-Sakermensch –gritó a la par que salió corriendo detrás de su hijo de
nueve años, alpargata en mano.
Lo alcanzó a los pocos metros. Le bajó el pantalón y le sacudió en la
cola con la alpargata.
El niño lloró como un desaforado. Era la segunda paliza que ligaba en
el día. La primera se la propinó el sacerdote en la escuela con el puntero,
sobre los dedos, al no saber responder cuáles son los diez Mandamientos de la Ley de Dios. Y la segunda la
recibió de su madre por contarle lo sucedido en la escuela. La madre no sólo no
le perdonó no saber los Mandamientos de la Ley de Dios sino que lo castigó porque el cura lo
había hecho y porque, según ella, el santo varón siempre hacía las cosas por la
voluntad de Dios y con justicia.