Por Laureano Safenreiter
El abuelo Juan regresa de vez en cuando a la colonia. Busca
reencontrarse con antiguos recuerdos y rememorarlos con quien desee escucharlo.
Siempre es una alegría encontrarse con él y compartir su nostalgia por una
época que ya es historia. Una época en la que él fue plenamente feliz.
El abuelo Juan cierra los ojos y mira al pasado. Recuerda las tardes
de verano en que con su hermanito iba a los baldíos de las colonias a
divertirse. Allí se reunía con otros compañeros a jugar a la mancha, a la
ronda, a la gallina ciega, al rescate, a los cochecitos realizados con madera
imitando los autos de carrera de Fangio. Su mente se pierde en ese mar de
nostalgia y una lágrima resbala por su mejilla.
Regresa a la colonia para visitar seres queridos pero al llegar se
percata que el tiempo no pasó en vano:
nada está como lo dejó al partir hace más de cuarenta años. Las calles de
tierra se han trocado en calles de asfalto. Las casas humildes en elegantes y
modernas viviendas. Y lo más doloroso, ya casi nadie de sus seres amados lo
espera. Ni siquiera la casa de sus padres existe ya. En su lugar levantaron un
chalet. Al verlo una honda congoja estruja su corazón. Ni siquiera puede ver,
aunque sea una vez, la vivienda donde fue tan pero tan feliz cuando niño.
Al rememorar la niñez surgen los años de escuela y cuenta: “¡Qué
hermosa que era la sala de clase de la escuela! Era una habitación espaciosa
con grandes ventanas por donde entraba mucha luz y aire. En las paredes colgaba
el retrato de Domingo Faustino Sarmiento y hermosas estampas de santos.
Nosotros nos sentábamos en pupitres de dos asientos muy cómodos. La maestra
tenía su propio escritorio. Cerca de ella estaba el pizarrón. Por todas pares
se notaba orden y limpieza. Las hermanas religiosas eran muy estrictas en eso”,
enfatiza.
Y agrega en un susurro cargado de tristeza: “Nosotros estábamos
contentos. La maestra nos explicaba las lecciones, nos enseña muchas cosas y
nos trataba muy bien, con severidad, es cierto, pero muy bien. Después de
estudiar, y en el tiempo destinado al recreo, salíamos al patio para correr,
saltar, jugar y, a veces, para hacer ejercicios gimnásticos. Me agradaba mucho
asistir a la escuela”.
“Fueron días inolvidables de mi vida”, afirma el abuelo Juan. “Nunca
los pude olvidar. Pese a que partí muy joven de la colonia rumbo a la Capital Federal. Quería otra
vida. Buscaba otra cosa sin darme cuenta que dejaba todo aquí”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario