Rescata

WhatsApp: 011-2297 7044. Correo electrónico historiadorjuliomelchior@gmail.com

sábado, 8 de noviembre de 2014

Historia de vida de Ana Aurelia Denk (alemana del Volga)

Ordeñé mi primera vaca a los nueve años. Me acuerdo que en invierno se me congelaban los dedos del frío que hacía y las heladas que caían. Lloraba de dolor. Pero papá no me consolaba, ni siquiera me escuchaba. Había que trabajar. Ordeñábamos muchas vacas entre mis hermanos, mi mamá y mi papá, que era dueño de la chacra. Nunca tuvo un peón. Nosotros tuvimos que hacer toda la tarea rural. Ayudábamos a arar, sembrar y cosechar. En la huerta, a regar arrastrando los enormes baldes llenos de agua, más pesados que nosotros. No se le daba valor a la escuela. El trabajo era más importante. Y eso que mi padre era dueño de un pedazo de campo y llegó a ahorrar lo suficiente como para comprarse una casa en la colonia y un coche nuevo. Pero ninguno de mis hermanos, ni yo, tuvimos la oportunidad de estudiar. Ni siquiera terminamos la primaria.
-¡Acá hay que trabajar! El que quiere comer tiene que ganarse la comida –repetía una y otra vez mi papá y eso era una orden. Todos le teníamos miedo, mucho miedo. Hasta mamá temblaba cuando se enojaba y nos gritaba porque habíamos hecho algún trabajo mal.
Mi niñez fue triste. Nunca lo vi contento a mi padre. Siempre rezongaba. Siempre me retaba. Nunca nos permitió jugar. Siempre tenía un trabajo para darnos cuando nos veía libres o descansando. Y jamás nos dijo que lo que hacíamos con tanto sacrificio y esfuerzo estaba bien hecho. Siempre se quejaba y le encontraba un defecto para echárnoslo en cara.
Si nos portábamos mal o cometíamos alguna travesura, cosa rara, por el terror que le teníamos, nos daba una furibunda paliza con el cinto o la alpargata. Era muy severo. Nos amenazaba con Dios diciendo que nos iba a mandar al infierno si no le hacíamos caso. Y, nosotros, pobres, le creíamos.
Soporté hasta que llegó el día de partir para hacer mi propia vida: me fui a trabajar a la Capital Federal. Recién regresé a casa treinta años después, cuando mamá y papá ya eran viejecitos y, a pesar del dolor soportado y de la bronca contenida durante tantos años de ausencia, consumido por el rencor de haber vivido una niñez tan dura, no pude hacer otra cosa que abrazarlos y llorar desconsoladamente, y pedirles perdón por haberlos hecho sufrir esperándome durante tanto tiempo.

4 comentarios:

  1. Sí, la vida de ese papá habrá sido igual de dura cuando niño, es una cadena de errores y sufrimiento...

    ResponderEliminar
  2. Tal vez haya sido la historia de muchos de los nuestros...muy triste.

    ResponderEliminar
  3. Es como leer un relato escrito por mi padre....

    ResponderEliminar