“En la Nochebuena, a las doce de
la noche, asistíamos al templo. Por aquellos años todos los eventos sociales
como familiares y privados, tenían como eje central a la iglesia y al
sacerdote. No existían las grandes comilonas de hoy en día” -recuerda Federico
Schulmeister. Y agrega: “teníamos que asistir todos, desde la persona más
grande hasta el niño más pequeño de la casa. No debía faltar nadie”.
“Después de la misa, regresábamos a casa. Mis padres abrían la Biblia y
rezaban. Mientras los niños, entre expectantes y llenos de miedo, nos
sentábamos a esperar al Pelznickel. Ni bien escuchábamos sus gritos y el ruido
de su enorme cadena, la cocina se convertía en un lío de pánico. Algunos niños
se metían debajo de la mesa, otros se escondían en los dormitorios y otros
detrás de las faldas de los vestidos de mamá y las hermanas mayores.
“El
Pelznickel” -acota-, siempre llegaba enojado, a los gritos: 'dónde están los
chicos que se portaron mal durante el año', exclamaba. Y nosotros, traviesos
por naturaleza, temblábamos de miedo.
“Nos
llamaba, nos hacía arrodillar y, uno a uno, nos preguntaba cómo nos habíamos
portado a lo largo del año. Y guay si mentíamos! Él lo sabía todo (porque con
anterioridad nuestros padres le revelaban todas las diabluras que habíamos
cometido).
“Concluido
el interrogatorio (algún niño siempre salía corriendo horrorizado por tan
tremendo suplicio), nos controlaba la limpieza de las manos y las uñas y nos
hacía rezar.
“Finalmente
se iba a visitar otra casa de la misma manera en que había llegado: a los
gritos y agitando estruendosamente su enorme y larga cadena”. (Autor: Julio
César Melchior).
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