Los gritos se escuchaban hasta en
el galpón, donde las mujeres se habían llevado a los niños para que no se
percataran del nacimiento de un hermanito. Después se les diría que los trajo
el arroyo o que nació de un repollo. Pero los gritos eran cada vez más fuertes
y desgarradores y los niños, asustados, preguntaban insistentemente que le
pasaba a su hermana que gritaba de esa manera tan terrible. Las mujeres,
también desbordadas por la angustia, los
consolaron diciendo que tenía un fuerte dolor de barriga por comer demasiadas
ciruelas verdes. Los niños se miraron estupefactos, prometiéndose nunca más
volver a probar ciruelas verdes. Sabían, por propia experiencia, que, a veces,
generaban una descompostura, pero nunca se les pasó por la cabeza que unas inocentes
ciruelas inmaduras podían llegar a generar semejante dolor de panza.
Los
gritos continuaron implacables hasta que llegó doña Berta, con su habitual
atuendo negro y sus casi ochenta años a cuestas, y todas las mujeres que
estaban dentro salieron corriendo al patio a buscar palanganas, agua y a bajar
alguna toalla del tendal.
Los niños cada vez entendían menos. Qué estarían haciendo dentro de la casa para necesitar tantas palanganas, agua y toallas? -se preguntaban anonadados. Qué nueva manera de curar había descubierto doña Berta? Ellos sabían que curaba el empacho, el mal de ojo y que entregaba yuyos para diferentes dolencias pero jamás supieron de algo así.
Los niños cada vez entendían menos. Qué estarían haciendo dentro de la casa para necesitar tantas palanganas, agua y toallas? -se preguntaban anonadados. Qué nueva manera de curar había descubierto doña Berta? Ellos sabían que curaba el empacho, el mal de ojo y que entregaba yuyos para diferentes dolencias pero jamás supieron de algo así.
Media
hora después, los gritos pasaron a ser cada vez más pausados y menos terribles.
Paulatinamente el dolor de panza se le está pasando -pensaron los niños al
advertir que las mujeres que los mantenían lejos de la casa, también respiraban
aliviadas.
Y súbitamente los gritos cesaron. El silencio fue
tal, que todos se miraron temiendo una fatalidad. Las mujeres comenzaron a
observar la casa. Los niños hicieron lo mismo. Nada. Silencio absoluto. Total.
Una lágrima amarga empezó a caer… pero, a mitad de camino, se transformó en
alegría, cuando escucharon el llanto de un bebé. (Autor: Julio César Melchior).
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