¡Dios y la Patria nunca demandarán! ¿Era así? ¿Es así?
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Las calles de
tierra. Secas y polvorientas. Duras como piedra. El transitar de los carros y
los caballos retumban en los vidrios de las ventanas de las viviendas. El aire
es pesado, gris y espeso como el polvo que flota amortajando el ambiente del
verano. Hace meses que no llueve. Ni una gota. Ni un mísero y fugaz chaparrón.
Las aves han huido. Los sapos sabe Dios dónde están y los animales domésticos
languidecen al igual que los hombres bajo los árboles sin hojas, muertos de sed
y desolación.
Los arados
mancera están diseminados por el campo, casi como al descuido, extraviados en
la senda de una amelga que ya no logran surcar. Los caballos de tiro vagan por
los potreros y las calles vecinales buscando la añorada hierba que ya no existe
y el agua que desapareció de la faz de la tierra. Están flacos, consumidos, con
los ojos saltones y tristes mirando al ser humano, implorando se acuerde de
ellos o pidiendo una explicación que nadie puede dar. Y el ganado, las pobres
vacas y ovejas, desfallecen por el hambre: agonizan y mueren desamparados, ante
la vista impotente del colono que en silencio llora como se le escurre de las
manos el poco capital que consiguió reunir a fuerza de sacrificio, sudor y
lágrimas, desde su llegada del lejano Volga, y como se le escapa la posibilidad
de juntar algo de dinero para mandar traer a su familia que aguarda allá lejos,
en Rusia.
Son años
duros. Difíciles. La pampa húmeda se burla de los inmigrantes. La humedad
desapareció como arte de magia. La lluvia se esconde detrás de las sierras que
parecen detener las nubes o sólo dejan pasar algún que otro nubarrón solitario
para que los habitantes de las colonias recién fundadas no se olviden que la esperanza todavía existe. Que Dios no
se olvidó de ellos. Que Dios escucha sus oraciones. Que sólo es cuestión de
tiempo: de días, tal vez de semanas.
La cosecha
fracasa. Ni vale la pena trillar. Los gastos superan las ganancias. La espiga
da un mísero grano, delgado e insulso, que no sirve para nada, ni siquiera para
alimentar a los animales. Los rastrojos desaparecen bajo el viento y los
remolinos de tierra, de tan resecos y ralos que están. O crujen consumidos por
las llamas de los incendios que se repiten cotidianamente. Hace demasiado
calor. Tanto que combustión de la paja de trigo se produce con muy poco, sólo
necesita una ínfima chispa para arder en el fuego más devastador.
La Argentina
prometía vastas riquezas pero les cobra un duro tributo a los colonos que
osaron domar sus tierras indómitas. Se resiste hostil a la mano volguense y al
inmigrante europeo que, a pesar y contra todos los elementos naturales y
humanos, con los años la transformará en “el granero del mundo”. Un sueño que
la patria agradecerá ver cumplido pero que los militares y políticos de la
década infame despilfarrarán en delirios de grandeza conservadora que terminará
‘regalando’ todos y cada uno de los capitales nacionales y los anhelos de los
nietos de los colonos que hoy, a fines del siglo diecinueve, en plena sequía y
fracaso de cosechas hacen surgir colonias y pueblos en cada rincón del suelo
sagrado del General San Martín.
Los mismos
colonos que hoy ruegan a Dios por la lluvia. Una lluvia que vendrá. Una lluvia
que los salvará. Como siempre. Sólo que ese día, de ese año, aprenderán de
labios de los políticos que “Dios es argentino” y que nunca hay que preocuparse
de nada porque “Dios y la Patria nunca demandarán”, porque el capital del país
da para todo y para todos y que por eso, hagamos lo que hagamos, siempre habrá
un mañana y siempre habrá también una torta para repartir. Claro que nadie les
aclara a los colonos que la torta se reparte primero entre los políticos y
finalmente, lo poco que queda, que son migajas, entre los más humildes de los
pobres. Mientras que los que trabajan ven escaparse entre los dedos, las
ganancias obtenidas con sudor y llanto.
“Ningún pueblo es
rico si no se preocupa por la suerte de sus pobres”
"Allí donde encuentres la tierra roturada, la semilla germinada y el fruto que sirve de sustento, allí, ha trabajado un infatigable campesino"
ResponderEliminarDesconozco el autor, pero el relato me recordò esta frase.
Si...una historia siempre recordada por quienes la padecieron, contada una y otra vez, que sin duda laceraron el alma de sus protagonistas.
Muchas gracias por tu aporte, Martha!!! Muy acertada tu reflexión!!!
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