Nadie sabe si es
así. Nadie lo conoce tan profundamente como para afirmar que lo que cuenta es
verdad. No es que no le crean pero dudan, siempre dudan, cuando el anciano
habla a sus nietos sobre las hazañas que llevó a cabo vistiendo el uniforme de
soldado del zar, peleando una guerra lejana de las colonias, de la Argentina,
del Volga, y de la historia misma. Les parece poco creíble que el abuelo, su
abuelo, ese hombre bueno y tierno que regala golosinas, haya podido alguna vez
empuñar un arma y llegado a matar a un ser humano. Él, sobre todo él, que es
tan dulce y que no le hace mal a nadie, ni siquiera a un animal.
El anciano insiste.
Cuenta una y otra vez, apasionadamente, a veces llorando, otras con angustia,
otras arrepentido, otras horrorizado, las mismas anécdotas: los rusos peleando
con los japoneses, en una guerra que llama ruso-japonesa. Da vívidos detalles, describe
campos de batalla, muertes de amigos en sus brazos, rostros desolados por el
hambre y corazones destrozados por las matanzas. Pero nadie le sabe si creerle
o no. Todo es demasiado fantástico, demasiado increíble para ser cierto en este
tiempo de paz, aquí en la tranquilidad de las colonias.
Las fechas y la
edad del abuelo parecen darle la razón pero eso no es certeza de nada. además
es imposible imaginar a ese anciano sentado frente a ellos, enjuto y viejo,
tembloroso y lleno de miedos, vestido con uniforme militar y combatiendo a
muerte. No. El abuelo está viejo. El abuelo imagina historias, inventa relatos
para entretener a los nietos y darse importancia. Su mente desvaría. Es la
vejez –opinan los padres- que tampoco nunca escucharon hablar de esa supuesta
guerra, porque nacieron en la Argentina.
Trascurre el
tiempo. Pasan los meses y los años. Y el anciano continúa contando las mismas
historias a quién quiera escucharlo, que cada vez son menos, porque ya están
cansados de oír los mismos cuentos. El anciano, entre relato y relato, empieza
a olvidar detalles, nombres, fechas. Va perdiendo la memoria. Y un día, ¡oh! un
día, los nietos descubren con sorpresa inaudita que el abuelo no inventaba ni
mentía. Alguien les revela que las historias que cuenta el abuelo son reales,
que el abuelo de verdad en su juventud fue soldado del zar y que también, de
verdad, es un héroe con medalla y todo. Y los nietos, desesperados, corren a
buscar al anciano, olvidado en un geriátrico, pero ya es tarde, demasiado
tarde, el abuelo apenas recuerda su nombre: tiene 89 años y padece
arteriosclerosis.
Cabizbajos,
frustrados, parados frente al abuelo, los nietos se dan cuenta que nunca podrán
recuperar las historias que el anciano tantas veces contó y ellos jamás
escucharon. Ya es tarde. Por más que se reprochen el no haberlo escuchado o se
culpen por no haberlo ignorado, no podrán recuperar nada. El anciano perdió la
memoria. Vive otra realidad.
Y es ahí, en ese
momento, recién en ese momento tremendo y crucial, en que se dan cuenta que lo
que les contó el abuelo tantas pero tantas veces no fueron simples anécdotas de
viejo chocho sino historias que le pertenecen a toda la familia, historias que
eran su legado de vida, que eran parte de la identidad familiar,
historias que ahora se perdieron para siempre como tantas historias de
ancianos de las colonias que no supimos escuchar a tiempo.
Nunca perdamos la
oportunidad de escuchar las historias de los abuelos. En ellas viven la memoria
de nuestro pasado y nuestra identidad como individuos y como pueblo.
Referencia histórica:
Varios cientos de
alemanes de las aldeas del Volga se vieron obligados a tomar parte de la guerra
Ruso-Japonesa (1904-1905), que fue un conflicto
surgido de las ambiciones imperialistas rivales de la Rusia
Imperial y el Japón en Manchuria y Corea, y que concluyó con
la victoria japonesa. Pese a significar un gran trauma, por varias razones
-porque las causas de la guerra no eran compartidas, el país no era el suyo, la
discriminación- muchos alemanes del Volga se comportaron como héroes y fueron condecorados
con honores. Posteriormente, algunos de estos hombres emigraron a la Argentina
y se diseminaron en las colonias del país, entre ellas las de Coronel Suárez.
No hay comentarios:
Publicar un comentario