Fuente:
elfederal.com.ar
Por
Leandro Vesco
Fotos
Juan Carlos Casas
No
hay un solo cartel en la ruta que indique cómo llegar ni menos dónde está
Quiñinual. Sólo nuestra intuición al leer el mapa y la indicación de un
puestero en la ruta 76: “No pasen la
vía, antes de cruzarla, doblen a la izquierda, y ahí nomás, le pegan derecho”,
nos advirtió. Eso es lo único que tenemos.
El inmenso y conmovedor cordón serrano de Sierra de la Ventana nos marca el rumbo. Las filosas cimas son abrazadas por pequeños brotes de nubes apenas densas. Bandadas de pájaros surcan el cielo y los medulosos campos se disputan cuál de todos tiene el verde más fuerte. De a ratos, la canola nos ofrece manchas de amarillo y como si fueran promesas de historias maravillosas, algunos caminos rurales se pierden, en secreto, entre las sierras.
El inmenso y conmovedor cordón serrano de Sierra de la Ventana nos marca el rumbo. Las filosas cimas son abrazadas por pequeños brotes de nubes apenas densas. Bandadas de pájaros surcan el cielo y los medulosos campos se disputan cuál de todos tiene el verde más fuerte. De a ratos, la canola nos ofrece manchas de amarillo y como si fueran promesas de historias maravillosas, algunos caminos rurales se pierden, en secreto, entre las sierras.
Entonces
vemos la vía, doblamos a la izquierda antes de cruzarla y le pegamos derecho:
una avenida de tamariscos nos contiene, a los pocos kilómetros comenzamos a ver unos caseríos, una escuela
abandonada, los galpones ferroviarios, y la estación, durmiendo en el pasado.
Más allá, una esquina
centenaria que se levanta como un fuerte, señorial, austero y emotivo: es el
almacén de ramos generales.
Después
de tanta travesía percibimos lo mismo que debieron sentir los gauchos que llegaban
desde varias leguas: tranquilidad. El
viento nos lleva hacia la entrada, pero
antes echamos una mirada en lontananza a nuestro alrededor, donde mandan la
inmensidad y la sensación de estar bajo una tormenta de silencio y soledad; estamos en Quiñihual.
El
almacén está cerrado porque es la hora de la siesta, sagrada. Sólo se oyen
nuestros pasos. Golpeamos la puerta y aparece un hombre. Se llama Pedro Meyer y es,
aunque cueste creerlo, el único habitante de Quiñihual y dueño del almacén, que
también es el último mojón de humanidad de una amplia región serrana donde los
hombres se cuentan con los dedos de una mano.
Entramos
y las maderas del piso se hunden. El peso de la historia allí es aquí notable.
Las estanterías se elevan hasta el techo. Con la elegancia de los tiempos idos, vemos damajuanas al lado de
harina, detergente, una imagen de Jesús, libros, una balanza, algún veneno y
antiguas remeras del
club de Quiñihual, hoy cerrado.
“Yo crecí en el almacén, de muy chico tuve que ayudarlo a
mi padre. Antes acá había cuarenta personas sólo en el mostrador. Había mucho
trabajo. El tren traía mucha gente, llegamos a tener seis empleados. Yo hice la primaria acá
al lado, así que después de clases, tenía que ayudar”, revela Pedro.
El
recuerdo de aquellos años de tanto frenesí bolichero le afloja a Pedro las
facciones del rostro de anacoreta criollo. Sentado a un costado de la ventana,
con la procesión por dentro, empareja la emoción repasando con un viejo trapo
el mostrador de su casa, el almacén, que es su pueblo.
“La gente de los campos sabe que tengo pan y vienen. De
paso se toman una copa. Yo hago todo solo”, cuenta. Un grupo de italianos le ofreció una casa y campos por el
almacén, pero les dijo que no; prefirió
seguir siendo el único y último habitante de Quiñihual. Su mujer vive en Pigüé y una vez al
día Pedro sube una loma, único lugar con señal de teléfono, y habla con su
amor. Ande por donde ande, un perro lo sigue; ambos le hacen frente a esta
soledad serrana tan compañera. Si hay un lugar en el mundo en donde un hombre
es feliz, es aquí, en este pedazo de patria llamado Quiñihual.
Hola! No había conseguido
ResponderEliminarEl escritor Arturo Carrera recuperar la Estación Quiñihual?
Perdón: ¿Cómo es éso de la recuperación de Estación Quiñihual? Soy un sufriente deudo de la esencial vía férrea que el neoliberalismo se tragó durante el menemismo; cualquier noticia que vaya en el sentido contrario a esa maldita ola de ruina y miseria no hace otra cosa que iluminar mi alma.
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