Por María
Rosa Silva
Mujer pensativa, trabajadora y
sumisa. Sencilla y con un amor al prójimo inmenso. A pesar de
haber criado once hijos, abuela me recibía en sus brazos cada vez que los
buscaba. Su mirada lo decía todo y lo confirmaban sus brazos. Sus manos
preparando Kreppel y sirviendo cascarilla en la hora de la tarde. Sus medias
tejidas con cuatro agujas para ir a la escuela. Sus ojos enormes, azules,
transparentes, mirándome con el amor más fuete del universo. De saberes
inquebrantables, de una humanidad extrema. La casa era su vida y ella la vida
de la casa. Una familia numerosa en pie, próspera, intachable, gracias a mi
abuela.
Ella
vive en mí y a quién quiera escuchar de ella. Porque fue una mujer, sólo una
simple mujer en este mundo. Pero su vida generó tantas otras vidas no solamente
dando a luz a sus hijos sino asistiendo de tantas formas a quien lo necesitara,
que siento y sé que todos deben saber de ella.
Ella,
la luz de mi vida: mi Grossmuter Juliana Melchior.
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