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viernes, 19 de abril de 2019

Así vivían el Viernes Santo nuestros abuelos en las colonias de antaño

El Viernes Santo era día de abstinencia total de carne y ayuno estricto. Las amas de casa cocinaban alimentos livianos y la costumbre general era alimentarse pero sin quedar satisfechos. Todos vestían ropas oscuras o de luto para asistir a la iglesia. Las actividades quedaban todas suspendidas, las sociales, comerciales y hasta las rurales. En la comunidad reinaba el silencio casi absoluto. Las calles permanecían vacías. Las personas solamente salían de sus casas para ir a la iglesia. Las campanas de la parroquia también se mantenían mudas, porque se habían “volado” durante la noche anterior, y su sonido era reemplazado por matracas (Raschpel) que hacían sonar un grupo de niños que recorrían la colonia anunciando los momentos en que debía tener lugar el primer, el segundo y el tercer repicar llamando a los fieles a asistir a las celebraciones litúrgicas. A las tres de la tarde se celebraba la “Liturgia de la Pasión del Señor", hora en la que se ha situado la muerte de Jesús en la cruz. La iglesia desbordaba de fieles, tanto que muchas personas participaban de la misma desde la vereda. Lo mismo sucedía el viernes por la mañana en que el sacerdote llevaba a cabo las confesiones, ya que se sostenía que para esas fechas todos tenían la obligación de confesarse, para tomar la Eucaristía durante la misa del domingo de Pascua. 
En tanto que por la noche se llevaba a cabo un Vía Crucis del que participaba toda la comunidad. Solo permanecían en casa los ancianos, niños pequeños y las personas impedidas físicamente. En esquinas elegidas estratégicamente se instalaban las catorce imágenes que representaban las estaciones del camino que recorrió Jesús rumbo a su crucifixión y muerte. Abriendo el paso de esta multitudinaria procesión, que caminaba con el alma compungida y dolorida, marchaba el sacerdote y un numeroso grupo de niños con farolitos (fackellier), realizados con papel crepé y velas, remedando la luz del Señor. Se oraba y cantaba con profunda devoción y tristeza. (Autor: Julio César Melchior).

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