La gorra
vasca metida hasta las orejas. La cara sin afeitar. El rostro embadurnado de grasa de algún asado comido
sin modales. Los ojos rojos de alcohol. El labio inferior inflamado. El cuerpo temblando
como un títere con los hilos flojos. Las ropas sucias de lodo de algún charco
en el que seguramente había dormido durante la madrugada. Una piltrafa humana.
Un borracho de los tantos del pueblo. Un personaje triste, melancólico y digno
de lástima.
Venía en
zig-zag por la avenida principal de la colonia, discutiendo acaloradamente
consigo mismo, maldiciendo, argumentando, furioso. ¿Con quién? Quizás con la
vida misma, con el destino, con alguna mujer, con algún hecho circunstancial
que lo sacó de quicio o, tal vez, consigo mismo... ¡Vaya uno a saber! ¡O con
todo y con todos los seres humanos que habitaban la colonia y el mundo en esa
época!
De pronto se
paró en seco. Súbita y dramáticamente. Caviló. Pensó. Reflexionó. Se rascó la
cabeza. Dudó. Hasta que, por fin, volvió a caminar, ahora con más lentitud y
parsimonia, pero menos serenidad aún que antes. Temblaba. Llevó la mano derecha
detrás de la espalda, de donde regresó con un puñal. El cuchillo brilló
espectral reflejando el sol del amanecer. Ese acto perentorio lo convirtió en un
personaje grotesco. Un hombre, casi una caricatura, desaliñado, sucio,
borracho, con un puñal en la mano, que temblaba tanto o más que su cuerpo.
Continuó
caminando. Llegó a una casa. Sonrió maliciosamente. En los labios, con el
inferior cada vez más inflamado, se leía el placer de la venganza. Se acercó a
la vereda, chapoteando en el fango de los charcos que la lluvia había dejado.
Se hundió en ellos hasta los tobillos. Se resbaló. Pareció caer; pero recuperó
la estabilidad. La mantuvo hasta que intentó subir la vereda: ahí resbaló y
cayó despatarrado, casi cómicamente. Lanzó un quejido desgarrador. Después comenzó
a surgir una pequeña laguna de sangre que pareció manar desde algún lugar de su
pecho.
Lo
encontraron seis horas después, muerto. El dictamen del forense fue muerte por
accidente. Pero eso no logró responder las preguntas que se hacían los
habitantes de la colonia. ¿Por qué murió en ese lugar y de esa manera el pobre
de Pedro? Nadie atinó a encontrar la respuesta correcta porque nadie la sabía. Y
si alguien la supo, jamás la reveló en estos setenta años que han transcurrido
de aquel incidente.
Te atrapa desde el principio. Muy conmovedor. Se puede "ver" el relato y al protagonista.
ResponderEliminarMuchas gracias por tu comentario, Martha, y por leer!!!
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