"Aprendí
que todas las comidas son ricas, que no se debe tirar ni una miga de pan, que,
a veces, un solo huevo es suficiente para mitigar el hambre después de haber
estado dos días sin comer" sostiene.
Cenar a
las cinco en invierno, porque ni siquiera teníamos una lámpara a kerosén,
cuando era niño, fue habitual. Cenar e irse a dormir. Tiritar de frío porque no había leña para hacer fuego ni cobija
suficiente para taparse.
"Desayunar té aguado y después ir a la escuela. Casi
descalzo. La ropa remendada. Estar en penitencia todos los días. Vivir con
hambre. Esa fue mi niñez" confiesa.
Nada de juguetes. Nada de tiempo para jugar. Trabajar y
trabajar. Desde los siete años ayudando a mamá y a papá. Finalmente me mandaron
a trabajar al campo de un amigo del patrón de mi padre. Tenía diez años y
estuve seis meses sin ver a mi familia.
A los diecisiete mi padre me dijo que ya era tiempo de
elegir una mujer y casarme y tener hijos. Así lo hice: me casé y tuve once
hijos. Y otra vez la pobreza. Ni siquiera llegué a tener casa. Vivimos en un
rancho de adobe con cocina y una habitación. La letrina estaba a treinta
metros. Mis hijos crecieron y el hambre los fue echando.
Pasaron los años. Transcurrió la vida. Ignacio Kloberdanz
casó a todos sus hijos. La mayoría se fue lejos. En el 2006 enviudó. En el 2009
uno de sus hijos lo llevó a la Capital. En el 2012 regresó por última vez a la
colonia. Fue agosto cuando dejó grabadas estas palabras. Y en el mes de
septiembre falleció.
"Trabajé toda mi vida. Para ayudar a la numerosa familia de mis
padres. Y para criar a mis hijos"- concluyó a modo de síntesis. "Esa
fue mi vida".
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