El Jueves Santo, como todos los otros días de la
semana previos al Domingo de Pascua, era una jornada de introspección, de
profundo silencio, las conversaciones se desarrollaban sin estridencias ni
risas, hasta los niños estaban obligados a mantener recato en sus juegos: el
pueblo entero estaba de luto.
Era día no laborable, para que todos pudieran vivir
como corresponde la Semana Santa y no tener
inconvenientes para asistir a misa.
La noche del Jueves Santo
se conmemora la Institución de la Eucaristía en la Última Cena y el lavatorio
de los pies realizado por Jesús y se rememora la agonía y oración en el Huerto
de los Olivos, la traición de Judas y el prendimiento de Jesús.
En las colonias, además,
tenía lugar un hecho tradicional para los alemanes del Volga: mientras se
cantaba el "Gloria" todas las campanas de la iglesia empezaban a
sonar al unísono, sonido que se esparcía no solamente por los cielos de la
localidad sino hasta una amplia zona de influencia, dado el estruendoso clamor
que generaban las tres campanas echadas a volar a la vez. Se decía que “las
campanas se volaban”. Sí, se “volaban” todas. Porque desde ese instante
quedaban mudas hasta la noche de la Vigilia Pascual, que se desarrolla el
Sábado Santo.
Esta tradición de echar a
volar las campanas, todavía continúa viva en muchas colonias de alemanes del
Volga.
Para llamar a misa en los días subsiguientes se recurría a los Klapperer
(matraqueros -traducción literal- o campaneros) que con sus Raschpel (matracas)
anunciaban el llamado a misa reemplazando el sonido de las tres campanadas
habituales. Pero eso ya es otra
historia, que contaremos mañana. (Autor: Julio César Melchior).
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