Los padres y
once hijos, cinco mujeres y seis varones, rezan en voz alta sentados alrededor
de la mesa familiar en la colonia. Es Nochebuena. Hace dos horas que Jesús
nació en un humilde pesebre, en Belén. Fuera todo es silencio. Noche oscura en
la colonia. De vez en cuando se escucha el ladrido de un perro. A lo lejos. A
lo lejos, de pronto, un ruido de cadenas. Se acerca. El ruido se acerca. Los
niños callan su rezo. Escuchan atentos. Se miran. Se observan. Petrificados. El
miedo les va cubriendo los ojos. Fuera continúa el ruido de cadenas. Luego una
voz. Fuerte. Más fuerte. Gritos guturales. Ruidos de cadenas y una voz de
hombre. Parece enojada. Molesta. En la casa todo está suspendido. Los niños
petrificados. Hasta que se abre la puerta y… Allí está él: Der Pelznickel! Un
anciano de barba desgreñada enfundado en un sobretodo viejo, arrastrando
cadenas.
-Wo
sei die schlime gele?- pregunta.
Los niños responden con una reacción: se
levantan de sus sillas impulsados por el miedo. La cocina es un caos, caen las
sillas. Un niño se esconde bajo la mesa, otro en la falda de la madre, otro en
la habitación y los otros dónde pueden.
Pero no hay cómo escapar. Der Pelznickel
los llama uno a uno. Los acusa de travesuras cometidas a lo largo del año.
Parece saberlo todo. Ningún niño se imagina que sus padres le contaron. Les ordena
que se arrodillen. Los niños obedecen. Les ordena rezar. Y los niños rezan.
Se escucha la voz del Pelznickel. También
el rezo y el llanto de los niños. Uno a uno son interrogados. Uno a uno se
arrodillan y rezan. Hasta que todos
cumplen con el ritual.
Finalizada la ceremonia, el Pelznickel
se va. Se marcha hasta la próxima Navidad.
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