Por María Rosa
Silva Streitenberger
La mujer alemana del Volga siempre fue
más fuerte de lo que ella creía y de cómo la veía la sociedad patriarcal.
Siempre estuvo bajo el ala del hombre. De niña bajo las órdenes del padre. En
el matrimonio bajo las decisiones y antojos del esposo. Si enviudaba bajo la
mirada de Dios. Cuando anciana bajo la tutela de los hijos ya que al no existir
jubilación y tampoco poder heredar, debía ser responsabilidad de los hijos
hasta la muerte.
Se necesita temple para delegar la
propia vida en pos de dictámenes de otra persona y así, de todos modos,
sentirse plena. Fuerza de voluntad, coraje para enfrentar cualquier designio y
llevar adelante una vida digna, trabajando a la par del hombre pero realizando
además incontables tareas en el hogar, todas a pulmón y aún así ser considerada
un ser inferior. La fuerza la obtenían día a día a través del amor. Amor a los
hijos, a la vida, a la providencia, que aunque a veces era casi nula, ellas con
su ingenio hacían magia y siempre cubrían las necesidades del hogar, aunque el
precio sea sacrificarse para ello.
En nombre de todas esas mujeres, de
quienes desciende y para los que no han sabido entenderlas y conocerlas el
escritor Julio César Melchior escribió el libro La vida privada de la mujer alemana del Volga.
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