La vida es así. El tiempo transcurre. Las horas se diluyen en el
olvido. Y los actos que realizamos se pierden en la memoria de quienes amamos. Porque
nada es eterno ni para siempre. Ni siquiera el amor.
El materialismo y consumismo inundó el alma de todos. Es más fuerte
la envidia y el deseo de poseer lo que tiene el otro que amar, que entregarse
al prójimo, que ser libre, que vivir en paz consigo mismo. Nada alcanza para
llenar el hambre de cosas y posesiones inútiles.
Y en ese deseo de llenar la casa de lujos falta espacio y sobran
personas. Y los que sobran son nuestros viejos, que es sabido van a parar a los geriátricos y hogares de
ancianos, encontrándose, de un día para el otro, a la deriva de la vida, solos
y desamparados, huérfanos de lo más necesario, sentados mirando la nada,
recordando un pasado que minuto se aleja más y más, como un barco que parte
borrando su estela en la mar.
Sí, la vida es así. Cruel con los que entregaron todo por sus hijos.
Hijos que ni siquiera tienen remordimientos. Hijos que no piensan, no
reflexionan. Viven con la mirada puesta en el horizonte del futuro sin darse
cuenta que en ese futuro ellos también llegarán a ser ancianos y que la
historia volverá a repetirse pero con ellos como protagonistas.