldea y las fosas eran cavadas por cuatro
hombres designados al efecto, quienes portaban también en hombros el féretro
hasta el cementerio; se acostumbraba sepultar a los muertos en tierra para
facilitar el cumplimiento de la sentencia bíblica: "eres polvo y en polvo
te convertirás".
En general,
los colonos alcanzaban una edad avanzada, que a veces superaba los cien años,
aunque la mortalidad infantil era elevada; se acostumbraba visitar a los
enfermos, quienes también eran asistidos por los clérigos. Permanecer con el
enfermo en su lecho de muerte era una demostración de afecto y un deber moral
para el vecino; los alemanes del Volga no temían la muerte y se preparaban
espiritualmente para recibirla en paz. El moribundo, al notar su estado,
solicitaba la presencia de sus enemigos para reconciliarse con ellos en el
mejor estilo cristiano; eran momentos solemnes y conmovedores. "Mi propio
padre, al notar que sus días se limitaban sobre la tierra, exteriorizaba una
extraña y sublime alegría al elevar su pensamiento a Dios y preparar su alma
para ir al encuentro del Señor; durante una semana exhortó a parientes y
amigos que lo visitaban al arrepentimiento y perdón de los pecados y acercarse
a Dios, alejándose de los placeres de este mundo" (VP. Popp).
Asi terminaron
sus dias muchos de los alemanes del Volga en Rusia; en todos los casos la
asistencia espiritual del sacerdote o del pastor, siempre se hacía
correctamente, para conferir los consuelos de la religión.
Fallecida la
persona, su cadáver era aseado, vestido y bien peinado; siempre los vecinos
prestaban el mayor auxilio a los familiares en desgracia. Si las debilidades
humanas habían introducido discordias y rencores entre parientes y vecinos, los
momentos supremos de una existencia que se extinguía, eran propicios para el
perdón, el olvido de las injurias y el abrazo del retorno a la amistad y
reconciliación.
La intransigencia germana ha debido soportar un siglo de
duras pruebas y constantes sacrificios, que formaron un nuevo tipo de individuo:
más dúctil y obediente a las obligaciones espirituales de la vida, más serio e
introvertido y con más confianza en su pueblo.
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