Silva el viento. Es un silbido agudo, desgarrador, como el chillido de un
niño en agonía. Que penetra en el alma
de Joseph al cruzar el cementerio para acortar el camino a casa.
Las nubes, negras, espectrales, cubren la luna. La noche se vuelve
oscura. Un cielo cerrado a la mirada.
Joseph tropieza con las tumbas. El miedo se apodera de su cuerpo.
Titubea. Ya no está tan seguro de sí mismo.
Cae una gota de lluvia. Luego otra. Por fin el diluvio.
Joseph principia a correr y cae… hondo, profundo… al agua. Es un hoyo.
“¿Una tumba abierta?”, se pregunta. Tantea con las manos y… toca un féretro.
Intenta salir, escapar, huir… Pero no lo logra.
Resignado. Empapado. Titiritando de frío y pánico se dispone a pasar la
noche dentro de una tumba, sentado sobre un ataúd, con el agua hasta los
tobillos.
Blog de Periódico Cultural Hilando Recuerdos
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