En esta mañana gris de otoño,
sentado junto a la ventana, mientras tomo mate, rememoro a mi padre, que dedicó
toda su existencia al trabajo, primero, para que no le faltara nada a sus
padres, y después, para que su esposa y sus hijos pudieran tener una vida digna
y acceso a la educación que él no pudo tener pero deseaba para sus
descendientes.
Lo recuerdo trabajando, siempre
trabajando, en verano, con las gotas de sudor cayéndole de la frente, soportando el calor, y en invierno, temprano a la
mañana, mientras la helada pintaba de blanco el campo y congelaba sus manos,
sus pies y sus orejas, llenas de sabañones.
Lo
pienso sentado junto a la cabecera de la mesa, presidiendo con su sabiduría los
destinos de la familia, leyendo el periódico o los libros que me legó, cuando
todavía era un niño y me hizo comprender que leer era mi futuro.
Lo
veo hablando de su niñez, rememorando travesuras en una colonia más inocente y
más ingenua, cuando hurtar una fruta en una huerta ajena era una falta grave,
que se castigaba con una paliza o el sermón de un agente policial.
Lo siento cerca pese a que
físicamente se marchó hace cinco meses a visitar a sus padres y a sus hermanos
en el cielo. Sé que me protege como siempre lo hizo. Sé que va a cuidar de que
nunca me falte nada. También sé que nunca lo voy a olvidar y que un día, de una
tarde cualquiera, lo volveré a ver de nuevo. (Autor: Julio César Melchior).
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